Segundo Domingo de Pascua – Ciclo A (Juan 20, 19-31) 19 de abril de 2020
“No seas incrédulo;
¡cree!”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
En alguna parte leí la historia de un montañista que, desesperado por
conquistar el Aconcagua, inició su travesía, después de años de preparación.
Quería la gloria sólo para él, por lo tanto subió sin compañeros. Empezó a
subir y se le fue haciendo tarde, y no se preparó para acampar, sino que siguió
subiendo, decidido a llegar a la cima. Oscureció, la noche cayó con gran
pesadez en la altura de la montaña; ya no se podía ver absolutamente nada. Todo
era oscuro, cero visibilidad, no había luna y las estrellas estaban cubiertas
por las nubes. Subiendo por un acantilado, a solo cien metros de la cima, se
resbaló y se desplomó por los aires... Bajaba a una velocidad vertiginosa; solo
podía ver veloces manchas cada vez más oscuras que pasaban en la misma oscuridad
y la terrible sensación de ser succionado por la gravedad. Seguía
cayendo... y en esos angustiantes momentos, pasaron por su mente todos sus
gratos y no tan gratos momentos de la vida; pensaba que iba a morir; sin
embargo, de repente sintió un tirón tan fuerte que casi lo parte en dos... Como
todo alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a
una larguísima soga que lo amarraba de la cintura. En esos momentos de
quietud, suspendido por los aires, no le quedó más que gritar: «¡Ayúdame,
Dios mío!»
De repente una voz grave y profunda de los cielos le contesta: –«¿Qué quieres que haga, hijo mío?» –«¡Sálvame, Señor!» –«¿Realmente crees que puedo salvarte?» –«Por supuesto, Señor». –«Entonces, corta la cuerda que te sostiene...» Hubo un momento de silencio y quietud. El hombre se aferró más a la cuerda... y no se soltó como le indicaba la voz. Cuenta el equipo de rescate que al otro día encontraron colgado a un alpinista congelado, muerto, agarrado con fuerza, con las manos a una cuerda... a tan solo dos metros del suelo...
La duda mata, dice la sabiduría popular. Y para demostrarlo, basta ver una gallina
tratando de cruzar una carretera por la que transitan camiones con más de diez
y ocho llantas... El Evangelio que nos propone la liturgia del segundo domingo
de Pascua nos muestra a un Tomás exigiendo pruebas y señales claras para creer:
“Tomás, uno de los doce discípulos, al que llamaban el Gemelo, no estaba con
ellos cuando llegó Jesús. Después los otros discípulos le dijeron: – Hemos
visto al Señor. Pero Tomás contestó: – Si no veo en sus manos las heridas de
los clavos, y si no meto mi dedo en ellas y mi mano en su costado, no lo podré
creer”. Seguramente, muchas veces en nuestra vida hemos dicho palabras
parecidas a Dios. Este domingo tenemos una buena oportunidad para revisar la
confianza que tenemos en el Señor.
Cuando el Señor volvió a aparecerse en medio de sus discípulos, llamó a
Tomás y le dijo: – Mete aquí tu dedo, y mira mis manos; y trae tu mano y métela
en mi costado...” Será necesario que el Resucitado nos diga «¡No seas
incrédulo sino creyente!» o, por el contrario, seremos merecedores de esa
bella bienaventuranza que dice: «Dichosos los que creen sin haber visto».
Sinceramente, preguntémonos: ¿Dónde tenemos puesta nuestra confianza? ¿Dónde
está nuestra seguridad? ¿Estamos llenos de dudas que nos van matando? ¿Qué
tanto confiamos en la cuerda que nos sostiene en medio del abismo?
ALEGRÍA Y PAZ
No les resultaba fácil a los discípulos expresar lo que estaban
viviendo. Se les ve acudir a toda clase de recursos narrativos. El núcleo, sin
embargo, siempre es el mismo: Jesús vive y está de nuevo con ellos. Esto es lo
decisivo. Recuperan a Jesús lleno de vida.
Los discípulos se encuentran con el que los ha llamado y al que han
abandonado. Las mujeres abrazan al que ha defendido su dignidad y las ha
acogido como amigas. Pedro llora al verlo: ya no sabe si lo quiere más que los
demás, solo sabe que lo ama. María de Magdala abre su corazón a quien la ha
seducido para siempre. Los pobres, las prostitutas y los indeseables lo sienten
de nuevo cerca, como en aquellas inolvidables comidas junto a él.
Ya no será como en Galilea. Tendrán que aprender a vivir de la fe.
Deberán llenarse de su Espíritu. Tendrán que recordar sus palabras y actualizar
sus gestos. Pero Jesús, el Señor, está con ellos, lleno de vida para siempre.
Todos experimentan lo mismo: una paz honda y una alegría incontenible.
Las fuentes evangélicas, tan sobrias siempre para hablar de sentimientos, lo
subrayan una y otra vez: el Resucitado despierta en ellos alegría y paz. Es tan
central esta experiencia que se puede decir, sin exagerar, que de esta paz y
esta alegría nació la fuerza evangelizadora de los seguidores de Jesús.
¿Dónde está hoy esa alegría en una Iglesia a veces tan cansada, tan
seria, tan poco dada a la sonrisa, con tan poco humor y humildad para reconocer
sin problemas sus errores y limitaciones? ¿Dónde está esa paz en una Iglesia
tan llena de miedos, tan obsesionada por sus propios problemas, buscando tantas
veces su propia defensa antes que la felicidad de la gente?
¿Hasta cuándo podremos seguir defendiendo nuestras doctrinas de manera
tan monótona y aburrida, si, al mismo tiempo, no experimentamos la alegría de
«vivir en Cristo»? ¿A quién atraerá nuestra fe si a veces no podemos ya ni
aparentar que vivimos de ella?
Y, si no vivimos del Resucitado, ¿quién va a llenar nuestro corazón?,
¿dónde se va a alimentar nuestra alegría? Y, si falta la alegría que brota de
él, ¿quién va a comunicar algo «nuevo y bueno» a quienes dudan?, ¿quién va a
enseñar a creer de manera más viva?, ¿quién va a contagiar esperanza a los que
sufren?
SOLO EN LA COMUNIDAD
PODEMOS DESCUBRIR A JESÚS VIVO
Fray Marcos
Es esclarecedor que en los relatos pascuales Jesús solo se aparece a los
miembros de la comunidad. O como es el caso de hoy, a la comunidad reunida. No
hace falta mucha perspicacia para comprender que están elaborados cuando las
comunidades estaban ya constituidas. No tiene mucho sentido pensar, como
sugieren los textos, que el domingo a primera hora de la mañana o por la tarde
ya había una comunidad establecida. Los exégetas han descubierto algo muy distinto.
“Todos lo abandonaron y huyeron”. Eso fue lo más lógico, desde el punto
de vista histórico y teológico. La muerte de Jesús en la cruz perseguía
precisamente ese efecto demoledor para sus seguidores. Seguramente lo dieron
todo por perdido y escaparon para no correr la misma suerte. La mayoría de
ellos eran galileos, y se fueron a su tierra a toda prisa. La muerte en la cruz
no pretendía solo matar a la persona sino borrar completamente su memoria.
Hoy tenemos claro que en el origen del cristianismo, existieron dos
comunidades, una en Judea (Jerusalén) y otra en Galilea. La de Jerusalén,
parece ser que sustentada por sus familiares más cercanos y la de Galilea por
sus discípulos que se volvieron a su tierra, decepcionados por la muerte de su
maestro. Las dos siguieron trayectorias distintas y tenían muy diversas maneras
de interpretar a Jesús. Más tarde surgió la de Pablo, que no procedía de
ninguna de las dos y que se desarrolló en la diáspora. Él mismo afirma que lo
que enseña lo aprendió por revelación.
Cómo se fueron estructurando esas primeras comunidades es una incógnita.
Ese proceso de maduración de los seguidores de Jesús no ha quedado reflejado en
ninguna tradición. Los relatos pascuales nos hablan ya de la convicción
absoluta de que Jesús está vivo. Es una falta de perspectiva histórica el creer
que la fe de los discípulos se basó en las apariciones. Los evangelios nos
dicen que para “ver” a Jesús después de su muerte, hay que tener fe. El
sepulcro vacío, sin fe, solo lleva a la conclusión de que alguien lo ha robado
y las apariciones, a pensar en un fantasma.
Esa experiencia de que seguía vivo, y además, les estaba comunicando a
ellos mismos Vida, no era fácil de comunicar. Antes de hablar de resurrección,
en las comunidades primitivas, se habló de exaltación y glorificación, del juez
escatológico, del Jesús taumaturgo, de Jesús como Sabiduría. Estas maneras de
entender a Jesús después de morir, fueron condensándose en la cristología
pascual, que encontró en la idea de resurrección el marco más adecuado par
explicar la vivencia de los seguidores de Jesús. En ninguna parte de los
escritos canónicos del NT se narra el hecho de la resurrección. La resurrección
no puede ser un fenómeno constatable empíricamente.
La experiencia pascual sí fue un hecho histórico. Cómo llegaron los
primeros cristianos a esa experiencia no lo sabemos. En los relatos se
manifiesta la dificultad del intento de comunicar a los demás esa vivencia, que
está fuera del tiempo y el espacio. Fueron elaborando unos relatos que intentan
provocar en los demás lo que ellos estaban viviendo. Para ello no tuvieron más
remedio que encuadrarlos en el tiempo y el espacio que por sí no tenía.
Reunidos el primer día de la semana. Jesús comienza la nueva creación el
primer día de una nueva semana. La práctica de reunirse el domingo se hizo
común muy pronto entre los cristianos. Los que seguían a Jesús, todos judíos,
empezaron a reunirse después de terminar la celebración del Sábado, que seguían
manteniendo como buenos judíos. Al reunirse en la noche, era ya para ellos el
domingo. El texto se ve que estaba ya consolidado el ritmo de las reuniones
litúrgicas.
Se hizo presente en medio sin recorrer ningún espacio. Jesús había
dicho: “Donde dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en
medio de ellos”. Él es para la comunidad fuente de Vida, referencia y
factor de unidad. La comunidad cristiana está centrada en Jesús y
solamente en él. Jesús se manifiesta, se pone en medio y les saluda. No son
ellos los que buscan la experiencia sino que se les impone. Después de lo que
habían vivido, era imposible que pensaran en Jesús vivo.
Los signos de su amor (las manos y el costado) evidencian que ese Jesús
que están viendo es el mismo que murió en la cruz. Este es el objetivo de todos
los relatos pascuales. Lo que ven no es un fantasma ni una elucubración o
alucinación mental de cada uno. El miedo, que les había atenazado al ser
testigos de su muerte en la cruz, desaparece. Ahora descubren que la verdadera
Vida nadie puede quitársela a Jesús ni se la quitará a ellos. La permanencia de
las señales, indica la permanencia de su amor. La comunidad tiene la
experiencia de que Jesús comunica Vida.
“Sopló” es el verbo usado por los LXX en Gn 2,7. Con aquel soplo se
convirtió el hombre barro en ser viviente. Ahora Jesús les comunica el Espíritu
que da la verdadera Vida. Queda completada así la creación del hombre.
"Del Espíritu nace espíritu" (Jn 3,6). Ahora toman conciencia de lo
que significa nacer de Dios. Se ha Hecho realidad, en Jesús y en ellos, la
capacidad para ser hijos de Dios. La condición de hombre-carne queda
transformada en hombre-espíritu.
La aclaración de que Tomás no estaba con ellos prepara una lección
magistral para todos los cristianos. Separado de la comunidad, es imposible
llegar a la experiencia de un Jesús vivo; está en peligro de perderse. Solo
cuando se está unido a la comunidad se puede ver a Jesús, porque solo se
manifiesta en el amor a los demás, que sería imposible si no hay alguien a
quien amar. Nadie puede pensar en un amor intimista que pudiera existir sin
hacerse efectivo en los demás.
Cuando los otros le decían que habían visto al Señor, le están
comunicando la experiencia de la presencia de Jesús, que les ha trasformado.
Les sigue comunicando la Vida, de la que tantas veces les había hablado. Les ha
comunicado el Espíritu y les ha colmado del amor que ahora brilla en la
comunidad. Jesús no es un recuerdo del pasado, sino que está vivo y activo
entre los suyos. De todos modos queda demostrado que los testimonios no pueden
suplir la experiencia personal.
A los ocho días, es decir, en la siguiente ocasión en que la comunidad
se vuelve a reunir, quiere dejar claro que Jesús se hace presente en cada
celebración comunitaria. El día octavo es el día primero de la creación
definitiva. La creación que Jesús ha realizado durante su vida, el día sexto, y
que tiene su máxima expresión en la cruz, llega a su plenitud en la Pascua.
Tomás se ha reintegrado a la comunidad, allí puede experimentar la presencia de
Jesús y el Amor.
¡Señor mío y Dios mío! La respuesta de Tomás es tan extrema como su
incredulidad. Se negó a creer si no tocaba sus manos traspasadas. Ahora
renuncia a la certeza física y va mucho más allá de lo que ve. Al llamarle
Señor y Dios, reconoce la grandeza, y al decir mío, el amor de Jesús y lo
acepta dándole su adhesión. Naturalmente Tomás no es una persona concreta sino
un personaje que representa a cada uno de los miembros de la comunidad que duda
y supera esas dudas.
Dichosos los que crean sin haber visto. Todos tienen que creer sin
haber visto. Lo que se puede ver no hace falta creerlo. Lo que Jesús le
reprocha es la negativa a creer el testimonio de la comunidad. Tomás quería
tener un contacto con Jesús como el que tenía antes de su muerte. Eso ya no es
posible. Solo el marco de la comunidad hace posible la experiencia de Jesús
vivo pero desde una perspectiva completamente nueva. Se trata de una presencia
que renueva la persona.
Meditación
Sin experiencia pascual, no hay cristiano posible.
si no vivimos lo que vivió Jesús no le conocemos.
Es necesario un proceso de interiorización de lo aprendido sobre Jesús
El difícil paso, que dieron los discípulos de Jesús,
es el paso que tengo que dar yo, del conocimiento teórico de Jesús,
a la vivencia interna de que me está comunicando su misma VIDA.
si no vivimos lo que vivió Jesús no le conocemos.
Es necesario un proceso de interiorización de lo aprendido sobre Jesús
El difícil paso, que dieron los discípulos de Jesús,
es el paso que tengo que dar yo, del conocimiento teórico de Jesús,
a la vivencia interna de que me está comunicando su misma VIDA.
Fuente:
https://www.feadulta.com/es
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