sábado, 1 de febrero de 2020

Presentación del Señor – Ciclo A


Presentación del Señor – Ciclo A (Lucas 2, 22-40) 2 de febrero de 2020



Hermann Rodríguez Osorio, S.J.-  “... llevaron el niño a Jerusalén para presentárselo al Señor”

Cuando llevaba varios meses sin conseguir empleo, Diego recibió una recomendación de un amigo: “¿Por qué no le haces una promesa al Señor de Monserrate? De pronto te ayuda a conseguir ese trabajo que tanto necesitas. Cuando lo consigas, vamos en peregrinación hasta allá, participamos en la eucaristía y le damos gracias a Dios por haber cumplido tu petición”. Así que Diego hizo la promesa al Señor de Monserrate y aguardó paciente y activamente. No se sentó a esperar sin hacer nada, sino que siguió pasando hojas de vida y moviendo cielo y tierra para conseguir un trabajo. A los pocos días, llamó feliz a su amigo para decirle: “¿Cuándo puedes ir a Monserrate a cumplir la promesa que le hicimos? ¡He conseguido el empleo!”. Fueron caminando hasta la cima de la montaña en la que está el santuario que vigila a Bogotá desde las alturas y en el cual se venera una imagen impresionante del Señor caído. Hay también, en uno de los altares laterales, una imagen muy bella de Nuestra Señora de Montserrat, que le da el nombre a la montaña y al santuario.

Como Diego, muchas personas siguen haciendo promesas y cumpliéndolas por recibir favores del Señor, de la Virgen María o de alguno de los santos en muchos santuarios de nuestros países. Evidentemente, no siempre se cumplen nuestras peticiones. Un gitano, cuyo hijo murió por una bala perdida en un barrio de Granada, en España, le decía a un sacerdote amigo el día del entierro de su hijo: “Padre, ¿ha visto los exvotos que hay a los pies del Cristo del cementerio? Pues esté seguro que si la gente a la que no se le ha cumplido algún milagro hubiera colocado allí también un recordatorio, los exvotos serían muchos más...” Lo cierto es que la costumbre de ir a cumplir una promesa en algún santuario es muy común entre la gente de nuestros pueblos.

Lo que le pasó a Simeón aquel día en el templo fue exactamente lo contrario. El no había hecho ninguna promesa para recibir un favor. La promesa se la había hecho Dios a él, pues “le había hecho saber que no moriría sin ver antes al Mesías, a quien el Señor enviaría”. Y Simeón esperaba con paciencia que Dios le revelara, de un momento a otro, la presencia del Mesías. Lo que no se imaginaba era que lo iba a reconocer precisamente en un pequeño niño que venía al santuario en brazos de su madre.

“Guiado por el Espíritu Santo, Simeón fue al templo; y cuando los padres del niño Jesús lo llevaron también a él, para cumplir con lo que la ley ordenaba, Simeón lo tomó en brazos y alabó a Dios diciendo: «Ahora, Señor, tu promesa está cumplida: puedes dejar que tu siervo muera en paz. Porque ya he visto la salvación que has comenzado a realizar a la vista de todos los pueblos, la luz que alumbrará a las naciones y que será la gloria de tu pueblo Israel»”.

Necesitamos tener ojos de fe para reconocer la presencia del Señor en nuestras vidas. Como a Simeón, a lo mejor se nos presenta en un niño de brazos, o en una persona necesitada que nos extiende la mano. Dios cumple sus promesas y nos ha dicho que su voluntad es que tengamos vida y la tengamos en abundancia.

José Antonio Pagola - FE SENCILLA

El relato del nacimiento de Jesús es desconcertante. Según Lucas, Jesús nace en un pueblo en el que no hay sitio para acogerlo. Los pastores lo han tenido que buscar por todo Belén hasta que lo han encontrado en un lugar apartado, recostado en un pesebre, sin más testigos que sus padres.
Al parecer, Lucas siente necesidad de construir un segundo relato en el que el niño sea rescatado del anonimato para ser presentado públicamente. ¿Qué lugar más apropiado que el Templo de Jerusalén para que Jesús sea acogido solemnemente como el Mesías enviado por Dios a su pueblo?
Pero, de nuevo, el relato de Lucas va a ser desconcertante. Cuando los padres se acercan al Templo con el niño, no salen a su encuentro los sumos sacerdotes ni los demás dirigentes religiosos. Dentro de unos años, ellos serán quienes lo entregarán para ser crucificado. Jesús no encuentra acogida en esa religión segura de sí misma y olvidada del sufrimiento de los pobres.
Tampoco vienen a recibirlo los maestros de la Ley que predican sus «tradiciones humanas» en los atrios de aquel Templo. Años más tarde, rechazarán a Jesús por curar enfermos rompiendo la ley del sábado. Jesús no encuentra acogida en doctrinas y tradiciones religiosas que no ayudan a vivir una vida más digna y más sana.
Quienes acogen a Jesús y lo reconocen como Enviado de Dios son dos ancianos de fe sencilla y corazón abierto que han vivido su larga vida esperando la salvación de Dios. Sus nombres parecen sugerir que son personajes simbólicos. El anciano se llama Simeón («El Señor ha escuchado»), la anciana se llama Ana («Regalo»). Ellos representan a tanta gente de fe sencilla que, en todos los pueblos de todos los tiempos, viven con su confianza puesta en Dios.
Los dos pertenecen a los ambientes más sanos de Israel. Son conocidos como el «Grupo de los Pobres de Yahvé». Son gentes que no tienen nada, solo su fe en Dios. No piensan en su fortuna ni en su bienestar. Solo esperan de Dios la «consolación» que necesita su pueblo, la «liberación» que llevan buscando generación tras generación, la «luz» que ilumine las tinieblas en que viven los pueblos de la tierra. Ahora sienten que sus esperanzas se cumplen en Jesús.
Esta fe sencilla que espera de Dios la salvación definitiva es la fe de la mayoría. Una fe poco cultivada, que se concreta casi siempre en oraciones torpes y distraídas, que se formula en expresiones poco ortodoxas, que se despierta sobre todo en momentos difíciles de apuro. Una fe que Dios no tiene ningún problema en entender y acoger.

Fray Marcos - JESÚS ENRAIZADO EN LA VIDA DEL PUEBLO

Los de cerca (*) se alegrarán de saber que esta fiesta se llama en oriente “el encuentro” (Hypapante) en griego. En occidente tomó el nombre de la purificación de María o “la candelaria” porque la ceremonia más vistosa de este día era la procesión de las candelas. En la nueva liturgia se llama “la presentación del Señor”. En esta fiesta se retoma el simbolismo de la Epifanía y se recuerda a Jesús como luz de todos los pueblos.
Podía ser interesante hacerse una composición de lugar y tiempo para comprender los textos. La familia de Jesús, muy probablemente procedía de Judea. Nos dan pie para sospechar esto, los nombres de sus miembros y los numerosos indicios que encontramos en todos los evangelios. Se trasladarían desde Judea en alguna de las repoblaciones que se llevaron a cabo en Galilea después de las deportaciones.
Este dato nos puede asegurar que la familia cumplía estrictamente la Ley, aunque sabemos que los galileos, por estar lejos del templo y de los fariseos y letrados, escapaban al control de los oficiales de la religión y eran mucho menos estrictos en el cumplimiento de las normas legales. Esta circunstancia permitió al mismo Jesús predicar y actuar al margen de lo que estaba legislado y exigido.

Aunque es muy probable que María y Jesús fueran al templo a los cuarenta días de nacer, no podemos estar seguros de lo que pasó. Parece que, según la Ley, ni Jesús ni María tenían obligación de subir al templo para cumplirla. El relato es teología que intenta presentarnos a Jesús integrado en el pueblo judío. Todo son símbolos, incluidos los dos personajes que aparecen como próximos al templo y esperando la salvación.
En la ley de Moisés estaba prescrito que todo primogénito debía dedicarse al servicio de Dios en el templo. Cuando ese servicio se reservó a la tribu de Leví, los primogénitos debían ser rescatados de la obligación de servir al Señor, pagando 5 siclos de plata. Las ofrendas eran exigidas pora la purificación de la madre. Lc nos advierte que José y María tuvieron que conformarse con la ofrenda de los pobres, un par de tórtolas.
Es inverosímil que un anciano y una profetisa descubrieran en un niño, completamente normal, al salvador esperado por Israel. Pero es interesante lo que Lc señala: que dos ancianos del pueblo se hubieran pasado la vida esperando y con los ojos bien abiertos para descubrir el menor atisbo de que se acercaba la liberación para el pueblo. No me extraña que Lc muestre a María y a José pasmados ante lo que se decía del niño.
Pero la extrañeza carece de lógica, si tomamos por cierto lo que nos había dicho en el capítulo anterior. María tenía que haber dicho a Simeón: ya lo sabía, yo misma he dado consentimiento para que en mi seno se encarnara el Hijo de Dios. Además los ángeles y los pastores les habían dicho quién era aquel niño. Una prueba más de que en los relatos de la infancia no tenemos que buscar lógica narrativa, sino impulso teológico.
Simeón va al templo movido por el Espíritu. No solo toda la vida de Jesús la presenta como consecuencia de la actuación del Espíritu, todo lo que sucede a su alrededor está dirigido por el mismo “Ruah” de Dios que lleva adelante la liberación de su pueblo. La voluntad de Dios se va manifestando y cumpliendo paso a paso. Todo lo que sucede en torno a Jesús tendrá como última consecuencia la iluminación del mundo.
Ana aparece más pegada al AT e identificada con el Templo, que era la columna vertebral de toda la espiritualidad judía. Toda su vida al servicio de la institución que mantenía viva la esperanza de una definitiva liberación. Es muy curioso que proclame la grandeza del niño que va a desbaratar esa misma institución y a proponer algo completamente nuevo, para una relación con Dios absolutamente distinta.
Es interesante resaltar que todos los números que se refieren a la edad de Ana son simbólicos. Se casaban a los 14 (dos veces 7). Siete de casada. 84 (12x7) de viuda. El 12 número de las tribus de Israel y el siete, el número más repetido en la Biblia como signo de plenitud. Fijaos que 14+7+84=105. Esa edad era impensable en aquella época. Una muestra más de que los evangelios no buscan historia sino teología.
¿Qué puede significar para nosotros hoy esta fiesta? Me acuerdo cuando se celebraba con gran solemnidad. Era una de las grandes fiestas del año litúrgico. Hoy tenemos que esperar la carambola de que caiga en domingo para poder hacerle algún caso. Vamos a intentar aprovechar esta oportunidad para acercarnos al Jesús que fue tan niño como todos nosotros y vivió la pertenencia al pueblo judío con toda normalidad.
El final del relato es realista y se aparta de ensoñación: El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría. Como todos los niños nació como un proyecto y tiene que ir desarrollándose. Parece que se ha olvidado de todas las maravillas que nos había contado sobre él. Debemos convencernos de que fue un niño completamente normal, que, como todos los niños, tuvo que partir de cero y depender de los demás, para ir completando su personalidad.
En el relato siguiente, que hace referencia al niño perdido, es todavía más concreto: “Y Jesús iba creciendo en estatura en conocimiento y en gracia ante Dios y los hombres”. Lc lo tiene muy claro: Jesús es un niño normal que tiene que recorrer una trayectoria humana exactamente igual que cualquier otro niño. Por desgracia no es esto lo que hemos oído desde pequeños. El haberle divinizado, desde antes de su nacimiento, nos ha separado de su humanidad y nos ha despistado en lo que podía tener de ejemplo.
Que Jesús haya desarrollado su infancia en contacto con una profunda religiosidad judía es muy importante a la hora de valorar su trayectoria personal. Si no hubiera vivido dentro de la fe judía, nunca hubiera llegado a la experiencia que tuvo de Dios. Esto nos tiene que hacer pensar. Lo que Jesús nos enseño no lo sacó de la chistera como si fuera un prestidigitador. Fue su trayectoria religiosa la que le llevó a la experiencia de Dios, que luego se transformó en mensaje.
Todo lo que Jesús nos contó sobre Dios, lo vivió antes como hombre que va alcanzando una plenitud humana. Su propuesta fue precisamente que nosotros teníamos que alcanzar esa misma plenitud. Su objetivo y el nuestro es el mismo: desplegar todo lo que hay de posibilidad humanizadora en cada uno de nosotros. Esa posibilidad de crecer hasta el infinito está disponible gracias a lo que Dios es en cada uno de nosotros.
Es la misma religión la que a veces nos aparta de ese objetivo. Nos propone otros logros intermedios como meta y así nos despista de lo que tenía que ser el punto de llegada de toda trayectoria verdaderamente humana. Todo lo que no sea esta meta, debemos considerarlo como medio para alcanzar el fin.
Meditación

No es necesario que nadie me presente ante Dios.
Sé que soy más de Él que de mí mismo
y nada sería si pudiera separarme de Él.
Esa realidad desconcertante me sobrepasa.
Una vez descubierta y aceptada,
me abre posibilidades infinitas de ser humano.

Fray Marcos




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