Domingo XXVIII Ordinario – Ciclo A (Mateo 22, 1-14) – 11 de octubre de 2020
“Inviten
a la boda a todos los que encuentren”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Diana, la condesa de Belflor y Teodoro, son los
protagonistas de El perro del hortelano, comedia de Lope de Vega
que Pilar Miró, directora de cine española, llevó a la pantalla pocos años
antes de morir. Lope de Vega recoge en esta comedia una de las realidades
humanas más paradójicas.
Diana se enamora perdidamente de Teodoro, su secretario,
pero sabe que es un amor imposible, porque los separa una distancia insalvable
de cuna: la una, perteneciente a la alta nobleza, y el otro, un simple plebeyo.
La condesa de Belflor no se atreve a expresar, sino de modo muy sutil, su afecto.
Pero cuando ve que Teodoro busca a una mujer de su estirpe para establecer un
hogar, Diana manifiesta, sin manifestar, sus sentimientos por Teodoro y lo
seduce. Sin embargo, cuando ha logrado que Teodoro abandone a su prometida, y
abrigue la esperanza de un amor que parecía imposible, Diana vuelve a tomar la
distancia que le signó su nobleza. No alargo el cuento, porque la comedia se
desarrolla en el ir y venir de los afectos, que nunca se encuentran.
Seducciones y rechazos, atracciones y distancias.
La parábola que Jesús cuenta a los jefes de los
sacerdotes y a los ancianos, en el templo de Jerusalén, refleja esta misma
realidad humana. Los invitados a la fiesta de bodas no aceptan la convocatoria
y desprecian la invitación a unirse a la alegría del rey el día del matrimonio
de su hijo. Esto es lo que motiva al rey a ordenar a sus criados que vayan “a
las calles principales, e inviten a la boda a todos los que encuentren”. Dice
Jesús que “los criados salieron a las calles y reunieron a todos los que encontraron,
malos y buenos; y así la sala se llenó de gente”. Pero, desde luego, es
importante estar dispuestos para la fiesta; esto es lo que explica la reacción
del rey con el que no iba vestido con traje de boda.
Los dueños de la religión y de la fe, en la época de
Jesús, ni aceptaban ellos mismos la oferta de la salvación, ni dejaban que
otros la aceptaran; en lugar de ser mediadores entre Dios y los hombres, se
convertían en obstáculos para este encuentro. Por eso Dios se ve obligado a
extender su invitación a todos los pueblos, a todas las gentes que quieran
acoger este llamado, malos y buenos.
Tal vez hoy también nos pase un poco de lo mismo. Somos invitados por Dios al banquete del reino, pero muchas veces tenemos excelentes disculpas para no participar de la fiesta de Dios; y fácilmente nos podemos convertir en obstáculos para que otros se encuentren con Dios. No nos contentamos con despreciar la invitación, sino que, además, impedimos que otros vayan a la fiesta. Mejor dicho, nos pasa como al perro del hortelano, que ni come, ni deja comer...
Referencia: “Encuentros con
la Palabra”,
IR A
LOS CRUCES DE LOS CAMINOS
José Antonio Pagola
Jesús conocía muy bien la vida dura y
monótona de los campesinos. Sabía cómo esperaban la llegada del sábado para
«liberarse» del trabajo. Los veía disfrutar en las fiestas y en las bodas. ¿Qué
experiencia podía haber más gozosa para aquellas gentes que ser invitados a un
banquete y poder sentarse a la mesa con los vecinos a compartir una fiesta de
bodas?
Movido por su experiencia de Dios, Jesús
comenzó a hablarles de una manera sorprendente. La vida no es solo esta vida de
trabajos y preocupaciones, penas y sinsabores. Dios está preparando una fiesta
final para todos sus hijos e hijas. A todos nos quiere ver sentados junto a él,
en torno a una misma mesa, disfrutando para siempre de una vida plenamente
dichosa.
No se contentaba solo con hablar así de
Dios. Él mismo invitaba a todos a su mesa y comía incluso con pecadores e
indeseables. Quería ser para todos la gran invitación de Dios a la fiesta
final. Los quería ver recibiendo con gozo su llamada, y creando entre todos un
clima más amistoso y fraterno que los preparara adecuadamente para la fiesta
final.
¿Qué ha sido de esta invitación?, ¿quién la
anuncia?, ¿quién la escucha?, ¿dónde se pueden tener noticias de esta fiesta?
Satisfechos con nuestro bienestar, sordos a todo lo que no sea nuestro propio
interés, no creemos necesitar de Dios. ¿No nos estamos acostumbrando poco a
poco a vivir sin necesidad de una esperanza última?
En la parábola de Mateo, cuando los que
tienen tierras y negocios rechazan la invitación, el rey dice a sus criados:
«Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, convidadlos
a la boda». La orden es inaudita, pero refleja lo que siente Jesús. A pesar de
tanto rechazo y menosprecio habrá fiesta. Dios no ha cambiado. Hay que seguir
convidando.
Pero ahora lo mejor es ir a «los cruces de los caminos» por donde transitan tantas gentes errantes, sin tierras ni negocios, a los que nadie ha invitado nunca a una fiesta. Ellos pueden entender mejor que nadie la invitación. Ellos pueden recordarnos la necesidad última que tenemos de Dios. Pueden enseñarnos la esperanza.
Referencia: http://www.gruposdejesus.com
SOLO
QUEDARÁ FUERA QUIEN SE NIEGUE A ENTRAR
Fray Marcos
El domingo pasado el simbolismo se tomaba de
la viña, hoy la imagen es el banquete. También es un relato polémico que acusa
a los dirigentes judíos, de haber rechazado la oferta de salvación que Dios les
hace por medio de Jesús. Mt se dirige a una comunidad que tenía que superar el
trauma de la separación de la religión judía y el peligro de repetir los mismos
errores. Insiste en el tema de la universalidad, que tantos quebraderos de
cabeza produjeron a las primeras comunidades. No es fácil renunciar a los privilegios.
El texto de Is es una joya. El profeta tiene
que hablar a un pueblo que atraviesa la peor crisis de su historia. Lo hace con
una visión de futuro muy lúcida. Creo que hoy el texto del AT supera al
evangelio, en belleza formal y en mensaje teológico. Naturalmente es un
lenguaje simbólico. Habla de manjares enjundiosos y vinos generosos, de quitar
el luto de todos los pueblos, de alejar el oprobio y enjugar las lágrimas de
todos los rostros, de aniquilar la muerte para siempre. Bella oferta para el
pueblo hundido en la miseria.
Se trata de una salvación total por parte de
un Dios en quien confía el profeta, a pesar de las circunstancias adversas. El
intento de Is es que todo el pueblo soporte la dura prueba, confiando en su
Dios, en cuyas manos está su futuro. Lo verdaderamente importante del relato de
Is, el chispazo apuntado que tenemos que descubrir es éste: “Dios salva a
todos”. Y digo apuntado, porque también allí se ponen condiciones: los que no
son judíos, se ven obligados a venir a “este” monte (Jerusalén), para encontrar
salvación.
En el AT el banquete designa los tiempos
mesiánicos. Para Jesús significa el Reino de Dios. Para los que pasan hambre
diariamente, el banquete puede ser una ocasión única para quitar las penas. En
concreto, el banquete de boda era la única ocasión que tenía el pueblo sencillo
de celebrar una fiesta y olvidarse de la dura realidad de una vida cuyo primer
objetivo era llenar el estómago. Naturalmente no se trata más que de una
metáfora para indicar que Dios está dispuesto a saciar los anhelos del ser
humano.
También hoy Mt alegoriza el relato y lo
completa con la segunda parte, (ausencia del vestido de boda), que no está en
Lc. Es el Padre el que invita a la boda de su Hijo. Los primeros invitados son
los jefes religiosos judíos, que se negaron a aceptar el mensaje de Jesús. El
prender fuego a la ciudad hace una alusión clara a la destrucción de Jerusalén.
Los nuevos invitados son todos los seres humanos, sin importar raza ni
condición social y, lo que es más escandaloso, sin importar si son buenos o
malos.
Podemos pensar que en el relato, leído
literalmente, existe una distorsión del mensaje de Jesús. El Dios de Jesús no
es un señor que monta en cólera y manda acabar con aquellos asesinos. Esto no
tiene nada que ver con la idea que Jesús tiene de Dios, pero responde muy bien
al Dios del AT que a su vez refleja la manera de ser del hombre, proyectada
sobre Dios. Es una pena que sigamos insistiendo hoy en esa idea de Dios. Nos
sentimos más a gusto con el Dios del AT que con el Dios de Jesús que es amor.
Tampoco el añadido del individuo que no
llevaba traje de fiesta, tiene mucho que ver con el evangelio. Si salen a los
cruces de los caminos para llamar a toda la gente que encuentren, ¿Qué sentido
tiene que se le exija un vestido de boda? ¿Es que la gente va por los caminos
vestidos de boda?. Puede hacer referencia a la túnica blanca que se entregaba a
los recién bautizados. Claro que la intención del evangelista es buena, pero se
ha entendido literalmente y nos ha metido por callejones sin salida.
El texto quiere evitar malas
interpretaciones de la pertenencia a la comunidad. Era muy fácil entrar a
formar parte de la comunidad y aprovechar todas las ventajas sin vivir de
acuerdo con el evangelio. Es fácil confesarse creyente, pero nada más difícil
que entrar en la dinámica del evangelio. No basta pertenecer a una comunidad.
Solo el que de verdad se revista de Cristo (Pablo), puede estar seguro de
entrar en el Reino. Dios no toma represalias contra nadie. Solo se queda fuera el
que se niega a entrar.
El mensaje de las lecturas de hoy tiene una
acuciante actualidad. Dios llama a todos, hoy como ayer. La respuesta de cada
uno puede ser un sí o un no. Esa respuesta es la que marca la diferencia entre
unos y otros. Si preferimos las tierras o los negocios, quiere decir que es eso
lo que de verdad nos interesa. El banquete es el mismo para todos, pero unos
valoran más sus fincas, sus negocios, y no les interesa. Todo el evangelio es
una invitación. Si no respondemos que sí con nuestra vida, estamos diciendo que
no.
Cuando el texto dice que, “los primeros
invitados no se lo merecían”, tiene razón, pero existe el peligro de creer que
los llamados en segunda convocatoria son los que lo merecían. El centro del
mensaje del evangelio está en que invitan a todos: malos y buenos. Esto es lo
que no terminamos de aceptar. Seguimos creyéndonos los elegidos, los
privilegiados, los buenos con derecho a excluir: “Fuera de la Iglesia no hay
salvación”.
Como parábola, el punto de inflexión está en
rechazar la oferta. Nadie rechaza un banquete. Ojo a los motivos de los
primeros invitados para rechazar la oferta. La llamada a una vida en
profundidad queda ofuscada, entonces y ahora, por el hedonismo superficial. El
peligro está en tener oídos para los cantos de sirenas, y no para la invitación
que viene de lo hondo de nuestro ser que nos invita a una plenitud humana. La
clave está en descubrir lo que es bueno y separarlo de lo que es aparentemente
bueno.
No puede haber banquete, no puede haber
alegría, si alguno de los invitados tiene motivos para llorar. Solamente cuando
hayan desaparecido las lágrimas de todos los rostros, podremos sentarnos a
celebrar la gran fiesta. La realidad de nuestro mundo nos muestra muchas
lágrimas y sufrimiento causados por nuestro egoísmo. Seguimos empeñados en el
pequeño negocio de nuestra salvación individual, sin darnos cuenta de que una
salvación que no incorpora la salvación del otro, no es cristiana ni humana.
Dios no nos puede prometer nada, porque ya
nos lo ha dado todo. Nuestra existencia es ya el primer don. Ese regalo está
demasiado envuelto, podemos pasar toda la vida sin descubrirlo. Esta es la
cuestión que tenemos que dilucidar como cristianos. El problema de los
creyentes es que presentamos un regalo excelente en una envoltura que da asco.
No presentamos un cristianismo que lleve a la felicidad humana, más allá de
todo hedonismo.
Efectivamente, es la mejor noticia: Dios me
invita a su mesa. Pero el no invitar a mi propia mesa a los que pasan hambre,
es la prueba de que no he aceptado su invitación. La invitación no aceptada se
volverá contra mí. Sigue siendo una trampa el proyectar la fiesta, la alegría,
la felicidad para el más allá. Nuestra obligación es hacer de la vida, aquí y
ahora, una fiesta para todos. Si no es para todos, ¿quién puede alegrarse de
verdad?
Meditación
Acepto la invitación de Dios,
cuando invito a los demás.
Mientras haya una sola persona
que no come,
el banquete del Reino estará
incompleto.
Que todos disfruten de la fiesta
depende de mí.
Soy yo el que tengo que eliminar
todas las lágrimas.
Esperar un milagro de Dios es
idolatría.
Fray Marcos
Referencia:http://feadulta.com/
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