Domingo XX del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 12, 49-53) –18 de agosto de 2019
Hermann Rodríguez Osorio, S.J. - “Yo
he venido a prender fuego en el mundo”
Un viejo cacique de una
tribu estaba teniendo una charla con sus nietos acerca de la vida. Los niños
querían saber sobre muchas cosas: cómo ser buenas personas, por qué había
personas malas, por qué algunas personas hacen daño, pelean son agresivos y
violentos… Él les dijo: "Una gran pelea esta ocurriendo dentro de mi; es
entre dos lobos. Uno de los lobos es maldad, temor, ira, envidia, dolor,
rencor, avaricia, arrogancia, culpa, resentimiento, inferioridad, mentiras,
orgullo, competencia, superioridad, egolatría. El otro es bondad, alegría, paz,
amor, esperanza, serenidad, humildad, dulzura, generosidad, amistad,
benevolencia, empatía, verdad, compasión, y fe. Esta misma pelea está
ocurriendo dentro de cada uno de ustedes, y dentro de casi todos los seres de
la tierra". Lo niños se quedaron pensando un rato esa realidad de la que
el abuelo les estaba hablando. De pronto, uno de los niños preguntó a su
abuelo: "¿Y cuál de los lobos ganará la pelea dentro de cada uno de nosotros?" El
viejo cacique respondió: “simplemente... el que alimentes".
Esta historia del viejo
cacique revela la lucha que existe en nuestro propio interior y en el mundo
entero. Hay dos fuerzas enfrentadas entre sí, que se disputan nuestras
decisiones. Una de ellas tiene origen en Dios y la otra en el pecado. Jesús nos
dice que no ha venido a traer paz a la tierra entre estas dos fuerzas, él ha
venido a traer fuego. “Porque de hoy en adelante, cinco en una familia estarán
divididos, tres contra dos y dos contra tres. El padre estará contra su hijo y
el hijo contra su padre; la madre contra su hija y la hija contra su madre; la
suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”.
Jesús no está hablando
aquí de castigos o maldiciones a la humanidad. Está hablando de esta lucha que
nos atraviesa interiormente y que atraviesa nuestras vidas y nuestras
relaciones. Jesús no quiere una paz mal entendida entre estas fuerzas que se
disputan nuestras decisiones y que lo hacían tambalear a él mismo: “Tengo que
pasar por una terrible prueba, y ¡cómo sufro hasta que se lleve a cabo!” Una paz
a cualquier precio es un error descomunal. Ya sea entre grupos sociales, entre
nuestras propias tendencias interiores, o en la relación de una pareja. Esa paz
a cualquier precio ha hecho que muchas veces nos hayamos hecho cómplices del
mal en el mundo. No podemos ser neutrales ante cualquier conflicto. Seguir a
Jesús, supone tomar partido por la justicia, el amor, la comunión, la
reconciliación …
Tenemos en Colombia una
coyuntura muy particular. Estamos enfrentados en el proceso de implementación
de un acuerdo de paz con uno de los grupos guerrilleros más agresivos y dañinos
que haya conocido un país. Hemos alimentado durante muchos años al lobo de la
guerra, y tenemos la oportunidad de alimentar ahora al lobo de la paz… Por
esto, la pregunta de los nietos del cacique también la podríamos hacer nosotros
hoy al Señor: “¿Cuál de los dos lobos ganará? Y la sabia respuesta del abuelo,
será la que recibiremos: “Ganará el lobo que tu mismo alimentes en tu
interior”. ¿Cuál es el lobo que tu estás alimentando? ¿Podemos alimentar ahora
al lobo de la paz para seguir avanzando como sociedad hacia un país civilizado?
José Antonio Pagola - SIN FUEGO NO ES POSIBLE
20 Tiempo ordinario -
C
(Lc 12,49-53)
18 de agosto 2019
En un estilo claramente
profético, Jesús resume su vida entera con unas palabras insólitas: «Yo he
venido a prender fuego en el mundo, y ¡ojalá estuviera ya ardiendo!». ¿De que
está hablando Jesús? El carácter enigmático de su lenguaje conduce a los
exégetas a buscar la respuesta en diferentes direcciones. En cualquier caso, la
imagen del «fuego» nos está invitando a acercarnos a su misterio de manera más
ardiente y apasionada.
El fuego que arde en su
interior es la pasión por Dios y la compasión por los que sufren. Jamás podrá
ser desvelado ese amor insondable que anima su vida entera. Su misterio no
quedará nunca encerrado en fórmulas dogmáticas ni en libros de sabios. Nadie
escribirá un libro definitivo sobre él. Jesús atrae y quema, turba y purifica.
Nadie podrá seguirlo con el corazón apagado o con piedad aburrida.
Su palabra hace arder
los corazones. Se ofrece amistosamente a los más excluidos, despierta la
esperanza en las prostitutas y la confianza en los pecadores más despreciados,
lucha contra todo lo que hace daño al ser humano. Combate los formalismos
religiosos, los rigorismos inhumanos y las interpretaciones estrechas de la
ley. Nada ni nadie puede encadenar su libertad para hacer el bien. Nunca
podremos seguirlo viviendo en la rutina religiosa o el convencionalismo de «lo
correcto».
Jesús enciende los
conflictos, no los apaga. No ha venido a traer falsa tranquilidad, sino
tensiones, enfrentamiento y divisiones. En realidad, introduce el conflicto en
nuestro propio corazón. No podemos defendernos de su llamada tras el escudo de
ritos religiosos o prácticas sociales. Ninguna religión nos protegerá de su
mirada. Ningún agnosticismo nos librará de su desafío. Jesús nos está llamando
a vivir en verdad y a amar sin egoísmos.
Su fuego no ha quedado apagado
al sumergirse en las aguas profundas de la muerte. Resucitado a una vida nueva,
su Espíritu sigue ardiendo a lo largo de la historia. Los discípulos de Emaús
lo sienten arder en sus corazones cuando escuchan sus palabras mientras camina
junto a ellos.
¿Dónde es posible sentir
hoy ese fuego de Jesús? ¿Dónde podemos experimentar la fuerza de su libertad
creadora? ¿Cuándo arden nuestros corazones al acoger su Evangelio? ¿Dónde se
vive de manera apasionada siguiendo sus pasos? Aunque la fe cristiana parece
extinguirse hoy entre nosotros, el fuego traído por Jesús al mundo sigue
ardiendo bajo las cenizas. No podemos dejar que se apague. Sin fuego en el
corazón no es posible seguir a Jesús.
Fuentes : http://feadulta.com/
Fray Marcos
NO PUEDE HABER VERDADERA VIDA SIN LUCHA EVOLUTIVA
Lc 12,49-53
Como colofón a la larga
instrucción sobre la confianza y la vigilancia, Jesús habla brevemente de sí
mismo de una manera enigmática. ¿Qué clase de fuego trae al mundo? ¿Qué
significa ese bautismo? ¿De qué paz está hablando? Son frases que no es fácil
colocar en un contexto que las hagan significativas para nosotros.
No se trata de un fuego
destructor, como el que provocó Elías o como el que anunciaba el Bautista. Se
trata del fuego que purifica y da vida. Jesús viene a traer fuego, pero
nosotros nos defendemos con uñas y dientes contra todo lo que pueda socavar
nuestro yo. El bautismo era signo de pruebas terribles, las aguas caudalosas
del AT que destruyen todo lo que encuentran a su paso. Está haciendo clara
alusión a su muerte, la gran prueba que demostrará la autenticidad de su ser.
¿Cómo podremos armonizar
estas palabras: “no he venido ha traer paz, sino división”, con aquellas otras:
"La paz os doy, mi paz os dejo?" La primera lectura nos habla de la
guerra que le hicieron a Jeremías por ser auténtico. Pablo nos habla de la
guerra que debemos hacernos a nosotros mismos. Todo lo que hay de terreno y
caduco en nosotros debe ser consumido para que surja lo eterno. Solo de esa
manera podemos alcanzar la verdadera consumación a la que estamos llamados.
1.- Tenemos en primer
lugar la paz romana, que se consigue con violencia. Los romanos, cuando
conquistaban un país, ponían allí sus tropas, y nadie se movía. Es una paz que
nace de la injusticia, nunca puede ser auténtica ni duradera. Es una paz
injusta. Es una paz que se sigue dando también hoy, a escala internacional y a
escala doméstica. Por ejemplo, la paz que existe en muchos matrimonios, porque
uno de los miembros está anulado y ya no tiene posibilidad de rechistar.
2.- Existe otra clase de
paz que podíamos llamar la paz justa: Es la que se da entre personas o países
que dialogan, que defienden posturas distintas, pero que saben atender y
respetar los derechos de los demás. Sería un equilibrio de intereses. Es una
paz positiva, aunque no se trata de la verdadera paz, porque no es suficiente.
3.- La paz que
equivaldría a la ausencia de problemas. ¡Que me dejen en paz! ¡Mucho cuidado!
Es una trampa. Es la paz de los cementerios. Es una paz que anula la vida,
porque la vida es, por naturaleza lucha, superación de obstáculos. Si
llegáramos a conseguir esa paz y en la medida que la consigamos, dejamos de
vivir, estamos ya muertos. Incluso la vida biológica es constante lucha.
4.- La paz de Jesús
propone es el equilibrio que un ser humano alcanza cuando es lo que tiene que
ser. Esta es la autentica paz. Esta es la paz (Shalom) que los judíos se
deseaban al saludarse y al despedirse. Esta es la base de la paz verdadera. Esa
armonía con uno mismo lleva a estar en armonía con los demás y con Dios. Esta
paz es la consecuencia de un descubrimiento de lo trascendente en nuestro ser.
Tenemos paralelamente
cuatro clases de guerra que debemos analizar:
1.- La guerra que se
hace para someter al otro, para subyugarlos y utilizarlo, para ponerlo a
nuestro servicio y anularlo como persona libre. Es la ley de la selva. Es el
fruto del egoísmo más refinado. Surge siempre que utilizamos la superioridad
biológica, mental o psicológica para machacar al otro. Es la guerra más
frecuente y dañina.
2.- La guerra que hace
el que está sometido, para salir de su situación. A primera vista, parece lo
más natural del mundo, pero hay que tener mucho cuidado de no caer en la misma
violencia contra la que se lucha. La Iglesia ha bendecido a través de la
historia cañones y bombardas. Y sin embargo, todo el evangelio es un canto a la
no-violencia, que supera la opresión sin entrar en su misma dinámica.
3.- La guerra que se
hace a otro por ser auténtico. Esta guerra no hay que temerla. Esto no es
fácil, porque, la mayoría de las veces, actuamos pensando más en el que dirán
que en nuestras convicciones y lo que determina que obremos de una o de otra
manera es la respuesta que vamos a obtener de los demás. Si tratamos de no
molestar a los demás, antes o después, dejaremos de ser auténticos.
4.- La guerra de la que
habla Pablo, la que debemos hacernos a nosotros mismos. Dentro del ser humanos
existen fuerzas que le mantienen en tensión. Tenemos que pelear contra aquellas
partes de nosotros mismos que nos impiden alcanzar mayor humanidad. Caemos en
la trampa de creer que los instintos son malos. Para nada. Solo el ser humano
es capaz de tergiversar los instintos y hacerlos malos.
Con todos estos datos,
cada uno podrá descubrir qué paz hay que buscar y qué paz hay que evitar; qué
guerra debemos evitar a toda costa, y qué “guerra” debemos aceptar como la cosa
más natural del mundo. Pero debemos estar muy atentos, porque la diferencia es
a veces muy sutil. El falso yo, que creemos ser, puede hacernos creer que
estamos luchando por nuestro bien y solo estamos potenciando ese falso ser. Si
no tomamos conciencia de la diferencia la guerra está perdida.
Jesús se presenta como
la misma causa del conflicto. La actitud de Jesús no es la causa de la
división. Jesús no viene a garantizar una paz exterior como esperaban lo judíos
de su mesías. La paz o la guerra exterior no afectarán para nada a la
interioridad de los que le sigan. Mi paz os doy, pero yo no la doy como la da
el mundo, dijo Jesús con toda claridad. La paz de Jesús es otra cosa.
En resumen podíamos
decir que en estos versículos se presenta la figura de Jesús como el modelo de
ser humano. Debemos afrontar toda nuestra vida como un bautismo, como una
inmersión en aguas abismales que en la tradición judía son el signo de lucha y
sufrimiento. Pero ese fuego y ese bautismo son deseados porque de ellos surgirá
la verdadera paz. Las tensiones e incluso rupturas violentas no las origina
Jesús, sino los que deciden rechazarle.
Meditación
Jesús nos da unas orientaciones valiosísimas.
Solo cuando dentro haya conseguido la paz,
estaré preparado para ganar otras batallas.
Tu verdadero ser es paz, es armonía y es felicidad.
Vete más allá de tu falso ser.
Fray Marcos
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