“No tengan miedo a los que pueden darles muerte”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
San Hilario de Poitiers vivió en el Siglo IV, en la
época del emperador Constancio, hijo de Constantino. La Iglesia atravesaba una
etapa de expansión y estrenaba legitimidad, habiendo sido declarada, ya no sólo
religión permitida, sino Religión oficial del Imperio. Aparentemente, se
trataba de un momento bueno y deseable; sin embargo, después
tantas persecuciones y martirios, durante los primeros siglos, los cristianos
habían comenzado a tener un estilo de vida mediocre y cada vez más instalado,
en una Iglesia que se iba haciendo rica y poderosa. En estas circunstancias, San
Hilario escribe unas palabras que me vinieron a la memoria al leer el texto del
Evangelio de Mateo que nos propone la liturgia para el domingo XII del tiempo
ordinario, en este ciclo A:
"¡Oh Dios todopoderoso, ojalá me hubieses concedido vivir en los tiempos
de Nerón o de Decio...! Por la misericordia de Nuestro Señor Jesucristo, tu
Hijo, yo no habría tenido miedo a los tormentos (...). Me habría considerado
feliz al combatir contra tus enemigos declarados, ya que en tales casos no
habría duda alguna respecto a quienes incitarían a renegar... Pero ahora
tenemos que luchar contra un perseguidor insidioso, contra un enemigo engañoso,
contra el anticristo Constancio. Este nos apuñala por la espalda, pero nos
acaricia el vientre. No confisca nuestros bienes, dándonos así la vida, pero
nos enriquece para la muerte. No nos mete en la cárcel, pero nos honra en su palacio
para esclavizarnos. No desgarra nuestras carnes, pero destroza nuestra alma con
su oro. No nos amenaza públicamente con la hoguera, pero nos prepara sutilmente
para el fuego del infierno. No lucha, pues tiene miedo de ser vencido. Al
contrario, adula para poder reinar. Confiesa a Cristo para negarlo. Trabaja por
la unidad para sabotear la paz. Reprime las herejías para destruir a los
cristianos. Honra a los sacerdotes para que no haya Obispos. Construye iglesias
para demoler la fe. Por todas partes lleva tu nombre a flor de labios y en sus
discursos, pero hace absolutamente todo lo que puede para que nadie crea que Tú
eres Dios. (...) Tu genio sobrepasa al del diablo, con un triunfo nuevo e
inaudito: Consigues ser perseguidor sin hacer mártires” (Jesús Álvarez Gómez, Historia de la Vida Religiosa,
Publicaciones Claretianas, Madrid, Volumen I, 1987, 170).
Afortunadamente, hoy contamos con el testimonio de auténticos mártires
que no han querido someterse dócilmente a los embates de una sociedad que niega,
en la práctica, los principios más fundamentales del Evangelio del Señor. Hay
quienes han denunciado un orden injusto que aplastaba a las mayorías, como San Oscar
Arnulfo Romero, asesinado hace cuarenta años en El Salvador, mientras celebraba
la eucaristía; otros, como Monseñor Isaías Duarte Cancino, tuvieron el valor de
señalar el influjo de los dineros del narcotráfico en la elección de congresistas
en Colombia; y junto a ellos, muchos hombres y mujeres, fieles al Evangelio,
han estado dispuestos a morir antes que ceder frente a una sociedad que nos
quiere postrados por el silencio y la pasividad.
No se trata de buscar el martirio por el martirio; Luis Espinal,
jesuita catalán, asesinado en Bolivia por denunciar las injusticias de un
régimen totalitario, escribió poco antes de morir una oración que tituló: No
queremos mártires. Tampoco hoy queremos mártires. Pero tampoco queremos una
Iglesia que le tenga miedo a los que matan el cuerpo... Como bien lo afirma
Jesús, hay que tenerle miedo, “más bien al que puede darles muerte y también
puede destruirlos para siempre en el infierno”.
En
lugar de dejarnos cooptar por los halagos de una sociedad cada vez más opulenta
y suficiente, tenemos que ser testimonio vivo de una propuesta que,
efectivamente, contraste con lo que nos invita a vivir el orden establecido. De
lo contrario, como en la época de San Hilario, terminaremos siendo apuñalados
por la espalda, mientras nos acarician, delicadamente, el vientre.
Fuente:
http://www.religiondigital. org/encuentros_con_la_palabra/
SEGUIR A JESÚS SIN MIEDO
José Antonio Pagola -
El recuerdo de la ejecución de Jesús estaba todavía
muy reciente. Por las comunidades cristianas circulaban diversas versiones de
su pasión. Todos sabían que era peligroso seguir a alguien que había terminado
tan mal. Se recordaba una frase de Jesús: «El discípulo no está por encima de
su maestro». Si a él le han llamado Belcebú, ¿qué no dirán de sus seguidores?
Jesús no quería que sus discípulos se hicieran falsas
ilusiones. Nadie puede pretender seguirle de verdad sin compartir de alguna
manera su suerte. En algún momento alguien nos rechazará, maltratará, insultará
o condenará. ¿Qué hay que hacer?
La respuesta le sale a Jesús desde dentro: «No les
tengáis miedo». El miedo es malo. No ha de paralizar nunca a sus discípulos. No
han de callarse. No han de cesar de propagar su mensaje por ningún motivo.
Jesús les explica cómo han de situarse ante la
persecución. Con él ha comenzado ya la revelación de la Buena Noticia de Dios.
Deben confiar. Lo que todavía está «encubierto» y «escondido» a muchos, un día
quedará patente: se conocerá el Misterio de Dios, su amor al ser humano y su
proyecto de una vida más feliz para todos.
Los seguidores de Jesús están llamados a tomar parte
desde ahora en ese proceso de revelación: «Lo que yo os digo de noche, decidlo
en pleno día». Lo que les explica al anochecer, antes de retirarse a descansar,
lo tienen que comunicar sin miedo «en pleno día». «Lo que yo os digo al oído,
pregonadlo desde los tejados». Lo que les susurra al oído para que penetre bien
en su corazón, lo tienen que hacer público.
Jesús insiste en que no tengan miedo. «Quien se pone
de mi parte», nada ha de temer. El último juicio será para él una sorpresa
gozosa. El juez será «mi Padre del cielo», el que os ama sin fin. El defensor
seré yo mismo, que «me pondré de vuestra parte». ¿Quién puede infundirnos más
esperanza en medio de las pruebas?
Jesús imaginaba a sus seguidores como un grupo de
creyentes que saben «ponerse de su parte» sin miedo. ¿Por qué somos tan poco
libres para abrir nuevos caminos más fieles a Jesús? ¿Por qué no nos atrevemos
a plantear de manera sencilla, clara y concreta lo esencial del evangelio?
Fuente: http://www.gruposdejesus.com
EL MIEDO A UN
PELIGRO REAL PUEDE SALVARTE LA VIDA
Fray Marcos
El “no tengáis miedo”, que hoy hemos escuchado una y
otra vez en el evangelio, está encuadrado en el contexto de la misión. Jesús
acaba de decir a sus seguidores que les perseguirán, les encarcelarán, incluso
les matarán. Sin embargo, está claro que la advertencia podemos aplicarla a
todas las situaciones de miedo paralizante que podemos encontrar en la vida. No
solo porque Jesús dice lo mismo en otros contextos, sino porque así lo insinúan
las bellísimas imágenes de los gorriones y los cabellos.
Hay un miedo instintivo que es producto de la
evolución. Este es imprescindible para mantener la vida biológica de cualquier
ser vivo. Es un logro de la evolución y por lo tanto bueno. Su objeto primero
es defender la vida biológica; ya sea huyendo, sea liberando energía para
enfrentarse a la amenaza. Este miedo es natural y sería inútil luchar contra
él. Pero el hombre puede ser presa de un miedo aprendido racionalmente, que le
impide desplegar sus posibilidades de verdadera humanidad. Este es el que nos
traiciona y nos lleva a desatinos constantes porque nos paraliza y atenaza.
Este miedo artificial en lugar de defender, aniquila. Este miedo es contrario a
la fe-confianza.
¿Por qué tenemos miedo? Anhelamos lo que no podemos
conseguir y surge en nosotros el miedo de no alcanzarlo. No estamos seguros de
poder conservar lo que tenemos y surge el temor de perderlo. El miedo racional
es la consecuencia de nuestros apegos. Creemos ser lo que no somos y quedamos
enganchados a ese falso “yo”. No hemos descubierto lo que realmente somos y por
eso nos apegamos a una quimera inconsistente. Jesús dijo: “La verdad os hará
libres”. Los miedos, que no son fruto del instinto, son causados por la
ignorancia. Si conociéramos nuestro verdadero ser, no habría lugar para esos
miedos.
Si Jesús nos invita a no tener miedo, no es porque nos
prometa un camino de rosas. No se trata de confiar en que no me pasará nada
desagradable, o de que si algo malo sucede, alguien me sacará las castañas del
fuego. Se trata de una seguridad que permanece intacta en medio de las
dificultades y limitaciones, sabiendo que los contratiempos no pueden anular lo
que de verdad somos. Dios no es la garantía de que todo va a ir bien, sino la
seguridad de que Él estará ahí en todo caso. Cuando exigimos a Dios que me
libere de mis limitaciones, estoy demostrando que no me gusta lo que hizo.
La confianza no surge de un voluntarismo a toda
prueba, sino de un conocimiento cabal de lo que Dios es en nosotros. Aceptar
nuestras limitaciones y descubrir nuestras verdaderas posibilidades, es el
único camino para llegar a la total confianza. La confianza es la primera
consecuencia de salir de uno mismo y descubrir que mi fundamento no está de mí.
El hecho de que mi ser no dependa de mí, no es una pérdida, sino una ganancia,
porque depende de lo que es mucho más seguro que yo mismo. Mi pasado es Dios,
mi futuro es el mismo Dios; mi presente es Dios y no tengo nada que temer.
Hablar de la confianza en Dios, nos obliga a salir de
las falsas imágenes de Dios. Confiar en Dios es confiar en nuestro propio ser,
en la vida, en lo que somos de verdad. No se trata de confiar en un Ser que
está fuera de nosotros y que puede darnos, desde fuera, aquello que nosotros
anhelamos. Se trata de descubrir que Dios es el fundamento de mi propio ser y
que puedo estar tan seguro de mí mismo como Dios está seguro de sí. Por grande
que sea el motivo para temer, siempre será mayor el motivo para confiar.
Confiar en Dios no es esperar su intervención desde fuera para que rectifique
la creación. Confiar es descubrir que la creación es como tiene que ser y lo
que falla es mi percepción.
El miedo es utilizado por todo aquel que pretende
someter al otro. No solo es explotado por empresas que se dedican a vendernos
toda clase de seguros, sino también por las religiones, que explotan a sus
seguidores ofreciéndoles seguridades absolutas, después de haberles infundido
un miedo irracional a lo sagrado. Creo que todas las religiones han intentado
manipular la divinidad para ponerla al servicio de intereses egoístas. El miedo
es el instrumento más eficaz para dominar a los demás. Todas las autoridades,
civiles y religiosas, lo han utilizado siempre para conseguir el sometimiento de
sus súbditos.
En nuestra religión, el miedo ha tenido y sigue
teniendo una influencia nefasta. La misma jerarquía ha caído en la trampa de
potenciar y apuntalar ese miedo. La causa de que los dirigentes no se atrevan a
actualizar doctrinas, ritos y normas morales, es el miedo a perder el control
absoluto. La institución se ha dedicado a vender, muy baratas por cierto,
seguridades externas de todo tipo, y ahora su misma existencia depende de los
que sus adeptos sigan confiando en esas seguridades engañosas que les han
vendido. Han atribuido a Dios la misma estrategia que utilizamos los hombres
para domesticar a los animales: zanahoria o azúcar y si no funciona, palo,
fuego eterno.
Las religiones siguen necesitando un Dios que sea
todopoderoso, y que ese poder omnímodo lo ponga al servicio de sus intereses.
Pero Dios es nadapoderoso, porque todo su poder ya lo ha desplegado, mejor
dicho lo está desplegando constantemente, por lo tanto no puede en un momento
determinado actuar con un poder puntual. Por eso mismo, tenemos que confiar
totalmente en él, porque nada puede cambiar de su amor y compromiso con los
hombres. La causa de Dios es la causa del hombre. No nos engañemos, ponerse de
parte de Jesús es ponerse de parte del hombre. Dios no está desde fuera
manejando a capricho su creación. Está implicado en ella inextricablemente. Su
voluntad es inmutable. No es algo añadido a la creación, sino la misma
creación.
Si de verdad me creo que, vistas desde Dios, las
criaturas no se distinguen del creador, entonces surgirá en mí un sentimiento
de total seguridad, de total confianza en mí, en lo que soy y en lo que yo
significo para Dios. Lo mismo que descubriré lo que Dios significa para mí. Esta
experiencia no tiene nada que ver con lo que yo individualmente sea. La
confianza no es un regalo para los buenos, sino una necesidad de los que no lo
somos. Cuando confiamos porque nos creemos buenos, entramos en una dinámica
peligrosísima, porque no confiamos en Dios, sino en nosotros mismos y en
nuestras obras. Jesús nos invita a no tener miedo de nada ni de nadie. Ni de
las cosas, ni de Dios, ni siquiera de ti mismo. El miedo a no ser
suficientemente bueno es la tortura de los más religiosos.
Todos los miedos se resumen en el miedo a la muerte.
Si fuésemos capaces de perder el miedo a morir, seríamos capaces de vivir en
plenitud. Todo lo que tememos perder con la muerte, es lo que teníamos que
aprender a abandonar durante la vida. La muerte solo nos arrebata lo que hay en
nosotros de contingente, de individual, de terreno, de caduco, de egoísmo.
Temer la muerte es temer perder todo eso. Es un contrasentido intentar alcanzar
la plenitud y seguir temiendo la muerte. En el evangelio está hoy muy claro. Aunque
te quiten la vida, lo que te arrebatan es lo que no es esencial para ti.
Meditación
Si tienes miedos, no has hecho tuya la
salvación que Jesús te ofrece
Si sigues temiendo a Dios,
en vez de avanzar en tu liberación,
te has metido por un callejón oscuro y sin
salida.
No pienses que tienes que ser bueno para
salvarte.
Tienes que sentirte ya salvado para ser
bueno.
Fray Marcos
Fuente: http://feadulta.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario