PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mt 5, 38-48
domingo, 23 de febrero de 2020
sábado, 22 de febrero de 2020
Domingo VII del Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 5, 38-48)
Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 5, 38-48)
Hermann Rodríguez
Osorio, S.J. – “Sean ustedes
perfectos, como su Padre que está en el cielo es perfecto”
La ley del
talión, ‘ojo por ojo y diente por diente’, era, y desgraciadamente sigue
siendo, una norma aplicada en las relaciones interpersonales y también entre
grupos humanos enfrentados por diferencias de todo tipo. Esta ley termina por
destruir a las dos partes y no abre caminos de solución para ninguno de los
conflictos que pretende resolver. La propuesta de Jesús de responder al mal con
bien, ha tenido muchos seguidores a lo largo de la historia. Uno de los más
destacados ha sido el pastor bautista, Martin Luther King, premio Nobel de la
paz en 1964, asesinado en abril de 1968. En uno de sus libros, encontramos un
programa para vivir lo que podríamos llamar, una espiritualidad de la no
violencia, que va en la misma línea del texto evangélico que hoy nos propone la
Iglesia. Veamos algunos de los puntos que sugiere este profeta de nuestros
tiempos:
“La
resistencia no violenta no es un método para cobardes. La no violencia implica
resistencia. Si uno recurre a este método por miedo o simplemente porque carece
de instrumentos para ejercer violencia, no es verdaderamente no violento. (…)”.
“Un
segundo punto fundamental que caracteriza a la no violencia es que no busca
derrotar o humillar al oponente, sino granjearse su amistad y comprensión. El
resistente no violento debe expresar con frecuencia su protesta mediante la no
cooperación o el boicot, pero no los entiende como fines en sí mismo; son
simplemente medios para generar un sentimiento de vergüenza moral en el
oponente. El objetivo es la redención y la reconciliación. (…)”.
“Una
tercera característica de este método es que está dirigido contra las fuerzas
del mal en vez de contra personas que hacen el mal. El resistente no violento
pretende derrotar el mal, no las personas victimizadas por él”.
“Un cuarto
punto que caracteriza la resistencia no violenta es la disposición a aceptar el
sufrimiento sin retaliar, aceptar los golpes del oponente sin responder. El
sufrimiento inmerecido es redentor”.
“Un
quinto punto es que el resistente no violento no sólo rehúsa dispararle a su
oponente, sino también a odiarlo. La base de la no violencia es el principio
del amor”.
Un buen
ejemplo de esta espiritualidad no violenta que nos propone Jesús es una historia
que trae Anthony de Mello en su libro “Un minuto para el absurdo”: “Dijo
un día el maestro: «No estaréis preparados para ‘combatir’ el mal mientras no
seáis capaces de ver el bien que produce». Aquello supuso para los discípulos
una enorme confusión que el Maestro no intentó siquiera disipar. Al día
siguiente les enseñó una oración que había aparecido garabateada en un trozo de
papel de estraza hallado en el campo de concentración de Ravensburg:
«Acuérdate, Señor, no sólo de los hombres y mujeres de buena voluntad, sino
también de los de mala voluntad. No recuerdes tan sólo todo el sufrimiento que
nos han causado; recuerda también los frutos que hemos dado gracias a ese
sufrimiento; la camaradería, la lealtad, la humildad, el valor, la generosidad,
la grandeza de ánimo que todo ello ha conseguido inspirar. Y cuando los llames
a ellos a juicio, haz que todos esos frutos que hemos dado sirvan para su
recompensa y su perdón»” (De Mello, Un
minuto para el absurdo).
Jesús fue el primero que tuvo el sentido común
suficiente, para romper la cadena del odio que significa la ley del talión. Su
palabra, que nos invita a orar por nuestros enemigos, se hizo vida cuando,
desde la cruz, pidió perdón al Padre por los que lo estaban matando. Eso es
llegar a la perfección a la que nos invita el evangelio. También a nosotros se
nos invita hoy a vivir inspirados en una ética del amor, para hacernos
perfectos, como el Padre celestial es perfecto.
José Antonio Pagola –
INCLUSO A LOS ENEMIGOS
Es innegable que vivimos
en una situación paradójica. «Mientras más aumenta la sensibilidad ante los
derechos pisoteados o injusticias violentas, más crece el sentimiento de tener
que recurrir a una violencia brutal o despiadada para llevar a cabo los profundos
cambios que se anhelan». Así decía hace unos años, en su documento final, la
Asamblea General de los Provinciales de la Compañía de Jesús.
No parece haber otro
camino para resolver los problemas que el recurso a la violencia. No es extraño
que las palabras de Jesús resuenen en nuestra sociedad como un grito ingenuo
además de discordante: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os
aborrecen».
Y, sin embargo, quizá es
la palabra que más necesitamos escuchar en estos momentos en que, sumidos en la
perplejidad, no sabemos qué hacer en concreto para ir arrancando del mundo la
violencia.
Alguien ha dicho que «los
problemas que solo pueden resolverse con violencia deben ser planteados de
nuevo» (F. Hacker). Y es precisamente aquí donde tiene mucho que aportar
también hoy el evangelio de Jesús, no para ofrecer soluciones técnicas a los
conflictos, pero sí para descubrirnos en qué actitud hemos de abordarlos.
Hay una convicción
profunda en Jesús. Al mal no se le puede vencer a base de odio y violencia. Al
mal se le vence solo con el bien. Como decía Martin Luther King, «el último
defecto de la violencia es que genera una espiral descendente que destruye todo
lo que engendra. En vez de disminuir el mal, lo aumenta».
Jesús no se detiene a
precisar si, en alguna circunstancia concreta, la violencia puede ser legítima.
Más bien nos invita a trabajar y luchar para que no lo sea nunca. Por eso es
importante buscar siempre caminos que nos lleven hacia la fraternidad y no
hacia el fratricidio.
Amar a los enemigos no
significa tolerar las injusticias y retirarse cómodamente de la lucha contra el
mal. Lo que Jesús ha visto con claridad es que no se lucha contra el mal cuando
se destruye a las personas. Hay que combatir el mal, pero sin buscar la destrucción
del adversario.
Pero no olvidemos algo
importante. Esta llamada a renunciar a la violencia debe dirigirse no tanto a
los débiles, que apenas tienen poder ni acceso alguno a la violencia
destructora, sino sobre todo a quienes manejan el poder, el dinero o las armas,
y pueden por ello oprimir violentamente a los más débiles e indefensos.
Fray Marcos – ROCA O PLAYA ANTE LA OLA
Sigue Mateo en el sermón
del monte, con la intención de armonizar el AT con la predicación de Jesús.
Ante la lectura de este evangelio, uno se queda sin aliento. No hagáis frente
al que os agravia. Ama a tu enemigo y reza por él. Sed perfectos como vuestro
padre celestial es perfecto.
Si repaso detenidamente
estas exigencias, descubriré lo que me falta para cumplirlas como nos pide
Jesús. Me creo perfecto porque no robo ni mato, pero el evangelio me pide mucho
más. Tal vez Nietzsche tenía más razón de lo que pensamos cuando decía:
"Sólo hubo un cristiano y ese murió en la cruz."
Sinceramente creo que la
verdadera dimensión cristiana está aún por inaugurar. Hemos construido miles de
templos; hemos llevado la cruz a todos los rincones del orbe; hemos elaborado
sumas teológicas como para parar un tren; hemos creado leyes que regulan todas
nuestras acciones; hemos recorrido el mundo entero en busca de nuevos
cristianos; hemos sido extremadamente exigente con relación a algunas normas y
leyes; y resulta que el único principio esencialmente cristiano está
completamente olvidado y sin repercusión alguna en nuestra vida. Parece que nos
han colocado el listón tan alto, que hemos optado por olvidarnos de él y pasar
tranquilamente por debajo.
Sabéis que está mandado:
"ojo por ojo y diente por diente" Pero yo os digo: no hagáis frente
al que os agravia. Aunque nos parezca hoy bárbara la máxima de 'ojo por ojo',
se trata de un intento de superar el instinto de venganza que nos lleva a hacer
el máximo daño posible al que me ha hecho algún daño.
En nuestra civilización
occidental, tenemos completamente asumido que la meta es la justicia,
identificada con el ojo por ojo. Creo que la racionalidad y el jurisdicismo
occidental nos impiden la comprensión del verdadero cristianismo. Tenemos tan
incrustado en nuestro ser, que lo primero es la justicia, que no nos queda
lugar para la visión cristiana del hombre. ¿Quién de nosotros, todos muy
católicos, ante un agravio se queda tan tranquilo?
Reclamamos justicia, pero
si examinamos esa justicia que exigimos, descubriremos con horror, que lo que
intentamos todos es hacer de la justicia un instrumento de venganza. Se
utilizan las leyes para hacer todo el daño que se pueda al enemigo; eso sí,
dentro de la legalidad y amparados por la sociedad.
(Los buenos abogados son
aquellos que son capaces de ganar los pleitos cuando la razón está de parte del
contrario. Se considera el mayor éxito profesional y le felicitan por ello.)
Como siempre, las frases
tan concisas y profundas pueden entenderse mal. No nos dice Jesús que no
debamos hacer frente a la injusticia. Contra la injusticia hay que luchar
siempre con todas la "fuerzas". Tenemos la obligación de defendernos
cuando nos afecta personalmente, pero sobre todo, tenemos la obligación de
defender a los demás de toda clase de injusticia.
Lo que nos pide el
evangelio es, que nunca debemos eliminar la injusticia dañando al injusto. Si
tenemos que utilizar la violencia para eliminar una injusticia, estamos
manifestando nuestra incapacidad de eliminarla humanamente.
No convenceré al injusto
si me empeño en demostrarle que me hace daño a mí o a otro. Pero si soy capaz
de demostrarle que con su actitud se está haciendo un daño irreparable a sí
mismo, sin duda cambiaría de actitud. Lee este párrafo una y otra vez; es vital
que lo comprendas bien.
Habéis oído que se dijo:
"amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo" Pero yo os digo:
Amad a vuestros enemigos. Es verdad que no se encuentra la cita exacta en el
AT, pero era la práctica común en toda la tradición judía.
Hay que aclarar que para
ellos el prójimo era el que pertenecía a su pueblo, a su raza, a su familia. El
"enemigo" era siempre el extranjero, que atentaba real o
potencialmente contra la seguridad el pueblo. Para poder subsistir, no tenían
más remedio que defenderse de las agresiones.
Jesús da un salto de
gigante y podemos apreciar que la diferencia entre ambas propuestas es abismal.
Debemos reconocer que el
amor al enemigo es una asignatura pendiente. ¿Por qué tengo que amar al que me
está haciendo la puñeta? El camino para la comprensión de esta norma, es largo
y muy penoso. Tenemos que llegar a él, a través de un proceso de maduración, en
el que debemos tomar conciencia de lo que nos une a los demás, que todos somos
una sola cosa, y que en realidad, no hay enemigo.
En el fondo, el amor al
enemigo no es más que una manifestación del verdadero amor; pero por ir
radicalmente en contra del instinto de conservación, se ha convertido en la
verdadera prueba de fuego del amor.
Tal vez la dificultad
mayor para comprender esa manera de amar, está en que confundimos amor con
sentimiento o con instinto. Más de una vez me habéis oído decir que el amor
evangélico no es instinto ni sentimiento. Por lo tanto no podemos esperar que
sea algo espontáneo.
El verdadero amor, sea al
enemigo o a un hijo, sea el amor al terrorista, no es el instinto que nace de
mi ser biológico y que por lo tanto está grabado en los genes. El amor de que
estamos hablando es algo mucho más profundo y también más humano, por lo tanto
tiene que estar originado y orientado por la parte más elevada de nuestro ser.
Vamos a desmenuzar un
poco el tema, porque es de la máxima importancia para comprender todo el
evangelio.
El DRAE define
"enemigo" como "el que tiene mala voluntad a otro y le desea o
hace mal". Es decir que el enemigo es el que tiene la postura de
animadversión, no el que la sufre.
El enemigo no tiene por
qué obtener una respuesta de la misma categoría que su acción. Alguien puede
considerarse enemigo mío, pero yo puedo mantenerme sin ninguna agresividad
hacia él. En ese caso, yo no me convierto en el enemigo del que me ataca.
Creo que aquí está la
clave para superar la aporía. Si me constituyo en enemigo, he destrozado toda
posibilidad de poder amarle.
Un ejemplo puede aclarar
lo que quiero decir. En el mar siempre habrá olas, de mayor o menor tamaño,
pero siempre estarán ahí. Al llegar al litoral, la misma ola puede encontrar la
roca o puede encontrarse con la arena. ¡Qué diferencia! Contra la roca estalla
en mil pedazos. Con la arena se encuentra suavemente y de manera imperceptible.
Incluso si la ola es muy potente, rompe sobre sí misma y se destruye.
¿Necesitas explicación?
Pues voy a dártela. Los enemigos van a estar siempre ahí. Pero la manera de
encontrarte con ellos dependerá siempre de ti.
Si eres roca, el
encuentro se manifestará estruendosamente y ambos os dañaréis.
Si eres playa, todo su
potencial queda anulado y llegara hasta ti con la mayor suavidad.
Un detalle, la roca y la
arena, están hechas de la misma materia, solo cambia su aspecto exterior.
Como en el caso de la
roca, tu rígida postura lo que hace es potenciar la fuerza del enemigo, dejando
patente su energía. Es lo que espera y lo que recompensa su actitud. La mejor
manera de vengarte del que se acerca a ti como enemigo, es privarle de esa
satisfacción y demostrarle así lo ridículo de todo su poder.
Así seréis hijos de
vuestro Padre... Aquí encontramos una de las mejores muestras de lo que se
entendía por hijo en tiempo de Jesús. Hijo era el que salía al padre, el que
era capaz de imitarle en todo. Viendo al hijo, uno podía adivinar quién era su
padre.
También podemos descubrir
la idea de Dios que tenía Jesús. Un Dios que ama a todos por igual porque su
amor no es la respuesta a unas actitudes o unas acciones sino anterior a toda
acción humana. Dios me ama no porque yo sea bueno sino porque él es bueno.
Hacer referencia a la perfección
de Dios, nos tiene que hacer pensar en que nuestra capacidad de perfección es
infinita, y que no podemos darnos por satisfechos nunca. Dios es infinita
bondad.
Dios como punto de
referencia de nuestro amor, nos puede dar una pista para tratar de comprender
el amor al enemigo. Imposible de comprender esta exigencia mientras sigamos
pensando en un dios que manda a sus enemigos al infierno.
En contra de lo que se
nos ha dicho con demasiada frecuencia, Dios no ama exclusivamente a los buenos,
sino que Él ama infinitamente a todos. De la misma manera, el amor que yo tengo
a los demás, no puede estar originado ni condicionado por lo que el otro es o
tiene, sino por la calidad de mi propio ser.
El amor no es respuesta a
las actuaciones o cualidades de un ser; su origen tiene que estar en mí, y solo
afecta al otro como objetivo, como meta.
Si no hemos llegado al
amor al enemigo, podemos tener la total certeza de que todo lo que nosotros
hemos llamado amor, no tiene nada que ver con el amor del evangelio, el amor
que nos ha exigido Jesús para ser sus discípulos.
Con la palabra 'amor'
expresamos hoy una infinidad de conceptos, no solo distintos sino radicalmente
opuestos. Incluso el más refinado de los egoísmos que es aprovecharse del otro
en lo más íntimo, también le llamamos amor. Es imprescindible hacer un serio
examen de conciencia para saber de qué estamos hablando cuando nos referimos al
amor del evangelio.
Meditación-contemplación
Si quieres vivir en paz y en armonía
No pretendas ir a nadie como ola agresiva.
Pero a todo el que venga hacia ti con violencia latente,
acógele con suavidad y quedará frustrado y sin violencia.
No se te ocurra intentar amar a otra persona,
si te acercas a él como enemigo.
Descubre, más bien, que no tienes ningún enemigo,
porque eso depende exclusivamente de ti.
El verdadero amor de una madre a su hijo
tiene que haber superado el instinto.
De la misma manera, el amor al que viene a hacerte daño
tiene que superar el instinto contrario.
Fray Marcos
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EVANGELIO,
Reflexión,
Tiempo Ordinario
domingo, 16 de febrero de 2020
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mt 5, 17-37
sábado, 15 de febrero de 2020
Domingo VI del Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 5, 17-37) 16 de febrero de 2020
Ciclo A (Mateo 5,17-37) 16 de febrero de 2020
Hermann Rodríguez Osorio, S.J. - “Ustedes han oído que se dijo… pero yo les digo…”
Jesús no
vino a suprimir la ley judía, ni las enseñanzas de los profetas de Israel.
Jesús vino a llevar esta enseñanza a su plenitud, que es la ley del amor. El
texto del evangelio que nos presenta hoy la liturgia, está marcado por esta
alternancia entre lo que decía la ley del Antiguo Testamento, y lo que Jesús
propone de parte de Dios, fundamentado solamente en el amor. Se trata de un
cambio que no elimina el momento anterior, sino que, conteniéndolo, lo supera.
Va mucho más allá de lo que los mismos profetas hubieran querido y más allá de
lo que la ley pretendía alcanzar, en lo que toca a la regulación de las
relaciones entre las personas y con Dios.
Muchos
seguidores de Jesús hubieran disfrutado mucho si Jesús hubiera acabado con todo
lo pasado. De la misma manera, había muchos otros que hubieran querido un
Mesías que no los hiciera cambiar nada de sus tradiciones y costumbres.
Conservar todo o cambiarlo todo, son dos extremos que se juntan. Los radicales
que no aceptan nada de lo pasado y los radicales que se apegan a las
tradiciones porque ‘así se ha hecho siempre’, están hechos con el mismo
material dogmático y cerrado.
En la
Iglesia de hoy, encontramos también estas dos tendencias que se encontró Jesús
en su tiempo. Hay quienes quieren que no les cambien nada de lo que han pensado
y hecho toda su vida. Y hay otros que quieren que todo se reforme o se cambie
de modo radical. La propuesta de Jesús es vivir desde la plenitud y la libertad
del amor. En esta perspectiva, quisiera ofrecer hoy apartes de una reflexión
que me parece muy sugerente. Se trata de un escrito del famoso y polémico
teólogo católico, Hans Küng sobre su permanencia en la Iglesia. Cuando fue
sancionado por el Vaticano y le suspendieron su cátedra de teología en una
universidad católica, había personas que le preguntaban por qué seguía en la
Iglesia y por qué no abandonaba su sacerdocio. Su respuesta fue esta:
“Habiendo
asistido a horas mejores, ¿debía yo abandonar el barco en la tempestad y dejar
a los demás con los que he navegado hasta ahora que se enfrentarán al viento,
extraerán el agua y lucharán por la supervivencia? He recibido demasiado en la
comunidad de fe para poder defraudar ahora a aquellos que se han comprometido
conmigo. No quisiera alegrar a los enemigos de la renovación, ni avergonzar a
los amigos… Pero no renunciaré a la eficacia EN la Iglesia. Las alternativas
–otra Iglesia, sin Iglesia– no me convencen: los rompimientos conducen al
aislamiento del individuo o a una nueva institucionalización. Cualquier
fanatismo lo demuestra (…)”.
“Mi
respuesta decisiva sería: permanezco en la Iglesia porque el asunto de Jesús me
ha convencido, y porque la comunidad eclesial en y a pesar de todo fallo ha
sido la DEFENSORA DE LA CAUSA DE JESUCRISTO y así debe seguir siendo. La posibilidad
efectiva dependerá de que en algún lugar un párroco predique a este Jesús; un
catequista enseñe cristianamente; un individuo, una familia o una comunidad
recen seriamente, sin frases; de que se haga un bautismo en nombre de
Jesucristo; se celebre la Cena de una comunidad comprometida y que tenga
consecuencias en lo cotidiano; se prometa misteriosamente por la fuerza de Dios
el perdón de los pecados; de que en el servicio divino y en el servicio humano,
en la enseñanza y en la pastoral, en la conversación y en la diaconía el
Evangelio sea predicado, pre-vivido y post-vivido de verdad. En pocas palabras,
se realiza el verdadero seguimiento de Cristo; el «asunto de Jesucristo» es
tomado en serio. (…) ”.
Que estas
palabras nos ayuden a reflexionar sobre nuestra apertura al amor que Jesús vino
a proponer, para llevar a plenitud la ley y los profetas.
José Antonio Pagola - NO A LA GUERRA ENTRE NOSOTROS
Los judíos
hablaban con orgullo de la Ley de Moisés. Según la tradición, Dios mismo la
había regalado a su pueblo. Era lo mejor que habían recibido de él. En esa Ley
se encierra la voluntad del único Dios verdadero. Ahí pueden encontrar todo lo
que necesitan para ser fieles a Dios.
También
para Jesús la Ley es importante, pero ya no ocupa el lugar central. Él vive y
comunica otra experiencia: está llegando el reino de Dios; el Padre está
buscando abrirse camino entre nosotros para hacer un mundo más humano. No basta
quedarnos con cumplir la Ley de Moisés. Es necesario abrirnos al Padre y
colaborar con él para hacer la vida más justa y fraterna.
Por eso,
según Jesús, no basta cumplir la Ley, que ordena «no matarás». Es necesario,
además, arrancar de nuestra vida la agresividad, el desprecio al otro, los
insultos o las venganzas. Aquel que no mata cumple la Ley, pero, si no se
libera de la violencia, en su corazón no reina todavía ese Dios que busca
construir con nosotros una vida más humana.
Según
algunos observadores, se está extendiendo en la sociedad actual un lenguaje que
refleja el crecimiento de la agresividad. Cada vez son más frecuentes los
insultos ofensivos, proferidos solo para humillar, despreciar y herir. Palabras
nacidas del rechazo, el resentimiento, el odio o la venganza.
Por otra
parte, las conversaciones están a menudo tejidas de palabras injustas que
reparten condenas y siembran sospechas. Palabras dichas sin amor y sin respeto
que envenenan la convivencia y hacen daño. Palabras nacidas casi siempre de la
irritación, la mezquindad o la bajeza.
No es este
un hecho que se dé solo en la convivencia social. Es también un grave problema
en el interior de la Iglesia. El papa Francisco sufre al ver divisiones,
conflictos y enfrentamientos de «cristianos en guerra contra otros cristianos».
Es un estado de cosas tan contrario al Evangelio que ha sentido la necesidad de
dirigirnos una llamada urgente: «No a la guerra entre nosotros».
Así habla
el Papa: «Me duele comprobar cómo en algunas comunidades cristianas, y aun
entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odios, calumnias,
difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de
cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable caza de
brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos?». El Papa quiere
trabajar por una Iglesia en la que «todos puedan admirar cómo os cuidáis unos a
otros, cómo os dais aliento mutuamente y cómo os acompañáis».
Fuente:
http://www.gruposdejesus.com
Fray Marcos - HABÉIS OÍDO QUE SE DIJO… PERO YO OS DIGO
Seguimos en
el sermón del monte de Mt. La lectura de hoy afronta un tema complicado. Cómo
armonizar la predicación y la praxis de Jesús con la Ley, que para ellos era lo
más sagrado y definitivo. Ir más allá de lo conocido es el problema radical que
se plantea en todos los órdenes de la vida. Damos valor absoluto a lo ya
conocido pero nuestro conocimiento será siempre limitado y relativo; por eso
debemos ir siempre más allá.
Tuvo que
ser muy difícil para un judío aceptar que la Ley no era algo absoluto. Jesús
fue contundente en esta materia. Abrió una nueva manera de relacionarnos con
Dios. El Dios todopoderoso que está en los cielos y ordena y manda, deja paso
al Dios “Ágape” que se identifica con cada uno de nosotros y nos invita a
servirlo en los demás. A pesar de ello, muchos años después de morir Jesús, los
cristianos se estaban peleando por circuncidar o no circuncidar, comer o no
comer ciertos alimentos, cumplir o no el sábado, etc.
La palabra,
incluso la de la Biblia, nunca podrá ser definitiva. Esto bien entendido, es el
punto de partida para comprender las Escrituras. El hombre siempre tiene que
estar diciendo: habéis oído que se dijo, pero yo os digo, porque conocemos cada
vez mejor la naturaleza y al ser humano. Si Jesús y los primeros cristianos
hubieran tenido la misma idea de la Biblia que muchos cristianos tienen hoy, no
se hubieran atrevido a rectificarla.
Cuando
hablamos de “Ley de Dios”, no queremos decir que, en un momento determinado,
Dios haya comunicado a un ser humano su voluntad en forma de preceptos, ni por
medio de unas tablas de piedra, ni por medio de palabras. Dios no se comunica a
través de signos externos, sino a través del ser. La voluntad de Dios no es
algo distinto de su esencia. La voluntad de Dios está en la esencia de cada
criatura.
Si fuésemos
capaces de bajar hasta lo hondo del ser, descubriríamos allí esa voluntad de
Dios; ahí me está diciendo lo que espera de mí. La voluntad de Dios no es nada
añadido a mi propio ser, no me viene de fuera. Está siempre ahí pero no somos
capaces de verla. Esta es la razón por la que tenemos que echar mano de lo que
nos han dicho algunos hombres, que sí fueron capaces de bajar hasta el fondo de
su ser y descubrir lo que Dios espera de nosotros. Lo que otros nos dicen nos
debe ayudar a descubrirlo en nosotros.
Moisés supo
descubrir lo que era bueno para el pueblo que estaba tratando de aglutinar, y
por tanto lo que era bueno para cada uno de sus miembros. No es que Dios se le
haya manifestado de una manera especial, es que él supo aprovechar las
circunstancias especiales para profundizar en su propio ser. La expresión de
esta experiencia es voluntad de Dios, porque lo único que Él quiere de cada uno
de nosotros es que seamos nosotros mismos, es decir, que lleguemos al máximo de
nuestras posibilidades de ser humanos.
¿Qué
significaría entonces cumplir la ley? Algo muy distinto de lo que acostumbramos
a pensar. Una ley de tráfico, se puede cumplir perfectamente solo externamente,
aunque estés convencido de que el "stop" está mal colocado, yo lo
cumplo y consigo el objetivo de la ley, que no me la pegue con el que viene por
otro lado y además, evitar una multa. En lo que llamamos Ley de Dios, las cosas
no funcionan así.
Si no
descubro que lo que la Ley me ordena es lo que exige mi verdadero ser; si no
interiorizo ese precepto hasta que deje de ser precepto y se convierta en
convencimiento total de que eso es lo mejor para mí, el cumplimiento de la ley
me deja como estaba, no me enriquece ni me hace mejor. Fijaos en lo que dice
Jesús en el evangelio, "si no sois mejores que los letrados y fariseos, no
entraréis en el reino de los cielos”. Ellos cumplían la ley escrupulosamente,
pero externamente. Eso no les hacía mejores sino mezquinos.
Desde esta
perspectiva, podemos entender lo que Jesús hizo en su tiempo con la Ley de
Moisés. Si dijo que no venía a abolir la ley, sino a darle plenitud, es porque
muchos le acusaron de saltársela a la torera. Jesús no fue contra la Ley, sino
más allá de la Ley. Quiso decirnos que toda ley se queda siempre corta, que
siempre tenemos que ir más allá de la letra, de la pura formulación, hasta
descubrir el espíritu. La voluntad de Dios está más allá de cualquier formulación,
por eso tenemos que seguir perfeccionándolas.
Jesús pasó,
de un cumplimiento externo de leyes a un descubrimiento de las exigencias de su
propio ser. Esa revolución, que intentó Jesús, está aún sin hacer. No solo no
hemos avanzado nada en los dos mil años de cristianismo, sino que en cuanto
pasó la primera generación de cristianos hemos ido en la dirección contraria.
Todas las indicaciones del evangelio, en el sentido de vivir en el espíritu y
no en la letra, han sido ignoradas.
“Habéis
oído que se dijo a nuestros antepasados: no matarás, pero yo os digo: todo el
que está enfadado con su hermano será procesado”. No son alternativas, es decir
o una o la otra. No queda abolido el mandamiento antiguo sino elevado a niveles
increíblemente más profundos. Nos enseña que una actitud interna negativa es ya
un fallo contra tu propio ser, aunque no se manifieste en una acción concreta
contra el hermano.
“Si cuando
vas a presentar tu ofrenda, te acuerdas de que tu hermano tiene queja contra
ti, deja allí tu ofrenda y vete a reconciliarte con tu hermano…” Se nos ha
dicho por activa y por pasiva que lo importante era nuestra relación con Dios.
Toda nuestra religiosidad, tal como se nos ha enseñado, está orientada desde
esta perspectiva equivocada. El evangelio nos dice que más importante que
nuestra relación con Dios es nuestra relación efectiva con los demás. Si
ignoramos a los demás, nunca nos encontraremos con Dios.
No dice el
texto: si tú tienes queja contra tu hermano, sino “si tu hermano tiene queja
contra ti”. ¡Que difícil es que yo me detenga a examinar si mi actitud pudo
defraudar al hermano! Es impresionante, si no fuera tan falseado: “deja allí tu
ofrenda y vete antes a reconciliarte con tu hermano”. Las ofrendas, los
sacrificios, las limosnas, las oraciones no sirven de nada si otro ser humano
tiene pendiente la más mínima cuenta contigo.
Nos hemos
olvidado que eliminar las leyes no puede funcionar si no suplimos esa ausencia
de normas por un compromiso de vivencia interior que las supere. Las leyes solo
se pueden tirar por la borda cuando la persona ha llegado a un conocimiento
profundo de su propio ser. Ya no necesita apoyaturas externas para caminar
hacia su verdadera meta. Recuerda: “ama y haz lo que quieras” o “el que ama ha
cumplido el resto de la Ley”
Jesús
descubre que la Ley no es el fin, sino un medio para llegar al fin. Hoy hemos
descubierto que ni siquiera el “Dios” imaginado es el fin. El fin es el hombre
concreto. Si nos hemos liberado ya de la Ley (externa), aún nos falta
liberarnos de “Dios”, es decir, del Dios Señor poderoso que exige sumisión y,
desde fuera, nos controla y manipula.
Meditación
Cumplir la Ley solo evita el castigo. Eso no es buena noticia.
El amor te hace humano y esa es su verdadera recompensa.
La voluntad de Dios eres tú mismo.
Si la buscas en otra parte, trabajaras en vano.
Todos los mandamientos son corsés que te impiden crecer,
porque pondrán limites a tu desarrollo interior.
Fray Marcos
Fuente: http://feadulta.com/
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EVANGELIO,
Reflexión,
Tiempo Ordinario
domingo, 9 de febrero de 2020
LA FRASE DE LA SEMANA
CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mt 5, 13-16
Domingo V del Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 5, 13-16)
Domingo V del Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 5, 13-16)
Reflexiones:
Hermann Rodríguez
Osorio, S.J. - “(...) procuren ustedes que su luz brille delante de la
gente”
Cuenta la leyenda que una vez una serpiente empezó a perseguir a una
luciérnaga. Ésta huía rápido con miedo de la feroz predadora y la serpiente al
mismo tiempo no desistía. Huyó un día y ella la seguía, dos días y la seguía. Al tercer día, ya sin fuerzas, la
Luciérnaga se detuvo y le dijo a la serpiente: ¿Puedo hacerte tres
preguntas? –No acostumbro dar entrevistas a nadie, pero como te voy a devorar, puedes preguntar, contestó la serpiente.
–¿Pertenezco a tu cadena alimenticia?, preguntó la luciérnaga –No, contestó la
serpiente –¿Te hice algún mal?, volvió a preguntar la luciérnaga –No, respondió la serpiente –Entonces, ¿por qué quieres acabar
conmigo? –Porque no soporto verte brillar, fue la respuesta simple que dio la
serpiente, antes de devorar a la luciérnaga.
“Ustedes son la sal de este mundo. Pero si la sal deja de estar salada,
¿cómo podrá recobrar su sabor? Ya no sirve para nada, así que se la tira a la
calle y la gente la pisotea. Ustedes son la luz de este mundo. Una ciudad en lo
alto de un cerro no puede esconderse. Ni se enciende una lámpara para ponerla
bajo un cajón; antes bien, se la pone en lo alto para que alumbre a todos los
que están en la casa. Del mismo modo, procuren ustedes que su luz brille
delante de la gente, para que, viendo el bien que ustedes hacen, todos alaben a
su Padre que está en el cielo”. Estas palabras de Jesús son el mensaje que nos
regala hoy el Evangelio. Toda una buena noticia que se constituye en una tarea
para todos los cristianos.
La sal servía antiguamente para evitar la putrefacción de los alimentos.
Incluso, la sal fue para muchas sociedades el elemento que permitió realizar
las primeras actividades comerciales de las que se tiene noticia. Hoy en día,
en los lugares en los que no hay energía eléctrica y no se cuenta con medios
para conservar los alimentos, se sigue teniendo la costumbre de salar las
comidas para evitar que se dañen. Con los alimentos salados se podían hacer
largos viajes sin perder las provisiones necesarias. La sal, por tanto, da
sabor, y evita la descomposición. Sin sal, una sociedad está abocada a la
corrupción y a la descomposición de sus miembros y de sus instituciones. Por su
parte, la luz ha servido siempre para alumbrar y dar calor al hogar.. Alrededor
de la luz se reunían y se reúnen las familias para compartir la sabiduría de
los mayores. Por esto, la luz también representa el saber necesario para la
supervivencia humana. La luz ha señalado también el rumbo de los caminantes en
medio de la noche. Una sociedad que pierda la luz, termina perdiendo el saber y
el sentido de su marcha hacia el futuro.
El sabor y el saber se convierten en
una dualidad fundamental en el camino de la vida, porque vivir es ante todo
encontrarle a la vida sentido (luz) y gusto (sal). Es decir, hay que aprender a
vivir con saber y con sabor. Si logramos encontrarle a nuestra vida sentido
pero no encontramos gusto, viviremos densamente, pero tristes. Si vivimos con
gusto, pero sin encontrarle un sentido profundo, viviremos divertidos pero
vacíos. Vivir con saber es vivir con sentido, saber por qué se vive. Vivir con
sabor es vivir con gusto, encontrar cómo hay que vivir. Y no tenemos que perder
de vista que a los corruptos, y a los que no quieren que el mundo encuentre su
camino, les molesta la sal y luz. Como la serpiente primordial, hoy también hay
quienes no soportan sentir el sabor de la sal ni el resplandor de la luz que
estamos llamados a regalarle a la sociedad y a la iglesia.
José Antonio Pagola -
LA LUZ DE LAS BUENAS OBRAS
Los seres humanos tendemos a aparecer ante los demás como más
inteligentes, más buenos, más nobles de lo que realmente somos. Nos pasamos la
vida tratando de aparentar ante los demás y ante nosotros mismos una perfección
que no poseemos.
Los psicólogos dicen que esta tendencia se debe, sobre todo, al deseo de
afirmarnos ante nosotros mismos y ante los otros, para defendernos así de su
posible superioridad.
Nos falta la verdad de «las buenas obras», y llenamos nuestra vida de
palabrería y de toda clase de disquisiciones. No somos capaces de dar al hijo
un ejemplo de vida digna, y nos pasamos los días exigiéndole lo que nosotros no
vivimos.
No somos coherentes con nuestra fe cristiana, y tratamos de
justificarnos criticando a quienes han abandonado la práctica religiosa. No
somos testigos del evangelio, y nos dedicamos a predicarlo a otros.
Tal vez hayamos de comenzar por reconocer pacientemente nuestras
incoherencias, para presentar a los demás solo la verdad de nuestra vida. Si
tenemos el coraje de aceptar nuestra mediocridad, nos abriremos más fácilmente
a la acción de ese Dios que puede transformar todavía nuestra vida.
Jesús habla del peligro de que «la sal se vuelva sosa». San Juan de la
Cruz lo dice de otra manera: «Dios os libre que se comience a envanecer la sal,
que, aunque más parezca que hace algo por fuera, en sustancia no será nada,
cuando está cierto que las buenas obras no se pueden hacer sino en virtud de
Dios».
Para ser «sal de la tierra», lo importante no es el activismo, la
agitación, el protagonismo superficial, sino «las buenas obras» que nacen del
amor y de la acción del Espíritu en nosotros.
Con qué atención deberíamos escuchar hoy en la Iglesia estas palabras
del mismo Juan de la Cruz: «Adviertan, pues, aquí los que son muy activos y
piensan ceñir el mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más
provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios... si gastasen
siquiera la mitad de ese tiempo en estarse con Dios en oración».
De lo contrario, según el místico doctor, «todo es martillear y hacer
poco más que nada, y a veces nada, y aún a veces daño». En medio de tanta
actividad y agitación, ¿dónde están nuestras «buenas obras»? Jesús decía a sus
discípulos: «Alumbre vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas
obras y den gloria al Padre».
Fuente: http://www.gruposdejesus.com
Fray Marcos - DÉJATE
ILUMINAR E ILUMINARÁS.
PREOCÚPATE DE SER UNA PERSONA SALADA
El texto que acabamos de escuchar es continuación de las
bienaventuranzas, que leímos el domingo pasado. Estamos en el principio del
primer discurso de Jesús en el evangelio de Mt. Es, por tanto, un texto al que
se le quiere dar suma importancia. Se trata de dos comparaciones aparentemente
sin importancia, pero que tienen un mensaje de gran valor para la vida del
cristiano, pues su tarea más importante sería estar ardiendo e iluminar.
El mensaje de hoy es simplicísimo, con tal que demos por supuesta una realidad
que es de lo más complicada. Efectivamente, todo el que ha alcanzado la
iluminación, ilumina. Si una vela está encendida, necesariamente tiene que
iluminar. Si echas sal a un alimento, necesariamente quedará salado. Pero, ¿qué
queremos decir cuando aplicamos a una persona humana el concepto de iluminado?
¿Qué es una persona plenamente humana?
Todos los líderes espirituales, pero sobre todo en el budismo, enseñan
lo mismo. Buda significa eso: el iluminado. ¡Qué difícil es entender lo que eso
significa! En realidad solo lo podemos comprender en la medida que nosotros
mismos estemos iluminados. Está claro, sin embargo, que no nos referimos a
ninguna clase de luz material ni de ningún conocimiento especial. Nos referimos
más bien a un ser humano que ha despertado, es decir, que ha desplegado todas
sus posibilidades de ser humano. Estaríamos hablando del ideal de ser humano.
Esto es precisamente lo que nos está diciendo el evangelio. Da por
supuesto todo el proceso de despertar y considera a los discípulos ya
iluminados y en consecuencia, capaces de iluminar a los demás. Pero como nos
dice el budismo, eso no se puede dar por supuesto, tenemos que emprender la
tarea de despertar. Sería inútil que intentáramos iluminar a los demás estando
nosotros apagados, dormidos. En el budismo el iluminar a los demás estaría
significado por la primera consecuencia de la iluminación, la compasión.
Hay un aspecto en el que la sal y la luz coinciden. Ninguna es
provechosa por sí misma. La sal sola no sirve de nada para la salud, solo es
útil cuando acompaña a los alimentos. La luz no se puede ver, es absolutamente
oscura hasta que tropieza con un objeto. La sal, para salar, tiene que
deshacerse, disolverse, dejar de ser lo que era. La lámpara o la vela produce
luz, pero el aceite o la cera se consumen. ¡Qué interesante! Resulta que Mi
existencia solo tendrá sentido en la medida que me consuma en beneficio de los
demás.
La sal es uno de los minerales más simples (cloruro sódico), pero
también más imprescindibles para nuestra alimentación. Pero tiene muchas otras
virtudes que pueden ayudarnos a entender el relato. En tiempo de Jesús se
usaban bloques de sal para revestir por dentro los hornos de pan. Con ello se
conseguía conservar el calor para la cocción. Esta sal con el tiempo perdía su
capacidad térmica y había que sustituirla. Los restos de las placas retiradas
se utilizaban para compactar la tierra de los caminos.
Ahora podemos comprender la frase del evangelio: “pero si la se
desvirtúa, ¿con qué se salará?; no sirve más que para tirarla y que la pise la
gente”. La sal no se vuelve sosa. Esta sal de los hornos, sí podía perder la
virtud de conservar el calor. La traducción está mal hecha. El verbo griego que
emplea tiene que ver con “perder la cabeza”, “volverse loco”. En latían
“evanuerit” significa desvirtuarse, desvanecerse. Debía decir: si la sal se
vuelve loca o si la sal pierde su virtud, ¿cómo podrá recuperarse? Esa
sal “quemada” no servía más que para pisarla.
No podemos hacernos una idea de lo que Jesús pensaba cuando ponía estos
ejemplos pero seguro que no hacía referencia a conocimiento doctrinal ni a
normas morales ni a ningún rito litúrgico. Seguro que ya intuían lo que hoy
nosotros sabemos: la sal y la luz es lo humano. Es curioso que haya llegado a
nosotros un proverbio romano que, jugando con las palabras, dice: no hay nada
más importante que la sal y el sol. Muy probablemente estas comparaciones, utilizadas
en los evangelios, hacen referencia a algún refrán ancestral que no ha llegado
hasta nosotros.
La sal actúa desde el anonimato, ni se ve ni se aprecia. Si un alimento
tiene la cantidad precisa, pasa desapercibida, nadie se acuerda de la sal. Cuando
a un alimento le falta o tiene demasiada, entonces nos acordamos de ella. Lo
que importa no es la sal, sino la comida sazonada. La sal no se puede salar a
sí misma. Pero es imprescindible para los demás alimentos. Era tan apreciada
que se repartía en pequeñas cantidades a los trabajadores, de ahí procede la
palabra tan utilizada todavía de “salario” y “asalariado”
Jesús dice que “sois la sal, sois la luz”. El artículo determinado nos
advierte que no hay otra sal, que no hay otra luz. Todos tienen derecho a
esperar algo de nosotros. El mundo de los cristianos no es un mundo cerrado y
aparte. La salvación que propone Jesús es la salvación para todos. La única
historia, el único mundo tiene que quedar sazonado e iluminado por la vida de
los que siguen a Jesús. Pero cuidado, cuando la comida tiene exceso de sal se
hace intragable. La dosis tiene que estar bien calculada. No debemos atosigar a
los demás con nuestras imposiciones.
Cuando se nos pide que seamos luz del mundo, se nos está exigiendo algo
decisivo para la vida espiritual propia y de los demás. La luz brota siempre de
una fuente incandescente. Si no ardes, no podrás emitir luz. Pero si estás
ardiendo, no podrás dejar de emitir luz y calor. Solo si vivo mi humanidad,
puedo ayudar a los demás a desarrollar la suya propia. Ser luz significa
desplegar nuestra vida espiritual y poner todo ese bagaje al servicio de los
demás.
Debemos de tener cuidado de iluminar, no deslumbrar. Debe estar al
servicio del otro, pensando en el bien del otro y no en mi vanagloria. Debemos
dar lo que el otro espera y necesita, no lo que nosotros queremos imponerle.
Cuando sacamos a alguien de la oscuridad, debemos dosificar la luz para no
dañar sus ojos. Los cristianos somos mucho más aficionados a deslumbrar que a
iluminar. Cegamos a la gente con imposiciones excesivas y hacemos inútil el
mensaje de Jesús para iluminar la vida real de cada día.
En el último párrafo, hay una enseñanza esclarecedora. “Para que vean
vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre”. La única manera eficaz
para trasmitir el mensaje son las obras. Una actitud verdaderamente evangélica
se transformará inevitablemente en obras. Evangelizar no es proponer una
doctrina muy elaborada y convincente. No es obligar a los demás a aceptar
nuestra propia ideología o manera de entender la realidad. Se trataría más
bien, de ayudarle a descubrir su propio camino desde los condicionamientos
personales en lo que vive.
En las obras que los demás perciben se tienen que poner al descubierto
mis actitudes internas. Las obras que son fruto solo de una programación
externa no ayudan a los demás a encontrar su propio camino. Solo las obras que
son reflejo de una actitud vital auténtica son cauce de iluminación para los
demás. Lo que hay en mi interior solo puede llegar a los demás a través de las
obras. Toda obra hecha desde el amor y la compasión es luz. Los que tenemos una
cierta edad nos hemos conformado con un cristianismo de programación, por eso
nadie nos hace caso.
Meditación
Puedo desplegar mi capacidad de sazonar
o puedo seguir toda mi vida siendo
insípido.
Puedo vivir encendido y dar calor y luz
o puedo estar apagado y llevar frío y
oscuridad a los demás.
Soy sal para todos los que me rodean
en la medida que hago participar a
otros de mi plenitud humana.
Soy luz en la medida que vivo mi
verdadero ser.
Fray Marcos
Fuente: http://feadulta.com/
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