Domingo XXIII
Ordinario – Ciclo A (Mateo 18, 15-20) – 7 de septiembre de 2014
Había una señora
a la que le tenían mucha envidia. Casi todos los días, cuando salía a la puerta
de su casa para barrer, encontraba estiércol que las vecinas le dejaban en
señal de desprecio. La señora no protestaba nunca. Hasta que un buen día,
sabiendo que sus vecinas eran las que le dejaban porquerías delante de su
puerta todas las noches, decidió colocar un arreglo floral delante de la puerta
de cada una de ellas. En cada uno de los arreglos, las vecinas encontraron un
letrero que decía: “Cada uno da de lo que tiene”.
El Evangelio
propone, en distintos momentos, formas diferentes de responder a las ofensas y
daños que los otros nos hacen. La más conocida es la invitación de Jesús que
dice: “Si alguien te pega en una mejilla, ofrécele también la otra. Si alguien
te demanda y te quiere quitar la camisa, déjale que se lleve también tu capa.
Si te obligan a llevar carga una milla, llévala dos” (Mateo 5, 39-41). En otra
momento, cuando Jesús respondió a una de las preguntas del interrogatorio del
sumo sacerdote, “uno de los guardianes del templo le dio una bofetada,
diciéndole: ¿Así contestas al sumo sacerdote?” Esta vez Jesús no ofreció la
otra mejilla... Sencillamente le preguntó al agresor: “Si he dicho algo malo,
dime en qué ha consistido; y si lo que he dicho está bien, ¿por qué me pegas?”
(Juan 18, 22-23). Otras veces Jesús sencillamente guardó silencio ante la
agresión y la violencia que otros ejercieron contra él, como queda patente en
todo el proceso de la Pasión.
Este domingo el
Evangelio nos presenta otra alternativa para responder al mal que los otros nos
pueden causar: “Si tu hermano te hace algo malo, habla con él a solas y hazle
reconocer su falta. Si te hace caso, ya has ganado a tu hermano. Si no te hace
caso, llama a una o dos personas más, para que toda acusación se base en el
testimonio de dos o tres testigos. Si tampoco les hace caso a ellos, díselo a
la congregación; y si tampoco hace caso a la congregación, entonces habrás de
considerarlo como un pagano o como uno de esos que cobran impuestos para Roma”.
Se trata de todo
un plan de acción ante las agresiones que podemos sufrir. La invitación es a
conversar con el que nos hace daño y tratar de ayudarlo a caer en la cuenta de
su error; si no hiciera caso a nuestro reclamo, Jesús invita a buscar a otros
que apoyen nuestra solicitud de cambio... Y si esto tampoco tuviera efecto
positivo, pues habría que comentarlo con toda la comunidad. Pero queda aún una
última alternativa: “habrás de considerarlo como un pagano o como uno de esos
que cobran impuestos para Roma”.
A simple vista,
esto podría significar desprecio, rechazo total, renuncia a buscar su
transformación; sin embargo, el modo como Jesús trató a los ‘paganos’ y a los
‘publicanos’, hace pensar que la invitación es a tener con ellos una paciencia
aún mayor y una delicadeza extrema. ¿Cuál nuestra actitud ante las ofensas o
daños que recibimos de los demás? ¿De verdad nos hemos dejado impregnar por las
actitudes de Jesús? Tal vez la creatividad de la señora de la historia con la
que comenzamos pueda ayudarnos a buscar alternativas más evangélicas ante el
dolor que los otros nos pueden causar.
Un saludo cordial.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Decano Académico
Facultad de Teología
Pontificia Universidad Javeriana
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