Domingo V de Cuaresma – Ciclo A (Juan 11,
1-45) 2 de abril de 2017
¡Qué fácil
resultan las cosas cuando se quiere! Detrás de todo lo valioso e importante en
esta vida, hay historias de amor que no conocemos. Normalmente, vemos los
resultados y nos llenamos de admiración al reconocer la inmensidad de las obras
de hombres y mujeres a lo largo y ancho de este mundo: Obras de arte, gestas
revolucionarias, grandes construcciones, proyectos de desarrollo, acciones a
favor de los demás... Detrás de todo ello había trabajando un motor inmóvil, un dinamismo creador, salvador y liberador que no se
explica con palabras sino con obras; que no se contenta con los buenos deseos
sino que pasa a las acciones; que no sólo opina sobre lo que debe cambiar, sino
que transforma la realidad: ¡Este motor del mundo, que mueve sin ser movido, es
el amor!
Recordarán ustedes la
historia que salió hace unos años en una de las páginas del calendario del
Corazón de Jesús que hablaba de una niña que iba caminando por un sendero
pedregoso llevando a cuestas a su hermanito. “Me quedé mirándola y le pregunté: –¿Cómo
puedes llevar una carga tan pesada? La niña volvió hacia mí sus ojos llenos de
sorpresa y me respondió: –No es
una carga, señor, es mi hermanito".
Por todas partes, en el texto en el que
san Juan nos relata la resurrección de Lázaro, salta a la vista el cariño que
Jesús sentía hacia esta familia de Betania: “tu amigo está enfermo”; “Jesús
quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro, cuando le dijeron que Lázaro
estaba enfermo se quedó dos días más en el lugar donde se encontraba. Después
dijo a sus discípulos: – Vamos otra vez a Judea”; “Jesús, al ver llorar a María
y a los judíos que habían llegado con ella, se conmovió profundamente y se
estremeció, y les preguntó: – ¿Dónde lo sepultaron? Le dijeron: – Ven a verlo
Señor. Y Jesús lloró. Los judíos dijeron entonces: – ¡Miren cuánto lo quería!”.
“Jesús, otra vez conmovido, se acercó a la tumba. Era una cueva, cuya entrada
estaba tapada con una piedra. Jesús dijo: – Quiten la piedra”. Y más adelante,
la bella oración que Jesús dice delante de la tumba de su amigo: “Padre, te doy
gracias porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escuchas, pero lo digo
por el bien de esta gente que está aquí, para que crean que tú me has enviado.
Después de decir esto, gritó: – ¡Lázaro, sal de ahí!”
Sólo desde el amor se explica que el Señor
Jesús haya querido ir a Judea donde hacía poco habían tratado de matarlo a
pedradas. Sólo desde el amor pudieron los discípulos decir: “Vamos también
nosotros, para morir con él”. Sólo desde el amor se explica ese bendito grito
de Jesús ante la tumba de su amigo: “¡Lázaro, sal de ahí!” Sólo desde el amor
se entiende que “El muerto salió, con las manos y los pies atados con vendas y
la cara envuelta en un lienzo”.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
No hay comentarios:
Publicar un comentario