Domingo XXVI
Ordinario – Ciclo A (Mateo 21, 28-32) – 28 de septiembre de 2014
Una caricatura
de Justo y Franco, dos personajes de las tiras cómicas publicadas en un
periódico colombiano, traía alguna vez cinco escenas que me impactaron. En el
primer cuadro aparecen dos hombres de las cavernas en lo alto de un barranco
tallando una enorme rueda de piedra. El segundo cuadro muestra cómo, en medio
de su trabajo, se les suelta la rueda, que cae al vacío; al fondo del barranco
hay otro hombre que va saliendo de una de las cavernas, justo debajo del
barranco por donde cae la enorme rueda de piedra. En el tercer cuadro la piedra
cae encima del hombre que salía de la caverna. Los dos personajes contemplan la
escena desde lo alto del barranco. El cuarto cuadro muestra cómo el hombre que
es golpeado insulta a los dos cavernícolas que están en lo alto del barranco
contemplando el daño que han hecho sin querer... Por último, en el cuadro
final, mientras la víctima aleja, mientras sigue insultando a sus agresores,
los dos hombres en lo alto comentan: “Esta moda del idioma es una linda
invención, pero las palabras nunca reemplazarán a los palos y las rocas”.
Efectivamente, esta
moda del idioma, como llaman estos cavernícolas a los insultos del afectado
por el accidente de trabajo, nunca reemplazarán la contundencia de
las acciones. Comúnmente se dice que las palabras lo aguantan todo, y es
verdad. Hablar, prometer, jurar, asegurar, y aún orar, si no se traducen en
acciones muy concretas que sirvan de autenticación de lo que
se ha hablado, prometido, jurado, asegurado o, incluso, orado, nos quedamos a
la mitad del camino.
Conozco a muchas
personas a quienes les gusta conversar sobre sus dificultades para vivir la fe;
tienen serias dudas sobre muchos de los dogmas de nuestro credo, no comparten
muchas de las orientaciones disciplinarias de la Iglesia, les cuesta mucho
vivir una práctica ritual sin acabar de entender del todo su contenido... Sin
embargo, viven con bastante coherencia su propia existencia. Tratan de ser
fieles a su propia conciencia que les va indicando el camino que deben tomar en
circunstancias complejas y confusas. Conozco también, y sobre todo
porque me conozco a mi, a personas que afirman todos y cada uno de los dogmas,
hacen gala de seguir milimétricamente las orientaciones disciplinarias de la
Iglesia y se ufanan de ser fieles a los ritos y prácticas religiosas a los que
obliga la fe; sin embargo, a la hora de las definiciones, nos quedamos cortos
en nuestra respuesta generosa y entregada.
“¿Cuál de los
dos hizo lo que su padre quería?” Es la pregunta que Jesús le lanza a los Jefes
de los sacerdotes y a los ancianos de los judíos en pleno templo de Jerusalén,
después de contarles la parábola de los dos hijos; uno que dice “¡No quiero ir!
Pero después cambió de parecer, y fue”. Y el otro que dice “Si, señor, yo iré.
Pero no fue”. Desde luego, sus interlocutores no podían quedar tranquilos. De
alguna forma se explica la pasión y muerte del Señor. Porque decirle a los Jefes que
“los publicanos y las prostitutas entrarán antes que ustedes en el reino de
Dios” es una manera de utilizar esa moda del idioma de la que
se burlaban los cavernícolas de la tira cómica.
Un saludo cordial.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Decano Académico
Facultad de Teología
Pontificia Universidad Javeriana
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