Domingo IV de Cuaresma – Ciclo A (Juan 9,1-41) 30 de mazo de 2014
El diagnóstico que nos
acaban de dar es fatal; la enfermedad apareció de repente y no hubo tiempo de
prevenirla. Fue un accidente horrible; nadie esperaba que muriera tan joven. En
el cruce de balas lo hirieron y quedó parapléjico; le espera una vida entera de
sufrimiento. La ecografía dice que el niño va a nacer con una deficiencia
grave; será una carga pesada de llevar para toda la familia. Noticias como
estas no se las desea uno a nadie. Pero llegan muchas veces. Y siempre, sin
avisar. El dolor en este mundo es muy grande y toca, más tarde o más temprano,
a nuestra puerta, y entra sin pedir permiso.
“Cuando le pasan cosas malas a la gente buena”
es el título de un libro escrito por un rabino norteamericano que vio nacer a
uno de sus hijos con una penosa enfermedad, que lo acompañó hasta su muerte, a
los catorce años; murió sin saber por qué él y sus padres, habían tenido que
sufrir tanto. Desde luego, este libro no logra explicar del todo el origen del
mal en el mundo, pero sí nos ayuda a entender algunas de las situaciones que
viven aquellas personas que han sufrido injustamente. Es un buen intento por
darle un sentido al dolor del inocente.
La respuesta que da Jesús puede decirnos algo, aunque
hay que reconocer que el misterio sigue allí, sin aclararse plenamente: “Ni por
su propio pecado ni por el de sus padres; fue más bien para que en él se
demuestre lo que Dios puede hacer. Mientras es de día, tenemos que hacer el
trabajo del que me envió; pues viene la noche, cuando nadie puede trabajar.
Mientras estoy en este mundo, soy la luz del mundo”. ¿Qué culpa puede tener el
niño al nacer? ¿Por qué iba a cargar el niño con el pecado de sus padres? Sin
embargo, esta es la explicación que le damos muchas veces, al dolor.
Necesitamos un chivo expiatorio y lo buscamos en otros o en nosotros mismos.
Tratamos de entender el origen del mal en algún comportamiento nuestro.
El dolor y el sufrimiento no se pueden explicar. Tal
vez lo peor que podemos hacer es buscar culpables o culparnos a nosotros
mismos. El dolor es una pregunta que nos lanza la vida y que nos abre a lo que
Dios puede hacer en nosotros y, a través nuestro, en los demás. El Señor nos
invita a ser una luz para aquellos que transitan por el camino del dolor, como
lo fue él para aquel ciego que recuperó la vista después de bañarse en el
estanque de Siloé. “Después de haber dicho esto, Jesús escupió en el suelo,
hizo con la saliva un poco de lodo y se lo untó al ciego en los ojos. Luego le
dijo: – Ve a lavarte al estanque de Siloé (que significa ‘enviado’)”.
Un
saludo cordial.
Hermann Rodríguez
Osorio, S.J.
Decano Académico
Facultad de Teología
Pontificia Universidad
Javeriana
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