sábado, 3 de febrero de 2018

De madrugada, cuando todavía estaba oscuro …

V Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B (Marcos 1, 29-39) – 4 de febrero de 2018

 

Hermann Rodríguez Osorio, S..J.*

Cartas del diablo a su sobrino es un libro que escribió el irlandés C. S. Lewis en 1941. Recoge la correspondencia entre el diablo, anciano y retirado, y su sobrino, que está cumpliendo su primera misión con un ‘paciente’. En uno de sus capítulos, el sobrino le ha contado a su tío que ha logrado que su víctima, que es un inglés, sienta un gran odio hacia los alemanes, con quienes están en plena Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, el tío, experimentado y sabio, le dice a su inexperto sobrino: “... eso es bueno hasta cierto punto. Pero suele ser una especie de odio melodramático o mítico, dirigido hacia cabezas de turco imaginarias. Nunca ha conocido a estas personas en la vida real”. Un poco más adelante, el diablo aclara a su sobrino cuál es el principio que debe seguir a la hora de suscitar un odio verdaderamente eficaz:

“Hagas lo que hagas, habrá cierta benevolencia, al igual que cierta malicia, en el alma de tu paciente. Lo bueno es dirigir la malicia a sus vecinos inmediatos, a los que ve todos los días, y proyectar su benevolencia a la circunferencia remota, a gente que no conoce. Así, la malicia se hace totalmente real y la benevolencia en gran parte imaginaria. No sirve de nada inflamar su odio hacia los alemanes si, al mismo tiempo, un pernicioso hábito de caridad está desarrollándose entre él y su madre, su patrón y el hombre que conoce en el tren. Piensa en tu hombre como una serie de círculos concéntricos, de los que el más interior es su voluntad, después su intelecto, y finalmente su imaginación. Difícilmente puedes esperar, al instante, excluir de todos los círculos todo lo que huele al Enemigo [en este caso está hablando de Dios]; pero debes estar empujando constantemente todas las virtudes hacia fuera, hasta que estén finalmente situadas en el círculo de la imaginación, y todas las cualidades deseables [es decir los defectos] hacia dentro, hacia el círculo de la voluntad. Sólo en la medida en que alcancen la voluntad y se conviertan en costumbres no son fatales las virtudes (...)”.

El evangelio de san Marcos nos presenta hoy a Jesús comenzando su actividad apostólica por la casa de sus amigos: “Cuando salieron de la sinagoga, Jesús fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama, con fiebre. Se lo dijeron a Jesús, y él se acercó, y tomándola de la mano la levantó; al momento, se le quitó la fiebre y comenzó a atenderlos”. No podemos desconocer, sin embargo, que también recorría otras poblaciones: “Así que Jesús andaba por toda Galilea, anunciando el mensaje en las sinagogas de cada lugar y expulsando a los demonios”.

“La buena caridad empieza por casa” dice el adagio popular. No significa esto que también acabe allí, pero sí es importante saber dónde comienza. La estrategia del mal, como nos recuerda Lewis en su libro, es que vayamos viviendo las virtudes en los círculos más alejados de nuestra voluntad, es decir en la imaginación; y, por el contrario, que vivamos los defectos en los círculos más cercanos a nuestra voluntad y en nuestras relaciones cotidianas. Cuando amemos mucho a los que viven lejos y, por el contrario, vivamos unas relaciones conflictivas y problemáticas con las personas que tenemos más cerca, tenemos que preguntarnos si el ‘sobrino’ del diablo no nos está ganando la pelea.

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