domingo, 26 de julio de 2020

LA FRASE DE LA SEMANA

CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA


PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mt 13, 44-52

sábado, 25 de julio de 2020

Domingo XVII Ordinario – Ciclo A (Mateo 13, 44-52)

Domingo XVII Ordinario – Ciclo A (Mateo 13, 44-52) – 26 de julio de 2020 

“El reino de los cielos es como un ...”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Hugo Canavan, teólogo carmelita norteamericano, especializado en estudios bíblicos y en la animación de pequeñas comunidades de base entre los campesinos de Colombia, ya fallecido, estaba dando un curso de Biblia en un barrio popular de Bogotá. Yo colaboraba en esa época en las pequeñas y frágiles Asambleas familiares que iban creciendo en medio de las luchas entre las pandillas y el hambre que produce el desempleo y la falta de oportunidades. Recuerdo, como si fuera ayer, la manera como Hugo fue explicando, en la casa de don Carlos y doña Isabel, la importancia de la Palabra de Dios para nosotros. Estando en medio de la gente, éramos unas treinta y 35, contando a las mujeres y los niños, se quitó las gafas y comenzó a contar:

"Había una vez un señor que pertenecía a una comunidad de base. Su nombre era Marcos. Todas las semanas participaba de la reunión en la que hablaban de los problemas del barrio, leían la Biblia y rezaban juntos pidiendo a Dios o dándole gracias por lo que iba realizando en medio de ellos. Un buen día don Marcos, que ya tenía setenta y siete años, comenzó a saludar a la gente con otro nombre; a doña Belén la saludó como si fuera Ángela; a Ángela la confundió con Mariela; a Saulo lo confundió con Benjamín; a don José lo saludó como si fuera la señora Josefina. Mientras Hugo contaba la historia, iba haciendo la representación de lo que iba diciendo con los miembros de la comunidad a los que daba el curso confundiendo los nombres.

Los que estaban presentes no corrigieron a don Marcos. Lo saludaban naturalmente, aunque sabían que estaba equivocándose. Algunos, después de la reunión, comentaron lo sucedido. Don Marcos estaba perdiendo la vista... por eso, decidieron recoger una platica para llevarlo al médico, para que le formularan unas gafas. Así se hizo. La señora Mercedes se encargó de recoger la colaboración de todos y de llevar a don Marcos al médico. A los quince días llegó don Marcos otra vez a la reunión con las gafas en las manos y mostrándole a todo el mundo el regalo que le habían hecho. Evidentemente, como llevaba las gafas en las manos, volvió a confundir a todo el mundo. Le decía a Carlos: «¡Mire don Saulo las gafas tan bonitas que me regalaron!»; y a doña Belén le dijo: «¡Cuánto les agradezco doña Josefina por estas gafas tan buenas que me han regalado entre todos! ¡Dios se lo ha de pagar!». Hugo iba representando a don Marcos con las gafas en sus manos y mostrándoselas a la gente, confundiéndoles el nombre".

Después de contar la historia y representarla, Hugo lanzó la pregunta, «¿Entienden ustedes lo que esto significa?» Y fue recogiendo las conclusiones que la gente iba sacando: Por ejemplo, decían: «Así pasa con la Biblia; la gente la recibe y está muy orgullosa de tenerla, pero no la utilizan para lo que es». «La Biblia no es para mostrarla a los demás, sino para poder ver a los hermanos que tenemos al lado; es para reconocer a los que sufren junto a nosotros». «La Biblia es como unas gafas que nos sirven para ver la realidad con los ojos de Dios; no es para quedarnos viéndola a ella sola y mostrándola orgullosamente a los demás». «Tener gafas y no colocárselas es como los que compran la Biblia y luego la colocan en un lugar bien bonito de la casa, pero nunca la leen en grupo, ni personalmente. Es como un adorno más en la casa». Y así, sucesivamente...

Las parábolas, que fue la forma como Jesús comunicó los secretos del Reino a los hombres y mujeres de su época, siguen teniendo hoy un valor incalculable. Implican a los que las escuchamos en el aprendizaje. No nos deja por fuera de lo que se está enseñando, sino que nos toca interiormente. Más que comentar el contenido de la predicación de Jesús, deberíamos hacer como Hugo Canavan a la hora de comunicar nuestro mensaje a los que tenemos alrededor... copiarnos su estilo...

FUENTE: http://www.religiondigital.org/encuentros_con_la_palabra/

DESCUBRIR EL PROYECTO DE DIOS 

José Antonio Pagola

No era fácil creer a Jesús. Algunos se sentían atraídos por sus palabras. En otros, por el contrario, surgían no pocas dudas. ¿Era razonable seguir a Jesús o una locura? Hoy sucede lo mismo: ¿merece la pena comprometerse en su proyecto de humanizar la vida o es más práctico ocuparnos cada uno de nuestro propio bienestar? Mientras tanto se nos puede pasar la vida sin tomar decisión alguna.

Jesús cuenta dos breves parábolas. En ambos relatos, el respectivo protagonista se encuentra con un tesoro enormemente valioso o con una perla de valor incalculable. Los dos reaccionan del mismo modo: venden todo lo que tienen y se hacen con el tesoro o con la perla. Es, sin duda, lo más sensato y razonable.

El reino de Dios está «oculto». Muchos no han descubierto todavía el gran proyecto que tiene Dios de un mundo nuevo. Sin embargo, no es un misterio inaccesible. Está «oculto» en Jesús, en su vida y en su mensaje. Una comunidad cristiana que no ha descubierto el reino de Dios no conoce bien a Jesús, no puede seguir sus pasos.

El descubrimiento del reino de Dios cambia la vida de quien lo descubre. Su «alegría» es inconfundible. Ha encontrado lo esencial, lo mejor de Jesús, lo que puede trasformar su vida. Si los cristianos no descubrimos el proyecto de Jesús, en la Iglesia no habrá alegría.

Los dos protagonistas de las parábolas toman la misma decisión: «venden todo lo que tienen». Nada es más importante que «buscar el reino de Dios y su justicia». Todo lo demás viene después, es relativo y ha de quedar subordinado al proyecto de Dios.

Esta es la decisión más importante que hemos de tomar en la Iglesia y en las comunidades cristianas: liberarnos de tantas cosas accidentales para comprometernos en el reino de Dios. Despojarnos de lo superfluo. Olvidarnos de otros intereses. Saber «perder» para «ganar» en autenticidad. Si lo hacemos, estamos colaborando en la conversión de la Iglesia.

FUENTE: http://www.gruposdejesus.com/

 

NO SOMOS UN CAMPO QUE CONTIENE UN TESORO

Fray Marcos

El evangelio de este domingo nos propone las tres últimas parábolas del capítulo 13 de Mt. comentaremos el tesoro y la perla, que tienen un mismo mensaje. Si descubrimos lo que más vale, daremos a nuestra voluntad un objeto claro, porque la voluntad no puede ser movida más que por el bien, y en el caso de dos bienes siempre será movida por el mayor. Lo que Dios es en mí, es el tesoro, es la perla. No se trata de un conocimiento discursivo o racional, sino de una experiencia profunda y viva. Seguimos empeñados en descubrir a un Dios que está fuera y que nos dé seguridades desde allí.

Menos mal que la comunidad de Mt no se atrevió a alegorizarlas. No lo tenía fácil. El mensaje es idéntico en las dos pero tiene matices significativos. Una diferencia es que en un caso el encuentro es fortuito. Y en el otro, es consecuencia de una búsqueda. Otra es que en la primera se identifica el Reino con el tesoro, pero en la segunda se identifica con el comerciante que busca perlas. Puede ser una pista para descubrir que la comparación no es con uno ni con otro, sino que hay que buscarla en el conjunto del relato. Las dos opciones se hacen con un grado de incertidumbre. Los dos se arriesgan al dar el paso.

La parábola no juzga la moralidad de las acciones narradas; simplemente propone unos hechos para que nosotros nos traslademos a otro ámbito. En efecto, tanto el campesino, como el comerciante, obran de forma fraudulenta y por lo tanto injusta (aunque legal). Los dos se aprovechan de unos conocimientos privilegiados para engañar al vecino. No actúan por desprendimiento sino por egoísmo. “Renuncian” a unos bienes para conseguir bienes mayores. No es su objetivo vivir de otra manera, sino conseguir una vida material mejor. Da un ejemplo material pero en el orden espiritual las cosas no funcionan así.

En estas dos parábolas vemos claro cómo no todo lo que dicen es aprovechable. Jesús en el evangelio advierte una y mil veces del peligro de las riquezas; no puede aquí invitarnos a conseguirlas en sumo grado. El mensaje es muy concreto. El punto de inflexión en las dos parábolas es el mismo: “vende todo lo que tiene y compra”. Sería sencillamente una locura. Si vende todo lo que tiene para comprar la perla, ¿qué comería al día siguiente? ¿Dónde viviría? Esa imposibilidad radical en el orden material, es precisamente lo que nos hace saltar a otro orden, en el que sí es posible. Ahí está la clave del mensaje.

Hay dos matices interesantes. El primero es el abismo que existe entre lo que tienen y lo que descubren. El segundo es la alegría que les produce el hallazgo. Yo la haría todavía más simple: Un campesino pobre, que solo tiene un pequeño campo, en el que cava cada vez más hondo, un día encuentra un tesoro. O un comerciante de perlas que un día descubre, entre las que tiene almacenadas, una de inmenso valor. Evitaríamos así poner el énfasis en la venta de lo que tiene, que solo pretende indicar el valor de lo encontrado. Todo lo contrario, se trata de un minucioso cálculo, que les lleva a la suprema ganancia.

No damos un paso en nuestra vida espiritual porque no hemos encontrado el tesoro en lo que ya somos. Sin este descubrimiento, todo lo que hagamos por alcanzar una religiosidad auténtica, será pura programación y por lo tanto inútil. Nada vamos a conseguir si previamente no descubrimos lo que somos. Nuestra principal tarea será tomar conciencia de esa Realidad. Si la descubrimos, prácticamen­te está todo hecho. La parábola al revés, no funciona. El vender todo lo que tienes, antes de descubrir el tesoro, que es lo que siempre se nos ha propuesto, no es garantía ninguna de éxito.

Un ancestral relato nos ayudará: cuando los dioses crearon al hombre, pusieron en él algo de su divinidad, pero el hombre hizo un mal uso de esa divinidad y decidieron quitársela. Se reunieron en gran asamblea para ver donde podían esconder ese tesoro. Uno dijo: pongámoslo en la cima de la montaña más alta. Pero otro dijo: No, que terminará escalándola y dará con él. Otro dijo: lo pondremos en lo más hondo del océano. Alguien respondió: No, que terminará bajando y la descubrirá. Por fin dijo uno: ¡Ya sé dónde lo esconderemos! La pondremos en su corazón. Allí nunca lo buscará.

Tenemos que aclarar que el tesoro no es Jesús, como deja entender Pablo, y sobre todos los santos padres. Jesús descubrió la divinidad dentro de él. Éste es el principal dogma cristiano. “Yo y el Padre somos uno”. Tampoco la Escritura puede considerarse el tesoro. En muchas homilías, he visto estas interpretaciones de las parábolas. La Escritura es el mapa que nos puede conducir al tesoro, pero no es el tesoro. Tampoco podemos presentar a la Iglesia como tesoro o perla. En todo caso, sería el campo donde tengo que cavar (a veces muy hondo) para encontrarme a mí mismo.

Jesús no pide más perfección sino más confianza, más alegría, más felicidad. Es bueno todo lo que produce felicidad en ti y en los demás. Solamente es negativa la alegría que se consigue a costa de las lágrimas de los demás. Cualquier renuncia que produzca sufrimiento, en ti o en otro, no puede ser evangélica. Fijaos que he dicho sufrimiento, no esfuerzo. Sin esfuerzo no puede haber progreso en humanidad, pero ese esfuerzo tiene que sumirme en la alegría de ser más. Lo que el evangelio valora no es el hecho de renunciar. Lo que me tiene que hacer feliz es descubrir la plenitud que ya soy.

El tesoro es el mismo Dios presente en cada uno de nosotros. Es la verdadera realidad que soy, y que son todas las demás criaturas. Lo que hay de Dios en mí es el fundamento de todos los valores. En cuanto las religiones olvidan esto, se convierten en ideologías esclavizantes. El tesoro, la perla no representan grandes valores sino una realidad que está más allá de toda valoración. El que encuentra la perla preciosa, no desprecia las demás. Dios no se contrapone a ningún valor, sino que potencian el valor de todo. Presentar a Dios como contrario a otros valores, es la manera de hacerle ídolo.

Vivimos en una sociedad que funciona a base de trampas. Si fuésemos capaces de llamar a las cosas por su nombre, la sociedad quedaría colapsada. Si los políticos nos dijeran simplemente la verdad, ¿a quién votaríamos? Si los jefes religiosos dejaran de meter miedo con un dios justiciero, ¿qué caso haríamos a sus propuestas? En cambio, si de la noche a la mañana todos nos convenciéramos de que ni el dinero ni la salud ni el poder ni el sexo ni la religión eran los valores supremos, nuestra sociedad quedaría purificada. Los intereses materiales y egoístas son lo que de verdad mueven los hilos de la sociedad.

Tener claro que soy el tesoro supremo, la perla más valiosa, me permite valorar en su justa medida todo lo demás. No se trata de despreciar el resto sino de tener claro lo que vale de veras. El “tesoro” nunca será incompatible con todos los demás valores que nos ayudan a ser más humanos. Es una constante tentación de las religiones ponernos en el brete de tener que elegir entre el bien y el mal. Esta postura es radicalmente equivocada. Lo que hay que tener muy claro es cuales son las prioridades, dentro de los valores. Debemos tener claro dónde está el valor supremo y qué valores son relativos o falsos.

Meditación

Eres el mayor tesoro que puedas imaginar.
Si aún no te has dado cuenta,
es que has buscado algo imaginado por ti
o que no has bajado al centro de tu ser.
Una vez descubierto lo que hay de Dios en ti,
todo lo demás es coser y cantar.
 

Fray Marcos

FUENTE: https://www.feadulta.com/es/buscadoravanzado/item/12003-no-somos-un-campo-que-contiene-un-tesoro.html

domingo, 19 de julio de 2020

LA FRASE DE LA SEMANA

CORRESPONDIENTE EL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA


PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mt 13, 24-43

sábado, 18 de julio de 2020

Domingo XVI Ordinario – Ciclo A (Mateo 13, 24-43)


Domingo XVI Ordinario – Ciclo A (Mateo 13, 24-43) – 19 de julio de 2020


“... pueden arrancar también el trigo”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*

Monseñor Alberto Giraldo Jaramillo, Arzobispo emérito de Medellín, a propósito de los conflictos y problemas que vivimos todos los días, y recordando el documento de Puebla, decía en una entrevista: “la línea divisoria entre el bien y el mal pasa por el corazón de cada uno. No podemos decir: ustedes son los malos, nosotros los buenos”. Muy fácilmente, en medio de los conflictos humanos, tomamos posición y señalamos a los demás como los malos, sintiéndonos nosotros libres de toda culpa y como voceros de los ‘buenos’. Esto no sólo pasa en el ámbito sociopolítico, sino también en las relaciones cotidianas, corriendo el peligro de pensar que los problemas se solucionan desapareciendo al que piensa diferente. Desde luego, esta es una falacia de la que despertamos tan pronto eliminamos al primer ‘contrario’, porque más nos demoramos en hacerlo, que lo que demora la aparición de uno nuevo, en versión mejorada...

La contradicción está sembrada en el corazón de nuestra propia existencia. Heráclito (ca. 540-480 a.C.), filósofo griego, solía decir: “Pólemos, la guerra, es el padre de todas las cosas”. Y también afirmaba: “El camino de subida y de bajada es uno solo y el mismo”, queriendo recoger la percepción que él tenía de la realidad, en la cual está siempre presente la contradicción... Nuestra vida no es muy distinta. También en nosotros viven enfrentados el bien y el mal, y querer negarlo o eliminar totalmente la raíz de lo negativo, es muy arriesgado, porque se puede dañar también lo bueno.

Esto es, precisamente, lo que señala Jesús en la parábola del trigo y la cizaña. Dentro de cada uno de nosotros habita la contradicción y vivimos, permanentemente, movidos por, lo que san Ignacio de Loyola llama, el Buen Espíritu y el enemigo de natura humana. Por eso es muy importante discernir constantemente las mociones (los movimientos) interiores, que pueden manifestarse como pensamientos, sentimientos o sensaciones que tenemos frente a los acontecimientos cotidianos de nuestra vida.

Podríamos decir que el Reino de los cielos se parece a una madre de familia que le sirve a sus tres hijos un suculento plato de bocachico (pescado de los ríos de Colombia que tiene la característica de tener muchas espinas) para el almuerzo. El primer hijo opta por escarbar un poco el pescado y comerse sólo lo pulpito por miedo a las espinas. Deja casi todo el alimento en el plato. El segundo hijo, se come el pescado sin mucho cuidado y se atraganta con las espinas hasta que le tienen que dar un pedazo de yuca o de papa para que no se ahogue. Y el tercero, pacientemente, va masticando con cuidado cada bocado y va sacando a un lado las espinas, hasta que termina de comerse el delicioso bocachico que su mamá le ofreció.

En nuestra vida podemos tener una de estas tres actitudes. O esquivar siempre los obstáculos por miedo a las espinas; o comernos todo sin darnos cuenta de lo que nos puede hacer daño; o, finalmente, saborear la vida y degustar con paciencia toda su riqueza, seleccionando bien cada bocado, para quedarnos con lo bueno, con lo nutritivo, con lo que nos alimenta, sin despreciar nada de lo que Dios nos brinda con amor, pero sin tragarnos el veneno y la cizaña que nunca se pueden eliminar completamente.

Fuente: http://www.religiondigital.org/encuentros_con_la_palabra/


La vida es más que lo que se ve
José Antonio Pagola
Por lo general, tendemos a buscar a Dios en lo espectacular y prodigioso, no en lo pequeño e insignificante. Por eso les resultaba difícil a los galileos creer a Jesús cuando les decía que Dios estaba ya actuando en el mundo. ¿Dónde se podía sentir su poder? ¿Dónde estaban las «señales extraordinarias» de las que hablaban los escritores apocalípticos?
Jesús tuvo que enseñarles a captar la presencia salvadora de Dios de otra manera. Les descubrió su gran convicción: la vida es más que lo que se ve. Mientras vamos viviendo de manera distraída sin captar nada especial, algo misterioso está sucediendo en el interior de la vida.
Con esa fe vivía Jesús: no podemos experimentar nada extraordinario, pero Dios está trabajando el mundo. Su fuerza es irresistible. Se necesita tiempo para ver el resultado final. Se necesita, sobre todo, fe y paciencia para mirar la vida hasta el fondo e intuir la acción secreta de Dios.
Tal vez la parábola que más les sorprendió fue la de la semilla de mostaza. Es la más pequeña de todas, como la cabeza de un alfiler, pero con el tiempo se convierte en un hermoso arbusto. Por abril, todos pueden ver bandadas de jilgueros cobijándose en sus ramas. Así es el «reino de Dios».
El desconcierto tuvo que ser general. No hablaban así los profetas. Ezequiel lo comparaba con un «cedro magnífico», plantado en una «montaña elevada y excelsa», que echaría un ramaje frondoso y serviría de cobijo a todos los pájaros y aves del cielo. Para Jesús, la verdadera metáfora de Dios no es el «cedro», que hace pensar en algo grandioso y poderoso, sino la «mostaza», que sugiere lo pequeño e insignificante.
Para seguir a Jesús no hay que soñar en cosas grandes. Es un error que sus seguidores busquen una Iglesia poderosa y fuerte que se imponga sobre los demás. El ideal no es el cedro encumbrado sobre una montaña alta, sino el arbusto de mostaza que crece junto a los caminos y acoge por abril a los jilgueros.
Dios no está en el éxito, el poder o la superioridad. Para descubrir su presencia salvadora, hemos de estar atentos a lo pequeño, lo ordinario y cotidiano. La vida no es solo lo que se ve. Es mucho más. Así pensaba Jesús.


La cizaña debe arrancarse siempre para que el trigo crezca
Fray marcos

La parábola de la cizaña es una de las siete que Mt narra en el capítulo 13. Como decíamos el domingo pasado, se trata de un contexto artificial. Como todas las parábolas se trata de un relato anodino e inofensivo por sí mismo, pero que, descubriendo la intención del que la relata, puede llevarnos a una reflexión muy seria sobre la manera que tenemos de catalogar a las personas como buenos y malos. Mal entendida, puede dar pábulo a un maniqueísmo nefasto, que tergiversa el mensaje de Jesús. Bien y mal se encuentran inextricablemente unidos en cada uno de nosotros.
El punto de inflexión en la lógica del relato lo encontramos en las palabras del dueño del campo. “dejadlos crecer juntos hasta la siega”. Lo lógico sería que se ordenara arrancar la cizaña en cuanto se descubriera en el sembrado, para que no disminuyera la cosecha. Pero resulta que, contra toda lógica, el amo ordena a los criados que no arranquen la cizaña, sino que la dejen crecer con el trigo. Este quiebro, es el que debe hacernos pensar. No es que el dueño del campo se haya vuelto loco, es que el que relata la parábola quiere hacernos ver que otra visión de la realidad es posible.
El domingo pasado una cosecha del ciento por uno (cuando el diez por uno era un buen rendimiento) era el quiebro que nos obliga a saltar a otro plano. Esa desorbitada cosecha no se puede dar en el trigo, luego tenemos que dar un salto para entender lo que nos quiere decir. Ya no se trata de tierra y grano sino de fruto espiritual. La falta de lógica está en no arrancar la cizaña. Si en el campo de trigo se nos pide hacer lo contrario de lo que se debe, nos obliga a saltar a otro nivel en que eso sea posible. En el orden espiritual no solo no se debe arrancar la cizaña sino que no se puede separar.
Empecemos por notar que el sembrador siembra buena semilla. La cizaña tiene un origen distinto. Este lenguaje debemos explicarlo. Según aquella mentalidad, hay un enemigo del hombre empeñado en que no alcance su plenitud. Pero la hipótesis del maniqueísmo es innecesaria. Durante milenios el hombre trató de buscar una respuesta coherente al interrogante que plantea la existencia del mal. Hoy sabemos que no tiene que venir ningún maligno a sembrar mala semilla. La limitación que nos acompaña como criaturas, da razón suficiente para explicar los fallos de toda vida humana.
La vida arrastra tres mil ochocientos millones de años de evolución que ha ido siempre en la dirección de asegurar la supervivencia del individuo y de su especie. A ese objetivo estaba orientado cualquier otro logro. Al aparecer la especie humana, descubre que hay un objetivo más valioso que el de la simple supervivencia. Al intentar caminar hacia esa nueva plenitud de ser que se le abre en el horizonte, el hombre tropieza con esa enorme inercia que le empuja al objetivo puramente egoísta. En cuanto se relaja un poco, aparece la fuerza que le arrastra en la dirección equivocada del individualismo.
El objetivo de subsistencia individual y el nuevo horizonte de unidad-amor que se le abre al ser humano no son contradictorios. En el noventa por ciento deben coincidir. Pero esa pequeña proporción que les diferencia no es fácil de apreciar. Como en el caso de la cizaña y el trigo, solo cuando llega la hora de dar fruto queda patente lo que los distingue. Es inútil todo intento de dilucidar teóricamente lo que es bueno o lo que es malo. La mayoría de las veces el hombre solo descubre lo bueno o lo malo después de innumerables errores en su intento por acertar en su caminar hacia la plenitud.
El trigo y la cizaña tienen que convivir a pesar de que son plantas antagónicas y lo que produce una, será siempre a costa de la otra. La cizaña perjudica al trigo, pero la realidad es que son inseparables. Aplicado al ser humano, la cosa se complica hasta el infinito, porque en cada uno de nosotros coexisten juntos cizaña y trigo. Nunca conseguiremos eliminar del todo nuestra cizaña. Solo tomando conciencia de esto, superaremos el puritanismo y podremos aceptar al otro con su propia cizaña.
Esta mezcla inextricable no es un defecto que le viene al ser humano de fábrica, como se ha hecho creer con mucha frecuencia; por el contrario, se trata de nuestra misma naturaleza. Dejaríamos de ser humanos si se anularan todas nuestras limitaciones. No solo es absurdo el considerar a uno bueno y a otro malo, sino que el solo pensar que una persona se pueda considerar perfecta es descabellado. Arrancar la cizaña en nosotros y en los demás ha sido una tentación, que arrastramos desde tiempo inmemorial.
También hoy Jesús, a petición de sus discípulos, explica la parábola. Una vez más, no se trata de una explicación de Jesús, sino de un añadido de la primera comunidad, que convirtió las parábolas en alegorías para poder utilizarla como instrumento moralizante. En la explicación que da el evangelio de esta parábola, se ve con toda claridad la diferencia entre parábola y alegoría. Podemos apreciar cómo se desvía el acento desde la necesidad de convivir con el diferente a la insistencia en que los malos serán quemados, con la intención de que el miedo a ser chamuscados nos haga mejores.
Si a través de veinte siglos, la Iglesia hubiera hecho caso de esta parábola, ¡cuántos atropellos se hubieran evitado! En todos los tiempos se ha perseguido al que discrepa, solo por el afán de conservar la pureza legal, que tanto preocupa a los dirigentes. Se ha excomulgado, se ha desterrado, se ha quemado en la hoguera a miles de cristianos que eran bellísimas personas, aunque no coincidieran en todo con los cánones oficiales. Es patético que, a algunos de los que han sido sacrificados, se les haya declarado santos.
Aún tenemos pendiente un cambio en nuestra actitud ante el diferente. Hemos sido educados en el exclusivismo. Se nos ha enseñado a despreciar al diferente. Jesús sabía muy bien lo que decía a un pueblo judío que se creía elegido y superior a todos los demás. A pesar de la claridad del mensaje, muy pronto olvidaron los cristianos las enseñanzas de Jesús y reprodujeron el exclusivismo judío. Una sola frase resume esta actitud totalmente antievangélica: “fuera de la Iglesia no hay salvación”. Esta máxima (mínima) ha sido defendida, todavía, por el último Catecismo de la Iglesia Católica.
La parábola no solo se aplica al orden moral sino a la doctrina y al culto. En las verdades también hay trigo y cizaña y tampoco se puede separar el error de la verdad. Dice un proverbio oriental: si te empeñas en cerrar la puerta a todos los errores, dejarás inevitablemente fuera la verdad. También Nietzsche dijo algo parecido a esto: en un discurso un poco largo el más sabio es una vez tonto y dos veces necio. En el culto, el trigo sería un descubrimiento de Dios en nosotros y una verdadera relación con Él. Cizaña sería quedarnos en los ritos externos y no llega a la vivencia. En la moral: las prostitutas y lo pecadores os llevan la delantera en el reino de Dios. El sábado está hecho para el hombre y no el hombre para el sábado.
Meditación
Por mucho que nos empeñemos en impedirlo,
la cizaña y el trigo van a seguir creciendo juntos.
Si descubres los fallos en los que tropiezas cada día,
estarás en condiciones de aceptar a los demás con los suyos.
El objetivo del cristiano no es alcanzar la perfección,
sino aceptar al otro a pesar de sus fallos.
Fray Marcos




domingo, 12 de julio de 2020

LA FRASE D LA SEMANA

CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA


PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mt 13, 1-23

sábado, 11 de julio de 2020

Domingo XV Ordinario – Ciclo A


Domingo XV Ordinario – Ciclo A (Mateo 13, 1-23) – 12 de julio de 2020




“Un sembrador salió a sembrar”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Sembrador Incansable

Padre amoroso y bueno,
sembrador incansable de los tiempos,
tu que desde el principio del mundo,
cuando todo era caos y oscuridad,
saliste a los caminos de la historia
con tu costal repleto de semillas generosas
y fuiste repartiendo con paciencia
los gérmenes fecundos de una vida nueva.
No nos dejes caer en la tentación
de hacernos caminos resbalosos
que no recogen en su seno
las maravillas infinitas
de tu exuberante creación.

Señor Jesús,
semilla primordial,
tu que sabes de siembras dadivosas,
de dar sin recibir,
de amor hasta el extremo,
enséñanos a estar dispuestos
para acoger tu vida
que explota hasta nosotros.
No nos dejes caer en la tentación
del crecimiento fácil y veloz
que brota sin raíces
y muere prematuro
sin ofrecer al mundo
su cosecha amanecida de belleza.


Espíritu de sabiduría,
luz que penetras las almas,
e iluminas sin descanso
nuestras oscuras tinieblas,
haz germinar en nosotros
la Palabra de la vida.
No nos dejes caer en la tentación
de ahogar en nuestro surco
la semilla humilde y débil
que crece vacilante
en medio de las preocupaciones,
las riquezas y placeres de la vida.

Dios uno y trino,
que sigues repartiendo tus semillas
con paciencia sin fronteras
y la libertad del viento,
ayúdanos a ser tierra buena,
que se abre a tu Palabra
para recibir sin condiciones
tu semilla siempre nueva.
Hágase tu voluntad en nuestra tierra
y danos un corazón perseverante,
para ofrecer al mundo
los desbordantes gozos
de una cosecha centuplicada
que salte con la alegría
de la espiga agradecida.

Amén


Escribí esta oración para algún encuentro, intentando combinar las imágenes de la parábola del sembador con algunas peticiones del Padrenuestro… A través de esas cuatro imágenes que Jesús nos ofrece en su parábola, nos invita a revisar cómo nos disponemos para el “Encuentro con la Palabra”. Podemos ser resbalosos y duros como el camino que permite que las aves se coman lo que Dios quiere sembrar en nosotros; o producir resultados rápidos y superficiales que no soportan el castigo del sol, por falta de raíces y hondura en el corazón; podemos también dejar que los espinos nos ahoguen en medio de la preocupaciones y afanes de la vida. Por último, es posible que la Palabra encuentre en nosotros tierra buena, que acoge la semilla y la deja crecer, para ofrecer al mundo los desbordantes gozos de una cosecha centuplicada.




LA FUERZA OCULTA DEL EVANGELIO
José Antonio Pagola

La parábola del sembrador es una invitación a la esperanza. La siembra del evangelio, muchas veces inútil por diversas contrariedades y oposiciones, tiene una fuerza incontenible. A pesar de todos los obstáculos y dificultades, y aun con resultados muy diversos, la siembra termina en cosecha fecunda que hace olvidar otros fracasos.
No hemos de perder la confianza a causa de la aparente impotencia del reino de Dios. Siempre parece que «la causa de Dios» está en decadencia y que el evangelio es algo insignificante y sin futuro. Y sin embargo no es así. El evangelio no es una moral ni una política, ni siquiera una religión con mayor o menor porvenir. El evangelio es la fuerza salvadora de Dios «sembrada» por Jesús en el corazón del mundo y de la vida de los hombres.
Empujados por el sensacionalismo de los actuales medios de comunicación, parece que solo tenemos ojos para ver el mal. Y ya no sabemos adivinar esa fuerza de vida que se halla oculta bajo las apariencias más desalentadoras.
Si pudiéramos observar el interior de las vidas, nos sorprendería encontrar tanta bondad, entrega, sacrificio, generosidad y amor verdadero. Hay violencia y sangre en el mundo, pero crece en muchos el anhelo de una verdadera paz. Se impone el consumismo egoísta en nuestra sociedad, pero son bastantes los que descubren el gozo de una vida sencilla y compartida. La indiferencia parece haber apagado la religión, pero en no pocas personas se despierta la nostalgia de Dios y la necesidad de la plegaria.
La energía transformadora del evangelio está ahí trabajando a la humanidad. La sed de justicia y de amor seguirá creciendo. La siembra de Jesús no terminará en fracaso. Lo que se nos pide es acoger la semilla. ¿No descubrimos en nosotros mismos esa fuerza que no proviene de nosotros y que nos invita sin cesar a crecer, a ser más humanos, a transformar nuestra vida, a tejer relaciones nuevas entre las personas, a vivir con más transparencia, a abrirnos con más verdad a Dios?


LA SEMILLA YA ESTÁ EN MÍ
Fray Marcos

Mateo agrupa siete parábolas en un solo capítulo, el 13, que hoy comenzamos a leer. No es probable que Jesús haya dicho todas estas parábolas de una sentada. Marcos y Lucas las colocan en distintas circunstancias. La parábola es un género literario muy apropiado para hablar de realidades trascendentes. Al partir de conceptos simples, tomados de la vida cotidiana y que todo el mundo conoce, trata de proyectarnos hacia una realidad que va más allá de lo material. La parábola, por estar pegada a la vida misma, mantiene el frescor de lo genuino y auténtico a través del tiempo y las culturas.
El relato en sí no es significativo. A mí poco me importa cómo nace y da fruto la semilla. Pero ese relato, en sí anodino, da que pensar, cuestiona mi manera de ser, me dice que otro mundo es posible y espera de mí una respuesta vital. Esta propuesta solo se puede hacer con metáforas. En toda parábola existe un punto de inflexión que rompe la lógica del relato. En esa quiebra se encuentra el verdadero mensaje. En esta parábola, la ruptura se produce al final. En la Palestina de entonces, el diez por uno, se consideraba una excelente cosecha. Tu tierra puede llegar a producir el ciento por uno. ¡Una locura!
El objetivo de las parábolas es sustituir una manera de ver el mundo miope, por otra abierta a una nueva realidad llena de sentido. Obliga a mirar a lo más profundo de sí mismo y descubrir posibilidades insospechadas. La parábola es un método de enseñanza que permite no decir nada al que no está dispuesto a cambiar, y a decir más de lo que se puede decir con palabras al que está dispuesto a escuchar. Quien la oye, debe hacer realidad la utopía del relato y empezar a vivir de acuerdo con lo sugerido.
La explicación que los tres evangelistas ponen a continuación, no aporta nada al relato. Las parábolas ni necesitan ni admiten explicación. Jesús no pudo caer en la trampa de intentar explicarlas. La alegorización de la parábola es fruto de la primera comunidad, que intenta extraer consecuencias morales. Para descubrir el sentido hay que dejarse empapar por las imágenes. La parábola exige una respuesta personal no retórica sino vital; obliga a tomar postura ante la alternativa de vida que propone. Si no se toma una decisión, ya se ha definido la postura: continuar con la propia manera de vivir la realidad.
Los exégetas apuntan a que, en un principio, los protagonistas de la parábola fueron el sembrador y la semilla. El sembrador como ejemplo de generosidad y la semilla como ejemplo de potencial ilimitado. El objetivo habría sido animar a predicar sin calcular la respuesta de antemano. Hay que sembrar a voleo, sin preocuparse de donde cae. La semilla debe llegar a todos. En línea con la primera lectura, pretende que se descubra la fuerza de la semilla en sí, aunque necesite unas mínimas condiciones para desarrollarse.
No debemos dar importancia a la cantidad de respuestas. La intensidad de una sola respuesta puede dar sentido a toda la siembra. La sinuosa y larga trayectoria de la existencia humana queda justificada con la aparición de un solo Francisco de Asís o de una Teresa de Calcuta. Por eso Jesús pudo decir: El Reino ya está aquí, yo lo hago presente. Debemos comprender que el Reino puede estar creciendo, cuando el número de los cristianos está disminuyendo. Su plena manifestación depende de uno solo.
Más tarde, se dio a la parábola un cariz distinto, insistiendo en la disposición de los receptores, y dando toda la importancia a las condiciones de la tierra. Esta alegorización no sería original de Jesús sino un intento de acomodarla a la nueva situación de los cristianos, cambiando el sentido original y haciéndola más moralizante. Aún en un sentido alegórico, no debemos pensar en unas personas como tierra buena y otras, mala. Más bien debemos descubrir en cada uno de nosotros la tierra dura, las zarzas, las piedras que impiden a la semilla fructificar. En mi propia parcela hay tierra buena, piedras y zarzas.
No debemos identificar la “semilla” con la Escritura. Lo que llamamos “Palabra de Dios”, es ya un fruto de la semilla. Es la manifestación de una presencia que ha fructificado en experiencia personal. La verdadera “semilla” es lo que hay de Dios en nosotros. Lo importante no es la palabra, sino lo que la palabra expresa. Esa semilla lleva miles de años dando fruto, y seguirá cumpliendo su encargo. El Reino de Dios está ya aquí, pero su manera de actuar es paciente. La evolución ha sido posible gracias a infinitos fracasos.
Podemos recordar el prólogo de Jn. “En el principio ya existía La Palabra”; “y la palabra era Dios”; “En la Palabra había Vida”. La semilla es el mismo Dios-Vida germinando en cada uno de nosotros. Dios está en sus criaturas y se manifiesta en todas ellas como algo tan íntimo que constituye la semilla de todo lo que es. No debemos dar a entender que nosotros los cristianos somos los privilegiados que hemos recibido la semilla (Escritura). Dios se derrama en todos y por todos de la misma manera (a boleo). Dios no se nos da como producto elaborado, sino como semilla, que cada uno tiene que dejar fructificar.
Generalmente caemos en la trampa de creer que dar fruto es hacer obras grandes. La tarea fundamental del ser humano no es hacer cosas, sino hacerse. “Dar fruto” sería dar sentido a mi existencia de modo que al final de ella, la creación entera estuviera un poco más cerca de la meta. La meta de la creación es la UNIDAD. Yo no tengo que dar sentido a la creación sino impedir que por mi culpa pierda el sentido que ya tiene. Mi tarea sería no entorpecer la marcha de la creación entera hacia la consecución de su objetivo final.
Porque se trata de alcanzar la unidad en el Espíritu, esa plenitud de ser no la puedo encontrar encerrándome en mí mismo sino descubriendo al otro y potenciando esa relación con el otro como persona. Y digo como persona, porque generalmente nos relacionamos con los demás como cosas, de las que nos podemos aprovechar. Cuando hago esto me hago menos humano. Descubriendo al otro y volcándome en él, despliego mis mejores posibilidades de ser. Hemos llegado a lo que es la esencia de lo humano.
“El que tenga oídos que oiga”. Esa advertencia vale para nosotros hoy igual que para los que la oyeron de labios de Jesús. En aquel tiempo, era la doctrina oficial la que impedía comprender el mensaje de Jesús. Hoy siguen siendo los prejuicios religiosos los que nos mantienen atados a falsas seguridades, que nos sigue ofreciendo una religión muy alejada de los orígenes del cristianismo. El aferrarnos a esas seguridades es lo que sigue impidiendo una respuesta al mensaje, adecuada a nuestra situación actual. El evangelio es fácil de oír, más difícil de escuchar y cada vez más complicado de vivir.
Descubrir cuál sería el fruto al que se refiere la parábola sería la clave de su comprensión. El fruto no es el éxito externo, sino el cambio de mentalidad del que escucha. Se trata de situarse en la vida con un sentido nuevo de pertenencia, una vez superada la tentación del individualismo egocéntrico. El fruto sería una nueva manera de relacionarse con Dios, consigo mismo, con los demás y con la naturaleza. Nadie puede crecer en humanidad sin relaciones externas. Toda meditación profunda tiene como fin afinar mis relaciones.

Meditación
Dios se da totalmente, absolutamente, siempre y a todos.
Experimenta esta verdad y cambiará tu vida.
Descubrir a Dios como amor dinámico
es la base de toda experiencia religiosa.
Todo lo que Dios es, lo tienes a tu alcance.
Todo lo que tú eres y puedes ser, depende de ese don.
Fray Marcos





sábado, 4 de julio de 2020

Domingo XIV del tiempo Ordinario – Ciclo A


Domingo XIV del tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 11, 25-30) 5 de julio de 2020
 
 “Te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.


Conocí a Carlos Riesgo en Madrid, en una comunidad de Fe y Luz que lleva por nombre Ephetá, que significa: ¡Ábrete! Una comunidad que reúne, alrededor de la Palabra de Dios y de la construcción de la fraternidad, a niños y niñas con alguna deficiencia mental o psíquica, a sus familiares y a sus amigos. Jean Vanier y Marie Hélène Mathieu, fundaron estas comunidades hace ya más de treinta años y se han ido extendiendo a lo largo y ancho del mundo. En Colombia existe ya una comunidad de Fe y Luz que se llama ‘Camino de Betania’ y en muchos países estas comunidades han ido creciendo de modo lento y pausado, como debe ser el proceso de cualquier obra que de verdad quiera llegar a ser grande, como las ceibas de nuestros campos o el grano de mostaza del Evangelio.

Carlos sufre de una parálisis cerebral y tiene muchos problemas para moverse y para hablar; pero sus ojos, vivos como centellas, dicen más de lo que sus difíciles palabras alcanzan a expresar. Un buen día, a propósito de un encuentro al que fuimos un fin de semana junto con otras comunidades llegadas de otras ciudades, me pidieron que estuviera especialmente pendiente de Carlos los tres días que estaríamos reunidos. Él se defiende muy bien y hace prácticamente todo por sí mismo; lo único que necesitaba era apoyo y respaldo por cualquier eventualidad. Yo acepté el reto con mucho gusto.

Ese bendito fin de semana recibí una de las lecciones más importantes de mi vida; en esos tiempos estaba yo haciendo unos estudios de especialización en teología y contaba con un grupo de distinguidos profesores, todos ellos doctores. Sin embargo, el mejor profesor que tuve durante esos años fue Carlos Riesgo, no lo puedo dudar. El necesitaba apoyo y yo necesité paciencia... mucha paciencia, porque Carlos lo hace todo lentamente, a su ritmo: comer, moverse de un lugar a otro, acomodarse en su silla, arreglarse por las mañanas... Y, dentro de lo que hace lentamente, lo que más me costó trabajo fue su forma de hablar... Desacelerarse un fin de semana completo, para los que vamos por la vida como una moto, no resulta un trabajo fácil.

Cada vez que Carlos quería decirme algo, comenzaba a articular difícilmente las palabras, tratando de hacer una frase comprensible. Y yo, con el acelere de siempre, trataba de adivinar lo que quería decir, sin dejar que él terminara. Tan pronto yo lo interrumpía con una frase que no era la que él estaba tratando de armar, hacía un gesto con la mano y comenzaba de nuevo su tortuoso esfuerzo por expresarse. De nuevo, el hábil sabelotodo, que quiere apurar el paso y ganar tiempo, se me salía con otra frase que tampoco lograba adivinar el trabalenguas. Y vuelva a empezar... Hasta que, poco a poco, fui aprendiendo que cuando yo me quedaba callado y esperaba a que Carlos terminara de decir lo que quería decir, a la velocidad que él iba, entonces, ¡oh milagro!, entendía que lo que quería era un vaso con agua o que le alcanzara fruta...

“Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que escondiste de los sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido”. Este grito de júbilo de Jesús debió nacer después de haberse encontrado con alguna de estas personas que la sociedad desprecia o considera inútiles. Son ellos los depositarios de los secretos del Reino de Dios. Por eso, gracias a Carlos, el Señor me gritó: ¡Ephetá! para enseñarme a escuchar a los demás sin interrumpirlos; para aprender a callar y a respetar el ritmo de los sencillos... No se si he logrado vivir todo esto, pero siento la responsabilidad de alabar con Jesús la ocurrencia de Dios de revelarle los misterios del Reino a los más pequeños, ocultándolos de los sabios y entendidos. Por eso, tenemos que pedir todos los días que el Señor quiera abrir nuestros oídos para saber escuchar sus mensajes y dejarnos evangelizar por los más pobres de nuestra sociedad. “Sí, Padre, porque así lo has querido”.



APRENDER DE LOS SENCILLOS
José Antonio Pagola
Jesús no tuvo problemas con las gentes sencillas del pueblo. Sabía que le entendían. Lo que le preocupaba era si algún día llegarían a captar su mensaje los líderes religiosos, los especialistas de la ley, los grandes maestros de Israel. Cada día era más evidente: lo que al pueblo sencillo le llenaba de alegría, a ellos los dejaba indiferentes.
Aquellos campesinos que vivían defendiéndose del hambre y de los grandes terratenientes le entendían muy bien: Dios los quería ver felices, sin hambre ni opresores. Los enfermos se fiaban de él y, animados por su fe, volvían a creer en el Dios de la vida. Las mujeres que se atrevían a salir de su casa para escucharle intuían que Dios tenía que amar como decía Jesús: con entrañas de madre. La gente sencilla del pueblo sintonizaba con él. El Dios que les anunciaba era el que anhelaban y necesitaban.
La actitud de los «entendidos» era diferente. Caifás y los sacerdotes de Jerusalén lo veían como un peligro. Los maestros de la ley no entendían que se preocupara tanto del sufrimiento de la gente y se olvidara de las exigencias de la religión. Por eso, entre los seguidores más cercanos de Jesús no hubo sacerdotes, escribas o maestros de la ley.
Un día, Jesús descubrió a todos lo que sentía en su corazón. Lleno de alegría le rezó así a Dios: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla».
Siempre es igual. La mirada de la gente sencilla es, de ordinario, más limpia. No hay en su corazón tanto interés torcido. Van a lo esencial. Saben lo que es sufrir, sentirse mal y vivir sin seguridad. Son los primeros que entienden el evangelio.
Esta gente sencilla es lo mejor que tenemos en la Iglesia. De ellos tenemos que aprender obispos, teólogos, moralistas y entendidos en religión. A ellos les descubre Dios algo que a nosotros se nos escapa. Los eclesiásticos tenemos el riesgo de racionalizar, teorizar y «complicar» demasiado la fe. Solo dos preguntas: ¿por qué hay tanta distancia entre nuestra palabra y la vida de la gente? ¿Por qué nuestro mensaje resulta casi siempre más oscuro y complicado que el de Jesús?



DIOS NO PUEDE REVELARSE NI ESCONDERSE
Fray Marcos

En el evangelio de hoy hay tres párrafos bien definidos. El primero se refiere a Dios. El segundo, a la interdependencia total entre Jesús y Dios. El tercero, hace referencia a la relación entre nosotros y Jesús. Los tres manifiestan aspectos esenciales del mensaje de Jesús. Los dos primeros se encuentran también en Lc, pero en el contexto del éxito de los 72 y la intervención del Espíritu que llenó de alegría a Jesús. En la primera comunidad cristiana todos eran personas sencillas, que no podían gloriarse de nada y buscaban ser acogidas y guiadas. ¿Qué hubiera dicho Jesús de la Iglesia después de Constantino?
“Te doy gracias, Padre, porque…” Lo importante no es la acción de gracias en sí sino el motivo. Jesús no puede afirmar que Dios da a algunos lo que niega a otros. Lo que quiere decir es que, el Dios de Jesús no puede ser aceptado más que por la gente sencilla y sin prejuicios. Los engreídos, los soberbios, los sabios tienen capacidad para crearse su propio Dios. Los “sabios y entendidos” eran los especialistas de la Ley. Su pretendido conocimiento de Dios les daba derecho a sentirse seguros, poseedores de la verdad. No tenían nada que aprender pero eran los únicos que podían enseñar.
¿Quiénes eran los sencillos? “El “nepios” griego tiene muchos significados, pero todos van en la misma dirección: infantil, niño, menor de edad, incapaz de hablar; y también: tonto, infeliz, ingenuo, débil. No tenía capacidad de razonamientos y les faltaba la mínima preparación para desplegarla. En todos descubrimos la ausencia de cálculo, la falta de doblez o segundas intenciones. Para la élite religiosa, los sencillos eran unos malditos, porque no conocían la Ley, y por lo tanto no podían cumplirla. Los sencillos eran los “sin voz”, “la gente de la tierra”. Según dice el Papa Francisco, los descartados.
Estas cosas son las experiencias de Dios que Jesús vivió y que nos quiere transmitir. No se trata de conocimiento sino de experiencia profunda. “Todo me lo ha entregado mi Padre…” Ese conocimiento de Dios no es fruto del esfuerzo humano, sino puro don; aunque no se niegue a nadie. El error de nuestra teología, fue creer que conocíamos a Jesús porque conocíamos a Dios; si Jesús era Dios, ya sabíamos lo que era Jesús. El texto nos dice que la única manera de conocer a Dios es aproximarnos a Jesús, pero no por conocimiento sino por haber hecho nuestra la experiencia de Dios que él tuvo.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré. La imagen de yugo se aplicaba a la Ley, que, tal como la imponían los fariseos, era ciertamente insoportable. El hombre desaparecía bajo el peso de más de 600 preceptos y 5.000 prescripciones, además de las tradiciones que eran innumerables y sumían a la gente en la imposibilidad de cumplirlas. Para los fariseos, la Ley era lo único absoluto. Jesús dice lo contrario: “El sábado está hecho para el hombre, no el hombre para el sábado”. La principal tarea de Jesús es liberar al hombre de las ataduras religiosas.
Mi yugo es llevadero y mi carga ligera. Jesús libera de los yugos y las cargas que oprimen al hombre y le impiden ser él mismo. No propone una vida sin esfuerzo; Sería engañar al ser humano que tiene experiencia de las dificultades de la existencia. Sin esfuerzo no hay verdadera vida humana. No es el trabajo exigente lo que malogra una vida, sino los esfuerzos que no llevan a ninguna plenitud. Todo lo que hagamos a favor del hombre se convertirá en felicidad porque traerá plenitud y felicidad.
Jesús propone un “yugo” pero no de opresión que vaya contra el hombre, sino para desplegar todas sus posibilidades de ser más humano. Jesús quiere ayudar al ser humano a desplegar su ser sin opresiones. El yugo y la carga serían como el peso de las alas para el ave. Claro que las alas tienen su peso, pero si se las quitas, ¿con qué volará? El motor de un avión es una tremenda carga, pero gracias a ese peso el avión vuela. Nuestras limitaciones son las que nos permiten avanzar hacia la meta.
Lo que acabamos de leer es evangelio (buena noticia). No hemos hecho caso a este mensaje. En cuanto pasaron los primeros siglos de cristianismo, se olvidó totalmente este evangelio, y se recuperó “el sentido común”. Nunca más se ha reconocido que Dios se pueda revelar a la gente sencilla. Es tan sorprendente lo que nos acaba de decir Jesús, que nunca nos lo hemos creído. Dios no comparte con el hombre el conocimiento, sino su misma Vida. Los que no creen en la evolución pueden disfrutar de una buena salud.
Si Dios se revela a la gente sencilla, ¿Qué cauces encontramos en nuestra institución para que esa revelación sea escuchada? ¿No estamos haciendo el ridículo cuando seguimos siendo guiados por los “sabios y entendidos” que se escuchan más a sí mismos que a Dios? A todos los niveles estamos en manos de expertos. En religión, la dependencia es absoluta, hasta el punto de prohibirnos pensar por nuestra cuenta. Recordad la frase del catecismo: “doctores tiene la Iglesia que os sabrán responder”.
Jesús no propone una religión menos exigente. Esto sería tergiversar el mensaje. Jesús no quiere saber nada de religiones. Propone una manera de vivir la cercanía de Dios, tal como él la vivió. Esa Vida profunda es la que puede dar sentido a la existencia, tanto del listo como del tonto, tanto del sabio como del ignorante, tanto del rico como del pobre. Todo lo que nos lleve a plenitud, será ligero. Este camino de sencillez no es fácil.
Los cansados y agobiados eran los que intentaban cumplir la Ley, pero fracasaban en el intento. De esas conciencias atormentadas abusaban los eruditos para someterlos y oprimirlos. Nada ha cambiado desde entonces. Los entendidos de todos los tiempos siguen abusando de los que no lo son y tratando de convencerles de que tienen que hacerles caso en nombre de Dios. Pío IX dijo: “solo hay dos clases de cristianos, los que tienen el derecho de mandar y los que tienen la obligación de obedecer”. Hoy ningún jerarca repetiría esas palabras, pero en la práctica, todos actúan desde esa perspectiva.
Descubramos en qué medida separamos la fe de la vida, la experiencia del conocimiento, el amor del culto, la conciencia de la moralidad, etc. Los predicadores seguimos imponiendo pesados fardos sobre las espaldas de los fieles. Nuestro anuncio no es liberador. Seguimos confiando más en los conocimientos teológicos, en el cumplimiento de unas normas morales y en la práctica de unos ritos, que en la sencillez de sabernos en Dios. Seguimos proponiendo como meta la “Ley”, no la Vida.
La gran carencia de nuestra comunidad hoy es la falta de experiencia interior. Pero esa situación nunca se podrá superar insistiendo en la doctrina, condenando a los que se atreven a discrepar de la doctrina oficial o imponiendo documentos que tratan de zanjar cuestiones discutibles. Lo que hay que enseñar a los cristianos es a vivir la experiencia del Dios de Jesús. Solo ahí encontraremos la liberación de toda opresión. Solo teniendo la misma vivencia de Jesús, descubriremos la libertad para ser nosotros mismos.

Meditación
Jesús conoce al Dios interior y nos lo puede revelar.
Debemos buscarlo en lo hondo de nuestro ser
y aceptar ese Dios como el único que puede liberarnos.
Todo dios que venga de otra parte será opresor.
Mientras más agobiados nos sintamos,
más necesitamos al Dios de Jesús que es el nuestro.
Fray Marcos