Santos Pedro y Pablo Apóstoles –
Ciclo A (Mateo 16, 13-19) 29 de junio de 2014
Muy
cerca de una casa donde viví, en los cerros centro orientales de Bogotá, había
un aviso inmenso, colocado por la Oficina para la Prevención de Desastres de la
Alcaldía menor de Santafé, que decía: “No compre ni construya en terrenos
de alto riesgo”. La necesidad, ha hecho que la gente construya sus
casas, casi colgadas de los barrancos, como el pueblo blanco al que le canta
Serrat. Cuando llegan las lluvias, estos terrenos se desploman con el peso de
las casas. Como lo advertía Jesús al hablar del que escucha sus palabras y no
las pone en práctica: “es como un tonto que construyó su casa sobre la arena.
Vino la lluvia, crecieron los ríos, soplaron los vientos y la casa se vino
abajo. ¡Fue un gran desastre!” (Mateo 8, 26-27). Todos los años, en épocas de inviernos
tropicales, vemos en la televisión y sabemos por los periódicos, de muchas
familias que han perdido todo porque sus casas, muchas de ellas colgadas de los
cerros en los alrededores de las grandes ciudades, se derrumban por la falta de
un cimiento suficientemente sólido.
Esta
experiencia cotidiana nos remite, en la fiesta de san Pedro y san Pablo, a
reconocer el acierto de Jesús al dejar su Iglesia fundamentada sobre la roca
firme de Pedro. Firme en su fe, firme en su esperanza y firme en su amor. Pedro
fue probado y confirmado por el Señor. Como bien lo recuerda el evangelio de
hoy, Pedro no se limita a repetir lo que “dice la gente”, sino que reconoce a
Jesús como “el Mesías, el Hijo del Dios viviente”.
Henri Nouwen, en su
libro, La voz interior del amor, presenta un texto que titula: “Vuelve
siempre a la roca firme”, en la que invita al lector, a tener como
fundamento de su vida, el amor incondicional del Señor: “Debes creer en el sí que
te llega cuando preguntas: «¿Me amas?». Debes escoger ese sí
aunque no lo experimentes. Te sientes abrumado por las distracciones, por las
fantasías, por los deseos turbadores de lanzarte a los placeres del mundo. Pero
ya sabes que ahí no vas a encontrar una respuesta a tu pregunta más profunda.
Esa respuesta no está en revolver hechos pasados, en la vergüenza o en el
sentimiento de culpabilidad. Todo eso hace que te disperses y abandones la roca
firme en la que está construida tu casa. Tienes que confiar en el lugar firme
en el que puedes decir sí al amor de Dios, aun sin sentirlo. En este momento no
sientes más que vacío y falta de fuerzas para elegir. Pero sigue diciendo:
«Dios me ama, y el amor de Dios me basta». Tienes que escoger la roca firme de
nuevo y volver a ella después de cada caída”.
Este fue el secreto de Pedro. Después de la negación, se sintió mirado
por el Señor, como lo recuerda san Lucas en su Evangelio: “En ese mismo
momento, mientras Pedro aún estaba hablando, cantó un gallo. Entonces el Señor
se volvió y miró a Pedro, y Pedro se acordó de que el Señor le había dicho:
«Hoy, antes de que el gallo cante, me negarás tres veces». Y salió Pedro de
allí y lloró amargamente” (Lucas 22, 60-62). Lo que percibió Pedro en la mirada
de Jesús no fue un reproche ni un reclamo, sino un «te quiero», que desarma y
envía; que confirma y da seguridad. Por esto, si confiamos como Pedro, en ese
«Dios me ama, y el amor de Dios me basta», edificaremos sobre la piedra que
el Señor quiso dejar como fundamento de su Iglesia, y dejaremos de construir y
comprar en terrenos de alto riesgo.
Un saludo cordial.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Decano Académico
Facultad de Teología
Pontificia Universidad Javeriana
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