“Noche de luna llena en el desierto Samburu. Las Ilakir de Enkai
(en lengua samburu, las estrellas que son los ojos de Dios) se han escondido.
¡Bienvenida la Hermana muerte! La fiebre me sube intensamente. No hay
posibilidad de ir hasta el hospital de Wamba... Como de costumbre nuestro
Toyota está dañado. Siento una intensidad grande, alegre ante la muerte. He
vivido apasionada-mente el amor por la humanidad y por el proyecto de Jesús...
Muero plenamente feliz... Cometí errores, hice sufrir personas... ¡Espero su
perdón! Qué bueno morir como los más pobres y marginados... sin posibilidad de
llegar al hospital... Qué bueno que nadie siga muriendo así. ¡Ojalá ustedes se
comprometan a esto! ¡Un abrazo intenso de amor para todos y para todas!”
Estas fueron las últimas palabras que escribió, de su puño y letra, el P.
Carlos Alberto Calderón, sacerdote de la Arquidiócesis de Medellín, que se fue
de misionero a Kenya a fines de 1994. Alcanzó a estar entre los Samburus, cerca
de Barsaloi, algo más de un año. Después de unos meses de aprendizaje de la
lengua, el kisamburu, y de acercamiento a esta nueva cultura que lo esperaba a
sus 46 años de edad, cayó enfermo el 28 de febrero de 1996; esa noche escribió
la carta de despedida que está más arriba. La fiebre le llegó a 39 grados. Dos
días después fue trasladado a Wamba para ser atendido de una malaria cerebral.
Ese mismo día la fiebre le subió a 42.2 grados y entró en coma. Al día
siguiente, lo llevaron en una avioneta hasta Nairobi para tratarlo en una
unidad de cuidados intensivos, pero el daño ya estaba hecho... Le detectaron
una lesión cerebral muy severa. El lunes 25 de marzo, después de un común
acuerdo para respetar el derecho a morir dignamente que Carlos Alberto había
firmado y siempre había defendido, la familia le exige al médico que le
desconecte todos los aparatos y no le prolongue artificialmente la vida. Así
duró varios días más, debatiéndose entre la vida y la muerte. Por fin, el 5 de
abril, Viernes Santo aquel año, nació definitivamente para la vida eterna,
dejando entre sus familiares, amigos y conocidos, un testimonio transparente de
entrega a Dios y a su pueblo.
Es curioso que en su última carta común, enviada a sus familiares y
amigos en diciembre de 1995, decía: “De Nairobi, la capital de Kenya, estamos a
550 kms. (...) por carretera destapada en pésimo estado (...). A 85 kms. está
Wamba, un pequeño casería Samburu en donde un grupo italiano de solidaridad, en
unión con la diócesis de Marsabit, construyó hace más de 20 años un gran
hospital (...). Este hospital es un verdadero milagro de la solidaridad,
aquella a la que algún escritor latinoamericano llamara ‘La ternura de los
pueblos’. Si no fuera por este hospital, muchísima gente habría muerto y la
población Samburu estaría diezmada, pues esta es una zona con alto riesgo de
enfermedades como la Malaria, el polio, la tuberculosis, el paludismo cerebral,
etc., y la asistencia en salud por parte del gobierno es pésima (...). Es
precisamente en este hospital de Wamba a donde nosotros trasladamos los
enfermos graves en el carro de la misión, casi el único vehículo que circula
por estos lados. Allí también tenemos asistencia gratuita todos los sacerdotes,
religiosas y laicos que trabajamos en la diócesis de Marsabit; les contamos
esto para que se tranquilicen, pues ante algún eventual problema de salud podemos
acudir a este hospital”.
Saludos,
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
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