Domingo XXX Ordinario – Ciclo A (Mateo 22, 34-40) – 25 de octubre de 2020
“¿Cuál
es el mandamiento más importante de la ley?”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
En la manija interior de la puerta de mi cuarto, hay
una tirita de papel, colgada de un trozo de lana roja, que tiene escritas dos
frases. Por un lado, dice: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda
tu alma y con toda tu mente”. Y por el otro, dice: “Ama a tu prójimo como a ti
mismo”. Ya está un poco deteriorada, pero me ha acompañado por los lugares
donde he vivido en los últimos años.
Recordando la sugerencia del libro del Deuteronomio
que decía: “Lleva estos mandamientos atados en tu mano y en tu frente como
señales, y escríbelos también en los postes y en las puertas de tu casa” (Dt.
6, 8-9), le propuse, hace algunos años, a los niños y niñas de Mejorada del
Campo, una pequeña población a las afueras de Madrid, España, que ataran estos
lazos de lana con la tirita de papel en sus muñecas y que luego la colocaran en
las puertas de sus cuartos. Los niños salieron felices de la misa con sus pulseras
de lana y, estoy seguro de que compartieron con sus familias lo que habían
descubierto en la Eucaristía ese día.
El sentido del compartir dominical con estos niños y
niñas, que asisten todavía hoy a la Eucaristía dominical, era que se trataba de
dos leyes inseparables. Como la cara y el sello de una moneda. Es imposible
separarlas. Si llevas una, tienes que llevar la otra; pues, “si alguno dice:
«Yo amo a Dios», y al mismo tiempo odia a su hermano, es un mentiroso. Pues si
uno no ama a su hermano, a quien ve, tampoco puede amar a Dios a quien no ve”
(1 Jn. 4, 20).
Cuando los fariseos le preguntan a Jesús, “para
tenderle una trampa”, “¿cuál es el mandamiento más importante de la ley?”, no
se imaginaban que Jesús les iba a dar un compendio de “toda la ley y de las
enseñanzas de los profetas”. Para Jesús estos dos mandamientos son muy “parecidos”
... No son dos, sino uno mismo.
Siempre que cierro la puerta de mi cuarto, por las
noches, antes de descansar, reviso el día que ha pasado y me detengo en estos
dos mandamientos, inseparables, que nos recuerda Jesús en el Evangelio de este
domingo. Revisarnos sobre el amor a Dios y al prójimo supone dos dinámicas
simultáneas que no podemos nunca separar, tal como lo expresa Benjamín González
Buelta, S.J. en uno de sus poemas:
“Soy la misma relación en todo encuentro.
Si en verdad soy contigo fuego,
con sólo abrir los ojos y dar un paso,
no seré con el hermano, hielo”.
Fuente: “Encuentros con la Palabra”
NO OLVIDAR LO ESENCIAL
José Antonio Pagola
No era fácil para los contemporáneos de Jesús tener
una visión clara de lo que constituía el núcleo de su religión. La gente
sencilla se sentía perdida. Los escribas hablaban de seiscientos trece
mandamientos contenidos en la ley. ¿Cómo orientarse en una red tan complicada
de preceptos y prohibiciones? En algún momento, el planteamiento llegó hasta
Jesús: ¿qué es lo más importante y decisivo? ¿Cuál es el mandamiento principal,
el que puede dar sentido a los demás?
Jesús no se lo pensó dos veces y respondió recordando
unas palabras que todos los judíos varones repetían diariamente al comienzo y
al final del día: «Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor.
Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu
ser». Él mismo había pronunciado aquella mañana estas palabras. A él le
ayudaban a vivir centrado en Dios. Esto era lo primero para él.
Enseguida añadió algo que nadie le había preguntado:
«El segundo mandato es: amarás a tu prójimo como a ti mismo». Nada hay más importante
que estos dos mandamientos. Para Jesús son inseparables. No se puede amar a
Dios y desentenderse del vecino.
A nosotros se nos ocurren muchas preguntas. ¿Qué es
amar a Dios? ¿Cómo se puede amar a alguien a quien no es posible siquiera ver?
Al hablar del amor a Dios, los hebreos no pensaban en los sentimientos que
pueden nacer en nuestro corazón. La fe en Dios no consiste en un «estado de
ánimo». Amar a Dios es sencillamente centrar la vida en él para vivirlo todo
desde su voluntad.
Por eso añade Jesús el segundo mandamiento. No es
posible amar a Dios y vivir olvidado de gente que sufre y a la que Dios ama
tanto. No hay un «espacio sagrado» en el que podamos «entendernos» a solas con
Dios, de espaldas a los demás. Un amor a Dios que olvida a sus hijos e hijas es
una gran mentira.
La religión cristiana les resulta hoy a no pocos
complicada y difícil de entender. Probablemente necesitamos en la Iglesia un
proceso de concentración en lo esencial para desprendernos de añadidos
secundarios y quedarnos con lo importante: amar a Dios con todas mis fuerzas y
querer a los demás como me quiero a mí mismo.
Fuente: http://www.gruposdejesus.com
CUALQUIER SER HUMANO Y
DIOS ‘NO SON DOS’
Fray Marcos
La pregunta sobre el tributo al Cesar se la hicieron
los fariseos y herodianos. A continuación, narra Mt otra pregunta de los
saduceos sobre la resurrección de los muertos, en la que ellos no creían.
Quieren ridiculizar la creencia en otra vida con el supuesto de siete hermanos
que estuvieron casados con la misma mujer. Jesús desbarata sus argumentos. Por
eso, a continuación, el texto de hoy dice: “Al oír que había hecho callar a los
saduceos”, los fariseos vuelven a la carga: ¿Cuál es el primer mandamiento?
La pregunta no era tan sencilla. La mayoría
consideraba que todos los mandamientos tenían la misma importancia. Otros
defendían que guardar el sábado era el primero. Había quien defendía el amor al
prójimo como el principal. A nadie se le había ocurrido que el principal
mandamiento, eran dos. Jesús responde recitando la “shemá” (escucha), que todo
israelita recitaba dos veces cada día (Dt 6, 4-9). Jesús la referencia al Lev
19,18, pero elimina la primera parte que dice: “No guardarás rencor ni tomarás
venganza de los hijos de tu pueblo”, con lo que deja claro quién es el prójimo
al que hay que amar.
La originalidad de Jesús está en unir los dos
mandamientos. De hecho, lo único que hace es citar dos textos del AT. No se
trata solo de una yuxtaposición o de una equiparación. Se trata de una
identificación en toda regla que, además, prepara el terreno a Jn para poder
decir con rotundidad: “Un mandamiento nuevo os doy, que os améis unos a otros
como yo os he amado” (Jn 13,34). Es el mandamiento nuevo, que convierte la Ley
en vieja. Después de 20 siglos, seguimos sin aceptar la diferencia entre AT y
NT.
El valor absoluto de cada persona es una propuesta
exclusiva de Jesús. Hasta entonces el individuo no contaba más que como
perteneciente e integrado en el grupo. Desde esa perspectiva, lo único que
interesaba eran las manifestaciones del amor, no el amor mismo. De ese modo,
el precepto recaía sobre las manifestaciones. El amor que exige Jesús no se
puede alcanzar con el cumplimiento de un precepto. Ya no se trata de una ley,
sino de una actitud: “Un amor que responde a su amor”. El amor que pide Jesús
no se impone.
El concepto de “prójimo” es modificado por Jesús de
manera sustancial. Para un judío, prójimo era el que pertenecía al pueblo y, a
lo sumo, el prosélito. Jesús desbarata esa barrera y postula que todos somos
exactamente iguales para Dios. El cristianismo no siempre ha sabido trasmitir
esta idea de igualdad y hemos seguido creyendo que nosotros somos los elegidos
y que Dios es nuestro Dios, como los judíos de todos los tiempos.
Jesús no propone un amar a Dios ni un amor a él
mismo. Dios ni ama ni puede ser amado, es amor. La exigencia de Jesús no es con
relación a Dios sino con relación al hombre. Cuando seguimos proponiendo los
mandamientos de “la Ley de Dios” como marco para la vida de la comunidad, es
que no hemos entendido el mensaje de Jesús. S. Agustín lo entendió muy bien
cuando dijo: “Ama y haz lo que quieras”. Pero Pablo lo había dicho con la misma
claridad: “Quien ama, ha cumplido el resto de la Ley”. No se trata de una nueva
ley, sino de hacer inútil toda ley, toda norma, todo precepto.
El “Como a ti mismo” (también superado por Jesús:
“Como yo os he amado”) necesitaría un comentario más extenso. Únicamente diré
que el amor solo se puede dar entre iguales. Si considero superior o inferior
al otro, mi relación con él nunca será de amor. Desde esta perspectiva, ¿a
dónde se van todas nuestras “caridades”? Lo que nos pide Jesús es que quiera
para los demás todo lo que estoy deseando para mí. ¡¿De verdad creo hacer
caridad cuando doy al mendigo la ropa vieja que ya no voy a utilizar?!
Una vez más tenemos que resaltar la imposibilidad de
aceptar el mensaje de Jesús, sin abandonar la idea de Dios del AT. Esta es la
trampa en la que cayeron los primeros cristianos que eran todos judíos. Aquí
está también, la clave para entender tantas aparentes contradicciones en los
evangelios. Lo que pide Jesús es más de lo que puede enseñar cualquier
institución. La excesiva fidelidad a la institución nos impide alcanzar el
mandamiento nuevo. Por eso Jesús criticó tan duramente las instituciones
religiosas de su tiempo, (Templo, Ley, culto). Se habían convertido en un
obstáculo para llegar al hombre.
El amor consiste en desarrollar la capacidad que
tiene un ser de salir de sí e ir al otro para enriquecerle y enriquecerse como
persona. A Dios no se le puede amar directamente ni mucho ni poco, porque no le
podemos conocer. Dios no es un sujeto con el que me pueda encontrar. No es nada
distinto de mí o de la creación. Amar a Dios y amar al prójimo es un único
acto. Dios y el prójimo no se pueden separar. Tampoco Dios puede amar a sus
criaturas porque no son nada fuera de Él. Demuestro que estoy abierto al amor
si amo a todos. Si dejo de amar a una persona, puedo estar seguro de que lo que
me mueve no es amor, sino egoísmo, instinto, pasión, interés o la simple
programación.
El amor no responde a necesidad alguna de mi ego.
Acontece en la profundidad del ser, incluyendo todos sus aspectos. Es el único
camino para un crecimiento armónico del ser, impidiendo que la parte material y
biológica del mismo, se imponga y arrastre a la parte más noble, malográndole
sus posibilidades de ser humano. Superar el egoísmo no significa una renuncia a
nada sino un acopio de humanidad. No suprime ninguno de los aspectos de nuestra
humanidad, sino que los colma y les da su verdadero sentido.
El amor no es consecuencia del conocimiento. Los
escolásticos decían: “No se puede amar nada, si antes no se conoce”. Pero no
basta con conocer, debo conocerlo como bueno para mí. El conocimiento racional
será siempre egoísta, solo puede apreciar lo que es bueno para mi falso ser.
Solo de un conocimiento vivencial puede nacer el verdadero amor. Si necesito
motivos interesados para amar, no es amor. Si amamos para hacer un favor,
tampoco funciona. Tengo que descubrir que soy yo el que me enriquezco al amar.
Ese enriquecimiento se produce en mi verdadero ser, y eso no nos interesa
demasiado.
El mayor peligro a la hora de comprender el amor
evangélico es que lo confundimos con el deseo de que el otro me quiera. El
deseo de que otro me ame es instintivo y no va más allá del interés egoísta. La
mayoría de las veces, cuando decimos te amo, en realidad queremos decir:
“Quiero que me quieras”. Esto no tiene nada que ver con el mensaje de Jesús.
Cuando oímos decir a una persona: “No puedo vivir sin ti”, en realidad, lo que
está diciendo es: “No te voy a dejar vivir, porque te voy a exigir que vivas
solo para mí”.
Es ignorancia creer que podemos amar a Dios aunque no
amemos al prójimo; o peor aún, que podemos amar a uno mucho y a otro poco o
nada. El amor es uno solo porque es una actitud personal. El amor queda
especificado en la persona que ama, no por la persona amada. Tiene que existir
antes de manifestarse. Lo que llega a los demás, lo que se percibe al exterior,
son solo las manifestaciones de ese amor. La actitud vital es única en cada
persona, pero el amor evangélico tiene que ser práctico, tiene que manifestarse
en obras. Solo puede manifestarse cuando me encuentro con otro, con el próximo.
Meditación
La buena noticia de Jesús es que puedo identificarme
con Dios.
El amor que Jesús nos pide es fruto de un
descubrimiento
que solo puedes hacer viajando hacia tu interior.
Más allá de lo razonable, tú puedes descubrir la
Vida,
esa VIDA de Dios que está en ti y está en todas las
cosas.
Fray Marcos
Fuente: http://feadulta.com/
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