Tercer Domingo de Pascua – Ciclo A
(Lucas 24, 13-35) 4 de mayo de 2014
Cuando
llegamos a nuestra habitación o a nuestra casa, ya caída la noche, cansados por
las labores del día, casi sin darnos cuenta, mecánicamente, dirigimos nuestra
mano hasta el interruptor que está junto a la puerta. Lo oprimimos y se
desencadenan una serie de órdenes que hacen que los dos polos de la corriente
eléctrica se unan a través de un filamento para producir el milagro de la luz.
Este es, exactamente, el mecanismo que se produce en la vida espiritual cuando
dejamos que entren en contacto dos realidades que están a la mano en nuestra
cotidianidad: la Vida y la Palabra; cuando se unen la Vida y la Palabra, se
produce, casi milagrosamente, la luz en nuestro interior. Eso que parecía
oscuro, al fondo del túnel de la desesperanza, se ilumina y hace que nuestro
corazón arda al calor del encuentro con el Resucitado. Te invito a que mires tu
realidad, alegre o trágica; mírala en toda su verdad, sin decirte mentiras ni
pretender maquillarla para que aparezca más bonita y presentable ante tus ojos.
Mira tu realidad de frente, sin engaños ni apariencias. Deja que surjan, ante
esta realidad, tus sentimientos, tus emociones, tus pensamientos... Puedes
responder preguntas como: ¿Qué ha pasado hoy en tu vida? ¿Qué te duele? ¿Qué te
aflige? ¿Dónde sientes que te está tallando el zapato?
En un segundo
momento, busca en la Escritura un texto que te ayude a entender los planes de
Dios para ti y para toda la creación. Hay gente que abre la Biblia, sin muchos
cálculos, en la página que sea y lee algunos párrafos. Cuentan que así lo
hacían san Antonio Abad o san Francisco de Asís, para descubrir lo que Dios les
pedía en un momento determinado de sus vidas. Sin embargo, si conoces la
Escritura y estás familiarizado con ella, te vendrán a la memoria unas palabras
de Jesús o de san Pablo... Recordarás, desde lo que estés viviendo, un pasaje
bíblico en el que descubras un alimento especial, de acuerdo a tus
circunstancias. Puedes estar seguro de que, poco a poco, casi sin darte cuenta,
casi milagrosamente, comenzarás a sentir que te arde el corazón, y lo que
parecía oscuro, empezará a aparecer luminoso y claro. A lo mejor salten en tu
interior expresiones parecidas a estas: ¡Cómo no me había dado cuenta, si está
tan claro! ¿Por qué no veía las salidas si estaban delante de mis narices?
Esto es lo que
nos regala san Lucas en el texto de los discípulos de Emaús. Jesús resucitado
camina junto a los discípulos que van apesadumbrados por la dura realidad de la
muerte del Señor; comienza por preguntarles por lo que van conversando y por lo
que les ha sucedido. Pero no los deja allí; les habla de lo que Moisés y los
Profetas habían dicho sobre el Mesías. Y, poco a poco, comienzan a percibir el
ardor en sus corazones y la luz en sus caminos... Esta experiencia espiritual
los pone en movimiento, los lanza a construir la comunidad a través de su
palabra y su testimonio; aun en medio de la noche, que ya ha caído, los
discípulos salen hacia Jerusalén a llevar la Buena Noticia de su encuentro con
el Señor resucitado que los anima y consuela con su presencia.
Cuando te
sientas cansado y en medio de la oscuridad, no dudes en oprimir el interruptor
que está junto a la puerta de tu corazón, para desencadenar el milagro de la
luz en tu propio interior, que nace del contacto de la Vida con la Palabra;
sólo así, podrás llevar a la Comunidad la Buena Noticia de la resurrección del
Señor en tu propia vida.
Un saludo cordial.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
No hay comentarios:
Publicar un comentario