Solemnidad de la
Inmaculada Concepción de la Virgen María
Hermann Rodríguez Osorio, S.J. - “Para Dios no hay
nada imposible”
Las comunidades de Fe y Luz
son pequeños grupos que acogen a personas con una deficiencia psíquica, sus
familiares y amigos, creando lazos comunitarios para compartir la fe y la
amistad. El movimiento Fe y Luz nació en una peregrinación a Lourdes en 1971, en
la que se reunieron para celebrar la Pascua miles de personas con una
deficiencia mental, acompañadas por sus familiares y sus amigos. Esta
iniciativa buscaba ayudar a estas personas a encontrar su verdadero lugar en el
corazón de la Iglesia. Para preparar la peregrinación se organizaron en
diferentes países pequeños grupos con familias y amigos, que se reunían para
rezar juntos. Después de aquella Pascua, estas pequeñas comunidades quisieron
mantener y profundizar su vida, y animar el nacimiento de otras muchas
comunidades en todo el mundo. Hoy en día la Asociación Internacional Fe y Luz
reconoce la existencia de unas 1.300 comunidades, repartidas en unos 72
países diferentes de los cinco continentes. Marie Hélène Mathiew y Jean Vanier,
fueron los animadores de este proceso de organización y lo han seguido
acompañando a lo largo de estos años.
Las comunidades de Fe y Luz
suelen contar con unos veinte o treinta miembros. En el centro de la comunidad
están las personas con una deficiencia mental, nuestros “amigos
diferentes” de cualquier edad o grado de minusvalía.. Alrededor de estas
personas están sus familiares, padres, madres, hermanos. Es un gran alivio
para las familias descubrir que su hijo tiene amigos, amigos fieles que le van
a querer toda la vida. Los padres y madres de Fe y Luz, además de compartir sus
sufrimientos y sus preocupaciones en la comunidad, pueden ser una fuente
magnífica de experiencia y cariño para el resto del grupo. En la comunidad
también están los amigos, voluntarios que se animan a vivir la aventura de
una amistad poco convencional, radicalmente sencilla y profunda con unos amigos
muy especiales. No es necesaria una experiencia previa para entrar en Fe y Luz:
basta con tener el corazón preparado para recibir mucho y muy bueno. Por
último, cada comunidad está acompañada por un sacerdote o religioso que ayuda
al grupo en sus necesidades espirituales.
En una reunión de Fe y Luz
suele haber tres tiempos más o menos diferenciados. Hay un tiempo de encuentro,
en el que las personas hablan y se escuchan mutuamente, comparten sus alegrías
y sus sufrimientos. También se vive un tiempo de celebración, con momentos de
alegría. En los que se canta, se baila o se comparte la merienda. Por último,
en todas las reuniones hay un tiempo de oración, en el que rezamos juntos o
celebramos la Eucaristía. Fuera de lo que son las reuniones, cada comunidad
vive un cuarto tiempo precioso, en el que las personas necesitan seguir en
contacto las unas con las otras. La amistad sincera hace posible muchísimos
gestos: una llamada de teléfono, una visita a una familia, ir juntos al cine o
encontrarse para tomar las onces, felicitarse por el cumpleaños, apoyarse en
los momentos difíciles, etc...
La Virgen María, concebida sin pecado, nos acompaña
en este peregrinar hacia la casa del Padre. Por su intercesión y bajo su manto
maternal, elevamos una plegaria a Dios por las comunidades de Fe y Luz que
están naciendo en tantas partes del mundo. En Bogotá, la comunidad de Fe y Luz,
está brotando a la sombra de la Parroquia de Lourdes, bajo cuyo amparo nació
este movimiento en 1971. Pidamos por esta intención a la Virgen Madre, que
siempre ha acompañado el dolor de estas familias, pero también les ha regalado
las mieles de su consolación.
Fuente:
José Antonio Pagola - LA
ALEGRÍA POSIBLE
La primera palabra de parte de Dios a sus hijos,
cuando el Salvador se acerca al mundo, es una invitación a la alegría. Es lo
que escucha María: «Alégrate».
Jürgen Moltmann, el gran teólogo de la esperanza,
lo ha expresado así: «La palabra última y primera de la gran liberación que
viene de Dios no es odio, sino alegría; no es condena, sino absolución. Cristo
nace de la alegría de Dios, y muere y resucita para traer su alegría a este
mundo contradictorio y absurdo».
Sin embargo, la alegría no es fácil. A nadie se le
puede forzar a que esté alegre; no se le puede imponer la alegría desde fuera.
El verdadero gozo ha de nacer en lo más hondo de nosotros mismos. De lo
contrario será risa exterior, carcajada vacía, euforia pasajera, pero la
alegría quedará fuera, a la puerta de nuestro corazón.
La alegría es un regalo hermoso, pero también
vulnerable. Un don que hemos de cuidar con humildad y generosidad en el fondo
del alma. El novelista alemán Hermann Hesse dice que los rostros atormentados,
nerviosos y tristes de tantos hombres y mujeres se deben a que «la felicidad
solo puede sentirla el alma, no la razón, ni el vientre, ni la cabeza, ni la
bolsa».
Pero hay algo más. ¿Cómo se puede ser feliz cuando
hay tantos sufrimientos sobre la tierra? ¿Cómo se puede reír cuando aún no
están secas todas las lágrimas y brotan diariamente otras nuevas? ¿Cómo gozar
cuando dos terceras partes de la humanidad se encuentran hundidas en el hambre,
la miseria o la guerra?
La alegría de María es el gozo de una mujer
creyente que se alegra en Dios salvador, el que levanta a los humillados y
dispersa a los soberbios, el que colma de bienes a los hambrientos y despide a
los ricos vacíos. La alegría verdadera solo es posible en el corazón del que
anhela y busca justicia, libertad y fraternidad para todos. María se alegra en
Dios, porque viene a consumar la esperanza de los abandonados.
Solo se puede ser alegre en comunión con los que
sufren y en solidaridad con los que lloran. Solo tiene derecho a la alegría
quien lucha por hacerla posible entre los humillados. Solo puede ser feliz
quien se esfuerza por hacer felices a los demás. Solo puede celebrar la Navidad
quien busca sinceramente el nacimiento de un hombre nuevo entre nosotros.
Fuentes: http://www.gruposdejesus.com
Fray Marcos - DIOS ESTÁ CON MARÍA Y
CON CADA UNO
El verdadero ser de Jesús y María es exactamente el
mismo que el nuestro. Dios te ha dado a ti exactamente lo mismo que a ellos,
porque se te ha dado Él mismo totalmente. No te servirá de nada el escucharlo.
Solo cuando lo experimentes, saltará por los aires el corsé que te aprisiona y
te impide crecer y ser tú mismo. Haberlo descubierto en María y Jesús es un
salto de gigante, pero no es suficiente. Tampoco los razonamientos sirven de
nada, pero voy a intentar darte alguno a lo largo de este comentario.
La doctrina de la Inmaculada es un dogma,
proclamado por Pío IX en 1854. Puede ser interesante recordar el proceso
histórico que llevó a esta formulación. Ni los evangelios ni los Padres de la
Iglesia hablan para nada de María inmaculada. La razón es muy simple, no se
había elaborado la idea que hoy tenemos del pecado original. Solo cuanto se
creyó que todos los hombres nacían con una mancha o pecado (mácula, S. Agustín)
se empezó a pensar en una María in-maculada. Este pensamiento caló muy pronto
en el pueblo sencillo, siempre abierto a todo lo que estimule su sensibilidad.
Hoy nos parece infantil la discusión que se mantuvo
durante la Edad Media entre los “inmaculistas” y los “maculistas”. Entre los
más de doscientos teólogos importantes, que no creían en la inmaculada, tal
como se concebía en aquella época, encontramos a figuras tan destacadas y tan
marianas como S. Bernardo, S. Alberto Magno, S. Buenaventura, Santo Tomás de
Aquino. Esto nos muestra que lo que pensaban no tiene nada que ver con la mayor
o menor devoción a María. S. Bernardo dice en el año 1140: “esa invocación
ignorada de la Iglesia, no aprobada por la razón y desconocida de la tradición
antigua”.
La discusión se centraba en un punto muy concreto:
La santificación de María, que nadie discutía, ¿se realizó en el primer
instante de su existencia o un instante después? Fue Juan Duns Escoto el que,
por fin, dio con el argumento decisivo. “A Dios le convenía que su madre fuera
inmaculada. Como Dios, puede hacer todo lo que quiera. Lo que Dios ve como
conveniente lo hace; luego Dios lo hizo. Ni la idea de Dios ni la idea de
salvación ni la idea de pecado original que se manejaba entonces pueden ser
sostenidas hoy.
Aunque la realidad del pecado original es un dogma,
los exégetas nos dan hoy una explicación del relato del Génesis que no es
compatible con la idea de pecado original de S. Agustín: “una tara casi física,
que se trasmite por generación a todos”. Menos sostenible aún es que la culpa
la tengan Adán y Eva. Hoy sabemos que no ha existido ningún Adán, creado
directamente por Dios. El paso de los simios al “homo sapiens” ha sido mucho
más lento de lo que habíamos creído.
Si un usuario quema el motor de su coche por no
ponerle lubricante, es ridículo pensar que por ese hecho, saldrán desde
entonces de fábrica todos los coches chamuscados. El coche sale de fábrica
¡impecable! (fijaros como nos delata el lenguaje), pero tiene que empezar a
rodar y ahí quedará patente que hay desgaste. Si el fallo se debiera a un
defecto de fábrica, no solo el usuario no tendría ninguna responsabilidad sino
que tendría derecho a una indemnización. En nosotros hay una parte divina, pero
también hay un parte humana, que termina por prevalecer.
El pecado, incluido el original, no es ningún virus
que se pueda quitar o poner. El primer “fallo” (¿pecado?) en el hombre, es
consecuencia de su capacidad de conocimiento. En cuanto tuvo capacidad de
conocer y por lo tanto de elegir, falló. El fallo no se debe al conocimiento,
sino a un conocimiento limitado, que le hace tomar por bueno lo que es malo
para él. La voluntad humana elige siempre el bien, pero ella no es capaz de
discernir lo bueno de lo malo, tiene que aceptar lo que le propone el entendimiento
como tal.
El concepto de pecado como ofensa a Dios necesita
una revisión urgente. Creer que los errores que comete un ser humano pueden
causar una reacción por parte de Dios, es ridiculizarlo. Dios es impasible, no
puede cambiar nunca. Es amor y lo será siempre y para todos. Al fallar, yo me
hago daño a mí mismo y a las demás, nunca a Dios. Sea yo lo que sea, la oferta
de amor por parte de Dios será siempre invariable. Pero esa oferta no la puede
hacer Dios desde fuera de mí. Para Él no hay afuera. Lo divino es el
fundamento, la base de mi propio ser. Ahí puedo volver en todo momento para
descubrirlo y vivirlo.
El dogma dice: “por un singular privilegio de
Dios”. En sentido estricto, Dios no puede tener privilegios con nadie. Dios no
puede dar a un ser lo que niega a otro. El amor en Dios es su esencia. Dios no
tiene nada que dar, o se da Él mismo o no da nada. Nada puede haber fuera de
Dios. Además no tiene partes. Si se da, se da totalmente, infinitamente. Lo que
nos dice Jesús es que Dios se ha dado a todos. Lo extraordinario de María y
Jesús no lo puso Dios sino ellos mismos. Ahí está su grandeza y singularidad.
María fue lo que fue porque descubrió y vivió esa
realidad de Dios en ella. Todo lo que tiene de ejemplaridad para nosotros se lo
debemos a ella, no a que Dios le haya colmado de privilegios. Puede ser ejemplo
porque podemos seguir su trayectoria y podemos descubrir y vivir lo que ella
descubrió y vivió. Si seguimos considerando a María como una privilegiada,
seguiremos pensando que ella fue lo que fue gracias a algo que nosotros no
tenemos, por lo tanto, todo intento de imitarla sería vano.
Hablar de María como Inmaculada tiene un sentido
mucho más profundo que la posibilidad de que se le haya quitado un pecado antes
de tenerlo. Hablar de la Inmaculada es tomar conciencia de que en un ser humano
(María) descubrimos algo, en lo hondo de su ser, que fue siempre limpio, puro,
sin mancha alguna, inmaculado. Lo verdaderamente importante es que, si ese
núcleo inmaculado se da en un solo ser humano, podemos tener la garantía de que
se da en todos. Esa parte de nuestro ser, que nada ni nadie puede manchar, es
nuestro auténtico ser. Es el tesoro escondido, la perla preciosa.
Para descubrir esa realidad tienes que bajar hasta
lo más hondo de tu ser. Descubrirás primero los horrores de tu falso yo. Será
como entrar en un desván oscuro lleno de muebles rotos, ropa vieja, telarañas,
suciedad. Al encontrarte con esa realidad, la tentación es salir corriendo,
porque tendemos a pensar que no somos más que eso. Pero si tienes la valentía
de seguir bajando, si descubres que eso, que crees ser, es falso, encontrarás
tu verdadero ser luminoso y limpio, porque es lo que hay de divino en ti.
La fiesta de María Inmaculada manifiesta la
cercanía de lo divino en ella y en nosotros. En ella descubrimos las maravillas
de Dios. Pero lo singular de María está en que hace presente a Dios como mujer,
es decir, podemos descubrir en ella lo femenino de Dios. Para una sociedad que
sigue siendo machista, debería ser un aldabonazo. María es grande porque
descubrió y vivió lo divino que había en ella. No son los capisayos que
nosotros le hemos puesto a través de los siglos, los que hacen grande a María sino
haber descubierto su ser fundado en Dios y haber desplegado plenamente su
feminidad desde esta realidad.
“Él nos eligió
para que fuésemos inmaculados”, dice Pablo.
Esa elección es
para todos sin excepción.
Que nadie te
convenza de que eres basura.
No basta con haber
oído que el tesoro está ahí.
Es necesario
experimentar y vivir esa presencia.
Fray Marcos
Fuente: http://feadulta.com/
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