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Lectura
del santo evangelio según san Lucas 13,22-30
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José Antonio Pagola - CONFIANZA, SÍ, FRIVOLIDAD, NO
Es muy significativo observar la actitud
generalizada de no pocos cristianos ante la cuestión de la «salvación eterna»
que tanto preocupaba solo hace pocos años: bastantes la han borrado sin más de
su conciencia; algunos, no se sabe bien por qué, se sienten con derecho a un
«final feliz»; otros ya no piensan ni en premios ni en castigos.
Según el relato de Lucas, un desconocido hace a
Jesús una pregunta frecuente en aquella sociedad religiosa: «¿Serán poco los
que se salven?». Jesús no responde directamente a su pregunta. No le interesa
especular sobre ese tipo de cuestiones, tan queridas por algunos maestros de la
época. Va directamente a lo esencial y decisivo: ¿cómo hemos de actuar para no
quedar excluidos de la salvación que Dios ofrece a todos?
«Esforzados en entrar por la puerta estrecha».
Estas son sus primeras palabras. Dios nos abre a todos la puerta de la vida
eterna, pero hemos de esforzarnos y trabajar para entrar por ella. Esta es la
actitud sana. Confianza en Dios, sí; frivolidad, despreocupación y falsas
seguridades, no.
Jesús insiste, sobre todo, en no engañarnos con
falsas seguridades. No basta pertenecer al pueblo de Israel; no es suficiente
haber conocido personalmente a Jesús por los caminos de Galilea. Lo decisivo es
entrar desde ahora en el reino de Dios y su justicia. De hecho, los que quedan
fuera del banquete final son, literalmente, «los que practican la injusticia».
Jesús invita a la confianza y la responsabilidad.
En el banquete final del reino de Dios no se sentarán solo los patriarcas y
profetas de Israel. Estarán también paganos venidos de todos los rincones del
mundo. Estar dentro o estar fuera depende de cómo responde cada uno a la
salvación que Dios ofrece a todos.
Jesús termina con un proverbio que resume su
mensaje. En relación con el reino de Dios, «hay últimos que serán primeros, y
primeros que serán últimos». Su advertencia es clara. Algunos que se sienten
seguros de ser admitidos pueden quedar fuera. Otros que parecen excluidos de
antemano pueden quedar dentro.
Fuente: http://feadulta.com/
Fray
Marcos - SI “ALGUIEN” QUIERE PASAR, LA PUERTA SE CIERRA
Lc
13,22-30
El texto nos recuerda una vez más, que Jesús va de
camino hacia Jerusalén, que será su meta. Sigue Lc con la acumulación de dichos
sin mucha conexión entre sí, pero todos tienen como objetivo ir instruyendo a
los discípulos sobre el seguimiento de Jesús. Jesús no responde a la pregunta,
porque está mal planteada. La salvación no es una línea que hay que cruzar, es
un proceso de descentración del yo, que hay que tratar de llevar lo más lejos
posible. Trataremos de adivinar por qué no responde a la pregunta y lo que
quiere decirnos.
No es fácil concretar en qué consiste esa salvación
de la que hablan los evangelios. Hoy tenemos infinidad de ofertas de salvación.
“Salvación” hace referencia, en primer lugar, a la liberación de un peligro o
situación desesperada. El médico está todos los días curando en el hospital,
pero se dice que ha salvado a uno, cuando estando en peligro de muerte, ha
evitado ese final. Aplicar este concepto a la vida espiritual puede
despistarnos. El mayor peligro para una trayectoria espiritual es dejar de
progresar, no que se encuentren obstáculos en el camino. La salvación no sería
librarme de algo sino desplegar al máximo la plenitud humana.
Podíamos hacernos infinidad de preguntas sobre la
salvación: ¿Para cuándo la salvación? ¿Salvación aquí o en el más allá?
¿Salvación material o salvación espiritual? ¿Nos salva Dios? ¿Nos salva Jesús?
¿Nos salvamos nosotros? ¿Salvan las obras o la fe? ¿Salva la religión? ¿Salvan
los sacramentos? ¿Salva la oración, la limosna o el ayuno? ¿Nos salva la
Escritura? ¿Cómo es esa salvación? ¿Salvación individual o comunitaria? ¿Es la
misma para todos? ¿Se puede conocer antes de alcanzarla? ¿Podemos saber si estamos
salvados?
Resulta que es inútil toda respuesta, porque las
preguntas están mal planteadas. Todas dan por supuesto que hay un yo que está
perdido y debe ser salvado. Debemos darnos cuenta de que la salvación no es
alcanzar la seguridad para mi yo individual, sino que consiste en superar toda
idea de individualidad. La religión ha fallado al proponer la salvación del
falso yo, que es el anhelo más hondo de todo ser humano. Salvarse es descubrir
nuestro verdadero ser y vivir desde él la armonía y unidad con todos los demás
seres.
En realidad todos se salvan de alguna manera,
porque todo ser humano despliega algo de esa humanidad por muy mínimo que sea
ese progreso. Y nadie alcanza la plenitud de salvación porque, por muchos que
sean los logros de una vida humana, siempre podría haber avanzado un poco más
en el despliegue de su humanidad. Todos estamos, a la vez, salvados y
necesitados de salvación. Esta idea nos desconcierta, porque no satisface los
deseos del ego.
Esforzaos por entrar por la puerta estrecha. Esta
frase nos puede iluminar sobre el tema que estamos tratando. Pero la hemos
entendido mal y nos ha metido por un callejón sin salida. El esfuerzo no debe
ir encaminado a potenciar un yo para asegurar su permanencia incluso en el más
allá. No tiene mucho sentido que esperemos una salvación para cuando dejemos de
ser auténticos seres humanos, es decir para después de morir.
La salvación no consiste en la liberación de las
limitaciones que no acepto porque no asumo mi condición de criatura y por lo
tanto limitada. Esas limitaciones no son fallos del creador ni accidentes
desagradables que yo he provocado sino que forman parte esencial de mi ser. La
salvación tiene que consistir en alcanzar una plenitud sin pretender dejar de
ser criatura y limitada. La verdadera salvación es posible a pesar de mis
carencias porque se tiene que dar en otro plano, que no exige la eliminación de
mis imperfecciones.
Ni el sufrimiento ni la enfermedad ni la misma
muerte pueden restar un ápice a mi condición de ser humano. Mi plenitud la
tengo que conseguir con esas limitaciones, no cuando me las quiten. Lo que se
puede añadir o quitar pertenece siempre al orden de las cualidades, no es lo
esencial. Pensar que la creación le salió mal a Dios y ahora solo Él puede
corregirla y hacer un ser humano perfecto es una aberración que nos ha hecho
mucho daño. La salvación no puede consistir en cambiar mi condición de ser
humano por otro modo de existencia.
Para tomar conciencia de dónde tenemos que poner el
esfuerzo es imprescindible entender bien el aserto. Debemos desechar la idea de
un umbral que debemos superar. No debemos hacer hincapié en la puerta sino en
el que debe atravesarla. No es que la puerta sea estrecha, es que se cierra
automáticamente en cuanto alguien pretende atravesarla. Solo cuando tomemos
conciencia de que somos nadie, se abrirá de par en par. Mientras no captes bien
esta idea, estarás dando palos de ciego en orden a tu verdadera salvación.
No estamos aquí para salvar nuestro yo, sino para
desprendernos de él hasta que no quede ni rastro de lo que creíamos ser. Cuando
mi falso ser se esfume, quedará de mí lo que soy de verdad y entonces estaré ya
al otro lado de la puerta sin darme cuenta. Cuando pretendo estar seguro de mi
salvación, o cuando pretendo que los demás vean mi perfección, en realidad
estoy alejándome de mi verdadero ser y enzarzándome en mi propio ego.
En realidad no estamos aquí para salvarnos sino
para perdernos en beneficio de todos. El domingo pasado decía Jesús: “He venido
a traer fuego a la tierra, ¿qué más puedo pedir si ya está ardiendo? Todo lo
creado tiene que transformarse en luz, y la única manera de conseguirlo es
ardiendo. El fuego destruye todo lo que no tiene valor, pero purifica lo que
vale de veras. Debo consumir lo que hay en mí de ego y potenciar lo que hay de
verdadero ser.
Somos como la vela que está hecha para iluminar
consumiéndose; mientras esté apagada y mantenga su identidad de vela será un
trasto inútil. En el momento que le prendo fuego y empieza a consumirse se va
convirtiendo en luz y da sentido a su existencia. Cuando nos pasamos la vida
adornando y engalanando nuestra vela; cuando incluso le pedimos a Dios que, ya
que es tan bonita, la guarde junto a Él para toda la eternidad, estamos
renunciando al verdadero sentido de una vida humana, que es arder, consumirse para
iluminar a los demás.
No sé quienes sois. Toda la parafernalia religiosa
que hemos desarrollado durante dos mil años no servirá de nada si no me ha
llevado a desprenderme de ego. El yo más peligroso para alcanzar una verdadera
salvación es el yo religioso. Me asusta la seguridad que tienen algunos
cristianos de toda la vida en su conducta irreprochable. Como los fariseos, han
cumplido todas las normas de la religión. Han cumplido todo lo mandado, pero no
han sido capaces de descubrir que en ese mismo instante, deben considerarse
“siervos inútiles”.
Esta advertencia es mucho más seria de lo que
parece. Pero no tenemos que esperar a un más allá para descubrir si hemos
acertado o hemos fallado. El grado de salvación que hayamos conseguido se
manifiesta en cada instante de nuestra vida por la calidad de nuestras
relaciones con los demás. No se trata de prácticas ni de creencias sino de
humanidad manifestada con todos los hombres. Lo que creas hacer directamente
por Dios no tiene ninguna importancia. Lo que haces cada día por los demás es
lo que determina tu grado de plenitud humana, que es la verdadera salvación.
Meditación
Mi falso
yo, sustentado en lo material,
tiene que
consumirse para que surja el verdadero ser.
Todo lo
que trabajemos para potenciar la individualidad
será ir
en dirección contraria a la verdadera meta.
Mientras
más adornos y capisayos le coloque,
más lejos
estaré de mi verdadera salvación.
Fray Marcos
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