PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Lc.2, 22-40
domingo, 31 de diciembre de 2017
sábado, 30 de diciembre de 2017
“Estaba lleno de sabiduría y gozaba del favor de Dios”
La Sagrada Familia – Ciclo B (Lucas
2, 22.39-40) – 31 de diciembre de 2017
Un matrimonio de profesionales jóvenes, con dos hijos pequeños, fue
asaltado un día por un familiar cercano con una pregunta que nunca se habían
esperado: –¿Estarían ustedes dispuestos a prestarle el carro nuevo a la
empleada del servicio durante todo un día?Ellos, sin entender para dónde
iba el interrogatorio, respondieron casi al tiempo y sin dudar ni un momento: “Ni
de riesgos. ¡Cómo se le ocurre! ¡No faltaba más!” El familiar, dejando
escapar una sonrisa de satisfacción al ver cómo habían caído redonditos, les
dijo: “Y, entonces, ¿cómo es que dejan todo el día a sus dos hijos en manos de
la misma empleada del servicio?”
No se trata de juzgar la forma de ejercer la paternidad o la maternidad en
los tiempos modernos. Ni soy yo el más indicado para decir qué está bien y qué
está mal en la educación de los hijos, puesto que no los tengo; pero cuando
escuché esta historia me conmoví interiormente y pensé mucho en la forma como
se van levantando actualmente los hijos de matrimonios conocidos.
La familia es el núcleo primordial en el que crecemos y nos vamos
desarrollando como personas. Lo que aprendemos en la casa nos estructura
interiormente para afrontar los retos que nos plantea la vida. Lo que no se
aprende en el seno del hogar es muy difícil que luego se adquiera en el camino
de la vida. Los primeros años de nuestro desarrollo son fundamentales y tal vez
a veces lo olvidamos.
Es muy poco lo que los Evangelistas nos cuentan sobre la vida familiar de
Jesús, José y María; sin embrago, por lo poco que se sabe, ellos tres
constituyeron un hogar lleno de amor y cariño en el que se fue formando el
corazón del niño Jesús. Y, a juzgar por los resultados, ciertamente, tenemos
que reconocer que debió ser una vida familiar que le permitió al Niño crecer
hasta la plenitud de sus capacidades: “Y el niño crecía y se hacía más fuerte,
estaba lleno de sabiduría y gozaba del favor de Dios”.
Que nuestros niños crezcan también fuertes y llenos de sabiduría, gozando
del favor de Dios, de tal manera que no tengan que rezar a Dios con las
palabras que leí alguna vez en una revista:
"Señor, tu que eres bueno y proteges a todos los
niños de la tierra,
quiero pedirte un gran favor: transfórmame en un televisor.
Para que mis padres me cuiden como lo cuidan a él,
para que me miren con el mismo interés
con que mi mamá mira su telenovela preferida o papá el
noticiero.
Quiero hablar como algunos animadores que cuando lo
hacen,
toda la familia calla para escucharlos con atención y
sin interrumpirlos.
Quiero sentir sobre mí la preocupación que tienen mis
padres
cuando el televisor se rompe y rápidamente llaman al
técnico.
Quiero ser televisor para ser el
mejor amigo de mis padres y su héroe favorito.
Señor, por favor, déjame ser televisor, aunque
sea por un día".
domingo, 24 de diciembre de 2017
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Lc. 1, 26-38
domingo, 17 de diciembre de 2017
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DEHOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Jn. 1, 6-8, 19-28
domingo, 10 de diciembre de 2017
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mc. 1, 1-8
“Una voz grita en el desierto”
Domingo II de Adviento – Ciclo B (Marcos
1, 1-8) – 10 de diciembre de 2017
En el desierto de Atacama, al norte de Chile, sucede cada cierto tiempo un
fenómeno único en el mundo. Esta región, una de las más áridas del planeta,
después de varios años de paisaje lúgubre y seco, se transforma, por las
lluvias, en lo que se conoce como el Desierto Florido. En las últimas dos
décadas este fenómeno se ha repetido en los años 1983, 1987, 1991 y finalmente
con la histórica precipitación del 12 de julio de 1997, donde el agua caída
registró la cifra récord de 96 mm en tan sólo 15 horas, algo totalmente inusual
para el Desierto de Atacama. El paisaje árido se transforma en un espectáculo
único y de sorprendente colorido. Inicialmente con un manto de color verde
desde el mes de julio y agosto para alcanzar toda esa gama multicolor en el mes
de septiembre, donde flores, insectos y otros animales tapizarán grandes
extensiones de la Región de Atacama.
Las lluvias hacen que pequeñas semillas y bulbos, que se han mantenido por
años enterrados en el desierto, germinen y crezcan dando vida a plantas de
variadas características y hermosas flores multicolores. Asociadas a ellas
surgen una gran cantidad de insectos, aves, generando un muy especial
ecosistema, donde todos los elementos de la naturaleza conviven en armonía
durante todo el tiempo que las condiciones climáticas lo permiten, volviendo
con los meses a una situación de latencia hasta las próximas nuevas lluvias.
Contemplar este espectáculo, habiendo conocido la realidad del desierto que
se adueña de esta región del mundo durante largos años, debe ser una
experiencia inolvidable. Es ser testigo de la vida que no se da nunca por
vencida. Siempre está esperando el momento propicio para renacer y explotar en
destellos de luz y de color. Me vino a la memoria este fenómeno natural cuando
leí en el comienzo del Evangelio según san Marcos la frase que encabeza
el Encuentro con la Palabra del día de hoy:
“Una voz grita en el desierto”. Eso es lo que Juan el Bautista significó para
el pueblo de Israel. Lo que estaba anunciando era la llegada del Mesías:
“Después de mí viene uno más poderoso que yo, que ni siquiera merezco agacharme
para desatarle la correa de sus sandalias”.
El profeta Juan anunció la vida, pero la vida estaba ya presente... Dentro
de cada uno de nosotros está presente el Reino de Dios y está tratando de
brotar y germinar para transformar el rostro del mundo. Hace algún tiempo la revista
de Teología Pastoral, Sal Terrae, traía un título muy sugestivo que
me parece que expresa muy bien lo que trato de decir: “El roble está latente en
el fondo de la bellota”, haciendo referencia a la famosa poesía de Ira Progoff.
En el fondo de toda realidad, está presente ya la vida de Dios que brotar como
una fuente inagotable.
La voz de Juan se escuchó en medio de la aridez de su pueblo para decirles:
“que debían volverse a Dios”. Fue como la lluvia que anunció la llegada de la
vida al desierto que llevaba muchos años dormido y oculto. Al interior de cada
uno de nosotros, en el fondo de nuestro corazón, están presentes siempre las
semillas del Reino que necesitan ser regadas por las lluvias generosas para que
despierten de su letargo prolongado y vuelvan a reverdecer llenando con su
color, con su fragancia y su luz, los paisajes de nuestra vida y la vida de
nuestros pueblos.
domingo, 3 de diciembre de 2017
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ Mc. 13, 33-37
“Manténganse ustedes despiertos y vigilantes”
Domingo I de Adviento – Ciclo B (Marcos
13, 33-37) – 3 de diciembre de 2017
Juanito le preguntó una vez a su abuela:
¿Que significa el tiempo de Adviento? La abuela le contestó: Es un tiempo de
espera durante el cual debemos tener los ojos más abiertos y los oídos más
atentos, para saber en qué momento pasará lo que esperamos. Y, ¿qué es eso que
esperamos?, preguntó Juanito, con una gran curiosidad. El paso de Jesús por
nuestras vidas, respondió la abuela. Si no estamos muy atentos, nos puede pasar
como le pasó a don Casimiro, un señor muy religioso, que se perdió la gran
oportunidad de ver a Dios frente a frente. Y le contó esta historia:
"Hace mucho tiempo, en un país muy
lejano, había un hombre muy religioso, que se llamaba Casimiro; todos los días
le pedía a Jesús que le dejara ver su rostro; el hombre creía, tenía fe, rezaba
mucho, pero no quería morir sin haber visto a Jesús frente a frente. Un buen
día, estando en la Iglesia, escuchó una voz que le decía en su interior: Ha
llegado el tiempo en el que me podrás ver: Mañana iré a visitarte a tu casa.
Espérame y me verás. No faltaré. Casimiro volvió a su casa, y se puso a
preparar todo para su encuentro con Jesús. Barrió la casa, puso en la puerta
una bella alfombra nueva, preparó unas galletas y una torta, para ofrecerle una
buena merienda a Jesús.
Al día siguiente, Casimiro se puso a la
puerta de su casa con la torta, las galletas y las golosinas sobre una mesa.
Pasaba el tiempo y no aparecía Jesús. De pronto, pasó por allí un niño jugando
solo; se quedó mirando la torta y las golosinas y se fue acercando poco a poco,
jugando cada vez más cerca. Estuvo allí un buen rato hasta que Casimiro lo
regañó y le dijo: Vete a jugar lejos de mi casa, porque estoy esperando un
visitante muy ilustre y no estoy dispuesto a que tú te comas lo que le he
preparado para comer. El niño se fue muy triste a jugar en otra parte.
Un poco más tarde, vio venir a una viejita
pobre que tenía la ropa y los zapatos muy sucios; era una viejita conocida en
el vecindario; se acercó a la puerta de la casa de Casimiro para pedir una
limosna, como acostumbraba, pero éste le prohibió que se acercara y pisara su
alfombra nueva: Me la vas a manchar, le dijo. Vete, que estoy esperando un
visitante muy ilustre y no estoy dispuesto a que tú me estropees la limpieza de
mi casa. La viejita se fue muy triste a pedir una limosna en otra parte.
Pasaba el tiempo y Jesús no aparecía. Ya
por la tarde, vino un vecino corriendo y le pidió a Casimiro que le ayudara a
sacar su carro de un hueco en el que había caído por accidente; pero Casimiro
dijo: No puedo dejar mi casa sola, porque estoy esperando un visitante muy
ilustre, y no estoy dispuesto a que no me encuentre esperándolo. El vecino se
fue muy triste a pedir ayuda en otra parte. Cayó la noche y Jesús no
apareció. Al otro día, Casimiro se fue a la Iglesia a preguntarle a Dios por
qué no había cumplido su promesa: ¿Por qué, Señor? ¿Por qué no cumpliste tu
promesa de ir a verme a mi casa? Hubo un Tiempo de silencio. Dios callaba. De
pronto, Casimiro escuchó una voz que le decía en su interior: Fui y no me
reconociste; yo era el niño que esperaba que me dieras un poco de torta y algunas
golosinas para alegrarme la vida. Yo era la anciana pobre que pasó por delante
de tu casa esperando recibir alguna ayuda para vivir. Yo era tu vecino que te
pedía un favor. No quisiste verme. Las tres veces me fui muy triste a buscar en
otra parte. Y Casimiro, salió fuera y lloró amargamente por no haber reconocido
a Jesús”.
Por eso, tenemos que mantenernos
despiertos, porque no sabemos cuándo va a llegar el señor de la casa, si al
anochecer, a la medianoche, al canto del gallo o a la mañana. No sea que venga
de repente y nos encuentre durmiendo, o pensando en otras cosas, como le pasó a
Casimiro. Tenemos que estar siempre atentos para reconocer el paso de Dios por
nuestras vidas.
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