Domingo IV de Cuaresma – Ciclo A (Juan 9, 1-41) 22 de marzo de 2020
“Maestro, ¿por qué nació ciego este
hombre?”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
El diagnóstico que nos acaban de dar es fatal; la enfermedad apareció de
repente y no hubo tiempo de prevenirla. Fue un accidente horrible; nadie
esperaba que muriera tan joven. En el cruce de balas lo hirieron y quedó
parapléjico; le espera una vida entera de sufrimiento. Un joven de 18 años
sufre un infarto y después de una semana en coma, muere. La ecografía dice que
el niño va a nacer con una deficiencia grave; será una carga pesada de llevar
para toda la familia. Noticias como estas no se las desea uno a nadie. Pero
llegan muchas veces. Y siempre, sin avisar. El dolor en este mundo es muy
grande y toca, más tarde o más temprano, a nuestra puerta, y entra sin pedir
permiso.
“Cuando le pasan cosas malas a la gente buena” es el título de un
libro escrito por un rabino norteamericano que vio nacer a uno de sus hijos con
una penosa enfermedad, que lo acompañó hasta su muerte, a los catorce años;
murió sin saber por qué él y sus padres, habían tenido que sufrir tanto. Desde
luego, este libro no logra explicar del todo el origen del mal en el mundo,
pero sí nos ayuda a entender algunas de las situaciones que viven aquellas
personas que han sufrido injustamente. Es un buen intento por descurbrir el
sentido que tiene el dolor del inocente.
Los discípulos, viendo al ciego de nacimiento, le preguntan a Jesús:
“¿Por qué nació ciego este hombre? ¿Por el pecado de sus padres, o por su
propio pecado?”. Esta pregunta aparece siempre ante el dolor y el sufrimiento
del inocente. Buscamos la culpa en alguien. Buscamos alguna
explicación, algún sentido al dolor, porque no nos cabe en la cabeza que no
haya una causa que lo explique. Pero siempre, las
explicaciones y los razonamientos que hacemos se quedan cortos. El sufrimiento
desborda nuestros intentos por entenderlo y explicarlo. Eso ha pasado muchas
veces en medio de tragedias que no tienen explicación y sucesos que dejan al
descubierto nuestra propia contingencia.
La respuesta que da Jesús puede decirnos algo, aunque hay que reconocer
que el misterio sigue allí, sin aclararse plenamente: “Ni por su propio pecado
ni por el de sus padres; fue más bien para que en él se demuestre lo que Dios
puede hacer. Mientras es de día, tenemos que hacer el trabajo del que me envió;
pues viene la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en este mundo,
soy la luz del mundo”. ¿Qué culpa puede tener el niño al nacer? ¿Por qué iba a
cargar el niño con el pecado de sus padres? Sin embargo, esta es la explicación
que le damos muchas veces, al dolor. Necesitamos un chivo expiatorio y lo
buscamos en otros o en nosotros mismos. Tratamos de descubrir el origen del mal
en algún comportamiento nuestro.
El dolor y el sufrimiento no se pueden explicar. Tal vez lo peor que
podemos hacer es buscar culpables o culparnos a nosotros mismos. El dolor es
una pregunta que nos lanza la vida y que nos abre a lo que Dios puede hacer en
nosotros y, a través nuestro, en los demás. El Señor nos invita a ser una luz
para aquellos que transitan por el camino del dolor, como lo fue él para aquel
ciego que recuperó la vista después de bañarse en el estanque de Siloé.
“Después de haber dicho esto, Jesús escupió en el suelo, hizo con la saliva un
poco de lodo y se lo untó al ciego en los ojos. Luego le dijo: – Ve a lavarte
al estanque de Siloé (que significa ‘enviado’)”.
OJOS NUEVOS - José Antonio
Pagola
El relato del ciego de Siloé está estructurado desde la clave de un
fuerte contraste. Los fariseos creen saberlo todo. No dudan de nada. Imponen su
verdad. Llegan incluso a expulsar de la sinagoga al pobre ciego: «Nosotros
sabemos que a Moisés le habló Dios». «Sabemos que ese hombre que te ha curado
no guarda el sábado». «Sabemos que es pecador».
Por el contrario, el mendigo curado por Jesús no sabe nada. Solo cuenta
su experiencia a quien le quiera escuchar: «Solo sé que yo era ciego y ahora
veo». «Ese hombre me trabajó los ojos y empecé a ver». El relato concluye con
esta advertencia final de Jesús: «Yo he venido para que los que no ven, vean, y
los que ven, se queden ciegos».
A Jesús le da miedo una religión defendida por escribas seguros y
arrogantes, que manejan autoritariamente la Palabra de Dios para imponerla,
utilizarla como arma o incluso excomulgar a quienes sienten de manera
diferente. Teme a los doctores de la ley, más preocupados por «guardar el
sábado» que por «curar» a mendigos enfermos. Le parece una tragedia una
religión con «guías ciegos» y lo dice abiertamente: «Si un ciego guía a otro
ciego, los dos caerán al hoyo».
Teólogos, predicadores, catequistas y educadores, que pretendemos
«guiar» a otros sin tal vez habernos dejado iluminar nosotros mismos por Jesús,
¿no hemos de escuchar su interpelación? ¿Vamos a seguir repitiendo
incansablemente nuestras doctrinas sin vivir una experiencia personal de
encuentro con Jesús que nos abra los ojos y el corazón?
Nuestra Iglesia no necesita hoy predicadores que llenen las iglesias de
palabras, sino testigos que contagien, aunque sea de manera humilde, su pequeña
experiencia del evangelio. No necesitamos fanáticos que defiendan «verdades» de
manera autoritaria y con lenguaje vacío, tejido de tópicos y frases hechas.
Necesitamos creyentes de verdad, atentos a la vida y sensibles a los problemas
de la gente, buscadores de Dios capaces de escuchar y acompañar con respeto a
tantos hombres y mujeres que sufren, buscan y no aciertan a vivir de manera más
humana ni más creyente.
Fuente: http://www.gruposdejesus.com
LA LUZ ESTÁ YA EN TI, DEJA QUE TE
INUNDE Y DESBORDE
Fray Marcos
Todo el relato es simbólico, como la Samaritana del domingo pasado y la
resurrección de Lázaro del próximo. Se propone un proceso catecumenal que lleva
al hombre de las tinieblas a la luz; de la opresión a la libertad; de no ser
nada a ser plenamente hombre. Jesús acaba de decir: “Yo soy la luz del mundo”.
Lo repite y lo va a demostrar con hechos, dando la vista al ciego. Jesús no le
consulta, pero no suprime su libertad, le da la oportunidad, pero la decisión
queda en sus manos. Tendrá que ir a lavarse. Los demás personajes siguen en su
ceguera: fariseos, apóstoles, paisanos, padres.
Al mezclar la tierra con su saliva está simbolizando la creación del
hombre nuevo, compuesto por la tierra-carne y la saliva-Espíritu. De ahí la
frase que sigue: le untó su barro en los ojos. El barro, modelado por el Espíritu,
es el proyecto de Dios realizado ya en Jesús, y con posibilidad de realizarse
en todos los seres humanos. Jn usa dos verbos para indicar la aplicación del
barro en los ojos: aquí untar-ungir, en relación con el apelativo de Jesús
"Mesías". Más adelante dirá sencillamente aplicar.
Aquí está la clave de todo el relato. El ciego es ahora un “ungido”,
como Jesús. El hombre carnal ha sido transformado por el Espíritu. La duda de
la gente sobre la identidad del ciego refleja la novedad que produce el
Espíritu. Siendo el mismo, es otro. El hombre ciego ya era libre pero no lo
había descubierto todavía. De ahí que el ciego utilice las mismas palabras que
tantas veces, en Jn, utiliza Jesús para identificarse: "Soy yo". Esta
fórmula refleja la identidad del hombre transformado por el Espíritu. Descubre
la transformación que se ha operado en su persona y quiere que los demás la
vean.
El ciego, que hasta entonces era solo carne, se dejó transformar por el
Espíritu. Debemos tomar conciencia de que el relato no da ninguna importancia
al hecho de la curación física. Lo despacha con media línea. Lo que de verdad
importa es que este hombre estaba limitado y carecía de toda libertad antes de
encontrarse con Jesús. Su vida era anodina y dependiente de los demás. Ahora
está llena de sentido. Pierde todo miedo y comienza a ser él mismo, no solo en
su interior sino ante los fariseos que le acosan.
La piscina de Siloé estaba fuera de los muros de la ciudad. Recogía el
agua de la fuente de Guijón que llegaba a ella conducida por un canal-túnel (de
ahí el nombre arameo de "siloah"=emisión-envío, agua
emitida-enviada). Jn aplica el nombre a Jesús, el enviado. La doble mención de
untar-ungir y la de la piscina, término que era utilizado para designar la
fuente bautismal, nos muestra que se está construyendo este relato a partir de
los ritos de iniciación (bautismo) de la primera comunidad.
Al principio del relato no se había mencionado que era mendigo,
incapacitado y dependiente de los demás. El punto de partida es clave para
resaltar el punto de llegada. Jesús le va a dar la independencia. Le hace un
hombre cabal. Tampoco se había mencionado que era sábado. Jesús no tiene en
cuenta esa circunstancia a la hora de hacer bien al hombre. Amasar barro estaba
explícitamente prohibido por la Ley. El amasar el barro el día séptimo,
prolonga el día sexto de la creación. Jesús termina la creación del hombre.
A los fariseos no les importa que un hombre haya sido curado. No se
alegran del bien del hombre. Solo les interesa la Ley y creen que a Dios
tampoco le importa el hombre. Acuden a los padres para desvirtuar el hecho que
no pueden negar. Los padres son gente sometida, en tinieblas. La pregunta es
triple: ¿Es vuestro hijo? ¿Nació ciego? ¿Cómo recobró la vista? Los padres
responden a las dos primeras preguntas, pero a la tercera, la más importante,
no se atreven a responder. El miedo les impide aceptar cualquier complicidad
con el hecho. Tienen miedo de ser expulsados de la institución.
Al fallarles la argucia empleada con los padres, intentan confundir al
ciego. Quieren, por todos los medios, conseguir la lealtad del ciego aún en
contra de la evidencia. Condenan a Jesús en nombre de la moral oficial y
pretenden que le condene también el que ha sido curado. Ellos lo tienen claro,
Dios no puede estar de parte del que no cumple la Ley. Dios no puede actuar
contra el precepto ni siquiera en benefició del hombre. Quieren hacerle ver que
la vista de que ahora goza es contraria a la voluntad de Dios.
El ciego no tiene miedo. Expresa lo que piensa ante los jefes. A las
teorías opone los hechos. Puede que se haya quebrantado la Ley, pero lo que ha
sucedido es tan positivo para él, que se hace la pregunta: ¿No estará Jesús por
encima del sábado? Ha visto el amor gratuito y liberador. Él sabe ahora lo que
es ser un hombre y sabe también lo que es Dios. Él ahora ve, los maestros están
ciegos. Descubre que, en Jesús, está presente Dios. El hombre utiliza una
teología admitida por todos. Dios no está de parte de un pecador.
Los fariseos están tan seguros de sí, que dudan de la misma realidad. El
ciego no sabe nada, pero le es imposible negar lo que personalmente ha vivido.
Por no negar su propia experiencia ni renunciar al bien que ha recibido, lo
expulsan. Con su mentira han querido apagar la luz-vida. Al no conseguirlo, el
hombre no puede permanecer dentro del ámbito de la muerte-tiniebla, que es la
sinagoga. Lo mismo que Jesús tuvo que salir del templo, el ciego, que ha
recibido la luz, tiene que salir de la institución judía.
"Fue a buscarlo". El (euron) griego no significa un encuentro
fortuito, sino el fruto de una búsqueda. El contraste salta a la vista. Los
fariseos lo expulsan, Jesús lo busca. No le dice, como al inválido de la
piscina, que no vuelva a dejarse someter, porque ya se había mantenido firme
ante los fariseos. Con su pregunta acaba la obra de iluminación. La acción de
Jesús había hecho descubrir al ciego una nueva manera de ser hombre, cuyo
modelo era Jesús, "el Hombre". Jesús quiere que tome conciencia de
esta realidad.
El relato termina con la plena aceptación de Jesús por parte del ciego.
"Se postró" (prosekinesen en griego) es el mismo verbo con que se
designa la adoración debida a Dios en (Jn 4,20-24). El gesto de postrarse para
adorar a Jesús no es infrecuente en los sinópticos, sobre todo en Mt, pero éste
es el único pasaje de Jn en que aparece. Jesús, el Hombre, es el nuevo
santuario donde se puede verificar la presencia de Dios. El ciego, expulsado,
encuentra en Jesús el verdadero santuario, donde se puede rendir el culto a
Dios ‘en espíritu y verdad’, anunciado a la Samaritana.
Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean
y los que creen ver se queden ciegos. Era inconcebible que alguien pudiera
tener por ciegos a los que estaban encargados de indicar el camino a los demás.
Estas no son palabras de Jesús sino de los cristianos de finales del s. I.
Clara alusión a los fariseos que se habían erigido en guías del pueblo.
¿También nosotros estamos ciegos? Eran los conocedores y cumplidores de la Ley,
que tenían por ciegos a los demás. La respuesta de Jesús deja clara la
realidad: Los que más cerca se creen de Dios, son los que menos le conocen.
Meditación
Creer en Jesús es creer en el Hombre.
Él es el modelo de hombre, el hombre
acabado según el designio de Dios
Jesús es, a la vez, la manifestación de
Dios y el modelo de hombre.
En su humanidad, se ha hecho presente
lo divino.
Mi meta es también dejarme transformar
en Espíritu.
Para ello hay que nacer de nuevo.
Para profundizar
¿En qué grupo me encuentro yo?
¿Soy de los que ven pero no ven
O de los que no ven pero ven?
Si está leyendo esto, es que algo ves
Sé consciente de que tienes que
aclararte algo más
El relato se propone como un proceso
Empieza con una experiencia personal
Y termina postrándose ante Jesús.
Conocimiento y experiencia
inseparables.
Jesús es la luz del mundo porque vio la
Luz dentro de él
No me va a iluminar desde fuera
Sino ayudándome a descubrir mi propia Luz
La luz-vida ya está en el fondo de mi
ser
Si miro hacia fuera, nunca la
descubriré
Vivir mi verdadero ser me hará libre
Pero lo esencial de mí, no se ve con
los ojos
Solo desde la verdad que soy, seré
hombre cabal
Ninguna de mis limitaciones me impedirá
ser yo
Debo procurar superar toda limitación
Pero lo que soy no dependerá nunca de
ellas
Solo el ciego ve lo que hay que ver
No se trata de una curación médica y
fisiológica
La curación es solo el pretexto para
hablar de otra visión
La verdadera visión del ciego está más
allá de la vista
Mi error será dejarme llevar por lo que
ven los ojos
También yo estaré ciego, mientras no me
deje iluminar desde dentro
Toda la Luz del mundo está ya en mí
Fray Marcos
Fuente: http://feadulta.com/
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