Hermann Rodríguez Osorio, S.J. - “Jesús fue de Galilea al río Jordán, donde estaba Juan (...)”
Después de haber pasado treinta años de su vida en el
anonimato de Nazaret, dedicado a los trabajos ordinarios y sencillos de una
vida campesina, Jesús decidió un día, dejar atrás sus pequeñas seguridades y
ponerse en camino hacia el sur, junto al río Jordán, donde Juan estaba
bautizando. Se despidió de los suyos y se lanzó a una aventura de la cual no
regresaría más. Tomó una decisión que resultó ser trascendental para su vida y
para la nuestra. Por eso, vale la pena preguntarse ¿Qué fue lo que llevó a Jesús
a tomar esta decisión? ¿Qué esperaba encontrar con el bautismo de Juan? ¿Cuáles
fueron los sentimientos que lo acompañaron durante este recorrido de más de
cien kilómetros desde Nazaret hasta el lugar donde recibió su bautismo? ¿Fue un
viaje solitario o lo hizo en compañía de algunos amigos y amigas que también
buscaban lo mismo?
Seguramente a Nazaret llegaron las noticias de lo que
Juan el Bautista estaba haciendo en un recodo del río Jordán, cerca de
Betabara: Invitaba a los pecadores a cambiar de vida, a preparar los caminos
del Señor. La llegada del Mesías era algo que todos los israelitas habían
esperado con impaciencia durante muchos años.. Todos esperaban al Ungido de
Dios que liberaría a Israel de la dominación romana y les devolvería la libertad.
Haría de ellos una gran nación. Los guiaría en la construcción de una sociedad
que fuera sólo de Dios. Muchos de los estudiosos de la Biblia se preguntan si
Jesús tenía en este momento de su vida una conciencia plena de su misión, o si
la fue descubriendo poco a poco, a través de los mismos acontecimientos
históricos que siguieron, a partir de esta decisión.
Todos nosotros, en un momento u otro de nuestra vida,
sentimos la llamada a reorientar nuestro camino. Tuvimos que tomar la decisión
de dejar atrás los espacios y las personas conocidas que formaban nuestro
entorno vital. Dirigimos nuestros pasos hacia rumbos desconocidos, sobre los
cuales no estábamos totalmente seguros. Nos aventuramos a establecer nuevas
relaciones, nuevas prácticas, nuevas formas de comunicación con nuestro
entorno, nuevas formas de pensar la misma realidad. Caminamos hacia lo
desconocido confiados en la promesa y en la fidelidad de Dios. Por Él y en Él,
nos fuimos a descubrir nuevos horizontes. De la mano de Dios también salió Jesús
de Nazaret y fue a bautizarse junto con todos los pecadores y pecadoras de su
tiempo, que acudían a recibir el baño regenerador del bautismo de Juan.
Ver a Jesús dirigirse hacia lo desconocido, confiado
solamente en la cercanía de su Padre Dios, nos anima a emprender también un
camino nuevo cada día, con la confianza de que Dios nos acompañará y repetirá
de nuevo lo que el mismo Jesús escuchó en el Jordán: “Este es mi hijo amado, a
quien he elegido”.
Fuente: http://www.religiondigital. org/encuentros_con_la_palabra/
José Antonio Pagola - EXPERIENCIA PERSONAL
El encuentro con Juan Bautista fue para Jesús una
experiencia que dio un giro a su vida. Después del bautismo del Jordán, Jesús
no vuelve ya a su trabajo de Nazaret; tampoco se adhiere al movimiento del
Bautista. Su vida se centra ahora en un único objetivo: gritar a todos la Buena
Noticia de un Dios que quiere salvar al ser humano.
Pero lo que transforma la trayectoria de Jesús no son las
palabras que escucha de labios del Bautista ni el rito purificador del
bautismo. Jesús vive algo más profundo. Se siente inundado por el Espíritu del
Padre. Se reconoce a sí mismo como Hijo de Dios. Su vida consistirá en adelante
en irradiar y contagiar ese amor insondable de un Dios Padre.
Esta experiencia de Jesús encierra también un significado
para nosotros. La fe es un itinerario personal que cada uno hemos de recorrer.
Es muy importante, sin duda, lo que hemos escuchado desde niños a nuestros
padres y educadores. Es importante lo que oímos a sacerdotes y predicadores.
Pero, al final, siempre hemos de hacernos una pregunta: ¿en quién creo yo?
¿Creo en Dios o creo en aquellos que me hablan acerca de él?
No hemos de olvidar que la fe es siempre una experiencia
personal que no puede ser reemplazada por la obediencia ciega a lo que nos
dicen otros. Desde fuera nos pueden orientar hacia la fe, pero soy yo mismo
quien he de abrirme a Dios de manera confiada.
Por eso, la fe no consiste tampoco en aceptar, sin más,
un determinado conjunto de fórmulas. Ser creyente no depende primordialmente
del contenido doctrinal que se recoge en un catecismo. Todo eso es muy
importante, sin duda, para configurar nuestra visión cristiana de la
existencia. Pero, antes que eso y dando sentido a todo eso está ese dinamismo
interior que, desde dentro, nos lleva a amar, confiar y esperar siempre en el
Dios revelado en Jesucristo.
La fe no es tampoco un capital que recibimos en el bautismo
y del que luego podemos disponer tranquilamente. No es algo adquirido en
propiedad para siempre. Ser creyente es vivir permanentemente a la escucha del
Dios encarnado en Jesús, aprendiendo a vivir día a día de manera más plena y
liberada.
Esta fe no está hecha solo de certezas. A lo largo de la
vida, el creyente vive muchas veces en la oscuridad. Como decía aquel gran
teólogo que fue Romano Guardini, «fe es tener suficiente luz como para soportar
las oscuridades». La fe está hecha, sobre todo, de fidelidad. El verdadero
creyente sabe creer en la oscuridad lo que ha visto en momentos de luz. Siempre
sigue buscando a ese Dios que está más allá de todas nuestras fórmulas claras u
oscuras. El P. de Lubac escribía que «las ideas que nosotros nos hacemos de
Dios son como las olas del mar, sobre las cuales el nadador se apoya para
superarlas». Lo decisivo es la fidelidad al Dios que se nos va manifestando en
su Hijo Jesucristo.
Fuente: http://www.gruposdejesus.com
Fray Marcos - EL
VERDADERO JESÚS ES OBRA DEL ESPÍRITU
Empezamos el tiempo ordinario del año litúrgico. A lo
largo de todo este año vamos desgranando las narraciones más importantes de Mt
sobre de la vida pública de Jesús. Es lógico que empecemos con el primer relato
importante de esa andadura, el bautismo. Los especialistas dicen que el
bautismo es el primer dato de la vida de Jesús que podemos considerar, con una
gran probabilidad, como verdaderamente histórico. Sin duda fue muy importante
para Jesús. Fue también muy importante para los primeros cristianos que
intentaron comprender su vida y milagros; porque el bautismo deja claro que el
motor de toda la trayectoria humana de Jesús fue el Espíritu.
La hondura de la fiesta la marcan las dos primeras
lecturas. Ahí podemos descubrir que va mucho más allá de la narración de un
hecho más o menos folclórico. Isaías hace un cántico al libertador del pueblo
oprimido que la primera comunidad cristiana identificó con Cristo. Pedro hace
un resumen muy certero de la vida de Jesús. En las tres lecturas se habla del
Espíritu como determinante de la presencia salvadora de Dios. La presencia de
Dios en la historia se lleva a cabo siempre a través de su Espíritu. Dios es
causa primera, y no puede ser causa segunda. Actúa siempre desde lo hondo del
ser y sin violentarlo en nada. Por eso decimos que actúa siempre como Espíritu.
Aunque el bautismo de Jesús fuera un hecho histórico, la
manera de contarlo va más allá de una crónica de sucesos. Cada evangelista
acentúa los aspectos que más le interesan para destacar la idea que va a
desarrollar en su evangelio. Lo narran los tres sinópticos y Hechos alude a él
varias veces. Jn hace referencia a él como dato conocido, lo cual es más
convincente que si lo contara expresamente. Dado el altísimo concepto que los
primeros cristianos tenían de Jesús, no fue fácil explicar su bautismo por
Juan. Si a pesar de las dificultades de encajarlo, se narra en todos los
evangelios, es que era una tradición muy antigua y no se podía escamotear.
El relato del bautismo intenta concentrar en un momento,
lo que fue un proceso que duró toda la vida de Jesús. La mejor demostración es
que en los sinópticos está relacionado con las tentaciones. Ni en uno ni en dos
momentos quedó definitivamente clara su trayectoria. No tiene mucha lógica que
el bautismo marque el punto de inflexión hacia su vida pública. Aceptar el
bautismo de Juan era aceptar su doctrina y su actitud vital fundamental. No se
entiende que esa aceptación del bautismo de Juan sea el comienzo de un proyecto
propio, distinto del de Juan.
En el brevísimo diálogo entre Jesús y Juan, Mt expresa
que Jesús rompe todos los esquemas del mesianismo judío. No es el bautizar a
Jesús lo que le cuesta aceptar al Bautista, sino el significado de su bautismo,
que trastoca la idea del Mesías juez poderoso, que Juan manifestaba en sus
discursos. Es muy probable que Jesús fuera discípulo de Juan y que no solo se
vio atraído por su doctrina, sino que formó parte del grupo de seguidores. Solo
después de ser bautizado, desde su propia experiencia interior, trasciende el
mensaje de Juan y comienza a predicar su propio mensaje, en el que la idea de
Mesías y Dios, que el Bautista había predicado, queda notablemente superada.
Con sus constantes referencias al AT, Mt quiere dejar muy
claro que toda la posible comprensión de la figura de Jesús tiene que partir
del AT. La manera de hablar es totalmente simbólica. Lo que nos cuentan pasó
todo en el interior de Jesús. Lucas nos dice: “y mientras oraba...” Los demás
evangelistas lo dan por supuesto, porque solo desde el interior se puede
descubrir el Espíritu que nos invade. Jesús, una persona ya madura pero
inquieta, se siente atraído por la predicación de Juan. No solo la acepta, sino
que se quiere comprometer con las ideas del Bautista. Todo ello prepara a Jesús
para una experiencia única. Se abre el cielo y ve claro lo que Dios espera de
él.
Jesús no fue un extraterrestre de naturaleza divina que
estaba dispensado de la trayectoria que cualquier ser humano tiene que recorrer
para alcanzar su plenitud. No nos tomamos en serio esa experiencia humana de
Jesús. Pero los primeros cristianos tomaron muy en serio la humanidad de Jesús.
Hablar de que Jesús hizo un acto de humildad al ponerse a la fila como un
pecador, aunque no tenía pecados, es pensar en un acto teatral que no pega ni
con cola a una personalidad como la de Jesús. No cabe duda que Jesús recorrió
una trayectoria completamente humana.
A este relato nos acercamos con demasiados prejuicios: El
primero, olvidarnos de que Jesús era completamente humano y necesitó ir
aclarando sus ideas. En segundo lugar, nuestro concepto de pecado y conversión
no tiene nada que ver con lo que se entendía entonces. Entendemos la conversión
como un salir de una situación de pecado. Lo que se narra es una auténtica
conversión de Jesús, lo cual no tiene que suponer una situación de pecado, sino
una toma de conciencia de lo que significa para el hombre alcanzar la plenitud
de ser de manera nueva.
Dios llega siempre desde dentro, no de fuera. Nuestro
mensaje “cristiano” de verdades, normas y ritos, no tiene nada que ver con lo
que vivió y predicó Jesús. El centro del mensaje de Jesús consiste en invitar a
todos los hombres a tener la misma experiencia de Dios que él tuvo. Después de
esa experiencia, Jesús ve con claridad que esa es la meta de todo ser humano
y puede decir a Nicodemo: “hay que nacer de nuevo”. Porque él ya había
nacido del Espíritu.
El bautismo de Jesús tiene muy poco que ver con nuestro
bautismo. El relato no da ninguna importancia al bautismo en sí, sino a la
manifestación de Dios en Jesús por medio del Espíritu. Fijaros que Mt dice
expresamente: “apenas se bautizó, Jesús salió del agua…”. Mc dice casi lo
mismo: “apenas salió del agua…” Lc dice: “y mientras oraba…”. La experiencia
tiene lugar una vez concluido el rito del bautismo. En los evangelios se hace
constante referencia al Espíritu para explicar lo que es Jesús. La frase
“nacido del Espíritu” es absolutamente cierta en este sentido.
La alusión a los cielos, que se abren definitivamente, es
la expresión de la esperanza de todo el AT. (Is 63,16) “¡Ah si rasgasen los
cielos y descendieses!” La comunicación entre lo divino y lo humano, que había
quedado interrumpida por culpa de la infidelidad del pueblo, es desde ahora
posible gracias a la total fidelidad de Jesús. La distancia insalvable entre
Dios y el Hombre queda superada para siempre. La voz la oyó Jesús dentro de sí
mismo y esa presencia le dio la garantía absoluta de que Dios estaba con él
para llevar a cabo su misión.
Estamos celebrando el verdadero nacimiento de Jesús. Y
éste sí que ha tenido lugar por obra del Espíritu Santo. Dejándose llevar por
el Espíritu, se encamina él mismo hacia la plenitud humana, marcándonos el
camino de nuestra propia plenitud. Pero tenemos que ser muy conscientes de que
solo naciendo de nuevo, naciendo del agua y del Espíritu, podremos desplegar
todas nuestras posibilidades humanas. No siguiendo a Jesús desde fuera, como si
se tratara de un líder ni aceptando su doctrina y sus leyes sino entrando como
él en la dinámica de la vivencia interior. Ser cristianos es repetir en
nosotros el proceso de deificación que Jesús llevó a cabo en sí mismo.
La presencia de Dios en el hombre tiene que darse en
aquello que tiene de específicamente humano; no puede ser una inconsciente
presencia mecánica. Dios está en todas las criaturas como la base y el
fundamento de su ser, pero solo el hombre puede tomar conciencia de esa
realidad y puede vivirla. Esto es su meta y el objetivo último de su
existencia. En Jesús, la toma de conciencia de lo que es Dios en él fue un
proceso que no terminó nunca. En el relato del bautismo se nos está hablando de
un paso más, aunque decisivo, en esa toma de conciencia.
Meditación
Jesús vio que el Espíritu
bajaba sobre él.
Ésta es la experiencia
máxima de un ser humano.
Teniendo en cuenta que
Dios no tiene que venir de ninguna parte,
descubrir el Espíritu en
lo hondo de mi ser,
es el segundo nacimiento
que Jesús pide a Nicodemo.
Con esa experiencia,
comienza otra Vida que es la verdadera.
Fray Marcos
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