Domingo XXV
Ordinario – Ciclo A (Mateo
20, 1-16a) – 21 de septiembre de 2014
“El Reino de los
cielos es semejante a dos hermanos que vivían felices y contentos, hasta que
recibieron la llamada de Dios a hacerse discípulos. El de más edad respondió
con generosidad a la llamada, aunque tuvo que ver cómo se desgarraba su corazón
al despedirse de su familia y de la muchacha a la que amaba y con la que soñaba
casarse. Pero, al fin, se marchó a un país lejano, donde gastó su propia vida
al servicio de los más pobres de entre los pobres. Se desató en aquel país una
persecución, de resultas de lo cual fue detenido, falsamente acusado, torturado
y condenado a muerte. Y el Señor le dijo: «Muy bien, siervo fiel y
cumplidor. Me has servido por el valor de mil talentos. Voy a recompensarte con
mil millones de talentos. ¡Entra en el gozo de tu Señor!».
La respuesta del
más joven fue mucho menos generosa. Decidió ignorar la llamada, seguir su
camino y casarse con la muchacha a la que amaba. Disfrutó de un feliz
matrimonio, le fue bien en los negocios y llegó a ser rico y próspero. De vez
en cuando daba una limosna a algún mendigo o se mostraba bondadoso con su mujer
y sus hijos. También de vez en cuando enviaba una pequeña suma de dinero a su
hermano mayor, que se hallaba en un remoto país, adjuntándole una nota en la
que le decía: «Tal vez con esto puedas ayudar a aquellos pobres diablos».
Cuando le llegó la hora, el Señor le dijo: «Muy bien, siervo fiel y
cumplidor. Me has servido por el valor de diez talentos. Voy a recompensarte
con mil millones de talentos. ¡Entra en el gozo de tu Señor!».
El hermano mayor
se sorprendió al oír que su hermano iba a recibir la misma recompensa que él.
Pero le agradó sobremanera. Y dijo: «Señor, aún sabiendo esto, si
tuviera que nacer de nuevo y volver a vivir, haría por ti exactamente lo mismo
que he hecho». Esto sí que es una Buena Noticia: un Señor generoso y un
discípulo que le sirve por el mero gozo de servir por amor” (Anthony de Mello, El
canto del pájaro, pp. 151-152).
Desde una
perspectiva mercantil, es un absurdo que el que trabaja desde el comienzo del
día hasta la tarde, reciba lo mismo que el que llegó a la viña casi al caer el
sol. Esto no nos cabe en la cabeza y le reclamamos a Dios: “Estos que llegaron
al final, trabajaron solamente una hora, y usted les ha pagado igual que a
nosotros que hemos aguantado el trabajo y el calor de todo el día”.
Pero Dios, como
el dueño de la viña, nos responde: “Amigo, no te estoy haciendo ninguna
injusticia. ¿Acaso no te arreglaste conmigo por el jornal de un día? Pues toma
tu paga y vete. Si yo quiero darle a éste que entró a trabajar al final lo
mismo que te doy a ti, es porque tengo el derecho de hacer lo que quiera con mi
dinero. ¿O es que te da envidia que yo sea bondadoso?”
Tal vez haya
personas que, sabiendo de la generosidad de Dios, habrían sido menos
bondadosas... Pero también las hay que se alegran y gozan de tal manera con
esta magnificencia divina, que no les queda otro remedio que desbordarse en
generosidad.
Un saludo cordial.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Decano Académico
Facultad de Teología
Pontificia Universidad Javeriana
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