Mateo 17,1-9
José Antonio Pagola - LOS MIEDOS EN
LA IGLESIA
Probablemente es el miedo lo que más paraliza a los cristianos en el
seguimiento fiel a Jesucristo. En la Iglesia actual hay pecado y debilidad,
pero hay sobre todo miedo a correr riesgos. Hemos comenzado el tercer milenio
sin audacia para renovar creativamente la vivencia de la fe cristiana. No es
difícil señalar alguno de estos miedos.
Tenemos miedo a lo nuevo, como si «conservar el pasado» garantizara
automáticamente la fidelidad al Evangelio. Es cierto que el Concilio Vaticano
II afirmó de manera rotunda que en la Iglesia ha de haber «una constante
reforma», pues «como institución humana la necesita permanentemente». Sin
embargo, no es menos cierto que lo que mueve en estos momentos a la Iglesia no
es tanto un espíritu de renovación cuanto un instinto de conservación.
Tenemos miedo para asumir las tensiones y conflictos que lleva consigo
buscar la fidelidad al evangelio. Nos callamos cuando tendríamos que hablar;
nos inhibimos cuando deberíamos intervenir. Se prohíbe el debate de cuestiones
importantes, para evitar planteamientos que pueden inquietar; preferimos la
adhesión rutinaria que no trae problemas ni disgusta a la jerarquía.
Tenemos miedo a la investigación teológica creativa. Miedo a revisar
ritos y lenguajes litúrgicos que no favorecen hoy la celebración viva de la fe.
Miedo a hablar de los «derechos humanos» dentro de la Iglesia. Miedo a
reconocer prácticamente a la mujer un lugar más acorde con el espíritu de
Jesús.
Tenemos miedo a anteponer la misericordia por encima de todo, olvidando
que la Iglesia no ha recibido el «ministerio del juicio y la condena», sino el
«ministerio de la reconciliación». Hay miedo a acoger a los pecadores como lo
hacía Jesús. Difícilmente se dirá hoy de la Iglesia que es «amiga de
pecadores», como se decía de su Maestro.
Según el relato evangélico, los discípulos caen por tierra «llenos de
miedo» al oír una voz que les dice: «Este es mi Hijo amado... escuchadlo». Da
miedo escuchar solo a Jesús. Es el mismo Jesús quien se acerca, los toca y les
dice: «Levantaos, no tengáis miedo». Solo el contacto vivo con Cristo nos
podría liberar de tanto miedo.
Fray Marcos - LO DIVINO EN JESÚS NO
PUEDE VERSE NI OÍRSE
Mt 17,1-9
El domingo pasado, tirarse del alero del templo para ser recogido por
los ángeles y manifestar ante la muchedumbre quién era, se nos presentó como
una tentación. Pero hoy, una espectacular puesta en escena de luz y sonido, se
nos presenta como la cosa más divina del mundo. Desde la razón, es una
contradicción, pero en el orden trascendente, una formulación puede ser verdad
y la contraria también.
Aunque no sabemos cómo se fraguó este relato, debe ser muy antiguo,
porque Mc, ya lo narra completamente elaborado. Una vez que, descubrieron en la
experiencia Pascual, lo que Jesús era, trataron de comunicar esa vivencia que
les había dado Vida. Para hacerlo creíble, lo colocaron en la vida terrena de
Jesús, justo antes del anuncio de la pasión. Así disimulaban la ceguera que les
había impedido descubrir quién era.
No podemos pensar en una puesta en escena por parte de Jesús; no es su
estilo ni encaja con la manera de presentarse ante sus discípulos. Por lo
tanto, debemos entender que no es la crónica de un suceso. Se trata de una
teofanía, construida con los elementos y la estructura de las muchas relatadas
en el AT. Probablemente es un relato pascual, retrotraído a la época de su vida
pública, tiempo después de haberse elaborado.
El relato está tejido con los elementos simbólicos, aportados por las
numerosas teofanías que se narran en el AT. Nada en él es original; ni siquiera
la voz de Dios es capaz de aportar algo nuevo, pues repite exactamente lo que
dijo en el bautismo. Se trata de expresar la presencia divina en Jesús, con un
lenguaje que todos podían reconocer. Lo importante es lo que quiere comunicar,
no los elementos que utiliza para la comunicación.
No es verosímil que esta visión se diera durante la vida de Jesús. Si
los apóstoles hubieran tenido esta experiencia de lo que era Jesús, no le
hubieran negado poco después. Tampoco fue un intento de preparar a los
apóstoles para el escándalo de la cruz. Si fue ese el objetivo, el fracaso fue
absoluto: “Todos le abandonaron y huyeron”.
En la experiencia pascual descubrieron los discípulos lo que era Jesús.
Todo lo que descubrieron después de su muerte, estaba ya presente en él cuando
andaban por los caminos de Palestina. Los exégetas apuntan a que estamos ante
un relato pascual. Si se retrotrae a la vida terrena es con el fin de hacer ver
que Jesús fue siempre un ser divino.
No podemos seguir pensando en un Jesús que lleva escondido el comodín de
la divinidad, para sacarlo en los momentos de dificultad. En la oración del
huerto quedó muy claro. Lo que hay de Dios en él está en su humanidad. Lo
divino nunca podrá ser percibido por los sentidos. Es hora de que tomemos en
serio la encarnación y dejemos de ridiculizar a Dios.
La única gloria de Dios es su ser. Nada que venga del exterior puede
afectarle ni para bien ni para mal. El aplicar a Dios nuestras perspectivas de
grandeza, es sencillamente ridiculizarle. La única gloria del hombre es
manifestar que en él está ya ese mismo amor. Manifestar amor hasta la muerte,
por amor, es la mayor gloria de Jesús y del hombre.
Jesús vivió constantemente transfigurado, pero no se manifestaba
externamente con espectaculares síntomas. Su humanidad y su divinidad se
expresaba cada vez que se acercaba a un hombre para ayudarle a ser él. La única
luz que transforma a Jesús es la del amor y solo cuando manifiesta ese amor
ilumina. En lo humano se trasparenta Dios.
Los relatos de teofanía que encontramos en el AT, son intentos de
trasmitir experiencias personales de seres humanos. Esa vivencia es siempre
interior e indecible. La presencia de Dios es el punto de partida. Esa
presencia es nuestro verdadero ser. La gloria no es una meta a la que hay que
llegar sino el punto de partida para llegar al don total.
Tomó consigo a tres: La experiencia interior es siempre personal, no
colectiva, por eso los presenta con sus nombres propios. Moisés también subió
al Sinaí acompañado por Aarón. El monte: Es el ámbito de lo divino. Si Dios
está en el cielo, la montaña será el mejor lugar para que se manifieste. El
monte alto es el lugar donde siempre está Dios.
Rostro resplandeciente: la gloria de Dios se comunica a aquellos que
están cerca de Él. A Moisés, al bajar del monte, después de haber hablado con
Dios, tuvieron que taparle el rostro porque su luminosidad hería los ojos. La
luz: ha sido siempre símbolo de la presencia de la Gloria de Dios. La nube:
Símbolo de la presencia protectora de Dios. A los israelitas les acompañaba por
el desierto una nube que les protegía del calor del sol.
Moisés y Elías: Jesús conectado con el AT. La Ley y los Profetas en
diálogo con Jesús. El evangelio es continuación del AT pero superándolo. La
voz: la palabra ha sido siempre la expresión de la voluntad de Dios.
¡Escuchadlo! Es la clave del relato. Solo a él, ni siquiera a Moisés y a Elías.
El miedo, aparece en todas las teofanías. Ante la presencia de lo divino, el
hombre se siente empequeñecido. Miedo incluso de morir por ver a Dios.
El relato propone a Jesús como la presencia de Dios entre los hombres,
pero de manera muy distinta a como se había hecho presente en el AT. Por eso
hay que escucharlo. Su humanidad llevada a plenitud es Palabra definitiva.
Escuchar al Hijo no es aceptar un doctrina que él trasmite por su palabra sino transformarse
en él y vivir como él vivió, ser capaces de manifestar el amor a través del don
total de sí.
Ni la plenitud de Jesús ni la de ningún ser humano están en un futuro
propiciado por la acción externa de Dios. La plenitud del hombre está en la entrega
total. No está la resurrección después de la muerte ni la dicha después del
sufrimiento. La Vida y la gloria están allí donde hay amor. La vida de Jesús se
presenta como un éxodo, pero el punto de llegada será el Padre, que era el
punto de partida al empezar el camino.
A los cristianos nos queda aún un paso por dar. No se trata de aceptar
el sufrimiento y la prueba como un medio para llegar a “la gloria”. Se trata de
ver en la entrega, aunque sea con sufrimiento, la meta de todo ser humano. El
amor es lo único que demuestra que somos hijos de Dios. Darse a los demás por
una recompensa no tiene nada de cristiano.
Jesús nos descubre un Dios que se da totalmente sin pedirnos nada a
cambio. No es la esperanza en un premio, sino la confianza de una presencia, lo
que me debe animar. La transfiguración nos está diciendo lo que era realmente
Jesús y lo que somos realmente cada uno de nosotros. ¡Sal de tu tierra!
Abandona tu materialidad y adéntrate por los caminos del Espíritu. Vives
exiliado en tierra extraña, que no es el lugar que te pertenece.
Meditación
Jesús era todo luz porque Dios lo
inundaba.
Ese es el punto de partida para él y
para nosotros.
No debemos esperar ninguna
transfiguración
sino descubrir nuestro ser no
desfigurado.
No tengo que caminar hacia una meta
fantástica que me prometen,
sino descubrir ya en mí el más sublime
don, Dios mismo.
Fray Marcos
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