miércoles, 24 de julio de 2013

24 de 31 días con Ignacio

La diferencia entre consolación y sentir a Dios.

Por Margaret Silf 



No siempre es obvio que hay una diferencia entre experimentar el consuelo espiritual y simplemente sentirse bien, o entre la desolación espiritual y simplemente sentirse triste, desolado, deprimido; el sentimiento de desgano. Los efectos pueden ser muy similares, pero en realidad la fuente es muy diferente.

Para comprender esta diferencia fundamental, realmente necesitamos distinguir la dirección de nuestra atención a medida que avanzamos a través de la experiencia. La sensación de bienestar,  y su homólogo de la sensación de desgano, se centran intrínsecamente en nosotros mismos. Las cosas suceden en nuestro propio reino, y desencadenan estos altibajos.   Por ejemplo, el factor ‘sentirse bien’ en términos de los políticos con la reducción de los impuestos, supone que debería de levantar nuestro ánimo.  Mientras que en casa, con una problemática familiar, nos puede lanzar a las profundidades. Si pudiéramos ver la forma en que nuestros sentimientos se dirigen, nos daríamos cuenta de que apuntan  en dirección a nosotros mismos hacia la satisfacción o la interrupción de nuestros propios mundos personales. Esto es completamente natural, por supuesto, y es parte de lo que nos hace humanos. Sin embargo, nos pueden fácilmente manipular cuando somos afectados por cosas tales como cuando cambia la química de nuestro cuerpo,  o por lo bien que dormimos anoche. Estos cambios no son en absoluto lo mismo que el consuelo espiritual o desolación. Pero nos llevan a un bienestar o un malestar.

La diferencia parece estar en el centro de la experiencia.  El Consuelo espiritual se experimenta cuando nuestros corazones se sienten atraídos hacia Dios, incluso si esto ocurre en circunstancias  que el mundo consideraría como negativas.   Es una señal de que nuestro corazón, al menos por el momento, está latiendo en armonía con el corazón de Dios.  La Consolación es la experiencia de esta profunda conexión con Dios, y llena nuestro ser con una sensación de paz y alegría. El epicentro de la experiencia está en Dios y no en nosotros mismos.


Traducción por Cármen (artículo original de LoyolaPress)

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