Cuarto
Domingo de Pascua – Ciclo C (Juan 10, 27-30) – 17 de abril de 2016
Pedro María
Iraolagoitia, S.J., publicó en 1996 un libro que tituló María, El
Carpintero y el Niño. Es una bella recuperación de la vida oculta de María
de Nazaret, en compañía de su esposo, San José, y del Niño Jesús. Comienza con
una carta escrita por el autor a la Virgen María. Entre otras cosas, le dice lo
siguiente: “Esta carta es para que me perdones todo lo que he escrito de Ti y
del Niño y de San José, en este libro. Toda la culpa la tienen los Evangelistas
(y que ellos también me perdonen), por haber escrito tan pocas cosas de tu
vida. Nosotros hubiéramos querido saber muchas más cosas de Ti. Nos hubiera
gustado saber cómo vivían en Belén, en Egipto, en Nazaret, en Jerusalén; dónde
tenían puesto el arcón, la mesa y los tiestos con flores; qué distancia tenías
que recorrer para ir al lavadero, cuánto te costaba el litro de aceite y qué
cena les diste a los Reyes Magos. Hubiéremos querido saber mil y mil detalles
de tu vida, cuantos más, mejor. A fuerza de verte metida en las hornacinas de
los altares, es fácil que nos olvidemos de que, en este mundo, viviste veinticuatro
horas al día como una mujer sencilla y encantadora, entre pucheros, escobas,
vecinas, barro, sol, cansancio, canciones, preocupaciones domésticas, tertulias
y el abundante aserrín del taller de José. (...) Mis respetuosos saludos a José
y un beso al Niño”.
Uno de los
capítulos del libro se llama ‘De la A a la Z’. Y en él, el autor va desgranando
palabras sencillas, para describir algunos aspectos de la vida oculta de la
Virgen María, San José y el Niño Jesús. La primera palabra es Agua, y dice lo
siguiente: “Para limpiar todas la mañanas la carita del Niño y peinarle y
mandarle hecho un sol a la escuela. Para preparar la sopa, para lavar tanta
cosa, para regar los tiestos de las flores. Para refrescar los labios y la
frente de los enfermos que Ella visita en el pueblo. Para sentir la belleza de
oírla cantar en la fuente y verla danzar en el río. Para agradecer al Altísimo
el regalo de habernos dado el agua a los hombres: algo tan limpio, tan útil,
tan fresco y tan bello”.
Cuando llega a
la letra o, se fija en la palabra ‘ovejas’: “Al Niño le gustan las ovejas.
Cuando salen del pueblo se va con ellas y le pide al cayado al pastor, y juega
a ser Pastor. –¿Sabes, Madre? Conozco a todas la ovejas del pueblo y ellas me
conocen a mi. –Sí, Hijo. –Cuando sea grande, voy a ser Pastor. –Tú ya eres
Pastor, Hijo mío. –Sí... ya soy pastor... ¿Sabes, Madre, qué es lo que hace el
Buen Pastor? –No, cariño... ¿Qué es lo que hace? –Da la vida por sus ovejas. Y,
a la Madre, toda el alma se le hace congoja, y tiene que «guardar estas
palabras en su corazón».
Este libro nos
recuerda que las enseñanzas que Jesús fue repartiendo como Buenas Noticias de
Dios para el mundo, fueron naciendo, poco a poco, de la vida oculta del Señor.
Años de silencio, de aprendizaje lento, de contemplación de la naturaleza y de
la historia de su pueblo, con los ojos de Dios. De allí surgió la imagen del
Buen Pastor: “Mis ovejas reconocen mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen.
Yo les doy vida eterna y jamás perecerán ni nadie me las quitará”. Eso mismo
sigue diciéndonos hoy, cuando vivimos situaciones difíciles y dolorosas. El
Señor es el Buen Pastor que nos apacienta y nos conduce hacia fuentes
tranquilas para reparar nuestras fuerzas. Por eso, aunque pasemos por cañadas
oscuras, su vara y su callado, nos dan seguridad.
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
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