Sexto Domingo de Pascua – Ciclo A (Juan 14, 15-21) 17 de mayo de 2020
“No los voy a dejar
huérfanos”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Hace ya unos años, leí en un periódico colombiano un mini cuento que se
llamaba Un minuto de silencio: “Antes del encuentro de fútbol
–graderías llenas, grandes manchas humanas de colores movedizos– se pidió un
minuto de silencio por cada uno de los asesinados. El país permaneció 50 años
en silencio".
En un editorial de la revista Theologica Xaveriana (Enero-Marzo de
2002), titulada «Ni guerra santa, ni justicia infinita», se incluyó la
declaración que hizo pública la Facultad de Teología de la Pontificia
Universidad Javeriana de Bogotá, con motivo del “vil asesinato de Monseñor
Isaías Duarte Cancino”, Arzobispo de Cali, asesinado por sus críticas a una
sociedad narcotizada y arrodillada ante el poder de los violentos. En uno de
sus apartes, esta declaración decía: “Y en medio del silencio en el que nos
deja la consternación frente a este magnicidio, creemos que es insoslayable
preguntarnos en profundidad por las complejas causas no sólo de este homicidio
sino el de tantas colombianas y colombianos que mueren de similar forma todos
los días y que ya suman la aterradora cifra de 250.000 en los últimos diez
años”… han pasado 15 años desde esta declaración… y el número de los muertos ha
seguido aumentando, a pesar de que se haya firmado un tratado de paz con uno de
los grupos guerrilleros y que la sociedad colombiana haya hecho un esfuerzo por
dirimir sus diferencias de una manera civilizada.
Cuando pensamos en la cantidad de personas desaparecidas o asesinadas,
debemos preguntarnos cuántas personas están heridas por la muerte violenta de
un ser querido en este país... Cada muerto ha dejado una familia entera
herida.... padres, madres, hermanos hermanas, hijos, hijas... ¿Cuántos
huérfanos ha dejado esta guerra fratricida? ¿Cuántos huérfanos ha dejado la
guerra entre palestinos e israelitas? ¿Cuántos huérfanos han dejado las guerras
y la violencia en este mundo? ¿Cuántos huérfanos más necesitamos para detener
esta espiral de violencia que nos absorbe sin compasión?
“Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos. Y yo le pediré al
Padre que les mande otro Defensor, el Espíritu de la verdad, para que esté
siempre con ustedes. Los que son del mundo no lo pueden recibir, porque no lo
ven ni lo conocen; pero ustedes lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará
en ustedes. No los voy a dejar huérfanos; volveré para estar con ustedes”, es
lo que nos dice Jesús este domingo.
En la Escritura, los huérfanos casi siempre aparecen junto a las viudas
y a los forasteros... El Deuteronomio y los Profetas invitan, de una y otra
forma, a hacer justicia a los huérfanos, a las viudas y a los forasteros. Hoy
también el Señor nos está pidiendo a gritos, que hagamos justicia a tantos
huérfanos que dejó el conflicto armado; a las viudas y a los desplazados que
tienen que abandonar su tierra para proteger la propia vida y la de sus seres
queridos. A las familias de los líderes sociales asesinados.
El Señor nos envía un Defensor y promete que no nos dejará huérfanos
cuando se vaya; esta promesa de Jesús nos compromete a hacer lo mismo hoy para
aquellos que sufren con las consecuencias de la guerra; tenemos que ser
defensores del huérfano, de la viuda y del forastero. Que el Espíritu de la
verdad nos impulse a colaborar en la construcción de un país en el que no
tengamos que permanecer cincuenta años en silencio...
Fuente: http://www.religiondigital. org/encuentros_con_la_palabra/
VIVIR EN LA VERDAD DE
JESÚS
José Antonio Pagola
No hay en la vida una experiencia tan misteriosa y sagrada como la
despedida del ser querido que se nos va más allá de la muerte. Por eso el
evangelio de Juan trata de recoger en la despedida última de Jesús su
testamento: lo que no han de olvidar nunca.
Una cosa es muy clara para el evangelista. El mundo no va a poder «ver»
ni «conocer» la verdad que se esconde en Jesús. Para muchos, Jesús habrá pasado
por este mundo como si nada hubiera ocurrido; no dejará rastro alguno en sus
vidas. Para ver a Jesús se necesitan unos ojos nuevos. Solo quienes lo amen
podrán experimentar que está vivo y hace vivir.
Jesús es la única persona que merece ser amada de manera absoluta. Quien
lo ama así no puede pensar en él como si perteneciera al pasado. Su vida no es
un recuerdo. El que ama a Jesús vive sus palabras, «guarda sus mandamientos»,
se va «llenando» de Jesús.
No es fácil expresar esta experiencia. El evangelista la llama el
«Espíritu de la verdad». Es una expresión muy acertada, pues Jesús se va
convirtiendo en una fuerza y una luz que nos hace «vivir en la verdad».
Cualquiera que sea el punto en que nos encontremos en la vida, acoger en
nosotros a Jesús nos lleva hacia la verdad.
Este «Espíritu de la verdad» no hay que confundirlo con una doctrina. No
se encuentra en los libros de los teólogos ni en los documentos del magisterio.
Según la promesa de Jesús, «vive con nosotros y está en nosotros». Lo
escuchamos en nuestro interior y resplandece en la vida de quien sigue los
pasos de Jesús de manera humilde, confiada y fiel.
El evangelista lo llama «Espíritu defensor», porque, ahora que Jesús no
está físicamente con nosotros, nos defiende de lo que nos podría separar de él.
Este Espíritu «está siempre con nosotros». Nadie lo puede asesinar, como a
Jesús. Seguirá siempre vivo en el mundo. Si lo acogemos en nuestra vida, no nos
sentiremos huérfanos y desamparados.
Tal vez la conversión que más necesitamos hoy los cristianos es ir
pasando de una adhesión verbal, rutinaria y poco real a Jesús hacia la
experiencia de vivir arraigados en su «Espíritu de la verdad».
Fuente: http://www.gruposdejesus.com
YO ESTOY CON MI
PADRE, VOSOTROS CONMIGO Y YO CON VOSOTROS
Fray Marcos
Se habla de la presencia de Dios, de Jesús y del Espíritu en la primera
comunidad. Se trata de hacer ver a los cristianos de finales del s. I, que no
estaban en inferioridad de condiciones con relación a los que habían conocido a
Jesús; por eso es tan importante este tema, también para nosotros hoy. Nos pone
ante la realidad de Jesús vivo que nos hace vivir a nosotros con la misma Vida
que él tenía antes y después de su muerte; y que ahora se manifiesta de una
manera nueva. Se trata de la misma Vida de Dios (Zoe). Esto explica que entre
en juego un nuevo protagonista: el Espíritu.
No debemos dejarnos confundir por la manera de formular estas ideas
sobre la relación de Jesús, Dios y el Espíritu por aquellos cristianos de
finales del s. I. No se trata de una relación con alguna entidad exterior al
ser humano. Tampoco se está hablando de tres realidades separadas, Dios, Jesús,
Espíritu. Si uno se fija bien en el lenguaje, descubrirá que se habla de la
misma realidad con nombres distintos. Una y otra vez insisten los textos en la
identidad de los tres. Después de morir, el Jesús que vivió en Galilea, se
identificó absolutamente con Dios que es Espíritu. Ahora los tres son
indistinguibles.
Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Mandamientos que en el
capítulo anterior quedaron reducidos a uno solo: amar. Quien no ama a los demás
no puede amar a Jesús, ni a Dios. Los mandamientos son exigencia del amor. Las
“exigencias” no son obligaciones impuestas desde fuera sino la exigencia que
viene del interior y que se debe manifestar en cada circunstancia concreta.
Para Jn, “el pecado del mundo” era la opresión, que se manifiesta en toda clase
de injusticias. El “amor” es también único, que se despliega en toda clase de
solidaridad y entrega a los demás.
Yo pediré al Padre que os mande otro defensor que esté con vosotros
siempre. Cuando Jesús dice que el Padre mandará otro defensor, no está hablando
de una realidad distinta de lo que él es o de lo que es Dios. Está hablando de
una nueva manera de experimentar el amor, que será mucho más cercana y efectiva
que su presencia física durante la vida terrena. Primero dice que mandará al
Espíritu, después que él volverá para estar con ellos, y por fin que el Padre y
él vendrán y se quedarán. Esto significa que se trata de una realidad múltiple
y a la vez única: Dios.
“Defensor” (paraklêtos)=el que ayuda en cualquier circunstancia;
abogado, defensor cuando se trata de un juicio. Se trata de una expresión
metafórica. La defensa a la que se refiere, no va a venir de otra entidad, sino
que será la fuerza de Dios-Espíritu que actuará desde dentro de cada uno. Tiene
un doble papel: interpretar el mensaje de Jesús y dar seguridad y guiar a los
discípulos. El Espíritu será otro valedor. Mientras estaba con ellos, era el
mismo Jesús quien les defendía. Cuando él se vaya, será el Espíritu el único
defensor, pero será mucho más eficaz, porque defenderá desde dentro.
“El Espíritu de la verdad”. La ambivalencia del término griego
(alêtheia) = verdad y lealtad, pone la verdad en conexión con la fidelidad, es
decir con el amor. “De la verdad” es genitivo epexegético; quiere decir, El
Espíritu que es la verdad. Jesús acaba de decir que él era la verdad. “El
mundo” es aquí el orden injusto que profesa la mentira, la falsedad. El mundo
propone como valor lo que merma o suprime la Vida del hombre. Lo contrario de
Dios. Los discípulos tienen ya experiencia del Espíritu, pero será mucho mayor
cuando esté en ellos como único principio dinámico interno.
No os voy a dejar desamparados. En griego órfanoús=huérfanos se usa
muchas veces en sentido figurado. En 13,33 había dicho Jesús: hijitos míos. En
el AT el huérfano era prototipo de aquel con quien se pueden cometer
impunemente toda clase de injusticias. Jesús no va a dejar a los suyos
indefensos ante el poder del mal. Pero esa fuerza no se manifestará eliminando
al enemigo sino fortaleciendo al que sufre la agresión, de tal forma que la
supere sin que le afecte lo más mínimo.
El mundo dejará de verme; vosotros, en cambio, me veréis, porque yo
tengo vida y también vosotros la tendréis. La profundidad del mensaje puede
dejarnos en lo superficial de la letra. “Dejará de verme” y “me veréis”, no
hace referencia a la visión física. No se trata de verlo resucitado, sino de
descubrir que sigue dándoles Vida. Esta idea es clave para entender bien la
resurrección. El mundo dejará de verlo, porque solo es capaz de verlo
corporalmente. Ellos, que durante la vida terrena lo habían visto como el
mundo, externamente, ahora serán capaces de verlo de una manera nueva.
Aquel día experimentaréis que yo estoy identificado con mi Padre,
vosotros conmigo y yo con vosotros. Al participar de la misma Vida de Dios, de
la que él mismo Jesús participa, experimentarán la unidad con Jesús y con Dios.
Es el sentido más profundo del amor (ágape). Ya no hay sujeto que ama ni objeto
amado. Es una experiencia de unidad e identificación tan viva, que nadie podrá
arrancársela. Es una comunión de ser absoluta entre Dios y el hombre. Por eso,
al amar ellos, es el mismo Dios quien ama. El amor-Dios se manifiesta en ellos
como se manifestó en Jesús.
“El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; a quien me ama
le amará mi Padre y le amaré yo y yo mismo me manifestaré a él”. Su mensaje es
el del amor al hombre y no el del sometimiento. La presencia de Jesús y Dios se
experimenta como una cercanía interior, no externa. En (14,2) Jesús iba a
preparar sitio a los suyos en el “hogar”, familia del Padre. Aquí son el Padre
y Jesús los que vienen a vivir con el discípulo. En el AT la presencia de Dios
se localizaba en un lugar, la tienda del encuentro o el templo, ahora cada
miembro de la comunidad será morada de Dios. No será solo una experiencia
interior; el amor manifestado hará visible esa presencia.
Un versículo después de lo que hemos leído dice: el que me ama cumplirá
mi mensaje y mi Padre le demostrará su amor: vendremos a él y permaneceremos
con él. Los discípulos tienen garantizada la presencia del Padre y la de Jesus.
Esa presencia no será puntual, sino continuada. Dios no tiene que venir de
ninguna parte porque está en nosotros antes de empezar a ser. Una vez más se
utiliza el verbo “permanecer” que expresa una actitud decidida de Dios. También
queda una vez más confirmada la identidad del Jesús con Dios, una vez que ha
terminado su trayectoria terrena.
Jesús vivió una identificación con Dios que no podemos expresar con
palabras. “Yo y el Padre somos uno.” A esa misma identificación estamos
llamados nosotros. Hacernos una cosa con Dios, que es espíritu y que no está en
nosotros como parte alícuota de un todo que soy yo, sino como fundamento de mi
ser, sin el cual nada puede haber de mí. Se deja de ser dos, pero no se pierde
la identidad de cada uno. Esa presencia de Dios en mí no altera para nada mi
individualidad. Yo soy totalmente humano y totalmente divino. El vivir esta
realidad es lo que constituye la plenitud del hombre.
Meditación
No nos empeñemos en meter en conceptos
lo indecible.
Solo la vivencia puede saciar el ansia
de conocer y amar.
Lo que te empeñas en buscar fuera, no
existe más que dentro.
El ojo ya no existe, ni hay nada que
mirar.
Vete al centro de ti y descubre tu
esencia.
Ese descubrimiento colmará tus anhelos.
Fray Marcos
Fuente: http://feadulta.com/
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