domingo, 11 de agosto de 2019

LA FRASE DE LA SEMANA

CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA


PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Lc 12, 32-48

sábado, 10 de agosto de 2019

“Dichosos ellos, si los encuentra despiertos aunque llegue a la medianoche”

Domingo XIX del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 12, 32-48) –11 de agosto de 2019


REFLEXIONES


Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Hablando de lo que es la iluminación, Anthony de Mello dice lo siguiente: “Es como un vagabundo de Londres que se estaba acomodando para pasar la noche. A duras penas había conseguido un pedazo de pan para comer. Entonces llegó a un malecón junto al río Támesis. Estaba lloviznando, y se envolvió en su viejo abrigo. Ya iba a dormirse cuando de repente se acercó un Rolls-Royce manejado por un conductor. Una hermosa joven descendió del automóvil y le dijo: – Mi pobre hombre, ¿va a pasar la noche en este malecón? – Sí, le contestó el vagabundo. – No lo permitiré, le dijo ella. – Usted se viene conmigo a mi casa y va a pasar la noche cómodamente y a tomar una buena cena. La joven insistió en que subiera al automóvil. De modo que salieron de Londres y llegaron a un lugar en donde ella tenía una gran mansión con amplios jardines. Los recibió el mayordomo, a quien la joven le dijo: “Jaime, cerciórese de que a este hombre lo lleven a las habitaciones de los sirvientes y lo traten bien”. Y Jaime obró como le dijo ella. La joven se había preparado para dormir y estaba a punto de acostarse cuando recordó a su huésped. Entonces se puso algo encima y fue hasta las habitaciones de los sirvientes. Vio una rendija de luz en la habitación en la que acomodaron al vagabundo. Llamó suavemente a la puerta, la cual abrió, y encontró al hombre despierto. Le dijo: – ¿Qué sucede, buen hombre, no le dieron una buena cena? – Nunca había comido tan bien en mi vida, señora, le contestó el vagabundo. – ¿Está usted bien caliente? – Sí, la cama es hermosa y está tibia. – Tal vez usted necesita compañía, le dice ella. – Córrase un poquito. Se le acercó, y él se movió hacia un lado, y cayó directo al Támesis...

Eso es la iluminación. Estar despiertos. Vivimos muchas veces sumidos en nuestros sueños y olvidamos la bella y cruda realidad. Quisiéramos que las cosas fueran distintas, que los problemas no existieran, que los conflictos se resolvieran de una vez y para siempre. Pero este tipo de vida hace que no seamos capaces de reconocer el paso de Dios por nuestras vidas. Por esto hay que mantenerse despiertos. Esto es lo que quería decir el Señor cuando le dice a sus discípulos: “Sean como criados que están esperando a que su amo regrese de un banquete de bodas, preparados y con las lámparas encendidas, listos para abrirle la puerta tan pronto como llegue y toque. Dichosos los criados a quienes su amo, al llegar, encuentre despiertos. Les aseguro que el amo mismo los hará sentarse a la mesa y se dispondrá a servirles la comida. Dichosos ellos, si los encuentra despiertos, aunque llegue a la medianoche o de madrugada”.

No sabemos ni el día ni la hora. Con frecuencia el Señor nos sorprende. “Si el dueño de una casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no dejaría que nadie se metiera en su casa a robar. Ustedes también estén preparados; porque el Hijo del hombre vendrá cuando menos lo esperan”. El Señor nos invita a estar preparados para saber descubrir las señales de su presencia que todos los días nos rayan la pupila de tanto mirarlas. Y todavía preguntamos, ¿dónde está el Señor? ¿cómo descubrirlo? ¿cómo sentir su presencia? Por estar soñando, no vemos lo evidente. No reconocemos la presencia de Dios que está siempre trabajando en medio de nuestra realidad y pidiendo nuestra colaboración. Pidamos al Señor que nos regale la gracia de permanecer despiertos, que no vivamos anestesiados y adormilados ante la vida. No sea que nos suceda lo que le sucedió al mendigo que, por estar cómodamente viviendo en nuestros sueños, caigamos directamente al Támesis...

José Antonio Pagola - VIVIR EN MINORÍA

Lucas ha recopilado en su evangelio unas palabras, llenas de afecto y cariño, dirigidas por Jesús a sus seguidores y seguidoras. Con frecuencia, suelen pasar desapercibidas. Sin embargo, leídas hoy con atención desde nuestras parroquias y comunidades cristianas, cobran una sorprendente actualidad. Es lo que necesitamos escuchar de Jesús en estos tiempos no fáciles para la fe.

«Mi pequeño rebaño». Jesús mira con ternura inmensa a su pequeño grupo de seguidores. Son pocos. Tienen vocación de minoría. No han de pensar en grandezas. Así los imagina Jesús siempre: como un poco de «levadura» oculto en la masa, una pequeña «luz» en medio de la oscuridad, un puñado de «sal» para poner sabor a la vida.

Después de siglos de «imperialismo cristiano», los discípulos de Jesús hemos de aprender a vivir en minoría. Es un error añorar una Iglesia poderosa y fuerte. Es un engaño buscar poder mundano o pretender dominar la sociedad. El evangelio no se impone por la fuerza. Lo contagian quienes viven al estilo de Jesús haciendo la vida más humana.

«No tengáis miedo». Es la gran preocupación de Jesús. No quiere ver a sus seguidores paralizados por el miedo ni hundidos en el desaliento. No han de preocuparse. También hoy somos un pequeño rebaño, pero podemos permanecer muy unidos a Jesús, el Pastor que nos guía y nos defiende. Él nos puede hacer vivir estos tiempos con paz.

«Vuestro Padre ha querido daros el reino». Jesús se lo recuerda una vez más. No han de sentirse huérfanos. Tienen a Dios como Padre. Él les ha confiado su proyecto del reino. Es su gran regalo. Lo mejor que tenemos en nuestras comunidades: la tarea de hacer la vida más humana y la esperanza de encaminar la historia hacia su salvación definitiva.

«Vended vuestros bienes y dad limosna». Los seguidores de Jesús son un pequeño rebaño, pero nunca han de ser una secta encerrada en sus propios intereses. No vivirán de espaldas a las necesidades de nadie. Serán comunidades de puertas abiertas. Compartirán sus bienes con los que necesitan ayuda y solidaridad. Darán limosna, es decir, «misericordia». Este es el significado del término griego.

Los cristianos necesitaremos todavía algún tiempo para aprender a vivir en minoría en medio de una sociedad secular y plural. Pero hay algo que podemos y debemos hacer sin esperar a nada; transformar el clima que se vive en nuestras comunidades y hacerlo más evangélico. El papa Francisco nos está señalando el camino con sus gestos y su estilo de vida.

19 Tiempo ordinario - C 
(Lc 12,32-48)
11 de agosto 2019

José Antonio Pagola


DIOS NO VIENE DE FUERA COMO LADRÓN NI COMO AMO EXIGENTE
Fray Marcos
Lc 12,32-48

El texto del evangelio de este domingo forma parte de un amplio contexto, que empezaba el domingo pasado con la petición de uno a Jesús: “dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia”. A partir de ahí, Lc propone una larga conversación con los discípulos que abarca 35 versículos y toca muy diversos temas de difícil armonización. Naturalmente se trata de pensamientos dispersos que el evangelista organiza a su manera para ir aclarando las exigencias de Jesús. Sin duda reflejan la manera de ver la vida de la primera comunidad, como lo demuestra la conciencia de ser un pequeño rebaño.

Que el texto utilice, a veces, el lenguaje escatológico nos puede despistar un poco. También el que nos hable de talegos o tesoros en el cielo que nadie puede robar, o que Dios llegará como un ladrón en la noche, nos puede confundir. Este leguaje mítico a nosotros hoy no nos sirve de nada. Dios no tiene que venir de ninguna parte. Está llamando siempre pero desde dentro. No pretende entrar en nosotros sino salir a nuestra conciencia y manifestarse en nuestras relaciones con los demás. Superemos la idea de un Dios que actúa desde fuera.

El domingo pasado se nos pedía no poner la confianza en las riquezas. Hoy, además, se nos dice en quién hay que poner la confianza para que sea auténtica: no en un dios todopoderoso externo, sino en el hombre creado a su imagen y que tiene al mismo Dios como fundamento. No es pues, cuestión de actos de fe, sino afianzamiento en una actitud que debe atravesar toda nuestra vida. Confiadamen­te, tenemos que poner en marcha todos los recursos de nuestro ser, conscientes de que Dios actúa solo a través de sus criaturas, y que solo a través de cada una de ellas la creación evoluciona. Ayúdate y Dios te ayudará.

Se trata de estar siempre en actitud de búsqueda. Más que en vela, yo diría que hay que estar despiertos. No porque pueda llegar el juicio cuando menos lo esperemos, sino porque la toma de conciencia de la realidad que somos exige una atención a lo que está más allá de los sentidos y no es nada fácil de descubrir. El tesoro está escondido, y hay que “trabajar” para descubrirlo. No se trata de confiar en lo que nosotros podemos alcanzar, sino en que Dios ya nos lo ha dado todo. Ha sido Dios el primero que ha confiado en nosotros en el momento en que ha decidido darse, él mismo, a nosotros, sin limitación ni restricción alguna.

Si hemos descubierto el tesoro que es Dios, no hay lugar para el temor. A las instituciones no les interesa la idea de un Dios que da plena autonomía al ser humano, porque no admite intermediarios. Para ellos es mucho más útil la idea de un dios que premia y castiga, porque en nombre de ese dios pueden controlar a las personas. La mejor manera de conseguir sometimiento es el miedo. Eso lo sabe muy bien cualquier autoridad. El miedo paraliza a la persona, que inmediatamente tiene necesidad de alguien que le ofrece su ayuda, para poder conseguir con gran esfuerzo, aquello que ya poseían plenamente antes de tener miedo.

Cuentan que una madre empezó a meter miedo de la oscuridad a su hijo pequeño. El objetivo era que no llegara nunca tarde a casa. Con el tiempo, el niño fue incapaz de andar solo en la noche. Eso le impedía una serie de actividades y hacía muy difícil desarrollar su vida. Entonces la madre, fabricó un amuleto y dijo al niño: esto te protegerá de la oscuridad. El niño convencido, empezó a caminar en la noche sin ningún problema, confiando en el amuleto que llevaba colgado del cuello. ¡Sin comentario!

Dios no es un ser externo en el que debo confiar, sino en mi propio ser en lo que tiene de  fundamento, que me proporciona todas las posibilidades desde dentro de mí mismo. Esto es lo que significa: “vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino”. El dios araña que necesita chupar la sangre al ser humano no es el Dios de Jesús. El dios del que depende mi futuro no es el Dios de Jesús. El dios que me colmará de favores cuando yo haya cumplido la Ley no es el Dios de Jesús. El Dios de Jesús es don total, incondicional y permanente.

El Padre ha tenido a bien confiaros el Reino. Este es el punto de partida. No tengáis miedo, estad preparados, etc., depende de esta verdad. Si el Reino es el tesoro encontrado, nada ni nadie puede apartarme de él. Todo lo que no sea esa realidad absoluta, que ya poseo, se convierte en calderilla. Nuestra tarea será descubrir el tesoro, todo lo demás vendrá espontáneamente. El Reino es el mismo Dios escondido en lo más hondo de mi ser. Los demás valores, deben estar subordinados al valor supremo que es el Reino.

“Dar el reino”, aplicado a Dios, no tiene el mismo sentido que puede tener en nosotros el verbo dar. Dios no tiene nada que dar. Dios se da él mismo, pero a nosotros se da antes de que nosotros seamos. De ese modo Dios se convierte en el sustrato y fundamento de mi ser. Sin Él, yo no sería nada. Ese don descubierto y vivido es la raíz de todas mis posibilidades de ser. Todo lo que puedo llegar a ser, más allá de mi pura biología, es consecuencia de esa presencia de Dios en mí que me capacita para llegar a ser lo que Él mismo es.

Esa fe-confianza, falta de miedo, no es para un futuro en el más allá. No se trata de que Dios me dé algún día lo que ahora echo de menos. Esta es la gran trampa que utilizan los intermediarios. A ver si me entendéis bien: Dios no tiene futuro. Es un continuo presente. Ese presente es el que tengo que descubrir y en él lo encontraré todo. No se trata de esperar a que Dios me dé tal o cual cosa dentro de unos meses o unos años. El colmo del desatino es esperar que me dé, después de la muerte, lo que no quiso darme aquí.

La idea que tenemos de una vida futura desnaturaliza la vida presente hasta dejarla reducida a una incómoda sala de espera. La preocupación por un más allá nos impide vivir en plenitud el más acá. La vida presente tiene pleno sentido por sí misma. Lo que proyectamos para el futuro, está ya aquí y ahora a nuestro alcance. Aquí y ahora, puedo vivir la eternidad, puesto que puedo conectar con lo que hay de Dios en mí. Aquí y ahora puedo alcanzar mi plenitud, porque teniendo a Dios lo tengo todo.

La esperanza cristiana no se basa en lo que Dios me dará sino en que sea capaz de descubrir lo que Dios me está dando. Para que llegue a mí lo que espero, Dios no tiene que hacer nada, ya lo está haciendo. Yo soy el que tiene mucho que hacer, pero en el sentido de tomar conciencia y vivir la verdadera realidad que hay en mí. Por eso hay que estar despiertos. Por eso tenemos que vivir el momento presente, porque es el definitivo, porque en él puedo dar el paso a la experiencia cumbre. Ese sería el momento definitivo de mi vida.

Demostramos falta de confianza, y exceso de miedos, cuando buscamos a toda costa seguridades, sea en el más acá sea para el más allá. El miedo nos impide vivir el presente. Solo vivimos cuando perdemos el miedo. Debemos caminar aunque no tenemos controlado ni el camino ni la meta. Mientras más se acerca a la plenitud un ser humano, más vasto es el horizonte de plenitud que se le abre. Esto, que en sí mismo es un don increíble, a veces lleva a la desesperanza, porque la vida humana es siempre un comienzo.

Meditación

El único objetivo de toda religión debía ser llevarte al interior,
donde te encontrarás con el mismo Dios como centro de tu ser.
Antes de descubrirlo, la confianza es imprescindible.
Nadie tira por la borda las seguridades si no encuentra la total seguridad.
Muchas veces te han dicho que tienes que vender todo lo que tienes.
Pero la realidad es muy tozuda. Nadie da todo por nada.

                                                                       Fray Marcos

domingo, 4 de agosto de 2019

LA FRASE DE LA SEMANA

CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA


PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Lc 12, 13-21

sábado, 3 de agosto de 2019

“(...) la vida no depende del poseer muchas cosas”

Domingo XVIII del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 12, 13-21) –4 de agosto de 2019

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Mientras viajaba por las montañas, una sabia mujer se encontró un hermoso diamante en un riachuelo. Al día siguiente se cruzó en el camino con otro viajero y al saber que estaba hambriento, le ofreció parte de la comida que traía con ella. Al abrir su bolsa para sacar los alimentos, el hombre vio la piedra preciosa en el fondo del morral, y quedó maravillado. El viajero le pidió el diamante a la mujer y ésta, sin dudarlo, lo sacó de su bolsa y se lo dio. El hombre se fue dichoso por su increíble suerte, ya que sabía que el valor de la piedra era lo suficientemente alto como para vivir sin apuros durante el resto de su vida. Pero días más tarde, después de haber buscado a la mujer, la encontró, le devolvió la joya, y le dijo: –He estado pensando... soy consciente del valor de esta piedra que quiero devolverle, pero espero que a cambio usted me dé algo aun más valioso. Y después de un silencio, continuó: –Deme esa cualidad que le permitió regalarme este tesoro con generosidad y desprendimiento.

El evangelio de hoy nos presenta a un hombre que pide algo inesperado: “–Maestro, dile a mi hermano que me dé mi parte de la herencia. Y Jesús le contestó: –Amigo, ¿quién me ha puesto sobre ustedes como juez y partidor?” Esta situación suscita una enseñanza de Jesús que no viene nunca de más recordar: “–Cuídense ustedes de toda avaricia; porque la vida no depende del poseer muchas cosas”. Y es la ocasión para que el Señor nos cuente una parábola muy bella: “Había un hombre muy rico, cuyas tierras dieron una gran cosecha. El rico se puso a pensar: ‘¿Qué haré? No tengo dónde guardar mi cosecha.’ Y se dijo: ‘Ya sé lo que voy a hacer. Derribaré mis graneros y levantaré otros más grandes, para guardar en ellos toda mi cosecha y todo lo que tengo. Luego me diré: Amigo, tienes muchas cosas guardadas para muchos años; descansa, come, bebe, goza de la vida.’ Pero Dios le dijo: ‘Necio, esta misma noche perderás la vida, y lo que tienes guardado, ¿para quién será?’ Así le pasa al hombre que amontona riquezas para sí mismo, pero es pobre delante de Dios”.

Es impresionante la insistencia de Jesús y los evangelios en este tema de la libertad que debemos tener frente a los bienes materiales. No se trata de una invitación a no tener, sino a tener de tal manera que no pongamos allí el valor de nuestras vidas. La vida no depende de poseer muchas cosas, sino de nuestra capacidad de compartirlas con los demás con generosidad. No es rico el que tiene mucho, sino el que necesita menos para vivir contento. Ignacio Ellacuría, uno de los jesuitas asesinados en El Salvador hace algunos años, decía que la única salvación para nuestro mundo era crear una civilización de la austeridad compartida. Vivir más sencillamente, soñando menos con lo que nos falta y agradeciendo más lo que tenemos. Un mundo y un país en el que unos pocos derrochan y malgastan, mientras que las grandes mayorías no tienen ni lo mínimo para sobrevivir como seres humanos, no es sostenible en el largo plazo.

La parábola que el Señor nos cuenta hoy es una llamada a no vivir pendientes de acumular riquezas sin fin, pensando que ese es el camino de la vida. Por ese camino sólo se llega a la muerte. Una sociedad que quiere la paz, que busca con ansias el final de una guerra fratricida que se ha prolongado tanto entre nosotros, podría tomar el camino de la generosidad y el compartir, que son capaces de crear hermanos. Por eso, pidámosle al Señor que no nos regale diamantes hermosos y caros, sino la capacidad de dar con generosidad y desprendimiento.

José Antonio Pagola - CONTRA LA INSENSATEZ

Cada vez conocemos mejor la situación social y económica que Jesús conoció en la Galilea de los años treinta. Mientras en las ciudades de Séforis y Tiberíades crecía la riqueza, en las aldeas aumentaba el hambre y la miseria. Mientras los campesinos se quedaban sin tierras, los terratenientes construían silos y graneros cada vez más grandes.

En un pequeño relato, conservado por Lucas, Jesús revela qué piensa de aquella situación tan contraria al proyecto querido por Dios, de un mundo más humano para todos. No narra esta parábola solo para denunciar los abusos y atropellos que cometen los terratenientes, sino para desenmascarar la insensatez en que viven instalados.

Un rico terrateniente se ve sorprendido por una gran cosecha. No sabe cómo gestionar tanta abundancia. «¿Qué haré?». Su monólogo nos descubre la lógica insensata de los poderosos que solo viven para acaparar riqueza y bienestar, excluyendo de su horizonte a los necesitados.

El rico de la parábola planifica su vida y toma decisiones. Destruirá los viejos graneros y construirá otros más grandes. Almacenará allí toda su cosecha. Puede acumular bienes para muchos años. En adelante, solo vivirá para disfrutar: «túmbate, come, bebe y date buena vida». De forma inesperada, Dios interrumpe sus proyectos: «Insensato, esta misma noche, te van a exigir tu vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?».

Este rico reduce su existencia a disfrutar de la abundancia de sus bienes. En el centro de su vida está solo él y su bienestar. Dios está ausente. Los jornaleros que trabajan sus tierras no existen. Las familias de las aldeas que luchan contra el hambre no cuentan. El juicio de Dios es rotundo: esta vida solo es necedad e insensatez.

En estos momentos, prácticamente en todo el mundo está aumentando de manera alarmante la desigualdad. Este es el hecho más sombrío e inhumano: «los ricos, sobre todo los más ricos, se van haciendo mucho más ricos, mientras los pobres, sobre todo los más pobres, se van haciendo mucho más pobres» (Zygmunt Bauman).

Este hecho no es algo normal. Es, sencillamente, la última consecuencia de la insensatez más grave que estamos cometiendo los humanos: sustituir la cooperación amistosa, la solidaridad y la búsqueda del bien común de toda la Humanidad por la competición, la rivalidad y el acaparamiento de bienes en manos de los más poderosos del Planeta.

Desde la Iglesia de Jesús, presente en toda la Tierra, se debería escuchar el clamor de sus seguidores contra tanta insensatez, y la reacción contra el modelo que guía hoy la historia humana. Así lo está haciendo repetidamente el papa Francisco.


Fray Marcos, LAS SEGURIDADES SON UNA TRAMPA
Lc 12,13-21

Desplegar la verdadera Vida y dar sentido a la biológica no depende de tener más o menos, sino de ser en plenitud. Hay frases en el relato que nos han despistado. Que lo acumulado lo vaya a disfrutar otro no es la razón de la estupidez, porque en el caso de que lo pudiera disfrutar él mismo, parece que sería válida la acumulación de riquezas. La actitud del rico es equivocada porque pone su felicidad en lo acumulado, creyendo que esa seguridad le puede solucionar todas las necesidades que como ser humano necesita satisfacer.

Tampoco se trata de proponer como alternativa el ser rico ante Dios, si se entiende como acumulación de méritos que después de esta vida le pagarán con creces. Llevamos muchos siglos enredados en esta trampa sin darnos cuenta que también esas seguridades espirituales pretenden potenciar el ego, exactamente igual o peor que los bienes materiales. Esta manera de entender la propuesta va en contra del mensaje de Jesús que nos pide olvidarnos del yo. Hay en el evangelio otra frase que nos ha metido por el mismo camino sin salida: “acumulad tesoros en el cielo…”. Las dos las hemos entendido al revés.

En la Edad Media surgieron dos personajes formidables que supieron interpretar el evangelio. Se trata de S. Francisco de Asís y Santo Domingo. Ambos fundaron su propia orden fundamentada en la pobreza absoluta. Los dos vivieron desprendidos de todo, rechazando cualquier clase de seguridad que pudiera hacer la vida más fácil. S. Francisco fue el hombre más feliz del mundo sin poseer absolutamente nada. Era tan pobre que su felicidad no dependía ni siquiera de su propia pobreza. Santo domingo podía decir, como Jesús, que no tenía donde reclinar la cabeza. Desprendido de todo estaba siempre disponible.

El objetivo del hombre es desplegar su humanidad. El evangelio nos dice que tener más no nos hace más humanos. La conclusión es muy sencilla: la posesión de bienes de cualquier tipo, no puede ser el objetivo último de ningún ser humano. La trampa de nuestra sociedad está en que no hemos descubierto que cuanto mayor capacidad de satisfacer necesidades tenemos, mayor número de nuevas necesidades desplegamos; con lo cual no hay posibilidad alguna de marcar un límite. Ya los santos padres decían que el objetivo no es aumentar las necesidades, sino el conseguir que esas necesidades vayan disminuyendo cada día que pasa.

La vida es un desastre solo para el que no sabe traspasar el límite de lo caduco. Querámoslo o no, vivimos en la contingencia y eso no tiene nada de malo. Nuestro objetivo es dar sentido humano a todo lo que constituye nuestro ser biológico. Lo humano es lo esencial, lo demás es soporte. Aspirar a los bienes de arriba y pensar que lo importante es acumular bienes en el cielo, es contrario al verdadero espíritu de Jesús. Ni la vida es el fin último de un verdadero ser humano ni podemos despreciarla en aras de otra vida en el más allá.

Es muy difícil mantener un equilibrio en esta materia. Podemos hablar de la pobreza de manera muy pobre y podemos hablar de la riqueza tan ricamente. No está mal ocuparse de las cosas materiales e intentar mejorar el nivel de vida. Dios nos ha dotado de inteligencia para que seamos previsores. Prever el futuro es una de las cualidades más útiles del ser humano. Jesús no está criticando la previsión, ni la lucha por una vida más cómoda. Critica que lo hagamos de una manera egoísta, alejándonos de nuestra verdadera meta como seres humanos. Si todos los seres humanos tuviéramos el mismo nivel de vida, no habría ningún problema, independientemente de la capacidad de consumir a la que hubiéramos llegado.

El hombre tiene necesidades, como ser biológico, que debe atender. Pero a la vez, descubre que eso no llega a satisfacerle y anhela acceder a otra riqueza que está más allá. Esta situación le coloca en un equilibrio inestable, que es la causa de todas las tensiones. O se dedica a satisfacer los apetitos biológicos, o intenta trascender y desarrollar su vida espiritual, manteniendo en su justa medida las exigencias biológicas. En teoría, está claro, pero en la práctica exige una lucha constante para mantener el equilibrio. Bien entendidos, la satisfacción de las necesidades biológicas y el placer que pueden producir, nada tienen de malo en sí. Lo nefasto es poner la parte superior del ser al servicio de la inferior.

Solo hay un camino para superar la disyuntiva: dejar de ser necio y alcanzar la madurez personal, descubriendo desde la vivencia lo que en teoría aceptamos: El desarrollo humano, vale más que todos los placeres y seguridades; incluso más que la vida biológica. El problema es que la información que nos llega desde todos los medios nos invita a ir en la dirección contraria y es muy fácil dejarse llevar por la corriente. La sociedad nos invita a ser ricos. El mensaje de Jesús nos propone ser felices porque ya somos inmensamente ricos.

El error fundamental es considerar la parte biológica como lo realmente constituyente de nuestro ser. Creemos que somos cuerpo y mente. No tenemos conciencia de lo que en realidad somos, y esto impide que podamos enfocar nuestra existencia desde la perspectiva adecuada. El único camino para salir de este atolladero es desprogramarnos. Debemos interiorizar nuestro ser verdadero y descubrir lo que en realidad somos, más allá de las apariencias y tratar de que nuestra vida se ajuste a este nuevo modo de comprendernos.

Se trata de desplegar una vida verdaderamente humana que me permita alcanzar una plenitud. Solo esa Vida plena, puede darme la felicidad. Se trata de elegir entre una Vida humana plena y una vida repleta de sensaciones, pero vacía de humanidad. La pobreza que nos pide el evangelio no es ninguna renuncia. Es simplemente escoger lo que es mejor para mí. No se trata de la posesión o carencia material de unos bienes. Se trata de estar o no, sometido a esos bienes, los posea o no. Es importante tomar conciencia de que el pobre puede vivir obsesionado por tener más y malograr así su existencia.

La clave está en mantener la libertad para avanzar hacia la plenitud humana. Todo lo que te impide progresar en esa dirección es negativo. Puede ser la riqueza y puede ser la pobreza. La pobreza material no puede ser querida por Dios. Jesús no fue neutral ante la pobreza/riqueza. No puede ser cristiana la riqueza que se logra a costa de la miseria de los demás. No se trata solo de la consecución injusta, sino del acaparamiento  de bienes que son imprescindibles para la vida de otros. El cacareado progreso actual es radicalmente injusto, porque se consigue a costa de la miseria de una gran parte de la población mundial. El progreso desarrollista, en que estamos inmersos, es insostenible además de injusto.

Esperar que las riquezas nos darán la felicidad es la mayor insensatez. La riqueza puede esclavizarnos. Nos han convencido de que si no poseo aquello o no me libro de esto, no puedo ser feliz. Tú eres ya feliz. Solo tu programación te hace ver las cosas desde una perspectiva equivocada. Si el ojo está sano, lo normal es la visión, no hay que hacer nada para que vea. Sin tener nada de lo que ambicionamos podríamos ser inmensamente felices. Aquello en lo que ponemos la felicidad puede ser nuestra prisión. En realidad, no queremos la felicidad sino seguridades, emociones, satisfacciones, placer sensible.

Meditación

Codiciar es desear con ansia lo que da seguridad a tu ego.
Pon todo tu empeño en desplegar tu ser verdadero.
Me debo ocupar de las necesidades materiales;
pero mi preocupación debe ser el desplegar mi humanidad.
El tesoro no está en las cosas, o en el cielo, sino dentro de mí.
Dentro de ti está la única seguridad, la plenitud, la felicidad.

Fray Marcos