Cuarto Domingo de Pascua – Ciclo A
(Juan 10, 1-10) 11 de mayo de 2014
Hace varios
años, a las afueras de Villa Carrillo, un pequeño pueblo de la provincia de
Jaén, en España, conocí a Francisco, un pastor que cuidaba un rebaño de unas
400 ovejas y algunas cabras que, efectivamente, están más locas que las
ovejas... Pasé todo un día caminando con Francisco por valles y collados,
pastoreando su rebaño. Fue un día lleno de novedad y enseñanzas para mi;
conocer de cerca la vida de un pastor, ver cómo conoce a sus ovejas y
como las ovejas lo conocen a él; cuando se iban alejando demasiado
del rebaño, Francisco les gritaba y todas, reconociendo su voz, volvían la
cabeza y regresaban, mansamente, hacia el pastor. Fue un día maravilloso de
contemplación de la naturaleza y de esa hermosa relación entre el pastor que
guía a sus ovejas hacia fuentes tranquilas, y las conduce por verdes
praderas, donde las hace recostar... Al caer la tarde me tocó
ser testigo de la forma como las ovejas y las cabras, con una sumisión
admirable, entraban, casi saltando de la dicha, al corral para pasar una noche
tranquila y segura bajo el amparo del buen pastor. Evidentemente, las ovejas
entran por una puerta, y las cabras por otra...
San Juan
suele poner en boca de Jesús expresiones como: Yo soy la
luz del mundo, yo soy el pan de vida, yo
soy la vid verdadera, yo soy la
resurrección y la vida, yo soy el camino, la verdad y la
vida. Todas son expresiones que nos ayudan a entender la misión de Jesús como
fuente de vida, y de una vida abundante. Sin embargo, casi nunca consideramos
la identificación de Jesús con una puerta: La expresión, Yo soy la
puerta, aparece dos veces en este evangelio: “Jesús volvió a decirles:
‘Esto les aseguro: Yo soy la puerta por donde pasan las ovejas. Todos los que
vinieron antes de mí, fueron unos ladrones y bandidos; pero las ovejas no les
hicieron caso. Yo soy la puerta: el que por mí entre, será salvo. Será como una
oveja que entra y sale y encuentra pastos”.
Una puerta,
como lo dice el mismo Jesús, sirve para entrar y salir... Hay un dicho popular
que dice: “Si puerta, para qué abierta; y si abierta, para qué puerta”; sin
embargo, la puerta tiene sentido en la medida en que permanezca abierta y
cerrada; no tendría sentido una puerta que esté siempre cerrada, o una puerta
que esté siempre abierta... Dejar entrar y dejar salir, es el sentido más
profundo de la puerta... Tengo un compañero jesuita que, por principio, siempre
tiene la puerta de su cuarto abierta de par en par; ha llegado incluso a
molestar a sus vecinos por el ruido que genera con su música o cuando habla por
teléfono. Hay otras personas que siempre están con su puerta cerrada y, no
raras veces, hasta con seguro. ¿Cómo está tu puerta? ¿Permites a otros entrar y
salir por tu puerta? ¿Estás tan abierto que no tienes espacio para tu propia
intimidad y para permitir la intimidad de los demás? ¿Vives bajo llave, encerrado
frente a lo distinto, frente a los otros?
Benjamín
González Buelta, comienza una de sus poesías con estas palabras: “No quiero que
mi casa sea de una sola puerta, entrada sin salida, como una trampa...”. Si
quieres tener vida, y vida en abundancia, deja que otros entren y salgan por tu
puerta y busca entrar por la Puerta que es Jesús, saltando de la dicha, como
las ovejas y las cabras de Francisco, el pastor de Villa Carrillo.
Un saludo cordial.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Decano Académico
Facultad de Teología
Pontificia Universidad Javeriana
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