Domingo XXVII Ordinario – Ciclo A (Mateo 21, 33-43) – 4 de octubre de 2020
“¿QUÉ
CREEN USTEDES QUE HARÁ CON ESOS LABRADORES?”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Les presento hoy algunos datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que me parece que pueden ayudar a pensar algunas cosas. En primer lugar, algunas cifras sobre la evolución de la distribución de los ingresos en los últimos dos siglos:
En 1820: el 20% más rico
ganaba 3 veces más que el 20% más pobre.
En 1870: el 20% más rico
ganaba 7 veces más que el 20% más pobre.
En 1913: el 20% más rico
ganaba 11 veces más que el 20% más pobre.
En 1960: el 20% más rico ganaba 30 veces más que el 20%
más pobre.
En 1990: el 20% más
rico ganaba 60 veces más que el 20% más pobre.
En 1997: el 20% más rico ganaba 74 veces más que el 20% más pobre.
En un informe del Banco Mundial (2016), se afirma que “La aritmética es brutalmente simple. Si menos de 100 personas controlan la misma cantidad de riqueza que los 3.500 millones más pobres del planeta, el resultado puede expresarse con una sola palabra: Desigualdad”.
Y podríamos ofrecer alguna información adicional sobre la situación general de los países: De los casi 7.800 millones de seres humanos que habitamos el planeta, aproximadamente 1.300 millones viven en el norte, en países industrializados, mientras que 6.500 millones vivimos en el sur en países pobres, o como eufemísticamente se les llamó durante algunos años, países en ‘vías de desarrollo’. Se calcula que el 25% de la población mundial, es decir 1.950 millones de personas viven por debajo de los niveles de pobreza. 670 millones son analfabetas y cerca de 2.000 millones de personas carece de agua potable. Mas de 2.800 millones de personas sobreviven con menos de 2 dólares al día, de los cuales la mayoría habitan en América Latina, Asia y África.
Junto a esto, anualmente, las empresas japonesas gastan 35.000 millones de dólares en recreación. 50.000 millones de dólares se gastan en cigarrillos y 105.000 millones en bebidas alcohólicas los europeos. En el mundo se gastan 400.000 millones de dólares en drogas estupefacientes y 780.000 millones son los gastos militares en el mundo. Junto a esto, contrastan las tres cifras siguientes para garantizar el acceso universal a los servicios básicos en todos los países pobres: Bastarían 6.000 millones de dólares para garantizar la enseñanza básica. 9.000 millones para dar agua potable y saneamiento. 13.000 millones para ofrecer salud y nutrición básicas.
Aunque la parábola que nos cuenta Jesús este domingo está dirigida a los jefes de los sacerdotes, a los que Jesús quería cuestionar sobre su responsabilidad en el manejo de la obra de Dios, comparándolos con los labradores de una finca que les había alquilado un señor, estas cifras nos cuestionan como seres humanos, en la medida en que también a nosotros nos corresponde administrar correctamente este mundo, según la voluntad del Padre, que quiere que todos sus hijos tengan vida, y la tengan en abundancia.
En este contexto de desigualdad creciente, en el que los pobres han dejado de ser importantes para los dueños de este mundo, levantar la voz para reclamar justicia y denunciar el desorden establecido es un verdadero peligro. Como a los enviados por el dueño de la viña, los profetas de ayer y de hoy han sido asesinados, como fue asesinado el mismo Hijo de Dios. ¿Cuándo le daremos a Dios la debida cosecha?
Fuente: Encuentros con
la Palabra
EL RIESGO DE DEFRAUDAR A
DIOS
José
Antonio Pagola
La parábola de los
«viñadores homicidas» es tan dura que a los cristianos nos cuesta pensar que
esta advertencia profética, dirigida por Jesús a los dirigentes religiosos de
su tiempo, tenga algo que ver con nosotros.
El relato habla de unos
labradores encargados por un señor para trabajar su viña. Llegado el tiempo de
la vendimia sucede algo sorprendente e inesperado. Los labradores se niegan a
entregar la cosecha. El señor no recogerá los frutos que tanto espera.
Su osadía es increíble. Uno
tras otro, van matando a los criados que el señor les envía para recoger los
frutos. Más aún. Cuando les envía a su propio hijo, lo echan «fuera de la viña»
y lo matan para quedarse como únicos dueños de todo.
¿Qué puede hacer el señor
de la viña con esos labradores? Los dirigentes religiosos, que escuchan
nerviosos la parábola, sacan una conclusión terrible: los hará morir y
traspasará la viña a otros labradores «que le entreguen los frutos a su
tiempo». Ellos mismos se están condenando. Jesús se lo dice a la cara: «Por eso
os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que
produzca sus frutos».
En la «viña de Dios» no hay
sitio para quienes no aportan frutos. En el proyecto del reino de Dios que
Jesús anuncia y promueve no pueden seguir ocupando un lugar «labradores»
indignos que no reconozcan el señorío de su Hijo, porque se sienten
propietarios, señores y amos del pueblo de Dios. Han de ser sustituidos por «un
pueblo que produzca frutos».
A veces pensamos que esta
parábola tan amenazadora vale para el pueblo del Antiguo Testamento, pero no
para nosotros, que somos el pueblo de la Nueva Alianza y tenemos ya la garantía
de que Cristo estará siempre con nosotros.
Es un error. La parábola
está hablando también de nosotros. Dios no tiene por qué bendecir un
cristianismo estéril del que no recibe los frutos que espera. No tiene por qué
identificarse con nuestras incoherencias, desviaciones y poca fidelidad.
También ahora Dios quiere que los trabajadores indignos de su viña sean
sustituidos por un pueblo que produzca frutos dignos del reino de Dios.
Fuente:
http://www.gruposdejesus.com
OPRIMIR
AL OTRO EN NOMBRE DE DIOS, ES IDOLATRÍA.
Fray Marcos
De las
tres parábolas con que responde Jesús a los jefes religiosos, (los dos hijos a
la viña, los viñadores homicidas y el banquete de boda), la de hoy es la más
provocadora. Al rechazo de los jefes responde Jesús con suma crudeza. Esta
parábola se narra ya en el evangelio de Mc, del que copian Mt y Lc. Cuando se
escriben estos evangelios ya se había producido la muerte de Jesús, la
destrucción de Jerusalén y la separación de los cristianos de la religión
judía. Era muy fácil anunciar como profecía, lo que había sucedido ya.
Aunque
el relato puede verse como parábola, el mismo Mt nos la presenta como una
alegoría, donde a cada elemento del relato, corresponde un elemento metafórico
espiritual. El propietario es Dios. La viña es el pueblo elegido. Los
labradores son los jefes religiosos. Los enviados una y otra vez, son los
profetas. El hijo es el mismo Jesús. Los frutos que Dios espera son derecho y
justicia. El nuevo pueblo, a quien se ha entregado la viña que tiene que
producir abundantes frutos, es la comunidad cristiana.
El
relato del evangelio es copia casi literal del texto de Isaías. Pero si nos
fijamos bien, descubriremos matices que cambian sustancialmente el mensaje. En
Is el protagonista es el pueblo (viña), que no ha respondido a las expectativas
de Dios; en vez de dar uvas, dio agrazones. En Mt los protagonistas son los
jefes religiosos (viñadores), que quieren apropiarse de los frutos e incluso de
la misma viña. No quieren reconocer los derechos del propietario. Pero al final
se retoma la perspectiva de Isaías, pero se dice que la viña será entregada a
otro pueblo, cosa que ni a Isaías ni a Jesús se le podría ocurrir.
Como
en los domingos anteriores, se nos habla de la viña. Una de las imágenes más
utilizadas en el AT para referirse al pueblo elegido. Seguramente Jesús recordó
muchas veces el canto de Isaías a la viña. Sin embargo, no es probable que la
relatara tal como la encontramos en los evangelios. No solo porque en él se da
por supuesto la muerte de Jesús y el total rechazo del pueblo de Israel, sino
también porque a ningún judío le podía pasar por la cabeza que Dios les
rechazara para elegir a otro pueblo. Por lo tanto, está reflejando una
reflexión de la comunidad cristiana muy posterior a Jesús.
“Se os
quitará la viña y se dará a otro pueblo que produzca sus frutos”. Una manera
muy bíblica de justificar que los cristianos se consideraran ahora el pueblo
elegido. Esto era inaceptable y un gran escándalo para los judíos que
consideraban la Ley y el templo como la obra definitiva de Dios, y ellos sus
destinatarios exclusivos. El relato no sólo justifica la separación, sino que
también advierte a las autoridades de la comunidad que pueden caer en la misma
trampa y ser rechazada por no reconocer los derechos de Dios.
Recordemos
que entre la Torá (Ley) y el mensaje del Jesús, existe un peldaño intermedio
que a veces olvidamos y que, seguramente, hizo posible que la predicación de
Jesús prendiera, al menos en unos pocos. Recordad las veces que se dice en el
evangelio: “para que se cumplieran las escrituras”. Ese escalón intermedio
fueron los profetas, que dieron chispazos increíbles en la dirección correcta,
aunque no fueron escuchados. Muchas de las enseñanzas de Jesús, y precisamente
las más polémicas, ya las encontramos en ellos.
“La
piedra desechada por los arquitectos es ahora la piedra angular”, da por
supuesto la apreciación cristiana de la figura de Jesús. Jesús no pudo
contemplar el rechazo del pueblo judío como la causa de su propia muerte. Jesús
nunca pretendió crear una nueva religión, ni inventarse un nuevo Dios. Jesús
fue un judío por los cuatro costados y nunca dejó de serlo. Si su predicación
dio lugar al nacimiento del cristianismo, fue muy a su pesar. El traspaso de la
viña a otros, sobrepasa con mucho el pensamiento bíblico. En el AT el pueblo de
Israel es castigado pero permanece como pueblo elegido.
Tendremos
verdadera dificultad en aplicarnos la parábola si partimos de la idea de que
aquellos jefes religiosos eran malvados y procedían con mala voluntad. Nada más
lejos de la realidad. Su preocupación por el culto, por la Ley, por defender la
institución, por el respeto a su Dios, era sincera. Lo que les perdió fue la
falta de autocrítica y confundir los derechos de Dios con sus propios
intereses. De esta manera llegaron a identificar la voluntad de Dios con la
suya propia y creerse dueños y señores del pueblo.
No se
pone en duda que la viña dé frutos. Se trata de criticar a los que se
aprovechan de los frutos que corresponden al dueño. A Jesús le mataron por
criticar su propia religión. Atacó radicalmente los dos pilares sobre los que
se sustentaba. No criticó el templo y la Ley en sí sino la interpretación que
hacían de ambos. También nuestros dirigentes son administradores y no dueños de
la viña. La tentación de aprovechar la viña en beneficio propio es hoy la misma
que en tiempo de Jesús. No tenemos que escandalizarnos de que en ocasiones,
nuestros jerarcas no respondan a lo que el evangelio exige.
La
historia nos demuestra que es muy fácil caer en la trampa de identificar los
intereses propios o de grupo, con la voluntad de Dios. Esta tentación es mayor
cuanto más religiosa sea la comunidad. Esa posibilidad no ha disminuido un
ápice en nuestro tiempo. El primer paso para llegar a esta nefasta actitud es
separar el interés de Dios, del interés del ser humano concreto y personal. El
segundo paso es oponerlos. Dados estos pasos, ya tenemos justificado que se
pueda machacar impunemente al hombre en nombre de Dios.
¿Qué
espera Dios de mí? Dios no puede esperar nada de mí porque nada puedo darle. Él
es el que se nos da totalmente. Lo que Dios espera de nosotros no es para Él,
sino para nosotros. Lo que Dios quiere es que todas y cada una de sus criaturas
alcance el máximo de ser. Como seres humanos, tenemos que alcanzar nuestra
plenitud, precisamente por nuestra humanidad. Desde que nacemos tenemos que
estar en constante evolución. Jesús alcanzó esa plenitud y nos marcó el camino
para que todos podamos llegar a ella.
¿De
qué frutos nos habla el evangelio? Los fariseos eran los cumplidores estrictos
de la Ley. El relato de Isaías nos dice: “esperó de ellos derecho y ahí tenéis
asesinatos; esperó justicia y ahí tenéis lamentos”. En cualquier texto de la
Torá, hubiera dicho: “esperó sacrificios, esperó un culto digno, esperó
oración, esperó ayuno, esperó el cumplimiento de la Ley”. Pedir derecho y
justicia es la prueba de que el bien del hombre es lo más importante. Jesús da
un paso más. No habla ya de “derecho y justicia”, que ya es mucho, sino de amor
desinteresado, que es la norma suprema.
La
denuncia nos afecta a todos, porque todos tenemos algún grado de autoridad y
todos la utilizamos buscando nuestro propio beneficio, en lugar de buscar el
bien de los demás. No solo el superior autoritario que abusa de sus súbditos,
como esclavos a su servicio, sino también la abuela que dice al niño: “si no
haces esto, o dejas de hacer aquello, Jesús no te quiere”. Siempre que
utilizamos nuestra superioridad para domesticar a los demás, estamos
apropiándonos de los frutos que no son nuestros.
Meditación
Si en nuestro interior descubrimos alguna queja contra Dios,
no hemos entendido nada de lo que Dios es para nosotros
y nuestra relación con Dios será inadecuada.
El primer paso seguro hacia Dios
es descubrir que Él ya ha dado todos los pasos hacia mí.
Responder a ese don total, es nuestra meta.
Fray Marcos
Fuente:
http://feadulta.com/
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