Domingo
XXXIII del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 21, 5-19) – 13 de noviembre de 2016
En el último “Encuentro con la Palabra”, comentábamos cómo la vida es el
lugar privilegiado en el que se nos revela el rostro de Dios. El Señor no es
Dios de muertos, sino de vivos... y es en la vida donde nos comunica su
proyecto. Por tanto, los cristianos no tenemos que consultar, como los griegos,
el oráculo de los dioses, o como los asirios, las estrellas (astrología), o
leer la mano, o el cigarrillo, etc. Para consultar lo que Dios quiere en
nuestra vida personal, comunitaria y social, sólo tenemos que abrir los ojos y
mirar... No negar la realidad, no traicionarla ni mentirnos acerca de ella. No
ser como el avestruz que piensa que porque deja de mirar la realidad, metiendo
la cabeza entre la arena, va a desaparecer el cazador. No se trata, pues,
de difíciles jeroglíficos y adivinanzas; es sencilla; pero a veces las cosas
son tan sencillas, que no las vemos; son tan simples, y tan cotidianas, que no
les prestamos atención; por eso es fundamental tener ojos limpios y mirar sin
miedo la realidad. Por algo Jesús, en un momento de inspiración y “lleno de
alegría por el Espíritu Santo, dijo: ’Te alabo Padre, Señor del cielo y de la
tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que escondiste a los
sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido” (Lucas 10,21).
Esta fue la actitud fundamental de Jesús. Tener los ojos abiertos ante
la realidad, ante las cosas sencillas de cada día, en las que descubría los
planes de su Padre Dios. Jesús aprendió lo que aprendió sobre el Reino de Dios,
mirando su vida y la vida de su pueblo. Sólo tomando el Evangelio de san Mateo,
podemos llegar a una lista como la siguiente; Jesús habla allí de pan, sal,
luz, lámparas, cajones, polillas, ladrones, aves, graneros, flores, hierba,
paja, vigas, troncos, perros, perlas, cerdos, piedras, culebras, pescados,
puertas, caminos, ovejas, uvas, espinos, higos, cardos, fuego, casas, rocas,
arena, lluvia, ríos, vientos, zorras, madrigueras, aves, nidos, médicos,
enfermos, bodas, vestidos, telas, remiendos, vino, cueros, odres, cosechas,
trabajadores, oro, plata, cobre, bolsa, ropa, sandalias, bastones, polvo, pies,
lobos, serpientes, palomas, azoteas, pajarillos, monedas, cabellos, árboles,
frutos, víboras, sembrador, semilla, sol, raíz, granos, oídos, cizaña, trigo,
granero, mostaza, huerto, plantas, ramas, levadura, harina, masa, tesoros,
comerciantes, redes, mar, playas, canastas, hornos, boca, planta, raíz, ciegos,
hoyos, vientre, cielo, niños, piedra de molino, mano, pie, manco, cojos, reyes,
funcionarios, esclavos, cárceles, camellos, agujas, viñedos, cercos, torres,
lagar, terreno, labradores, fiestas, invitados, criados, reses, menta, anís,
comino, mosquito, vasos, platos copas, sepulcros, gallinas, pollitos, higueras,
vírgenes, aceite, dinero, banco, pastor, cabras...Y, así, podríamos seguir.
En estos elementos tan sencillos, descubrió Jesús lo que Dios le pedía y
lo que Dios quería hacer con él y con toda la humanidad. No se trata de ver
cosas distintas, nuevas, sino de mirar lo mismo, pero con unos ojos nuevos:
“Pero Yahveh dijo a Samuel: (...) La mirada de Dios no es como la mirada del
hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero Yahveh mira el corazón» (1
Sam. 16, 7). Esta manera de mirar es lo que caracteriza a los profetas; una
mirada que no es propiamente la del turista. Esta es la respuesta para la
pregunta que le hacen al Señor en el evangelio de hoy:¿Cuál será la señal de
que estas cosas ya están a punto de suceder? Ahí están. Sólo tenemos que abrir
los ojos y mirar...
Hermann Rodríguez
Osorio, S.J.
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