domingo, 1 de diciembre de 2019

Domingo I Adviento – Ciclo A (Mateo 24, 37-44)

Reflexiones del
Domingo I Adviento – Ciclo A (Mateo 24, 37-44) – 1 de diciembre 2019



Hermann Rodríguez Osorio, S.J. -  “El Hijo del hombre vendrá cuando menos lo esperen” 

Cuentan que John F. Kennedy, solía terminar los discursos de su campaña en 1960 contando la historia de un famoso coronel Davenport. Este personaje, en 1789, durante una jornada de trabajo de la Asociación de Representantes de Connecticut, fue interrumpido por una terrible tempestad que causó gran revuelo entre los asistentes. Los relámpagos, los truenos y la fuerza de los vientos que golpeaban la casa, hicieron pensar a todos que había llegado el juicio final. Los presentes pidieron a Davenport que se suspendiera la sesión porque el recinto había quedado en una completa penumbra, imposibilitando el trabajo. El coronel Davenport se puso en pie y dijo: “Señores, el día del juicio final puede estar cerca o puede tardar todavía muchos años, nadie lo sabe... Si no está cerca, no tenemos por qué preocuparnos; el chaparrón pasará y seguiremos tranquilos. Pero si el juicio final está muy cerca, yo prefiero que me encuentre cumpliendo mi deber. Por tanto, pido el favor que traigan las velas que sean necesarias para alumbrar el salón”. Inmediatamente, trajeron suficientes velas y la sesión continuó sin problemas.

No sabemos cuándo vendrá el Señor. Para hablar de la venida del Hijo del hombre, el Evangelio de hoy nos recuerda la historia de Noé: “En aquellos tiempos, antes del diluvio, y hasta el día en que Noé entró en el arca, la gente comía y bebía y se casaba. Pero cuando menos lo esperaban, vino el diluvio y se los llevó a todos. Así sucederá también cuando regrese el Hijo del hombre. En aquel momento, de dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro será dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada”. Lo típico de esta comparación es el hecho de que la venida del Señor se dará cuando menos lo esperamos. Por eso, la recomendación característica de este tiempo de Adviento, con el cual comenzamos el ciclo litúrgico de Mateo (A), es mantenerse despiertos y atentos, “porque no saben qué día va a venir su Señor”. La segunda comparación que se utiliza aquí, es muy particular. Se recurre a la sagacidad de los ladrones, que aprovechan los descuidos de los dueños de casa, para hacer sus fechorías. “(...) si el dueño de una casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, se mantendría despierto y no dejaría que nadie se metiera en su casa a robar. Por eso, ustedes también estén preparados; porque el Hijo del hombre vendrá cuando menos lo esperen”. De nuevo, la sorpresa de lo inesperado.

Tanto la comparación de Noé, como la de los ladrones, suponen situaciones negativas. El diluvio fue una tragedia para la humanidad y para la creación entera. Los ladrones nunca han sido una bendición para nadie; ni ayer ni hoy. Sin embargo, estas dos comparaciones no anuncian un cataclismo universal o un castigo para que paguemos todas nuestras deudas y pecados. Esta solía ser una estrategia utilizada por algunos evangelizadores que pensaban que para lograr los cambios necesarios en las personas creyentes, eran más eficaces las amenazas y los castigos, que el anuncio de la salvación gratuita que Dios nos ofrece. Por esto, es importante recordar hoy que lo que nos va a sorprender por lo inesperado de su llegada, es la salvación. Lo que pretende la Iglesia con este tiempo de Adviento es que nos preparemos para recibir en nuestros corazones la plenitud de la presencia del Dios-con-nosotros, que se encarna de nuevo para nuestra salvación. Y ojalá nos encuentre cumpliendo nuestro deber, no por temor, sino por amor...

 José Antonio Pagola - REORIENTAR NUESTRA VIDA

No siempre es fácil poner nombre a ese malestar profundo y persistente que podemos sentir en algún momento de la vida. Así me lo han confesado en más de una ocasión personas que, por otra parte, buscaban «algo diferente», una luz nueva, tal vez una experiencia capaz de dar color nuevo a su vivir diario.
Lo podemos llamar «vacío interior», insatisfacción, incapacidad de encontrar algo sólido que llene el deseo de vivir intensamente. Tal vez sería mejor llamarlo «aburrimiento», cansancio de vivir siempre lo mismo, sensación de no acertar con el secreto de la vida: nos estamos equivocando en algo esencial y no sabemos exactamente en qué.
A veces, la crisis adquiere un tono religioso. ¿Podemos hablar de «pérdida de fe»? No sabemos ya en qué creer, nada logra iluminarnos por dentro, hemos abandonado la religión ingenua de otros tiempos, pero no la hemos sustituido por nada mejor. Puede crecer entonces en nosotros una sensación extraña: nos hemos quedado sin clave alguna para orientar nuestra vida. ¿Qué podemos hacer?
Lo primero es no ceder a la tristeza ni a la crispación: todo nos está llamando a vivir. Dentro de ese malestar tan persistente hay algo muy saludable: nuestro deseo de vivir algo más positivo y menos postizo, algo más digno y menos artificial. Lo que necesitamos es reorientar nuestra vida. No se trata de corregir un aspecto concreto de nuestra persona. Eso vendrá tal vez después. Ahora lo importante es ir a lo esencial, encontrar una fuente de vida y de salvación.
¿Por qué no nos detenemos a oír esa llamada urgente de Jesús a despertar? ¿No necesitamos escuchar sus palabras?: «Estad en vela», «daos cuenta del momento que vivís», «es hora de despertar». Todos hemos de preguntarnos qué es lo que estamos descuidando en nuestra vida, qué es lo que hemos de cambiar y a qué hemos de dedicar más atención y más tiempo.
Las palabras de Jesús están dirigidas a todos y a cada uno: «Vigilad». Hemos de reaccionar. Si lo hacemos, viviremos uno de esos raros momentos en que nos sentimos «despiertos» desde lo más hondo de nuestro ser.

Fray Marcos DIOS ESTÁ SIEMPRE AHÍ, NO TIENE QUE VENIR DE NINGUNA PARTE

Hoy, comenzamos un nuevo año litúrgico. El tiempo de adviento se caracteriza por su complicada estructura. Por una parte recordamos el largísimo tiempo de adviento que precedió a la venida del Mesías. Esta es la causa de que encontremos en el AT tantos textos bellísimos sobre el tema. Fue un tiempo de sucesivas expectativas, porque las promesas nunca terminaban de cumplirse. Esas expectativas eran claramente equivocadas, porque suponían una intervención directa, externa y puntual de Dios a favor de un pueblo.
Por otra parte, tenemos la aparición histórica de Jesús. Se trata del punto de partida imprescindible para comprender nuestras expectativas como cristianos. Jesús hizo presente el Reino de Dios en su trayectoria humana. La primera e imprescindible referencia para nosotros es su vida terrena, porque es en su vida donde hizo presente el amor y desterró el odio. La preocupación por el “Jesús histórico”, que se ha despertado en nuestro tiempo, es el punto de partida para todo lo que podemos decir de Jesús teológicamente.
Jesús no sólo hizo presente el Reino, sino que hizo una propuesta a todos. Se trata de una oferta de salvación definitiva para el hombre. Él quiso indicar, a todos los seres humanos, el camino de la verdadera salvación. Celebrar el adviento hoy sería tomar conciencia de esta propuesta de salvación y prepararnos para hacerla realidad. Esa posibilidad de plenitud humana, debe ser nuestra verdadera preocupación. Ebeling dijo: lo más real de lo real no es la realidad misma, sino sus posibilidades. Jesús, viviendo a tope una vida humana, desplegó todas sus posibilidades de ser y propuso esa misma meta a todos.
Hay otro aspecto del adviento que es necesario tener muy claro. Al constatar, siglo tras siglo en la historia de Israel, que las expectativas no se cumplían, se fue retrasando el momento de su ejecución, hasta que se llegó a colocarlo en el final de los tiempos. Surgió así la escatología, un género literario que nos dice muy poco hoy día. Es sorprendente que ni siquiera la venida de Jesús se consideró definitiva para los cristianos. Es la mejor prueba de que la salvación que él propuso no nos convence. Por eso los cristianos sintieron la necesidad de una segunda venida, que sí traería la salvación que todos esperamos.
Armonizar todas estas perspectivas es muy complicado para nosotros. El tiempo anterior a Jesús, la vida terrena de Jesús, nuestra propia realidad histórica y el hipotético futuro escatológico nos pueden llevar a una dispersión que convierta el adviento en un batiburrillo que nos impida enfocar bien su celebración. Creo que lo más urgente para nosotros hoy, es centrarnos en hacer nuestro el mensaje de Jesús y vivir esa posibilidad de plenitud que él vivió y nos propuso. Partiendo de su vida, debemos tratar de dar sentido a la nuestra.
La visión de Isaías en la primera lectura, está muy lejos de ser una realidad. Es la utopía que puede mantenernos firmes dentro de una realidad que sigue siendo sangrante. La realidad no debe eliminar la esperanza de un mundo más humano. Debemos aferrarnos a la utopía de que otro mundo es posible. La esperanza se funda en que Dios no nos puede abandonar ni retirar la oferta de esa plenitud. Esa esperanza, a la que nos invitan las lecturas, no es de futuro sino de presente. La percibimos como de futuro, porque todavía no hemos hecho nuestras todas las posibilidades que tenemos a nuestro alcance.
Pablo nos repite que ya va siendo hora de espabilarse, pero seguimos portándonos como verdaderos insensatos. Seguimos caminando en una dirección equivo­cada. Las advertencias que hace Pablo a los romanos son las mismas que tendríamos que hacer hoy: nada de comilonas y borracheras, lujuria y desenfre­no, riñas y pendencias. El excesivo cuidado de nuestro cuerpo fomentará los malos deseos. El hedonismo, que pretende el placer inmediato, terminará por aniquilar nuestro verdadero ser.
Estar despiertos es la condición mínima para desarrollar nuestra humanidad. Creo que estamos bien despiertos para todo lo terreno y material. Esa excesiva preocupación por lo material, es lo que la Escritura llama “estar dormido”. Hoy empezamos el Adviento, preparación para la Navidad, pero los grandes almacenes, y todos los medios de comunicación ya hace casi un mes que han empezado su preparación. Menos de un 15% de nuestra sociedad escuchará unos minutos cada domingo el anuncio de que Jesús nace, frente a las muchísimas horas que va a soportar la propaganda consumista.
Descubrir lo que soy exige esfuerzo y dedicación. Alagar la parte instintiva es más fácil que espolear el espíritu. Los emperadores romanos ofrecían pan y circo a las masas para que no exigieran otras cosas. Hoy la oferta tranquilizante es fútbol y tele. Nuestra religión ha caído en la trampa de una salvación acomodada a nuestras apetencias, ofreciéndonos la eliminación del dolor, el pecado, la muerte. Como eso es imposible aquí y ahora, se ha proyectado la salvación para un más allá. No, Dios quiere nuestra plenitud, aquí y ahora.
Adviento no es solo la preparación para celebrar dignamente un acontecimiento que se produjo hace más de veinte siglos. El adviento debe ser un tiempo de reflexión profunda, que me lleve a ver más claro el sentido que debo dar a toda mi existencia. No hay tiempos más propicios que otros para afrontar un tema determinado. Soy yo el que tengo que acotar el tiempo que debo dedicar a los asuntos que más me interesan. Y lo que más me debía interesar, tal como nos lo advierte la liturgia, es mi verdadero ser, no mi falso yo.
Dios está viniendo en todo instante, pero solo el que está despierto se dará cuenta de esa presencia. Si no descubro esa presencia, mi vida puede transcurrir sin enterarme de la mayor riqueza que está a mi alcance. Dios no tiene que venir en ningún momento ni de ninguna parte, porque es la base y fundamento de mi ser. Lo que llamamos Dios está en mí como fundamento aunque yo no descubra su presencia. Pero como ser humano, mi más alta posibilidad de plenitud consiste precisamente en descubrir y vivir conscientemente esa realidad. Dios está en todo, pero solo el hombre puede ser consciente de esa presencia.
No tengo que esperar tiempos mejores para poder realizar mi proyecto humano. Si tengo que esperar a que Dios cambie algo o cambien los demás para encontrar mi salvación, no he descubierto lo que soy ni lo que es Dios. La salvación que Jesús propuso no está condicionada por circunstancias externas. Aún en las situaciones más adversas, está siempre a nuestro alcance. En cualquier momento puedo hacer mía esa salvación. En cualquier instante de mi vida puedo descubrir la plenitud. Si no soy capaz de descubrir mi salvación en esta situación en que hoy me encuentro, no seré capaz de descubrirla nunca.
El error en el que estamos instalados, es esperar que esa salvación venga de fuera en un próximo futuro. Dios no tiene futuro y está viniendo siempre y desde dentro. Aquí puede que esté la clave para cambiar nuestra mentalidad. Pero preferimos seguir pensando en el Dios todopoderoso que actúa a capricho y desde fuera. De esa manera no hay forma de hacer nuestro el Reino de Dios, que está ya dentro de nosotros. Hoy el evangelio nos advierte: si el encuentro no se produce es porque seguimos dormidos.

Meditación

Se trata de despertar, de tomar conciencia de las posibilidades.
Lo malo es poner el objetivo de tu vida en comilonas y borracheras.
Ni siquiera es preciso hacer daño a otros para impedir la plenitud.
El fallo está en vivir enredado en las cosas de este mundo.
“¡Caminemos a la luz del Señor!”

Fray Marcos


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