Sexto Domingo de Pascua – Ciclo A
(Juan 14, 15-21) 25 de mayo de 2014
Hace ya unos años, leí en un periódico colombiano
un mini cuento que se llamaba Un minuto de silencio y decía:
“Antes del encuentro de fútbol –graderías llenas, grandes manchas humanas de
colores movedizos– se pidió un minuto de silencio por cada uno de los
asesinados. El país permaneció 50 años en silencio".
En un editorial de la revista Theologica Xaveriana
(Enero-Marzo de 2002), titulada «Ni guerra santa, ni justicia infinita»,
se incluyó la declaración que hizo pública la Facultad de Teología de la
Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, con motivo del “vil asesinato de
Monseñor Isaías Duarte Cancino”, Arzobispo de Cali, asesinado por sus críticas
a una sociedad narcotizada y arrodillada ante el poder de los violentos. En uno
de sus apartes, esta declaración decía: “Y en medio del silencio en el que nos
deja la consternación frente a este magnicidio, creemos que es insoslayable
preguntarnos en profundidad por las complejas causas no sólo de este homicidio
sino el de tantas colombianas y colombianos que mueren de similar forma todos
los días y que ya suman la aterradora cifra de 250.000 en los últimos diez
años”… han pasado 12 años desde esta declaración… y el número de los muertos ha
seguido aumentando.
Cuando leí esta cifra me pregunté cuántas personas
están heridas por la muerte violenta de un ser querido en este país... Cada
muerto ha dejado una familia entera herida... padres, madres, hermanos
hermanas, hijos, hijas... ¿Cuántos huérfanos ha dejado esta guerra fratricida?
¿Cuántos huérfanos ha dejado la guerra entre palestinos e israelitas? ¿Cuántos
huérfanos han dejado las guerras y la violencia en este mundo? ¿Cuántos
huérfanos más necesitamos para detener esta espiral de violencia que nos
absorbe sin compasión?
“Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos. Y
yo le pediré al Padre que les mande otro Defensor, el Espíritu de la verdad,
para que esté siempre con ustedes. Los que son del mundo no lo pueden recibir,
porque no lo ven ni lo conocen; pero ustedes lo conocen, porque él permanece
con ustedes y estará en ustedes. No los voy a dejar huérfanos; volveré para
estar con ustedes”, es lo que nos dice Jesús este domingo.
En la Escritura, los huérfanos casi siempre
aparecen junto a las viudas y a los forasteros... El Deuteronomio y los
Profetas invitan, de una y otra forma, a hacer justicia a los huérfanos, a las
viudas y a los forasteros. Hoy también el Señor nos está pidiendo a gritos, que
hagamos justicia a tantos huérfanos que deja el conflicto armado; a las viudas
y a los desplazados que tienen que abandonar su tierra para proteger la propia
vida y la de sus seres queridos.
El Señor nos envía un Defensor y promete que no nos
dejará huérfanos cuando se vaya; esta promesa de Jesús nos compromete a hacer
lo mismo hoy para aquellos que sufren con las consecuencias de la guerra;
tenemos que ser defensores del huérfano, de la viuda y del forastero. Que el
Espíritu de la verdad nos impulse a colaborar en la construcción de un país en
el que no tengamos que permanecer cincuenta años en silencio...
Un saludo cordial.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Decano Académico
Facultad de Teología
Pontificia Universidad Javeriana
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