Domingo XVIII
Ordinario – Ciclo A (Mateo 14,13-21) – 3 de agosto de 2014
Anthony de Mello, cuenta en su libro, El
Canto del Pájaro, la historia de un hombre que paseando por el bosque vio
un zorro que había perdido sus patas; el hombre se preguntaba cómo podría
sobrevivir el pobre zorro mutilado. Entonces vio llegar a un tigre que llevaba
una presa en su boca. El tigre ya se había hartado y dejó el resto de la carne
para el zorro. Al día siguiente Dios volvió a alimentar al zorro por medio del
mismo tigre. De modo que el hombre quedó maravillado de la inmensa bondad de
Dios y se dijo: «Voy a quedarme en un rincón, confiando plenamente en el Señor,
y éste me dará cuanto necesito». Así lo hizo durante varios días; pero no
sucedía nada y el pobre hombre estaba casi a las puertas de la muerte cuando
oyó una Voz que le decía: «¡Oh tú, que te hallas en la senda del error, abre
tus ojos a la Verdad! Sigue el ejemplo del tigre y deja ya de imitar al pobre
zorro mutilado».
Es frecuente
que, cuando nos encontramos con situaciones dolorosas, reaccionemos ante Dios
pidiéndole que haga algo por nosotros, que nos ayude a solucionar nuestros
problemas. Y, ciertamente, Dios hace algo, pero nos invita a colaborar con él
en su obra. Cuánta gente, cuando constata las miserias y sufrimientos de
nuestros pueblos, no le reclama de Dios una respuesta frente a tanto dolor. La
pregunta que muchas veces asoma a nuestros labios es: “¿Por qué permites estas
cosas? ¿Por qué no haces nada?” La respuesta que nos da Dios es: “Ciertamente
que he hecho algo. Te he hecho a ti”.
El texto
evangélico de este domingo nos presenta la reacción de Jesús ante el asesinato
de Juan el Bautista. “Cuando Jesús recibió la noticia, se fue de allí él solo,
en una barca, a un lugar apartado. Pero la gente lo supo y salió de los pueblos
para seguirlo por tierra. Al bajar Jesús de la barca, vio la multitud; sintió
compasión de ellos y sanó a los enfermos que llevaban”. Jesús no se deja aplastar por
su dolor ante el crimen que había acabado de cometer Herodes contra su amigo,
el profeta Juan. Siente compasión y no pude cerrar los ojos ante el sufrimiento
de aquellos que lo siguen hasta ese lugar apartado.
Los discípulos,
viendo que se hacía tarde, y que la gente no tenía dónde encontrar comida, le
sugieren a Jesús que los despida para que vayan a las aldeas a
comprar comida. Pero Jesús les dice: “No es necesario que se vayan; denles
ustedes de comer”. La reacción de sorpresa no se deja esperar: “No tenemos aquí
más que cinco panes y dos pescados”. Esto no alcanzará para alimentar a tantos.
Jesús, entonces, toma los pocos panes y peces, manda que la multitud se siente
sobre la hierba y “mirando al cielo, pronunció la bendición y partió los panes,
los dio a los discípulos y ellos los repartieron entre la gente”. Jesús parte y
los discípulos re-parten lo poco que tenían con una multitud.
Y “todos comieron hasta quedar satisfechos”. No podemos seguir imitando al
zorro mutilado. Tenemos que imitar más bien al tigre, que alimenta todos los
días al que no puede buscar su alimento. Sólo así seremos discípulos de Aquel
que no evadía el hambre de su pueblo, sino que partía y repartía con ellos todo
lo que tenía.
Un saludo cordial.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Decano Académico
Facultad de Teología
Pontificia Universidad Javeriana
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