Domingo
XXVII del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 17, 5-10) – 6 de octubre de 2019
“Los
apóstoles pidieron al Señor: – Danos más fe”
Hermann Rodríguez
Osorio, S.J.
Leí alguna vez que
hace mucho tiempo vivió en la China un niño llamado Ping que amaba tiernamente
las flores. Todo lo que sembraba crecía como por encanto. Un día, el Emperador,
que era muy viejo, decidió buscar a su sucesor. ¿Quién podría ser? ¿Cómo podría
escogerlo? Decidió que iba a dejar que las flores lo escogieran. Al día
siguiente salió un bando: todos los niños deberían venir a la gran plaza para
recibir de manos del Emperador semillas de flores. "Quien en el plazo de
un año me pueda mostrar el mejor resultado", dijo, "me sucederá en el
trono". Esta noticia causó gran revuelo. Los niños de todos los rincones
acudieron para recibir sus semillas. Los papás querían que su hijo fuera
escogido como Emperador y los niños soñaban con ser escogidos. Cuando Ping
recibió sus semillas se sintió el más feliz de todos los niños. Estaba
totalmente seguro de que podría cultivar las flores más hermosas.
Ping llenó una
matera con tierra y plantó la semilla. La rociaba todos los días. Los días
pasaron, pero nada germinaba en la matera. Ping estaba muy triste. Entonces
tomó una matera más grande y echó en ella la mejor tierra y tomó la semilla y
la plantó. Esperó dos meses más y no pasó nada. Poco a poco paso un año entero.
Llegó la primavera y los niños vistieron sus más preciosos trajes para agradar
al Emperador. Se dirigieron a la plaza con sus hermosísimas flores, esperando
cada uno que sería el escogido. Ping se sentía avergonzado con su matera vacía.
Pensó que los demás niños se burlarían de él. Sin embargo, fue a la plaza. El
Emperador observaba detenidamente todas las flores. ¡Qué flores tan hermosas!
Pero el Emperador no decía ni una palabra. Finalmente, se acercó a Ping, quien
agachó su cabeza lleno de vergüenza esperando que sería castigado. El Emperador
le preguntó: "¿Por qué trajiste una matera vacía?" Ping comenzó a
llorar y respondió: "Planté la semilla que usted me dio, la rocié cada
día, pero no germinó. La sembré en una matera más grande, le puse una tierra
mejor y tampoco germinó. Esperé un año entero, pero nada creció. Por esta razón
hoy vengo ante su presencia con una matera vacía. Hice lo mejor que pude".
Cuando el
Emperador escuchó estas palabras, se dibujó en su rostro una sonrisa y puso su
mano sobre el hombro de Ping. Luego exclamo: "¡Lo encontré! ¡Encontré a la
única persona digna de ser Emperador! No sé de dónde sacaron las semillas que
ustedes cultivaron. Porque las semillas que yo les di habían sido cocinadas.
Por lo tanto, era imposible que pudieran germinar. Admiro a Ping por el valor
que ha tenido para venir delante de mi con su vacía verdad. Por lo tanto, ahora
lo premio con el reino y lo nombro mi sucesor.
Si somos sinceros,
más del noventa por ciento de las cosas que hacemos en nuestra vida, no tiene
otra finalidad que buscarnos a nosotros mismos. El egoísmo es tan sutil, que
nos engaña aún en nuestras buenas acciones. Reclamamos, exigimos, solicitamos
que se nos tenga en cuenta de mil formas cada día... Pasamos factura por
nuestras buenas obras. Queremos que se nos reconozca lo buenos que somos. Hemos
hecho todo lo que nos correspondía hacer, y esto, automáticamente, nos hace
merecedores de una recompensa por parte de Dios. Pocas experiencias tan importantes
para aprender de la gratuidad, como la siembra y la cosecha. El campesino que
siembra la semilla y recoge la cosecha, sabe que él ha sido responsable de
ciertas condiciones externas que han facilitado las cosas, pero también es
consciente de que el crecimiento y el fruto, es solamente obra y regalo de
Dios. Esta bella historia nos recuerda que nosotros no somos dueños del
crecimiento ni de los frutos, y que tener fe es hacer lo mejor posible las
cosas, para que Dios realice su obra de salvación a través nuestro.
¿SOMOS
CREYENTES?
José
Antonio Pagola
Jesús les había
repetido en diversas ocasiones: «¡Qué pequeña es vuestra fe!». Los discípulos
no protestan. Saben que tienen razón. Llevan bastante tiempo junto a él. Lo ven
entregado totalmente al Proyecto de Dios: solo piensa en hacer el bien; solo
vive para hacer la vida de todos más digna y más humana. ¿Lo podrán seguir
hasta el final?
Según Lucas, en un
momento determinado, los discípulos le dicen a Jesús: «Auméntanos la fe».
Sienten que su fe es pequeña y débil. Necesitan confiar más en Dios y creer más
en Jesús. No le entienden muy bien, pero no le discuten. Hacen justamente lo
más importante: pedirle ayuda para que haga crecer su fe.
Nosotros hablamos
de creyentes y no creyentes, como si fueran dos grupos bien definidos: unos
tienen fe, otros no. En realidad, no es así. Casi siempre, en el corazón humano
hay, a la vez, un creyente y un no creyente. Por eso, también los que nos
llamamos «cristianos» nos hemos de preguntar: ¿Somos realmente creyentes?
¿Quién es Dios para nosotros? ¿Lo amamos? ¿Es él quien dirige nuestra vida?
La fe puede
debilitarse en nosotros sin que nunca nos haya asaltado una duda. Si no la
cuidamos, puede irse diluyendo poco a poco en nuestro interior para quedar
reducida sencillamente a una costumbre que no nos atrevemos a abandonar por si
acaso. Distraídos por mil cosas, ya no acertamos a comunicarnos con Dios.
Vivimos prácticamente sin él.
¿Qué podemos
hacer? En realidad, no se necesitan grandes cosas. Es inútil que nos hagamos
propósitos extraordinarios pues seguramente no los vamos a cumplir. Lo primero
es rezar como aquel desconocido que un día se acercó a Jesús y le dijo: «Creo,
Señor, pero ven en ayuda de mi incredulidad». Es bueno repetirlas con corazón
sencillo. Dios nos entiende. Él despertará nuestra fe.
No hemos de hablar
con Dios como si estuviera fuera de nosotros. Está dentro. Lo mejor es cerrar
los ojos y quedarnos en silencio para sentir y acoger su Presencia. Tampoco nos
hemos de entretener en pensar en él, como si estuviera solo en nuestra cabeza.
Está en lo íntimo de nuestro ser. Lo hemos de buscar en nuestro corazón.
Lo importante es
insistir hasta tener una primera experiencia, aunque sea pobre, aunque solo
dure unos instantes. Si un día percibimos que no estamos solos en la vida, si
captamos que somos amados por Dios sin merecerlo, todo cambiará. No importa que
hayamos vivido olvidados de él. Creer en Dios es, antes que nada, confiar en el
amor que nos tiene.
EL
SECRETO ESTÁ EN CONFIAR EN UNO MISMO
Fray
Marcos
Sigue el evangelio
con propuestas aparentemente inconexas, pero Lc sigue un hilo conductor muy
sutil. Hasta hoy nos había dicho, de diversas maneras, que no pongamos la
confianza en las riquezas, en el poder, en el lujo; pero hoy nos dice: no la
pongas en tu falso ser ni en la obras que salen de él, por muy religiosas que
sean. Confía solamente en “Dios”. Los que se pasan la vida acumulando méritos
no confían en Dios sino en sí mismos. La salvación por puntos es lo más
contrario al evangelio. Pero ese dios al que tengo que rendir cuantas tiene que
dejar paso al Dios que es el fundamento de mi ser y que se identifica con lo
que yo soy en profundidad.
Una vez más
debemos advertir que las Escrituras no se pueden tomar al pie de la letra. Si
lo entendemos así, el evangelio de hoy es una sarta de disparates. En realidad
son todo símbolos que nos tienen que lanzar a un significado mucho más profundo
de lo que aparenta. Ni hay un Yo fuera a quien servir, ni hay un yo raquítico
que patalea ante su Señor. Cada uno de nosotros es solo la manifestación de
Dios que a través nuestro manifiesta su poder para hacer un mundo más humano.
No hay un mí ningún yo que pueda atribuirse nada. Ni hay fuero un YO al que
pueda llamar Dios. Ni Dios puede hacer nada sin mí ni yo puedo hacer nada sin
él. ¿De qué puedo gloriarme?
Esa petición, que
hacen los apóstoles a Jesús, está hecha desde una visión mítica (dualista) del
Dios, del hombre y del mundo. La parábola del simple siervo cuya única
obligación es hacer lo mandado, refleja la misma perspectiva. Ni Dios tiene que
aumentarnos la fe ni somos unos siervos inútiles ni necesitamos poderes
especiales para trasplantar una morera al mar. La religión ha metido a Dios en
esa dinámica y nos ha metido por un callejón del que aún no hemos salido.
Descubrir lo que realmente somos sería la clave para una verdadera confianza en
Dios, en la vida, en cada persona. El relato nos da suficientes pistas para
salir del servilismo y de la adoración al Dios cosa.
Jesús no responde
directamente a los apóstoles. Quiere dar a entender que la petición –auméntanos
la fe- no está bien planteada. No se trata de cantidad, sino de autenticidad.
Jesús no les podía aumentar la fe, porque aún no la tenían ni en la más mínima
expresión. La fe no se puede aumentar desde fuera, tiene que crecer desde
dentro como la semilla. A pesar de ello, en la mayoría de las homilías que he
leído antes de elaborar ésta, se termina pidiendo a Dios que nos aumente la fe.
Efectivamente, podemos decir que la fe es un don de Dios, pero un don que ya ha
dado a todos. ¿Que Dios sería ese que caprichosamente da a unos una plenitud de
fe y deja a otros tirados? Viendo cada una de sus criaturas, descubrimos lo que
Dios está haciendo en ellas en cada momento.
Al hablar de la fe
en Dios, damos a entender que confiamos en lo que nos puede dar. Se interpretó
la respuesta de Jesús como una promesa de poderes mágicos. La imagen de la
morera, tomada al pie de la letra, es absurda. Con esta hipérbole, lo que nos
está diciendo el evangelio es que toda la fuerza de Dios está ya en cada uno de
nosotros. El que tiene confianza podrá desplegar toda esa energía. Lo contrario
de la fe es la idolatría. El ídolo es un resultado automático del miedo.
Necesitamos el ser superior que me saque las castañas del fuego y en quien
poder confiar cuando no puedo confiar en mí mismo. Dios no anda por ahí
haciendo el ridículo jugando a todopoderoso. Tampoco nosotros debemos utilizar
a Dios para cambiar la realidad que no nos gusta.
La fe no es un
acto sino una actitud personal fundamental y total que imprime un sí definitivo
a la existencia. Confiar en lo que realmente soy me da una libertad de
movimiento para desplegar todas mis posibilidades humanas. Nuestra fe sigue
siendo infantil e inmadura, por eso no tiene nada que ver con lo que nos
propone el evangelio. La mayoría de los cristianos no quieren madurar en la fe
por miedo a las exigencias que esto conllevaría. La fe es una vivencia de Dios,
por eso no tiene nada que ver con la cantidad. El grano de mostaza, aunque diminuto,
contiene vida exactamente igual que la mayor de las semillas. Esa vida,
descubierta en mí, es lo que de verdad importa.
Tanto a nivel
religioso como civil, cada vez se tiene menos confianza en la persona humana.
Todo está reglamentado, mandado o prohibido, que es más fácil que ayudar a
madurar a cada ser humano para que actúe por convicción. Estamos convirtiendo
el globo terráqueo en un inmenso campo de concentración. No se educa a los
niños para que sean ellos mismos, sino para que respondan automáticamente a los
estímulos que les llegan. Los poderosos están encantados, porque esa
indefensión les garantiza un total control sobre la población. Lo difícil es
educar para que cada individuo sea él mismo y responda personalmente ante las
propuestas de salvación que le llegan.
Para la mayoría,
creer es el asentimiento a una serie de verdades teóricas, que no podemos
comprender. Esa idea de fe, como conjunto de doctrinas, es completamente
extraña tanto al Antiguo Testamento como al Nuevo. En la Biblia, fe es
equivalente a confianza en... Pero incluso esta confianza se entendería mal si
no añadimos que tiene que ir acompañada de la fidelidad. La fe-confianza
bíblica supone la fe, supone la esperanza y el amor. Esa fe nos salvaría de
verdad. Esa fe no se consigue con propagandas ni imposiciones porque nace de lo
más hondo de cada ser.
No debemos esperar
que Dios nos libre de las limitaciones, sino de encontrar la salvación a pesar
de ellas. Esa confianza no la debemos proyectar sobre una PERSONA que está
fuera de nosotros y del mundo. Debemos confiar en un Dios que está y forma
parte de la creación y por lo tanto de nosotros. Creer en Dios es apostar por
la creación; es confiar en el hombre; es estar construyendo la realidad
material, y no destruyéndola; es estar por la vida y no por la muerte; es estar
por el amor y no por el odio, por la unidad y no por la división. Tratemos de
descubrir por qué tantos que no "creen" nos dan sopas con honda en la
lucha por defender la naturaleza, la vida y al hombre.
Superada la fe
como creencia, y aceptado que es confianza en…, nos queda mucho camino por
andar para una recta comprensión del término. La fe que nos pide el evangelio
no es la confianza en un señor poderoso por encima y fuera del mundo, que nos
puede sacar las castañas del fuego. Se trata más bien, de la confianza en el
Dios inseparable de cada criatura, que la atraviesa y la sostiene en el ser.
Podemos experimentar esa presencia como personal y entrañable, pero en el resto
de la creación se manifiesta como una energía que potencia y especifica cada
ser en sus posibilidades. Creer en Dios es confiar en la posibilidad de cada
criatura para alcanzar su plenitud.
La mini parábola
del simple siervo nos tiene que llevar a una profunda reflexión. No quiere decir
que tenemos que sentirnos siervos, y menos aún inútiles, sino todo lo
contrario. Nos advierte que la relación con Dios como si fuésemos esclavos nos
deshumaniza. Es una crítica a la relación del pueblo judío con Dios que estaba
basada en el estricto cumplimiento de la Ley, y en la creencia de que ese
cumplimiento les salvaba. La parábola es un alegato contra la actitud farisaica
que planteaba la relación con Dios como toma y da acá. Si ellos cumplían lo
mandado, Dios estaba obligado a cumplir sus promesas. Es la nefasta actitud que
aún conservamos nosotros.
Pablo ya advirtió
que la fe y la esperanza pasarán, porque perderán su sentido. La verdad es que
también el amor, tal como lo entendemos nosotros, también tiene que ser
superado. Desde nuestra condición de criaturas no podemos entender el amor más
que como una relación de un sujeto que ama con un objeto que es amado. El amor
“a” Dios y el amor “de” Dios van mucho más allá. En ese amor, desaparece el
sujeto y el objeto, solo queda la unidad (el amor) “amada en el amado
transformada”. No entender esto es causa de infinitos malentendidos en nuestra
relación con Él.
Meditación
Si
la confianza no es absoluta y total no es confianza.
El
mayor enemigo de la fe-confianza son las creencias,
porque
exigen la confianza en ellas mismas.
Tener
fe no es esperar que las cosas cambien.
Es
ser capaz de bajar al fondo de mí mismo,
para
anular el efecto negativo de cualquier limitación.
Fray
Marcos
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