Presentación del
Señor – Ciclo A (Lucas 2, 22-40) 2 de febrero de 2020
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.- “... llevaron el niño a Jerusalén para
presentárselo al Señor”
Cuando llevaba varios meses sin conseguir empleo, Diego recibió una
recomendación de un amigo: “¿Por qué no le haces una promesa al Señor de
Monserrate? De pronto te ayuda a conseguir ese trabajo que tanto necesitas.
Cuando lo consigas, vamos en peregrinación hasta allá, participamos en la
eucaristía y le damos gracias a Dios por haber cumplido tu petición”. Así que
Diego hizo la promesa al Señor de Monserrate y aguardó paciente y activamente.
No se sentó a esperar sin hacer nada, sino que siguió pasando hojas de vida y
moviendo cielo y tierra para conseguir un trabajo. A los pocos días, llamó
feliz a su amigo para decirle: “¿Cuándo puedes ir a Monserrate a cumplir la
promesa que le hicimos? ¡He conseguido el empleo!”. Fueron caminando hasta la
cima de la montaña en la que está el santuario que vigila a Bogotá desde las
alturas y en el cual se venera una imagen impresionante del Señor caído. Hay
también, en uno de los altares laterales, una imagen muy bella de Nuestra
Señora de Montserrat, que le da el nombre a la montaña y al santuario.
Como Diego, muchas personas siguen haciendo promesas y cumpliéndolas por
recibir favores del Señor, de la Virgen María o de alguno de los santos en
muchos santuarios de nuestros países. Evidentemente, no siempre se cumplen
nuestras peticiones. Un gitano, cuyo hijo murió por una bala perdida en un
barrio de Granada, en España, le decía a un sacerdote amigo el día del entierro
de su hijo: “Padre, ¿ha visto los exvotos que hay a los pies del Cristo del
cementerio? Pues esté seguro que si la gente a la que no se le ha cumplido
algún milagro hubiera colocado allí también un recordatorio, los exvotos serían
muchos más...” Lo cierto es que la costumbre de ir a cumplir una promesa en
algún santuario es muy común entre la gente de nuestros pueblos.
Lo que le pasó a Simeón aquel día en el templo fue exactamente lo
contrario. El no había hecho ninguna promesa para recibir un favor. La promesa
se la había hecho Dios a él, pues “le había hecho saber que no moriría sin ver
antes al Mesías, a quien el Señor enviaría”. Y Simeón esperaba con paciencia
que Dios le revelara, de un momento a otro, la presencia del Mesías. Lo que no
se imaginaba era que lo iba a reconocer precisamente en un pequeño niño que
venía al santuario en brazos de su madre.
“Guiado por el Espíritu Santo, Simeón fue al templo; y cuando los padres
del niño Jesús lo llevaron también a él, para cumplir con lo que la ley
ordenaba, Simeón lo tomó en brazos y alabó a Dios diciendo: «Ahora, Señor, tu
promesa está cumplida: puedes dejar que tu siervo muera en paz. Porque ya he
visto la salvación que has comenzado a realizar a la vista de todos los
pueblos, la luz que alumbrará a las naciones y que será la gloria de tu pueblo
Israel»”.
Necesitamos tener ojos de fe para reconocer la presencia del Señor en
nuestras vidas. Como a Simeón, a lo mejor se nos presenta en un niño de brazos,
o en una persona necesitada que nos extiende la mano. Dios cumple sus promesas
y nos ha dicho que su voluntad es que tengamos vida y la tengamos en abundancia.
José Antonio Pagola - FE SENCILLA
El relato del nacimiento de Jesús es desconcertante. Según Lucas, Jesús
nace en un pueblo en el que no hay sitio para acogerlo. Los pastores lo han
tenido que buscar por todo Belén hasta que lo han encontrado en un lugar
apartado, recostado en un pesebre, sin más testigos que sus padres.
Al parecer, Lucas siente necesidad de construir un segundo relato en el
que el niño sea rescatado del anonimato para ser presentado públicamente. ¿Qué
lugar más apropiado que el Templo de Jerusalén para que Jesús sea acogido
solemnemente como el Mesías enviado por Dios a su pueblo?
Pero, de nuevo, el relato de Lucas va a ser desconcertante. Cuando los
padres se acercan al Templo con el niño, no salen a su encuentro los sumos
sacerdotes ni los demás dirigentes religiosos. Dentro de unos años, ellos serán
quienes lo entregarán para ser crucificado. Jesús no encuentra acogida en esa
religión segura de sí misma y olvidada del sufrimiento de los pobres.
Tampoco vienen a recibirlo los maestros de la Ley que predican sus
«tradiciones humanas» en los atrios de aquel Templo. Años más tarde, rechazarán
a Jesús por curar enfermos rompiendo la ley del sábado. Jesús no encuentra
acogida en doctrinas y tradiciones religiosas que no ayudan a vivir una vida
más digna y más sana.
Quienes acogen a Jesús y lo reconocen como Enviado de Dios son dos
ancianos de fe sencilla y corazón abierto que han vivido su larga vida
esperando la salvación de Dios. Sus nombres parecen sugerir que son personajes
simbólicos. El anciano se llama Simeón («El Señor ha escuchado»), la anciana se
llama Ana («Regalo»). Ellos representan a tanta gente de fe sencilla que, en
todos los pueblos de todos los tiempos, viven con su confianza puesta en Dios.
Los dos pertenecen a los ambientes más sanos de Israel. Son conocidos
como el «Grupo de los Pobres de Yahvé». Son gentes que no tienen nada, solo su
fe en Dios. No piensan en su fortuna ni en su bienestar. Solo esperan de Dios
la «consolación» que necesita su pueblo, la «liberación» que llevan buscando
generación tras generación, la «luz» que ilumine las tinieblas en que viven los
pueblos de la tierra. Ahora sienten que sus esperanzas se cumplen en Jesús.
Esta fe sencilla que espera de Dios la salvación definitiva es la fe de
la mayoría. Una fe poco cultivada, que se concreta casi siempre en oraciones
torpes y distraídas, que se formula en expresiones poco ortodoxas, que se
despierta sobre todo en momentos difíciles de apuro. Una fe que Dios no tiene
ningún problema en entender y acoger.
Fuentes: http://www.gruposdejesus.com
Fray Marcos - JESÚS ENRAIZADO EN LA
VIDA DEL PUEBLO
Los de cerca (*) se alegrarán de saber que esta fiesta se llama en
oriente “el encuentro” (Hypapante) en griego. En occidente tomó el nombre de la
purificación de María o “la candelaria” porque la ceremonia más vistosa de este
día era la procesión de las candelas. En la nueva liturgia se llama “la
presentación del Señor”. En esta fiesta se retoma el simbolismo de la Epifanía
y se recuerda a Jesús como luz de todos los pueblos.
Podía ser interesante hacerse una composición de lugar y tiempo para
comprender los textos. La familia de Jesús, muy probablemente procedía de
Judea. Nos dan pie para sospechar esto, los nombres de sus miembros y los
numerosos indicios que encontramos en todos los evangelios. Se trasladarían
desde Judea en alguna de las repoblaciones que se llevaron a cabo en Galilea
después de las deportaciones.
Este dato nos puede asegurar que la familia cumplía estrictamente la
Ley, aunque sabemos que los galileos, por estar lejos del templo y de los
fariseos y letrados, escapaban al control de los oficiales de la religión y
eran mucho menos estrictos en el cumplimiento de las normas legales. Esta
circunstancia permitió al mismo Jesús predicar y actuar al margen de lo que
estaba legislado y exigido.
Aunque es muy probable que María y Jesús fueran al templo a los cuarenta
días de nacer, no podemos estar seguros de lo que pasó. Parece que, según la
Ley, ni Jesús ni María tenían obligación de subir al templo para cumplirla. El
relato es teología que intenta presentarnos a Jesús integrado en el pueblo
judío. Todo son símbolos, incluidos los dos personajes que aparecen como
próximos al templo y esperando la salvación.
En la ley de Moisés estaba prescrito que todo primogénito debía
dedicarse al servicio de Dios en el templo. Cuando ese servicio se reservó a la
tribu de Leví, los primogénitos debían ser rescatados de la obligación de
servir al Señor, pagando 5 siclos de plata. Las ofrendas eran exigidas pora la
purificación de la madre. Lc nos advierte que José y María tuvieron que
conformarse con la ofrenda de los pobres, un par de tórtolas.
Es inverosímil que un anciano y una profetisa descubrieran en un niño,
completamente normal, al salvador esperado por Israel. Pero es interesante lo
que Lc señala: que dos ancianos del pueblo se hubieran pasado la vida esperando
y con los ojos bien abiertos para descubrir el menor atisbo de que se acercaba
la liberación para el pueblo. No me extraña que Lc muestre a María y a José
pasmados ante lo que se decía del niño.
Pero la extrañeza carece de lógica, si tomamos por cierto lo que nos
había dicho en el capítulo anterior. María tenía que haber dicho a Simeón: ya
lo sabía, yo misma he dado consentimiento para que en mi seno se encarnara el
Hijo de Dios. Además los ángeles y los pastores les habían dicho quién era
aquel niño. Una prueba más de que en los relatos de la infancia no tenemos que
buscar lógica narrativa, sino impulso teológico.
Simeón va al templo movido por el Espíritu. No solo toda la vida de
Jesús la presenta como consecuencia de la actuación del Espíritu, todo lo que
sucede a su alrededor está dirigido por el mismo “Ruah” de Dios que lleva
adelante la liberación de su pueblo. La voluntad de Dios se va manifestando y
cumpliendo paso a paso. Todo lo que sucede en torno a Jesús tendrá como última
consecuencia la iluminación del mundo.
Ana aparece más pegada al AT e identificada con el Templo, que era la
columna vertebral de toda la espiritualidad judía. Toda su vida al servicio de
la institución que mantenía viva la esperanza de una definitiva liberación. Es
muy curioso que proclame la grandeza del niño que va a desbaratar esa misma
institución y a proponer algo completamente nuevo, para una relación con Dios
absolutamente distinta.
Es interesante resaltar que todos los números que se refieren a la edad
de Ana son simbólicos. Se casaban a los 14 (dos veces 7). Siete de casada. 84
(12x7) de viuda. El 12 número de las tribus de Israel y el siete, el número más
repetido en la Biblia como signo de plenitud. Fijaos que 14+7+84=105. Esa edad
era impensable en aquella época. Una muestra más de que los evangelios no
buscan historia sino teología.
¿Qué puede significar para nosotros hoy esta fiesta? Me acuerdo cuando
se celebraba con gran solemnidad. Era una de las grandes fiestas del año
litúrgico. Hoy tenemos que esperar la carambola de que caiga en domingo para
poder hacerle algún caso. Vamos a intentar aprovechar esta oportunidad para
acercarnos al Jesús que fue tan niño como todos nosotros y vivió la pertenencia
al pueblo judío con toda normalidad.
El final del relato es realista y se aparta de ensoñación: El niño iba
creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría. Como todos los niños
nació como un proyecto y tiene que ir desarrollándose. Parece que se ha
olvidado de todas las maravillas que nos había contado sobre él. Debemos
convencernos de que fue un niño completamente normal, que, como todos los
niños, tuvo que partir de cero y depender de los demás, para ir completando su personalidad.
En el relato siguiente, que hace referencia al niño perdido, es todavía
más concreto: “Y Jesús iba creciendo en estatura en conocimiento y en gracia
ante Dios y los hombres”. Lc lo tiene muy claro: Jesús es un niño normal que
tiene que recorrer una trayectoria humana exactamente igual que cualquier otro
niño. Por desgracia no es esto lo que hemos oído desde pequeños. El haberle
divinizado, desde antes de su nacimiento, nos ha separado de su humanidad y nos
ha despistado en lo que podía tener de ejemplo.
Que Jesús haya desarrollado su infancia en contacto con una profunda
religiosidad judía es muy importante a la hora de valorar su trayectoria
personal. Si no hubiera vivido dentro de la fe judía, nunca hubiera llegado a
la experiencia que tuvo de Dios. Esto nos tiene que hacer pensar. Lo que Jesús
nos enseño no lo sacó de la chistera como si fuera un prestidigitador. Fue su
trayectoria religiosa la que le llevó a la experiencia de Dios, que luego se
transformó en mensaje.
Todo lo que Jesús nos contó sobre Dios, lo vivió antes como hombre que
va alcanzando una plenitud humana. Su propuesta fue precisamente que nosotros
teníamos que alcanzar esa misma plenitud. Su objetivo y el nuestro es el mismo:
desplegar todo lo que hay de posibilidad humanizadora en cada uno de nosotros.
Esa posibilidad de crecer hasta el infinito está disponible gracias a lo que
Dios es en cada uno de nosotros.
Es la misma religión la que a veces nos aparta de ese objetivo. Nos
propone otros logros intermedios como meta y así nos despista de lo que tenía
que ser el punto de llegada de toda trayectoria verdaderamente humana. Todo lo
que no sea esta meta, debemos considerarlo como medio para alcanzar el fin.
Meditación
No es necesario que nadie me presente
ante Dios.
Sé que soy más de Él que de mí mismo
y nada sería si pudiera separarme de
Él.
Esa realidad desconcertante me
sobrepasa.
Una vez descubierta y aceptada,
me abre posibilidades infinitas de ser
humano.
Fray Marcos
Fuente: http://feadulta.com/
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