Quinto Domingo del tiempo ordinario – Ciclo C (Lucas 5, 1-11) 7 de febrero de 2016
“En una ocasión, estando Jesús a
orillas del Lago de Genesaret, se sentía apretujado por la multitud que quería
oír el mensaje de Dios”. Nos reunimos hoy para celebrar la eucaristía y para
orar juntos en un mundo en el que hay hambre de la Palabra de Dios. La gente
quiere escuchar una palabra de esperanza, de consuelo, de ánimo. Los creyentes
somos responsables de anunciar una palabra que ayude a nuestro pueblo a
recuperar la confianza en ellos mismos, en los hermanos y en Dios. Hay salidas
y hay luces que no podemos ocultar a la gente que se agolpa para escuchar la
Palabra.
“Jesús vio dos barcas en la playa.
Los pescadores habían bajado de ellas a lavar sus redes. Jesús subió a una de
las barcas, que era de Simón, y le pidió que la alejara un poco de la orilla.
Luego se sentó en la barca, y desde allí comenzó a enseñar a la gente”. El
Señor nos pide que nos alejemos un poco de la orilla. Venimos aquí
para encontrarnos con el Señor y con otros hermanos y hermanas. Necesitamos de
estos momentos de silencio, de profunda oración y de encuentro fraterno para
descubrir el paso de Dios por nuestra historia personal y por la historia de
nuestras gentes.
“Cuando terminó de hablar, le dijo
a Simón: –Lleva la barca a la parte honda del lago, y echen allí sus redes para
pescar”. Aparece aquí la invitación a ir a la parte más honda de nuestra
interioridad para echar allí nuestras redes. Necesitamos descubrir en la
profundidad de nuestra historia los caminos de Dios. Allí tenemos que echar
nuestras redes. El Señor nos invita a ir al fondo de nuestras vidas.
“Simón le contestó: –Maestro, hemos estado trabajando
toda la noche sin pescar nada; pero, ya que tú lo mandas, voy a echar las
redes”. La disculpa surge inmediatamente de los labios de Pedro y de nuestros
propios labios. Venimos cansados; hemos estado bregando toda la noche sin
pescar nada. Muchas veces, nuestra oración se hace árida y sentimos que nuestro
pozo se seca. No estamos seguros de que valga la pena seguir intentando
construir un mundo como el que Dios quiere. Sin embargo, Pedro se anima y
confiado en la palabra del Señor, se decide. Solamente confiados en la palabra
del Señor nos atrevemos a echar nuestras redes para recibir el regalo de su
gracia.
“Cuando lo hicieron, recogieron tanto
pescado que las redes se rompían. Entonces, hicieron señas a sus compañeros de la
otra barca, para que fueran a ayudarlos. Ellos fueron, y llenaron tanto las dos
barcas que les faltaba poco para hundirse”. Este texto nos revela la
generosidad del Señor para con los que son generosos con Él. La pesca, que
parecía un fracaso se convierte en abundancia. El pozo seco de nuestra vida
espiritual, se convierte en manantial de agua viva que brota hasta vida eterna.
Los esfuerzos por construir la justicia, la fraternidad y la paz, son
compensados con brotes germinales del Reino, que necesitamos reconocer en medio
de las sombras y las contradicciones.
“Al ver esto, Simón Pedro se puso de
rodillas delante de Jesús y le dijo: –¡Apártate de mí, Señor, porque soy un
pecador! Es que Simón y todo los demás estaban asustados por aquella gran pesca
que habían hecho. También lo estaban Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que
eran compañeros de Simón”. Ante la generosidad del Señor, que nos regala su
gracia abundantemente y nos concede una pesca copiosa, sólo podemos reaccionar
como Pedro, cayendo de rodillas ante Él, para reconocernos pecadores. Llevamos
este tesoro en vasijas de barro. Es precisamente allí, en el reconocimiento de
nuestra debilidad, donde aparece más claramente la fuerza de Dios.
“Pero Jesús le dijo a Simón: –No
tengas miedo; desde ahora vas a pescar hombres. Entonces llevaron las barcas a
tierra, lo dejaron todo y se fueron con Jesús”. El resultado final de todo este
proceso, tiene que concretarse, por nuestra parte, en un gesto generoso de dejarlo
todo para seguir al Señor a donde él nos quiera llevar. Acoger nuestra
propia misión con la misma generosidad que nos ha mostrado el Señor a través de
esta pesca abundante.
Hermann Rodríguez
Osorio, S.J.
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