Domingo V de
Cuaresma – Ciclo A (Juan 11, 1-45) 6 de abril de 2014
¡Qué
fácil resultan las cosas cuando se quiere! Detrás de todo lo valioso e
importante en esta vida, hay historias de amor que no conocemos. Normalmente,
vemos los resultados y nos llenamos de admiración al reconocer la inmensidad de
las obras de hombres y mujeres a lo largo y ancho de este mundo: Obras de arte,
gestas revolucionarias, grandes construcciones, proyectos de desarrollo,
acciones a favor de los demás... Detrás de todo ello había trabajando un motor
inmóvil, un dinamismo creador, salvador y liberador que no se explica con
palabras sino con obras; que no se contenta con los buenos deseos sino que pasa
a las acciones; que no sólo opina sobre lo que debe cambiar, sino que
transforma la realidad: ¡Este motor del mundo, que mueve sin ser movido, es el
amor!
Recordarán
ustedes la historia que salió hace unos años en una de las páginas del
calendario del Corazón de Jesús que hablaba de una niña que iba caminando por
un sendero pedregoso llevando a cuestas a su hermanito. “Me quedé mirándola y
le pregunté: –¿Cómo puedes llevar una carga tan pesada? La niña volvió
hacia mi sus ojos llenos de sorpresa y me respondió: –No es una carga,
señor, es mi hermanito".
Por todas
partes, en el texto en el que san Juan nos relata la resurrección de Lázaro,
salta a la vista el cariño que Jesús sentía hacia esta familia de Betania: “tu
amigo está enfermo”; “Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro,
cuando le dijeron que Lázaro estaba enfermo se quedó dos días más en el lugar
donde se encontraba. Después dijo a sus discípulos: – Vamos otra vez a Judea”;
“Jesús, al ver llorar a María y a los judíos que habían llegado con ella, se
conmovió profundamente y se estremeció, y les preguntó: – ¿Dónde lo sepultaron?
Le dijeron: – Ven a verlo Señor. Y Jesús lloró. Los judíos dijeron entonces: –
¡Miren cuánto lo quería!”. “Jesús, otra vez conmovido, se acercó a la tumba.
Era una cueva, cuya entrada estaba tapada con una piedra. Jesús dijo: – Quiten
la piedra”. Y más adelante, la bella oración que Jesús dice delante de la tumba
de su amigo: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo sé que siempre
me escuchas, pero lo digo por el bien de esta gente que está aquí, para que
crean que tú me has enviado. Después de decir esto, gritó: – ¡Lázaro, sal de
ahí!”
Sólo desde el
amor se explica que el Señor Jesús haya querido ir a Judea donde hacía poco
habían tratado de matarlo a pedradas. Sólo desde el amor pudieron los
discípulos decir: “Vamos también nosotros, para morir con él”. Sólo desde el
amor se explica ese bendito grito de Jesús ante la tumba de su amigo: “¡Lázaro,
sal de ahí!” Sólo desde el amor se entiende que “El muerto salió, con las manos
y los pies atados con vendas y la cara envuelta en un lienzo”.
Si nos
dejamos mover por esa fuerza misteriosa del amor que bulle allí en nuestro
interior, daremos vida a los cadáveres y seremos capaces, también hoy, de
asumir nuestra misión estando incluso dispuestos a ‘morir con él’. La Cuaresma
es un tiempo para crecer en este amor que mueve montañas. Vivamos esta experiencia
del amor que Dios nos regala en la persona de Jesús y pidámosle que seamos
capaces de sacar de su tumba a los muertos o por lo menos, sintamos la fuerza
para echarnos al hombro a nuestro hermanito.
Un saludo cordial.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Decano Académico
Facultad de Teología
Pontificia Universidad Javeriana
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