Domingo V de Cuaresma – Ciclo B (Juan 12, 20-33) – 18 de marzo de 2018
Hermann Rodríguez Osorio, S..J.
Una de las meditaciones más típicas de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola lleva por nombre: “El llamamiento del rey temporal ayuda a contemplar la vida del rey eternal”. Esta meditación comienza proponiéndole al ejercitante que imagine “las sinagogas villas y castillos por donde Cristo nuestro Señor predicaba”. Enseguida, san Ignacio le sugiere a la persona que hace los Ejercicios que pida “gracia a nuestro Señor para que no sea sordo a su llamamiento, sino presto y diligente para cumplir su santísima voluntad”.

El mundo lleva varios años sumido en una guerra ‘preventiva’, contra el mundo infiel que no quiere desarmarse por las buenas. Surgen ante nosotros las imágenes de países como Irak, Irán, Afganistán y tantos otros pueblos invadidos o amenazados porque no se postran ante un líder mundial que nos invita a todos a unirnos a su causa. Desde luego, la invitación no incluye participar junto a ellos en el proyecto, compartiendo su comida, su bebida o su vestido; y mucho menos trabajar con ellos en el día y vigilar en la noche... para eso tienen un ejército de marines que cumplen fielmente sus obligaciones con la ‘libertad’... Cuántas personas han respondido con su apoyo a este proyecto que da por descontada la victoria. Pienso también en la manera como este mundo respondió a los llamamientos a la paz que sigue haciendo la Iglesia siempre que hay una guerra que trae muerte y desolación para naciones demasiado maltratadas por la historia.
La invitación de Jesús es a entregar la propia vida antes de levantar un dedo contra otro ser humano, aún en defensa propia. Y es una invitación que lo implicó a él desde lo más radical de su propia existencia. No es un proyecto para los otros, sino que él mismo lo asumió primero y supo hacer realidad lo que dijo: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da abundante cosecha. El que ama su vida, la perderá; pero el que desprecia su vida en este mundo, la conservará para la vida eterna. Si alguno quiere servirme, que me siga; y donde yo esté, allí estará también el que me sirva”. El rey eternal nos sigue llamando hoy a seguirlo en la pena, para también participar con él en su gloria.
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