IV Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B (Marcos 1, 21-28) – 1 de febrero de 2015
Dicen que un hombre se lanzó de un avión en su paracaídas y al llegar a tierra quedó colgado de un árbol, sin poder bajarse. Cuando pasó alguien por allí, el hombre que pendía del árbol preguntó: “– ¿Podría usted decirme dónde estoy?” “– Desde luego. Usted está colgado de un árbol”, respondió el transeúnte. El hombre que colgaba del paracaídas preguntó entonces: “– ¿Es usted sacerdote?” “– Si – respondió el transeúnte. – ¿Cómo lo supo?” “– Porque lo que usted dice es verdad, pero no sirve para nada...”.
Esta historia refleja un tipo de enseñanza contraria a la de Jesús, que enseñaba de una manera nueva, “con plena autoridad y no como los maestros de la ley”. Enseñar con autoridad es enseñar de tal manera que se ayude a los demás a encontrar solución a sus problemas y sentido a sus vidas. No se trata sólo de cosas útiles y prácticas, sino de un tipo de enseñanza que ayuda a las personas a ser ‘autores/as’ de sus vidas. Esto es lo que significa ‘autoridad’. Por tanto, una persona que enseña con autoridad no sólo ofrece información sobre los temas que trata, sino que ayuda a vivir más plenamente la vida, encontrando su sentido más profundo.
Todos hemos conocido, a lo largo de nuestra formación, profesores y profesoras que nos han enseñado cosas de interés e importancia para nuestro crecimiento intelectual, y los hemos considerado buenos y necesarios. Pero, seguramente, también hemos tenido algunos maestros y maestras que nos han enseñado a vivir con sentido. Estos son indispensables. Desgraciadamente, son más escasos y podemos decir que encontrar un verdadero maestro o una verdadera maestra, es una de las bendiciones más grandes que Dios nos puede conceder para nuestro crecimiento como seres humanos. Sin ellos, la vida sería mucho más difícil y los caminos de este mundo, menos amables.
De igual forma, podríamos preguntarnos por nuestro papel como docentes. Lo que enseñamos a los que nos rodean, se parece más al tipo de enseñanza de Jesús, o a la manera de enseñar del sacerdote de la historia con la que comenzamos. Podemos comunicar cosas que son verdad, pero que no sirven para nada, o enseñamos haciendo vida lo que decimos: “Jesús reprendió a aquel espíritu, diciéndole: – ¡Cállate y deja a este hombre! El espíritu impuro hizo que el hombre le diera un ataque, y gritando con gran fuerza salió de él. Todos se asustaron, y se preguntaban unos a otros: – ¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, y con plena autoridad! ¡Incluso a los espíritus impuros da órdenes, y lo obedecen!”
Pidamos para que nuestra forma de enseñar sea como la de Jesús. Llena de autoridad para ayudar a las personas que tenemos cerca, a crecer y vivir más plenamente, de manera que si alguien que cuelga de un árbol en el que se ha enredado su paracaídas, nos pregunta dónde está, podamos ofrecerle no sólo la información que ya tiene, sino las coordenadas de su ubicación, de manera que pueda encontrar el rumbo hacia su propia casa.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
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