2 Tiempo ordinario - A
(Juan 1,29-34)
19 de enero 2020
(Juan 1,29-34)
19 de enero 2020
José Antonio Pagola - LO PRIMERO
Algunos ambientes cristianos del siglo I tuvieron mucho interés en no ser confundidos con los seguidores del Bautista. La diferencia, según ellos, era abismal. Los «bautistas» vivían de un rito externo que no transformaba a las personas: un bautismo de agua. Los «cristianos», por el contrario, se dejaban transformar internamente por el Espíritu de Jesús.
Olvidar esto es mortal para la Iglesia. El movimiento de Jesús
no se sostiene con doctrinas, normas o ritos vividos desde el exterior. Es el
mismo Jesús quien ha de «bautizar» o empapar a sus seguidores con su Espíritu.
Y es este Espíritu el que los ha de animar, impulsar y transformar. Sin este
«bautismo del Espíritu» no hay cristianismo.
No lo hemos de olvidar. La fe que hay en la Iglesia no está en
los documentos del magisterio ni en los libros de los teólogos. La única fe
real es la que el Espíritu de Jesús despierta en los corazones y las mentes de
sus seguidores. Esos cristianos sencillos y honestos, de intuición evangélica y
corazón compasivo, son los que de verdad «reproducen» a Jesús e introducen su
Espíritu en el mundo. Ellos son lo mejor que tenemos en la Iglesia.
Desgraciadamente, hay otros muchos que no conocen por
experiencia esa fuerza del Espíritu de Jesús. Viven una «religión de segunda
mano». No conocen ni aman a Jesús. Sencillamente creen lo que dicen otros. Su
fe consiste en creer lo que dice la Iglesia, lo que enseña la jerarquía o lo
que escriben los entendidos, aunque ellos no experimenten en su corazón nada de
lo que vivió Jesús. Como es natural, con el paso de los años, su adhesión al
cristianismo se va disolviendo.
Lo primero que necesitamos hoy los cristianos no son catecismos
que definan correctamente la doctrina cristiana ni exhortaciones que precisen
con rigor las normas morales. Solo con eso no se transforman las personas. Hay
algo previo y más decisivo: narrar en las comunidades la figura de Jesús,
ayudar a los creyentes a ponerse en contacto directo con el evangelio, enseñar
a conocer y amar a Jesús, aprender juntos a vivir con su estilo de vida y su
espíritu. Recuperar el «bautismo del Espíritu», ¿no es esta la primera tarea en
la Iglesia?
Fuente: http://www.gruposdejesus.com
Fray Marcos - EL ÚNICO
PECADO QUE EXISTE ES LA OPRESIÓN
Es muy significativo que el segundo domingo del tiempo ordinario nos siga hablando de Juan Bautista. Todo lo que nos dice Jn del Bautista es sorprendente. Indica una relación especial de esa comunidad con él. Seguramente había en aquella comunidad seguidores del Bautista. Este evangelio tiene muy en cuenta a Juan Bautista aunque se ven obligados a rebajarle. Jn pone en labios del Bautista la cristología de su comunidad como base y fundamento de la comprensión de Jesús que va a desplegar en su evangelio. Esto no quiere decir que el Bautista tuviera una idea clara sobre quién era Jesús. Ni siquiera sus discípulos más íntimos supieron quién era, después de vivir con él tres años; menos podía saberlo el Bautista antes de comenzar Jesús su predicación.
Jn quiere aclarar que no hay rivalidad entre Jesús y el
Bautista. Para ello nos presenta un Bautista totalmente integrado en el plan de
salvación de Dios. Su tarea es la de precursor, es decir, preparar el camino al
verdadero Mesías. Fijaos que Jn no narra el bautismo en sí; va directamente al
grano y nos habla del Espíritu, que es lo importante en todos los relatos del
bautismo de Jesús. Naturalmente esto es un montaje de la segunda o tercera
generación de las comunidades cristianas y quiere resaltar la figura de Jesús
que había adquirido categoría divina, frente a Juan Bautista.
"El cordero de Dios". Jn propone a Jesús como cordero
de Dios, preexistente, portador del Espíritu e Hijo de Dios. No se puede decir
más. Está claro que se está reflejando aquí setenta años de evolución
cristológica en la comunidad. Es una pena que después, hayamos interpretado tan
mal el intento de comunicarnos esa experiencia. Lo que eran títulos simbólicos,
que trataban de ponderar la personalidad de Jesús, se convirtieron en absolutos
atributos divinos. Lo que tenía de proceso dinámico y humano, se convirtió en
sobrenaturalismo preexistente.
Es muy difícil precisar lo que el título “cordero” significaba
para aquella comunidad. Podían entenderlo en sentido apocalíptico: un cordero
victorioso que aniquilará definitivamente el mal (la bestia). Este concepto
encajaría con las ideas del Bautista; pero no con las de Jesús. Podían
entenderlo como el Siervo doliente. No hay pruebas de que se hubiera
identificado al Mesías con el siervo doliente de Isaías, antes del cristianismo.
Jn sí interpretó la figura del Siervo, aplicada al Jesús, pero nunca con el
sentido expiatorio de pagar un rescate por nosotros. Probablemente haría
referencia al cordero pascual, que era para el judaísmo el signo de la
liberación de Egipto, pero sin connotación sacrificial. Jn quiere decir que por
Cristo somos liberados de la esclavitud.
“que quita el pecado del mundo”. Es una frase que manifiesta una
cristología muy elaborada. En ningún caso la pudo pronunciar Juan bautista.
Esta teología no tiene nada que ver con la idea de rescate en la que después se
deformó. El concepto de pecado en el AT debe ser el punto de partida para
entender su significado en el NT, pero ha sufrido un cambio sustancial. En el
evangelio, pecado no es la ofensa a Dios o a su Ley sino la opresión de un
hombre sobre otro. Solo así se entiende la actitud de Jesús con los pecadores.
Las prostitutas y pecadores os llevan la delantera en el Reino porque en ningún
caso oprimen a nadie. Lo mismo cuando Jesús dice: tus pecados están perdonados,
está diciendo que no hay nada que perdonar. Lo que se consideraba ofensa a Dios
no era más que un artificio para oprimir al débil. Jesús quita el pecado del mundo
no muriendo en la cruz sino viviendo el servicio a todos y en el amor
incondicionado.
En el AT y en el Nuevo, la palabra más usada para indicar
“pecado”, tanto en griego como en latín, significa errar el blanco. No se trata
de mala voluntad como lo entendemos hoy. En el evangelio de Jn, “pecado del
mundo” tiene un significado muy preciso. Se trata de la opresión que un ser
humano ejerce sobre otro y que impide al hombre desarrollarse como persona.
Este pecado es siempre colectivo. Se necesitan dos. Siempre que hay pecado, hay
opresor y víctima.
El modo de “quitar” este pecado no es una muerte vicaria
expiatoria externa. Esta idea nos ha despistado durante siglos y nos ha
impedido entrar en la verdadera dinámica de la salvación que Jesús ofrece. Esta
manera de entender la salvación de Jesús es consecuencia de una idea arcaica de
Dios. En ella hemos recuperado el mito ancestral del dios ofendido que exige la
muerte del Hijo para satisfacer sus ansias de justicia. Estamos ante la idea de
un dios externo, soberano y justiciero que se porta como un tirano. Nada que
ver con la experiencia del Abba que Jesús vivió. El “pecado del mundo” no tiene
que ser expiado, sino eliminado. Jesús lo sustituyó por el amor.
Jesús quitó el pecado del mundo escogiendo el camino del
servicio, de la humildad, de la pobreza, de la entrega hasta la muerte. Esa
actitud anula toda forma de dominio, por eso consigue la salvación total. Es el
único camino para llegar a ser hombre auténtico. Jesús salvó al ser humano,
suprimiendo de su propia vida toda opresión que impida el proyecto de creación
definitiva del hombre. Jesús nos abrió el camino de la salvación, ayudando a
todos los oprimidos a salir de su opresión, cogiéndoles por la solapa y
diciéndoles: Eres libre, sé tú mismo, no dejes que nadie te destroce como ser
humano. En tu verdadero ser, nadie podrá someterte si tú no te dejas. En aquel
tiempo, esta opresión era ejercida no solo por Roma sino por sacerdotes y
letrados.
Jesús vivió esta libertad durante toda su vida. Fue siempre libre.
No se dejó avasallar ni por su familia, ni por las autoridades religiosas, ni
por las autoridades civiles, ni por los guardianes de las Escrituras
(letrados), ni por los guardianes de la Ley (fariseos). Tampoco se dejó
manipular por sus amigos y seguidores, que tenían objetivos muy distintos a los
suyos (los Zebedeo, Pedro). Esta perspectiva no nos interesa porque nos obliga
a estar en el mundo con la misma actitud que él estuvo; a vivir con la misma
tensión que él vivió, a liberarnos y liberar a otros de toda opresión.
No tenemos que oprimir a nadie de ningún modo. No tengo que
dejarme oprimir. Tengo que ayudar a todos a salir de cualquier clase de
opresión. Jesús quitó el pecado del mundo. Si de verdad quiero seguir a Jesús,
tengo que seguir suprimiendo el pecado del mundo. Hoy Jesús no puede quitar la
injusticia, somos nosotros los que tenemos que eliminarla. La religiosidad
intimista, la perfección individualista, que se nos han propuesto como meta del
camino espiritual, es una tergiversación del evangelio. Si no hacemos todo lo
posible, no solo por no oprimir a nadie sino para que nadie sea oprimido, es
que no me he enterado del mensaje.
El presentarse como cordero no vende en nuestros días. En el
mundo en que vivimos, si no explotas te explotan; si no estás por encima de los
demás, los demás te pisotearán. Este sentimiento es instintivo y mueve a la
mayoría de las personas a defenderse con violencia, incluso antes de que el
atraco se cometa. Pero hay que tener en cuenta que esta postura obedece al puro
instinto de conservación y no te lleva a la plenitud humana. Descubrir que
“sufrir la injusticia es mucho más humano que cometerla” exige una enorme
maduración cristiana.
La actitud individual es un sentimiento que está al servicio del
ego. Tenemos que superar ese egoísmo si queremos entrar en la dinámica del
amor, es decir, de la verdadera realización humana. Es el oprimir al otro, no
que intenten oprimirme, lo que me destroza como ser humano. Jesús prefirió que
le mataran antes de imponerse a los demás. Esta es la clave que no queremos
descubrir, porque nos obligaría a cambiar nuestras actitudes para con los
demás. En contra de lo que nos dice el instinto, cuando me impongo a los demás
no soy más sino menos humano.
Meditación
El cordero que eliminó, del mundo, la opresión.
Es el mejor resumen de toda la vida de Jesús.
Solo actuando como cordero, se puede conseguir ese objetivo.
Arremetiendo contra los demás se aumenta la violencia.
Ser cristiano significa repetir la manera de actuar de Jesús.
Por más que nos empeñemos no existe otro camino.
Es el mejor resumen de toda la vida de Jesús.
Solo actuando como cordero, se puede conseguir ese objetivo.
Arremetiendo contra los demás se aumenta la violencia.
Ser cristiano significa repetir la manera de actuar de Jesús.
Por más que nos empeñemos no existe otro camino.
Fray Marcos
Fuente: http://feadulta.com/
José Luis Sicre - EL TESTIMONIO DE JUAN BAUTISTA
El domingo pasado recordamos el Bautismo de Jesús. En la versión
de Marcos y de Lucas, Juan Bautista no dice nada. En la de Mateo, entabla un
breve diálogo con Jesús, porque no comprende que venga a bautizarse. El cuarto evangelio
sigue un camino muy distinto: Jesús va al Jordán, pero no cuenta el bautismo;
en cambio, introduce un breve discurso de Juan Bautista. Es el texto que se lee
este domingo (Jn 1,29-34).
Triple esfuerzo de imaginación.
Para entender este texto
conviene realizar un triple esfuerzo de imaginación: 1) imaginar que somos
jóvenes; 2) imaginar que vivimos hace veinte siglos en Palestina; 3) imaginar
que somos discípulos de Juan Bautista, y no hemos oído hablar nunca de Jesús.
Hemos hecho quizá un largo y molesto viaje para escuchar a Juan y hacernos
bautizar por él, hemos renunciado a todo para convertirnos en discípulos suyos.
Juan es el personaje más grande en nuestra vida. De repente, aparece Jesús, un
desconocido, y lo que Juan dice nos desconcierta por completo.
Al desconocido lo presenta, en primer lugar, como el cordero de
Dios que quita el pecado del mundo. Fórmula extraña, que ninguno entiende muy
bien, pero que sugiere una estrecha relación con Dios y con el perdón de los
pecados. Hemos ido buscando un bautismo para el perdón de los pecados, y ahora
encontramos a un personaje que los quita.
Sigue Juan diciendo que ese desconocido está por delante de mí,
porque existía antes que yo. Y lo miramos extrañados, intentando convencernos
de que Jesús es más viejo, aunque Juan lo parece mucho más, quizá por culpa de
tantas penitencias y por alimentarse solo de saltamontes y miel silvestre. Pero
tenemos la sensación de que Juan no se refiere sólo a la edad: está sugiriendo
que ese desconocido es mucho más importante que él.
Y esto queda claro cuando añade: He contemplado al Espíritu que
bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Entre nosotros hay
algunos conocedores de la teología judía, y se asombran de esto porque muchos
rabinos afirman que el Espíritu de Dios lleva siglos sin manifestarse. Muy
grande tiene que ser ese desconocido, sobre todo teniendo en cuenta que no solo
recibe el Espíritu, sino que también lo transmite en un nuevo bautismo,
distinto del de Juan.
Finalmente, termina dando testimonio de que éste es el Hijo de
Dios, una forma de referirse al rey de Israel, al que Dios adopta como hijo.
(Lo dejan claro las palabras que pronunciará poco más tarde Natanael,
dirigiéndose a Jesús: «Tú eres el hijo de Dios, tú eres el rey de Israel»: Jn 1,49).
Los oyentes de Juan se preguntarían asombrados: ¿quién es este
que quita el pecado del mundo, que es más importante que Juan, sobre el que se
ha posado el espíritu, que da el espíritu en un nuevo bautismo, que es el rey
de Israel? Sin duda, debe tratarse del Mesías, aunque no lo parezca.
Leyendo el evangelio (Juan 1,29-34).
Contemplar la escena es un
recurso magnífico para profundizar en el evangelio y entenderlo, pero la
lectura «científica» ayuda también a descubrir nuevos aspectos.
El más importante es que Juan Bautista no pronunció este
discurso: sus palabras son un recurso del evangelista para suscitar en
nosotros, desde el primer momento, la curiosidad y el interés por el
protagonista de su historia. Y no sólo esto, sino también una respuesta personal,
idéntica a la que refleja el episodio inmediatamente posterior (Jn 1,35-37, que
no se lee este domingo). Al día siguiente estaba Juan con dos de sus
discípulos. Viendo pasar a Jesús, dijo: Ahí está el Cordero de Dios. Los
discípulos, al oírlo hablar así siguieron a Jesús. Esta vez no pronuncia Juan
un largo y complicado discurso. Basta una simple referencia, enigmática, al
cordero de Dios. Lo importante es que la curiosidad y el interés dan paso al
seguimiento.
Cuando se relee el texto diez o quince veces (algo
imprescindible para entender el cuarto evangelio) se advierten dos bloques de
afirmaciones:
El primero se refiere a Jesús, del que Juan dice: 1) Es el
cordero de Dios que quita el pecado del mundo; 2) está por delante de mí porque
existía antes que yo; 3) el Espíritu su posó sobre él y bautizará con Espíritu
Santo; 5) es el Hijo de Dios.
Son afirmaciones que se complementan, componiendo un mosaico de
la figura de Jesús: empieza hablando de su relación con el mundo, del que borra
sus pecados; luego de su relación con Juan; finalmente de su relación con Dios
y con su Espíritu. Un personaje del que solo se puede esperar lo mejor y que
provoca asombro y deseo de conocerlo.
El segundo bloque de afirmaciones se refiere a Juan: 1) he
anunciado la venida de uno más importante; 2) dos veces repite «yo no lo
conocía»; 3) pero «he salido a bautizar para que sea manifestado a Israel»; 4)
he contemplado al Espíritu bajar sobre él; 4) lo he visto y doy testimonio.
También estas afirmaciones se complementan, esbozando la misión
del Bautista y su descubrimiento de Jesús, desde que Dios lo envía a bautizar
hasta que se encuentra con el personaje anunciado. En la visión que ofrece el
cuarto evangelio, la vida de Juan Bautista solo tiene sentido al servicio de
Jesús, dándolo a conocer a los demás. Algo que podría desilusionar o
desconcertar a sus discípulos, pero que debe moverlos a aceptar a Jesús, igual
que hizo su maestro.
Dos notas:
‒ La imagen del «cordero de
Dios», que no coincide exactamente ni con la del cordero pascual, ni con la del
chivo expiatorio del Yom Kippur, recuerda bastante al personaje misterioso de
Isaías 53 que se ofrece a morir por el pueblo y marcha a la muerte «como un
cordero llevado al matadero», sin protestar ni abrir la boca. Teniendo en cuenta
que en ámbito cananeo el símbolo de la divinidad era el toro, por su fuerza y
bravura, elegir al cordero significa un cambio radical, una opción por lo débil
y suave.
‒ «El pecado del mundo» es una fórmula que solo se encuentra
aquí, y resulta difícil saber en qué consiste el pecado del mundo. Una pista la
ofrece la primera carta de Juan: «Cuanto hay en el mundo, la codicia sensual,
la codicia de lo que se ve, el jactarse de la buena vida, no procede del Padre,
sino del mundo» (1 Jn 2,16). Todo eso sería lo que elimina Jesús. Pero la
cuestión es discutida.
La doble misión del Siervo de Dios y de Jesús (Is 49,3.5-6)
El protagonista de esta
lectura es un personaje misterioso que aparece al final del libro de Isaías.
Uniendo diversos poemas de los capítulos 42, 49, 50 y 53 se esboza la figura de
un “Siervo de Yahvé”, al que Dios encomienda la misión de convertir a los judíos
desterrados en Babilonia (de la salvación política se encargará el rey persa
Ciro). El Siervo, después de una etapa inicial de entusiasmo, atraviesa una
profunda crisis, pensando que todo su esfuerzo ha sido inútil. Entonces, el
Señor le renueva la misión con respecto a Israel e incluso se la amplía,
extendiéndola a todo el mundo.
Este poema de Isaías ayuda a entender la misión de Jesús de
“quitar los pecados del mundo”. Una misión que implica dos aspectos. El
primero, relativo al pueblo de Israel, consiste en convertirlo al Señor; de
hecho, su mensaje inicial será “convertíos y creed en la buena noticia”. El
segundo se refiere al mundo entero: iluminar a todas las naciones para que la
salvación de Dios alcance hasta el fin del mundo; sus rápidas visitas a Fenicia
y la Decápolis, su buena relación con los despreciados samaritanos, simbolizan
y anticipan la misión universal de la Iglesia, sin fronteras ni muros.
Nota sobre la segunda lectura (1 Corintios 1,1-3)
Desde este domingo hasta el
séptimo del Tiempo Ordinario (este año 2020 la Cuaresma comienza el 25 de
febrero), la segunda lectura se dedica a diversos fragmentos de la Primera
Carta a los Corintios (solo de los capítulos 1-3). El deseo de la liturgia de
conocer a san Pablo leyendo breves pasajes de sus cartas cada domingo se basa
en un desconocimiento absoluto de san Pablo. No es esa la forma de conocerlo.
Pero puede animarnos a leer en privado esta carta, una de las más interesantes
del apóstol, en la que trata problema de enorme actualidad.
Fuente: http://feadulta.com/
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