Domingo XXXI del tiempo ordinario – Ciclo B (Marcos 12, 28b-34) – 4 de noviembre de 2018
Hermann Rodríguez
Osorio, S.J.
Desde los tiempos
de Jesús, las personas han querido separar los dos mandamientos más importantes
de la ley de Dios. O aman a Dios sobre todas las cosas, viviendo una espiritualidad
exclusivamente vertical, o aman sólo a su prójimo, viviendo una espiritualidad
exclusivamente horizontal. Hay una historia que puede ayudarnos a entender lo
funesto que puede resultar separar estos dos vectores que deben coexistir
simultáneamente en nuestra espiritualidad: Creer en Dios es creer en los
hermanos/as y desearles lo mejor; y creer en los hermanos/as y desearles lo
mejor, es también creer en Dios.
Cuentan que un hombre fue a una peluquería a cortarse el cabello y
recortarse la barba. Como es costumbre en estos casos, entabló una amena
conversación con la persona que le atendía. Hablaron de muchas cosas y tocaron
muchos temas. De pronto tocaron el tema de Dios. El peluquero dijo: – Fíjese, caballero,
que yo no creo en la existencia de Dios, como usted afirma. – Pero, ¿por
que dice usted eso? – preguntó el
cliente. – Pues es muy fácil, – respondió el
peluquero – basta con salir a la calle para darse cuenta de que Dios no
existe. O dígame, ¿si Dios existiera, habría tantos enfermos, habría niños
abandonados, y tanto sufrimiento en este mundo? No puedo pensar que exista un
Dios que permita todas estas cosas. El cliente se quedó pensando un momento,
pero no quiso responder para evitar una discusión con un hombre que pasaba a
cada momento su navaja afilada muy cerca de su garganta...
El peluquero terminó su trabajo y el cliente salió del negocio. Apenas
dejaba la peluquería, cuando vio en la calle a un hombre con la barba y el
cabello largos, que parecía no haber visitado una peluquería hacía mucho
tiempo. Entonces, el hombre entró de nuevo a la peluquería y le dijo al
peluquero: – ¿Sabe una cosa? Acabo de darme cuenta de que los peluqueros no
existen. – ¿Cómo que no existen? – preguntó el
peluquero –. Si aquí estoy yo y soy peluquero. – ¡No!, Dijo
el cliente, no existen porque si existieran, no habría personas con el pelo así
y la barba tan larga como la de ese hombre que va por la calle. – ¡Ahh!, los
peluqueros sí existen, lo que pasa es que esas personas no vienen hacia mí.
¡Exacto! – Dijo el cliente. – Ese es el
punto. Dios si existe, lo que pasa es que las personas no van hacia El y no le
buscan, por eso hay tanto dolor y miseria en este mundo.
Cuestionar la existencia de Dios porque
hay dolor y sufrimiento en el mundo es olvidarse que nuestra fe en Dios exige,
precisamente, que nos ocupemos de los demás, como Dios quiere.. Y que en la
medida en que nosotros colaboramos con la obra de Dios, que es construir seres
humanos plenos, según la estatura de Jesús, estamos haciendo creíble la fe en
este Dios. No podemos separar la fe en Dios del mandamiento de la caridad para
con nuestro prójimo; pero tampoco podemos separar la caridad con nuestro prójimo,
de la fe en Dios. Esto es lo que Jesús quería resaltar cuando le responde al
maestro de la ley que nos presenta el Evangelio hoy. Por tanto, deberíamos
decir, con este maestro: “Muy bien, Maestro. Es verdad lo que dices: hay un
solo Dios, y no hay otro fuera de él. Y amar a Dios con todo el corazón, con
todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno
mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios que se queman
en el altar”. Sólo así, podremos escuchar de Jesús aquello de “No estás lejos
el reino de Dios”. Estaremos cerca del reino de Dios si no separamos estos dos
mandamientos.
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