domingo, 25 de agosto de 2019

Domingo XXI del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 13, 22-30) –25 de agosto de 2019

Reflexiones del Evangelio Domingo XXI del Tiempo Ordinario - Ciclo C

Lectura del santo evangelio según san Lucas 13,22-30



Hermann Rodríguez Osorio, S.J. - “Procuren entrar por la puerta angosta”

“Ancha es la puerta
de los centros comerciales para adictos refinados;
de los hoteles de lujo para le élite del negocio y del poder;
de los que acuden a lavar los dólares del narcotráfico;
de los sepulcros vacíos que cultivan fachadas y apariencias.

Estrecha es la puerta
·         de los que sirven en las residencias millonarias;
·         de los calabozos que reprimen a los justos;
·         de los ranchos construidos con material de desperdicio;
·         de las decisiones solidarias con los oprimidos.
Ancho es el camino
·         de los latifundios que se pierden en el horizonte baldío;
·         de las autopistas hacia las playas exclusivas;
·         de la corrupción que se pasea en carros de lujo;
·         de las multitudes domesticadas por la costumbre.
Estrecho es el camino
·         de los que hunden la pala en los cimientos de los grandes edificios;
·         de los callejones en los barrios marginados;
·         de la nueva justicia abierta en medio de la selva legal;
·         del futuro del Reino que no es noticia en ningún periódico.
Ancho es el camino
·         que lleva a los sumos sacerdotes al templo de Jerusalén;
·         de la casa de Herodes construida con impuestos populares;
·         del palacio imperial de Pilato;
·         de las aclamaciones de las multitudes ahítas de pan.
Estrecho es el camino
·         que va de Belén a la cueva de los pastores;
·         que sigue Jesús hacia los poblados perdidos de Galilea;
·         que sube hasta el monte de la Transfiguración;
·         de la callejuela que atraviesa Jerusalén y llega hasta el Calvario;
·         de la decisión que conduce hasta Getsemaní en medio de la noche”.

Amplia es la calle que lleva a la perdición.
Qué estrecho es el callejón que lleva a la vida.

Nos viene muy bien recordar esta poesía de Benjamín González Buelta, S.J., cuando la liturgia nos propone el texto evangélico de Lucas en el que Jesús le recomienda a sus discípulos: “Procuren entrar por la puerta angosta; porque les digo que muchos querrán entrar y no podrán”. Es muy fácil que nos sintamos atraídos por las puertas y los caminos anchos que nos ofrece la sociedad de consumo. Es muy fácil que nos olvidemos que el callejón que lleva a la vida es estrecho y supone sacrificios. Cada quién tiene que revisar su vida y reconocer por dónde pasan estos caminos estrechos del seguimiento del Señor en nuestra propia historia.


José Antonio Pagola - CONFIANZA, SÍ, FRIVOLIDAD, NO
 La sociedad moderna va imponiendo cada vez con más fuerza un estilo de vida marcado por el pragmatismo de lo inmediato. Apenas interesan las grandes cuestiones de la existencia. Ya no tenemos certezas firmes ni convicciones profundas. Poco a poco, nos vamos convirtiendo en seres triviales, cargados de tópicos, sin consistencia interior ni ideales que alienten nuestro vivir diario, más allá del bienestar y la seguridad del momento.


Es muy significativo observar la actitud generalizada de no pocos cristianos ante la cuestión de la «salvación eterna» que tanto preocupaba solo hace pocos años: bastantes la han borrado sin más de su conciencia; algunos, no se sabe bien por qué, se sienten con derecho a un «final feliz»; otros ya no piensan ni en premios ni en castigos.

Según el relato de Lucas, un desconocido hace a Jesús una pregunta frecuente en aquella sociedad religiosa: «¿Serán poco los que se salven?». Jesús no responde directamente a su pregunta. No le interesa especular sobre ese tipo de cuestiones, tan queridas por algunos maestros de la época. Va directamente a lo esencial y decisivo: ¿cómo hemos de actuar para no quedar excluidos de la salvación que Dios ofrece a todos?

«Esforzados en entrar por la puerta estrecha». Estas son sus primeras palabras. Dios nos abre a todos la puerta de la vida eterna, pero hemos de esforzarnos y trabajar para entrar por ella. Esta es la actitud sana. Confianza en Dios, sí; frivolidad, despreocupación y falsas seguridades, no.

Jesús insiste, sobre todo, en no engañarnos con falsas seguridades. No basta pertenecer al pueblo de Israel; no es suficiente haber conocido personalmente a Jesús por los caminos de Galilea. Lo decisivo es entrar desde ahora en el reino de Dios y su justicia. De hecho, los que quedan fuera del banquete final son, literalmente, «los que practican la injusticia».

Jesús invita a la confianza y la responsabilidad. En el banquete final del reino de Dios no se sentarán solo los patriarcas y profetas de Israel. Estarán también paganos venidos de todos los rincones del mundo. Estar dentro o estar fuera depende de cómo responde cada uno a la salvación que Dios ofrece a todos.

Jesús termina con un proverbio que resume su mensaje. En relación con el reino de Dios, «hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos». Su advertencia es clara. Algunos que se sienten seguros de ser admitidos pueden quedar fuera. Otros que parecen excluidos de antemano pueden quedar dentro.



Fray Marcos - SI “ALGUIEN” QUIERE PASAR, LA PUERTA SE CIERRA
Lc 13,22-30

El texto nos recuerda una vez más, que Jesús va de camino hacia Jerusalén, que será su meta. Sigue Lc con la acumulación de dichos sin mucha conexión entre sí, pero todos tienen como objetivo ir instruyendo a los discípulos sobre el seguimiento de Jesús. Jesús no responde a la pregunta, porque está mal planteada. La salvación no es una línea que hay que cruzar, es un proceso de descentración del yo, que hay que tratar de llevar lo más lejos posible. Trataremos de adivinar por qué no responde a la pregunta y lo que quiere decirnos.

No es fácil concretar en qué consiste esa salvación de la que hablan los evangelios. Hoy tenemos infinidad de ofertas de salvación. “Salvación” hace referencia, en primer lugar, a la liberación de un peligro o situación desesperada. El médico está todos los días curando en el hospital, pero se dice que ha salvado a uno, cuando estando en peligro de muerte, ha evitado ese final. Aplicar este concepto a la vida espiritual puede despistarnos. El mayor peligro para una trayectoria espiritual es dejar de progresar, no que se encuentren obstáculos en el camino. La salvación no sería librarme de algo sino desplegar al máximo la plenitud humana.

Podíamos hacernos infinidad de preguntas sobre la salvación: ¿Para cuándo la salvación? ¿Salvación aquí o en el más allá? ¿Salvación material o salvación espiritual? ¿Nos salva Dios? ¿Nos salva Jesús? ¿Nos salvamos nosotros? ¿Salvan las obras o la fe? ¿Salva la religión? ¿Salvan los sacramentos? ¿Salva la oración, la limosna o el ayuno? ¿Nos salva la Escritura? ¿Cómo es esa salvación? ¿Salvación individual o comunitaria? ¿Es la misma para todos? ¿Se puede conocer antes de alcanzarla? ¿Podemos saber si estamos salvados?

Resulta que es inútil toda respuesta, porque las preguntas están mal planteadas. Todas dan por supuesto que hay un yo que está perdido y debe ser salvado. Debemos darnos cuenta de que la salvación no es alcanzar la seguridad para mi yo individual, sino que consiste en superar toda idea de individualidad. La religión ha fallado al proponer la salvación del falso yo, que es el anhelo más hondo de todo ser humano. Salvarse es descubrir nuestro verdadero ser y vivir desde él la armonía y unidad con todos los demás seres.

En realidad todos se salvan de alguna manera, porque todo ser humano despliega algo de esa humanidad por muy mínimo que sea ese progreso. Y nadie alcanza la plenitud de salvación porque, por muchos que sean los logros de una vida humana, siempre podría haber avanzado un poco más en el despliegue de su humanidad. Todos estamos, a la vez, salvados y necesitados de salvación. Esta idea nos desconcierta, porque no satisface los deseos del ego.

Esforzaos por entrar por la puerta estrecha. Esta frase nos puede iluminar sobre el tema que estamos tratando. Pero la hemos entendido mal y nos ha metido por un callejón sin salida. El esfuerzo no debe ir encaminado a potenciar un yo para asegurar su permanencia incluso en el más allá. No tiene mucho sentido que esperemos una salvación para cuando dejemos de ser auténticos seres humanos, es decir para después de morir.

La salvación no consiste en la liberación de las limitaciones que no acepto porque no asumo mi condición de criatura y por lo tanto limitada. Esas limitaciones no son fallos del creador ni accidentes desagradables que yo he provocado sino que forman parte esencial de mi ser. La salvación tiene que consistir en alcanzar una plenitud sin pretender dejar de ser criatura y limitada. La verdadera salvación es posible a pesar de mis carencias porque se tiene que dar en otro plano, que no exige la eliminación de mis imperfecciones.

Ni el sufrimiento ni la enfermedad ni la misma muerte pueden restar un ápice a mi condición de ser humano. Mi plenitud la tengo que conseguir con esas limitaciones, no cuando me las quiten. Lo que se puede añadir o quitar pertenece siempre al orden de las cualidades, no es lo esencial. Pensar que la creación le salió mal a Dios y ahora solo Él puede corregirla y hacer un ser humano perfecto es una aberración que nos ha hecho mucho daño. La salvación no puede consistir en cambiar mi condición de ser humano por otro modo de existencia.

Para tomar conciencia de dónde tenemos que poner el esfuerzo es imprescindible entender bien el aserto. Debemos desechar la idea de un umbral que debemos superar. No debemos hacer hincapié en la puerta sino en el que debe atravesarla. No es que la puerta sea estrecha, es que se cierra automáticamente en cuanto alguien pretende atravesarla. Solo cuando tomemos conciencia de que somos nadie, se abrirá de par en par. Mientras no captes bien esta idea, estarás dando palos de ciego en orden a tu verdadera salvación.

No estamos aquí para salvar nuestro yo, sino para desprendernos de él hasta que no quede ni rastro de lo que creíamos ser. Cuando mi falso ser se esfume, quedará de mí lo que soy de verdad y entonces estaré ya al otro lado de la puerta sin darme cuenta. Cuando pretendo estar seguro de mi salvación, o cuando pretendo que los demás vean mi perfección, en realidad estoy alejándome de mi verdadero ser y enzarzándome en mi propio ego.

En realidad no estamos aquí para salvarnos sino para perdernos en beneficio de todos. El domingo pasado decía Jesús: “He venido a traer fuego a la tierra, ¿qué más puedo pedir si ya está ardiendo? Todo lo creado tiene que transformarse en luz, y la única manera de conseguirlo es ardiendo. El fuego destruye todo lo que no tiene valor, pero purifica lo que vale de veras. Debo consumir lo que hay en mí de ego y potenciar lo que hay de verdadero ser.

Somos como la vela que está hecha para iluminar consumiéndose; mientras esté apagada y mantenga su identidad de vela será un trasto inútil. En el momento que le prendo fuego y empieza a consumirse se va convirtiendo en luz y da sentido a su existencia. Cuando nos pasamos la vida adornando y engalanando nuestra vela; cuando incluso le pedimos a Dios que, ya que es tan bonita, la guarde junto a Él para toda la eternidad, estamos renunciando al verdadero sentido de una vida humana, que es arder, consumirse para iluminar a los demás.

No sé quienes sois. Toda la parafernalia religiosa que hemos desarrollado durante dos mil años no servirá de nada si no me ha llevado a desprenderme de ego. El yo más peligroso para alcanzar una verdadera salvación es el yo religioso. Me asusta la seguridad que tienen algunos cristianos de toda la vida en su conducta irreprochable. Como los fariseos, han cumplido todas las normas de la religión. Han cumplido todo lo mandado, pero no han sido capaces de descubrir que en ese mismo instante, deben considerarse “siervos inútiles”.

Esta advertencia es mucho más seria de lo que parece. Pero no tenemos que esperar a un más allá para descubrir si hemos acertado o hemos fallado. El grado de salvación que hayamos conseguido se manifiesta en cada instante de nuestra vida por la calidad de nuestras relaciones con los demás. No se trata de prácticas ni de creencias sino de humanidad manifestada con todos los hombres. Lo que creas hacer directamente por Dios no tiene ninguna importancia. Lo que haces cada día por los demás es lo que determina tu grado de plenitud humana, que es la verdadera salvación.

Meditación

Mi falso yo, sustentado en lo material,
tiene que consumirse para que surja el verdadero ser.
Todo lo que trabajemos para potenciar la individualidad
será ir en dirección contraria a la verdadera meta.
Mientras más adornos y capisayos le coloque,
más lejos estaré de mi verdadera salvación.

Fray Marcos






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