Domingo XXIII del Tiempo
Ordinario – Ciclo C (Lucas 14, 25-33) – 8 de septiembre de 2019
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
“Este hombre empezó a
construir, pero no pudo terminar”
Una amiga religiosa, escribe de vez en cuando
sus experiencias espirituales en forma de poemas. Hace algunos meses me envió
estos versos que me parece que nos pueden ayudar a entender lo que hoy nos
presenta el evangelio:
Quiero bajar de nuevo a tu bodega,
para darte mi amor, ser toda entrega
y embriagarme de ti, pues son mejores
y más suave que el vino tus amores.
No acercaré mis labios a otra fuente
para calmar mi sed, mi sed ardiente
ni volveré a beber otros licores
que el vino embriagador de tus amores.
Mira que vengo como cierva herida
ve que me entrego a Ti, que estoy rendida
y sacia tu mi sed, pues son mejores
que el más sabroso vino tus amores.
“Mucha gente seguía a Jesús; y él se volvió y
dijo: ‘Si alguno viene a mí y no me ama más que a su padre, a su madre, a su
esposa, a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y aun más que a sí mismo,
no puede ser mi discípulo. Y el que no toma su propia cruz y me sigue, no puede
ser mi discípulo”. Jesús dirige estas palabras a la gente que lo seguía. No se
trata de una disyuntiva excluyente. No nos pide que dejemos de querer a las
personas que están más cerca de nuestro corazón. Esas personas pueden y deben
permanecer en el centro de nuestras vidas. Lo que sí nos pide el Señor es que
nuestro amor hacia ellos no esté por encima del amor que sentimos por Él y por
su reino. No puede haber nada ni nadie que distraiga el camino de seguimiento.
Las dos comparaciones que ofrece enseguida el
evangelio de hoy recogen situaciones humanas muy concretas. No podemos comenzar
a construir una torre si no vislumbramos claramente la posibilidad de
terminarla. De lo contrario la gente se burlará de nosotros por pretender algo
que no podemos terminar. Por otra parte, ningún líder militar se involucra en
una guerra si no piensa que puede llegar a vencer a su enemigo con las fuerzas
que tiene. Si no puede hacerle frente a su contrario, tratará de establecer
condiciones de paz cuando el otro grupo está todavía lejos y no se ha entablado
la batalla. “Así pues, cualquiera de ustedes que no deje todo lo que tiene, no
puede ser mi discípulo”, es lo que concluye el Señor después de presentar estos
dos ejemplos.
Podríamos añadir que la persona que ha probado un buen vino ya no podrá
contentarse con otra bebida. Así es el seguimiento del Señor. Si nos hemos
encontrado auténticamente con él, tendremos que reconocer que ya no podemos
saciar nuestra sed en otras fuentes, ni habrá otros licores que sustituyan el
vino embriagador de sus amores.
José Antonio Pagola - NO DE CUALQUIER MANERA
Jesús va camino de Jerusalén. El evangelista nos dice que «le seguía
mucha gente». Sin embargo, Jesús no se hace ilusiones. No se deja engañar por
entusiasmos fáciles de las gentes. A algunos les preocupa hoy cómo va
descendiendo el número de los cristianos. A Jesús le interesaba más la calidad
de sus seguidores que su número.
De pronto se vuelve y comienza a hablar a aquella muchedumbre de las
exigencias concretas que encierra el acompañarlo de manera lúcida y
responsable. No quiere que la gente lo siga de cualquier manera. Ser discípulo
de Jesús es una decisión que ha de marcar la vida entera de la persona.
Jesús les habla, en primer lugar, de la familia. Aquellas gentes tienen
su propia familia: padres y madres, mujeres e hijos, hermanos y hermanas. Son
sus seres más queridos y entrañables. Pero, si no dejan a un lado los intereses
familiares para colaborar con él en promover una familia humana, no basada en
lazos de sangre sino construida desde la justicia y la solidaridad fraterna, no
podrán ser sus discípulos.
Jesús no está pensando en deshacer los hogares eliminando el cariño y
la convivencia familiar. Pero, si alguien pone por encima de todo el honor de
su familia, el patrimonio, la herencia o el bienestar familiar, no podrá ser su
discípulo ni trabajar con él en el proyecto de un mundo más humano.
Más aún. Si alguien solo piensa en sí mismo y en sus cosas, si vive
solo para disfrutar de su bienestar, si se preocupa únicamente de sus
intereses, que no se engañe, no puede ser discípulo de Jesús. Le falta libertad
interior, coherencia y responsabilidad para tomarlo en serio.
Jesús sigue hablando con crudeza: «El que no carga con su cruz y viene
detrás de mí, no puede ser mi discípulo». Si uno vive evitando problemas y
conflictos, si no sabe asumir riesgos y penalidades, si no está dispuesto a
soportar sufrimientos por el reino de Dios y su justicia, no puede ser
discípulo de Jesús.
Sorprende la libertad del papa Francisco para denunciar estilos de
cristianos que tienen poco que ver con los discípulos de Jesús: «cristianos de
buenos modales, pero malas costumbres», «creyentes de museo», «hipócritas de la
casuística», «cristianos incapaces de vivir contra corriente», cristianos
«corruptos» que solo piensan en sí mismos, «cristianos educados» que no
anuncian el evangelio...
Fuente: http://www.gruposdejesus.com
Fray Marcos
NO PODEMOS CAMINAR EN DOS DIRECCIONES OPUESTAS
Sigue en camino hacia Jerusalén y Jesús advierte a la multitud, que le
seguía alegremente, de las dificultades que entraña un auténtico seguimiento.
Les hace reflexionar sobre la sinceridad de su postura. Solo en el contexto del
seguimiento de Jesús, podemos entender las exigencias que nos propone. Hace
unos domingos, Jesús decía al joven rico: Si quieres llegar hasta el final...
Hoy nos dice: si no piensas llegar hasta el final, es mejor que no emprendas el
camino. Si no eres capaz de concluir la obra, has fracasado. Si decides caminar
con él, deja de caminar en otra dirección.
Una de las interpretaciones equivocadas de este radicalismo, es
entender el mensaje como dirigido a unos cuantos privilegiados, que serían
cristianos de primera. Jesús no se dirige a unos pocos, sino a la multitud que
le seguía. Pero lo hace personalmente. “Si uno quiere...” La respuesta tiene
que ser también personal. No hay cristianismo a dos velocidades; una la de los
clérigos, y otra la de los laicos. Esta visión, no puede ser más contraria al
mensaje. Todos los seres humanos estamos llamados a la misma meta.
No se trata de machacar o anular el instinto (es lo que hemos predicado
con frecuencia). Sería una tarea inútil porque el instinto es anterior a mi
voluntad y escapa a su control. Se trata de que el instinto no sea manipulado
por la voluntad, torciéndolo hacia una chata obtención de placer. El fin que el
instinto quiere garantizar, es bueno en sí. El placer que ha desplegado la
evolución es un medio para garantizar el objetivo. Si nuestra voluntad
convierte el placer en fin, estamos tergiversando el instinto.
Tres son las exigencias que propone Jesús: 1ª.- Posponer a toda su
familia. 2ª.- Cargar con su cruz. 3ª.- Renunciar a todos sus bienes. Las tres
se resumen en una sola: total disponibilidad. Sin ella no puede haber
seguimiento. No es fácil entender bien lo que Jesús propone. La manera de
hablar nos puede despistar. En una lengua que carece de comparativos y
superlativos, tiene que valerse de exageraciones para expresar la idea. Lo
notable es que se haya mantenido la literalidad en el texto griego, que dice
“misei” = odia, aborrece, ten horror. No podemos entenderlo al pie de la letra.
Tampoco podemos ignorarlas. Son como los famosos “koan” del zen. Tienen
que hacernos trascender la formulación y meternos por el camino de la
intuición. Fallamos estrepitosamente cuando queremos comprenderlas
racionalmente. La verdad que quieren trasmitir no es una verdad lógica, sino
ontológica. No podemos entenderla con la razón, pero podemos intuir por dónde
van los tiros. Para la primera exigencia la clave está en: “incluso a sí
mismo”. El amor a sí mismo puede ser nefasto si se refiere al falso yo que
lleva al egoísmo. El ego tiene también su padre y su madre, sus hijos y
hermanos.
El amor a la familia puede ser la manifestación de un egoísmo
amplificado, que busca afianzar el individualismo en los “yoes” de los demás.
Lo que se busca en ese amor es mi egoísmo, sumado al egoísmo de los demás. Ese
yo ampliado es mucho más fuerte y asegurar mejor el pequeño yo de cada uno. El
seguir a Jesús está basado en el amor. Pero el amor que nos pide no está reñido
con el verdadero amor al padre o a la madre. Si el seguimiento es incompatible
con el amor a la familia es que está mal planteado. Seguir a Jesús nos enseñará
a amar más y mejor también a nuestros familiares.
Otro problema muy distinto es que ese seguimiento provoque en los
familiares la oposición y el rechazo, como le pasó al mismo Jesús. Entonces no
se puede ceder a las exigencias del instinto, porque está maleado. Si los
familiares, muy queridos, te quieren apartar de tu verdadera meta, está claro
que no puedes ceder. El hombre alcanza su plenitud cuando despliega su
capacidad de amor, que es lo específicamente humano. Este amor no puede estar
limitado, tiene que llegar a todos. Por eso el profesar un verdadero amor a una
persona no puede impedir ni condicionar la entrega a otros.
Cargar con la cruz hace referencia al trance más difícil y degradante
del proceso de ajusticiamiento de un condenado a muerte de cruz. El reo tenía
que transportar él mismo el travesaño de la cruz. Jesús va a Jerusalén
precisamente a ser crucificado. No olvidemos que los evangelios están escritos
mucho después de la muerte de Jesús, y la tienen siempre presente. Está
haciendo referencia a lo que hizo Jesús, pero a la vez, es un símbolo de las
dificultades que encontrará el que se decide a seguirle. Una vez emprendido el
camino de Jesús, todo lo que pueda impedirlo, hay que superarlo.
Renunciar a todos sus bienes. Recordemos que a los que entraban a
formar parte de la primera comunidad cristiana se les exigía que pusieran lo
que tenían a disposición de todos. No se tiraba por la borda los bienes. Solo
se renunciaba a disponer de ellos al margen de la comunidad. El objetivo era
que en la comunidad no hubiera pobres ni ricos. Hoy sería imposible llevar a la
práctica este desprendimiento. Pero podemos entender que la acumulación de
riquezas se hace siempre a costa de otros seres humanos. Hoy tendríamos que descubrir
que lo que yo poseo, puede ser causa de miseria para otros.
Debemos aclarar otro concepto. El seguimiento de Jesús no puede
consistir en una renuncia, es decir, en algo negativo. Se trata de una oferta
de plenitud. Mientras sigamos hablando de renuncia, es que no hemos entendido
el mensaje. No se trata de renunciar a nada, sino de elegir lo mejor. No es una
exigencia de Dios, sino una exigencia de nuestro ser. Jesús vivió esa
exigencia. La profunda experiencia interior le hizo comprender a dónde podía
llegar el ser humano si despliega todas sus posibilidades de ser. Esa plenitud
fue también el objetivo de su predicación. Jesús nos indica el camino mejor.
En cuanto a las dos parábolas, lo que propone Jesús es que no se puede
nadar y guardar la ropa. Queremos ser cristianos, pero a la vez, queremos
disfrutar de todo lo que nos proporciona la sociedad de consumo. No tenemos más
remedio que elegir. Preferir el hedonismo es un error de cálculo. Las parábolas
quieren decirnos que se trata de la cuestión más importante que nos podemos
plantear, y no debemos tratarla a la ligera. Es una opción vital que requiere
toda nuestra atención. Nuestro problema hoy es que somos cristianos sin haber
hecho una clara opción personal.
Meditación-contemplación
Jesús no impone nada, simplemente propone.
Las condiciones no las impone él:
son exigencia de la misma naturaleza humana.
Solo la sabiduría puede llevarme a la meta.
Mientras no alcance esa luz, andaré dando
tumbos.
Descubierto el tesoro, todo lo demás pierde
valor.
Fray Marcos
Fuente: http://feadulta.com/
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