Domingo III de Cuaresma –
Ciclo B (Juan 2, 13-25) – 8 de marzo de 2015
Jesús de Montreal es una película canadiense,
dirigida por Denys Arcand, que ofrece una lectura de la vida de Jesús desde
nuestra realidad actual. Fue rodada en 1989 y estrenada un año después. En mi
concepto, es la mejor realización cinematográfica de la vida de Jesús. No es
una recreación del Jesús de Galilea en su contexto socio-cultural e histórico,
sino una actualización, en el mejor sentido de la palabra, de la
vida del Señor en el mundo de hoy. El protagonista es un actor de teatro al
cual contratan para que renueve una dramatización que se ofrece a los
feligreses desde hace 40 años en los alrededores de la famosa Basílica de
Montreal. El párroco contacta a un actor joven y le manifiesta su deseo de
transformar la anticuada puesta en escena que solía congregar a grandes
multitudes durante la Cuaresma y que se representa al aire libre, en los
parques que rodean la Basílica.
Este joven actor, que en la película tiene el nombre
de Daniel Coloumbe, se dedica durante muchos días a estudiar los últimos
avances de la teología para fundamentar muy bien su nueva propuesta. Al mismo
tiempo, se dedica a buscar a otros actores y actrices que lo acompañen en el
nuevo proyecto. Daniel va haciendo suyas las actitudes de Jesús al que va
conociendo a través de sus lecturas. De alguna manera, comienza a encarnarlo,
no ya sólo para la obra teatral, sino en su vida cotidiana.
Una de las actrices que contacta, es una joven que
se dedica, por falta de mejores ofertas, a posar como modelo para comerciales
publicitarios. Una actividad que no la llena en lo absoluto, pero a la que se
ve obligada por la grave situación económica que vive. Durante el proceso de
preparación de la obra teatral, Daniel acompaña a su amiga a un casting para la
publicidad de una cerveza, en el que tiene que bailar ante un grupo de jueces
que califican la actuación y las condiciones de todas las actrices. Como no
lleva traje de baño, le piden que se quite el saco porque así no podrán
apreciar su cuerpo con plena libertad; ella se excusa diciendo que no lleva
nada debajo; sin embargo, los organizadores insisten que tienen apreciar su
cuerpo para poder participar en el concurso; de modo que ella toma la decisión
de bailar con el torso desnudo. Pero antes de que se quite el saco, Daniel se
levanta de su puesto y le dice que no tiene por qué hacerlo; que es mejor que
se vayan; los miembros del jurado comienzan a presionar y se quejan de esa
escena de amor que les hace perder su valioso tiempo. De modo que Daniel se
enfurece y, lleno de indignación, comienza a tirar todo por el piso; voltea la
mesa en las que tienen los equipos de filmación y hace un látigo con los cables
de los aparatos y comienza a azotar a todos los presentes y a expulsarlos del
teatro donde se realizaba el casting.
Desde
luego, el director de la película pretende revivir la ira santa de Jesús ante
el atropello del que es objeto el templo de Jerusalén que nos describe el
Evangelio de san Juan este domingo. Pero ya no se trata de un templo de
ladrillos que han convertido en mercado... sino del templo vivo de la persona
humillada y maltratada por una sociedad de consumo que no se detiene ante ningún
valor para alcanzar el lucro y la ganancia. Hoy también Jesús volvería a hacer
un látigo para expulsar a todos los que hacen de su templo una cueva de
bandidos.
Un saludo cordial.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
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