Domingo XXII
Ordinario – Ciclo A (Mateo 16, 21-27) – 31 de agosto de 2014
¿Quién no quiere realizarse como
persona? ¿Quién no busca, por todos los medios, su plenitud? ¿Quién no aspira a
ser feliz? El carbón o el estaño, el naranjo o la margarita, la vaca o el
ciervo, no necesitan preocuparse por su realización; están programados para
cumplir su meta. Si encuentran las condiciones necesarias, serán lo que tienen
que ser y ya está... Pero nosotros... Nosotros somos otro cuento… La
realización no nos llega automáticamente, sino que tenemos que construirla paso
a paso, escalón tras escalón. El camino de los hombres y las mujeres ‘se hace
al andar’, decía el poeta andaluz y cantaba el juglar catalán… no encontramos
hecho el camino, lo tenemos que hacer.
Pero, ¿cuál es
el camino que nos lleva a desplegar todas nuestras potencialidades? ¿Cómo
llegar a ser auténticamente humanos? ¿Cómo llegar a ser plenamente felices? La
familia, con muy buenas intenciones, pero no siempre de manera acertada, nos
advierte sobre las ventajas y los peligros de una u otra opción profesional,
matrimonial, existencial... Los amigos y amigas nos aconsejan, muchas veces de
acuerdo a su propia experiencia, por dónde debemos seguir... La sociedad, a
través de los medios de comunicación y la publicidad, nos señala senderos de
plenitud y felicidad, que terminan siendo sólo realidad de novela o alegrías de
cartón... Todos quieren ayudarnos a encontrar el secreto de la
felicidad.
Sin embargo, a
casi nadie se le ocurre decirnos que para encontrar la vida, tenemos que
perderla. ¡Qué locura! ¡Cómo se te ocurre! ¡Estás loco! Como Pedro, cuando escuchó
a Jesús diciendo que “tendría que ir a Jerusalén, y que los ancianos, los jefes
de los sacerdotes y los maestros de la ley lo harían sufrir mucho”, nuestros
seres queridos, nuestros amigos, la sociedad entera nos lleva aparte y nos
reprende: “¡Dios no lo quiera (...)! ¡Esto no puede pasar!”
La reacción de
Jesús es tal vez la expresión más fuerte que haya dirigido a ningún ser humano;
a los fariseos los llamó “raza de víboras”; a los escribas les dijo “sepulcros
blanqueados”; a Pedro le dice: “¡Apártate de mí Satanás, pues eres un tropiezo
para mí! Tu no ves las cosas como las ve Dios, sino como las ven los hombres”.
Poco antes Lo había llamado dichoso (...) porque esto no lo conociste por
medios humanos, sino porque te lo reveló mi Padre que está en el cielo”.
El camino de la
felicidad es el despojo de nosotros mismos y de nuestras seguridades: “Si
alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y
sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda la
vida por causa mía, la encontrará. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo
entero, si pierde la vida?”
¿En qué
dirección va la búsqueda de nuestra plenitud? ¿Hacia dónde caminamos cuando
aspiramos a realizarnos en la vida? ¿Dónde buscamos la felicidad? Este camino
que nos señala el Señor es el único que nos podrá llevar al desarrollo pleno de
todas nuestras potencialidades. A los otros planes y proyectos, habrá que
decirles con sencillez, pero con decisión: “¡Apártate de mi Satanás!”
Saludo cordial.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Decano Académico
Facultad de Teología
Pontificia Universidad Javeriana
No hay comentarios:
Publicar un comentario