Ciclo A (Mateo 5,17-37) 16 de febrero de 2020
Hermann Rodríguez Osorio, S.J. - “Ustedes han oído que se dijo… pero yo les digo…”
Jesús no
vino a suprimir la ley judía, ni las enseñanzas de los profetas de Israel.
Jesús vino a llevar esta enseñanza a su plenitud, que es la ley del amor. El
texto del evangelio que nos presenta hoy la liturgia, está marcado por esta
alternancia entre lo que decía la ley del Antiguo Testamento, y lo que Jesús
propone de parte de Dios, fundamentado solamente en el amor. Se trata de un
cambio que no elimina el momento anterior, sino que, conteniéndolo, lo supera.
Va mucho más allá de lo que los mismos profetas hubieran querido y más allá de
lo que la ley pretendía alcanzar, en lo que toca a la regulación de las
relaciones entre las personas y con Dios.
Muchos
seguidores de Jesús hubieran disfrutado mucho si Jesús hubiera acabado con todo
lo pasado. De la misma manera, había muchos otros que hubieran querido un
Mesías que no los hiciera cambiar nada de sus tradiciones y costumbres.
Conservar todo o cambiarlo todo, son dos extremos que se juntan. Los radicales
que no aceptan nada de lo pasado y los radicales que se apegan a las
tradiciones porque ‘así se ha hecho siempre’, están hechos con el mismo
material dogmático y cerrado.
En la
Iglesia de hoy, encontramos también estas dos tendencias que se encontró Jesús
en su tiempo. Hay quienes quieren que no les cambien nada de lo que han pensado
y hecho toda su vida. Y hay otros que quieren que todo se reforme o se cambie
de modo radical. La propuesta de Jesús es vivir desde la plenitud y la libertad
del amor. En esta perspectiva, quisiera ofrecer hoy apartes de una reflexión
que me parece muy sugerente. Se trata de un escrito del famoso y polémico
teólogo católico, Hans Küng sobre su permanencia en la Iglesia. Cuando fue
sancionado por el Vaticano y le suspendieron su cátedra de teología en una
universidad católica, había personas que le preguntaban por qué seguía en la
Iglesia y por qué no abandonaba su sacerdocio. Su respuesta fue esta:
“Habiendo
asistido a horas mejores, ¿debía yo abandonar el barco en la tempestad y dejar
a los demás con los que he navegado hasta ahora que se enfrentarán al viento,
extraerán el agua y lucharán por la supervivencia? He recibido demasiado en la
comunidad de fe para poder defraudar ahora a aquellos que se han comprometido
conmigo. No quisiera alegrar a los enemigos de la renovación, ni avergonzar a
los amigos… Pero no renunciaré a la eficacia EN la Iglesia. Las alternativas
–otra Iglesia, sin Iglesia– no me convencen: los rompimientos conducen al
aislamiento del individuo o a una nueva institucionalización. Cualquier
fanatismo lo demuestra (…)”.
“Mi
respuesta decisiva sería: permanezco en la Iglesia porque el asunto de Jesús me
ha convencido, y porque la comunidad eclesial en y a pesar de todo fallo ha
sido la DEFENSORA DE LA CAUSA DE JESUCRISTO y así debe seguir siendo. La posibilidad
efectiva dependerá de que en algún lugar un párroco predique a este Jesús; un
catequista enseñe cristianamente; un individuo, una familia o una comunidad
recen seriamente, sin frases; de que se haga un bautismo en nombre de
Jesucristo; se celebre la Cena de una comunidad comprometida y que tenga
consecuencias en lo cotidiano; se prometa misteriosamente por la fuerza de Dios
el perdón de los pecados; de que en el servicio divino y en el servicio humano,
en la enseñanza y en la pastoral, en la conversación y en la diaconía el
Evangelio sea predicado, pre-vivido y post-vivido de verdad. En pocas palabras,
se realiza el verdadero seguimiento de Cristo; el «asunto de Jesucristo» es
tomado en serio. (…) ”.
Que estas
palabras nos ayuden a reflexionar sobre nuestra apertura al amor que Jesús vino
a proponer, para llevar a plenitud la ley y los profetas.
José Antonio Pagola - NO A LA GUERRA ENTRE NOSOTROS
Los judíos
hablaban con orgullo de la Ley de Moisés. Según la tradición, Dios mismo la
había regalado a su pueblo. Era lo mejor que habían recibido de él. En esa Ley
se encierra la voluntad del único Dios verdadero. Ahí pueden encontrar todo lo
que necesitan para ser fieles a Dios.
También
para Jesús la Ley es importante, pero ya no ocupa el lugar central. Él vive y
comunica otra experiencia: está llegando el reino de Dios; el Padre está
buscando abrirse camino entre nosotros para hacer un mundo más humano. No basta
quedarnos con cumplir la Ley de Moisés. Es necesario abrirnos al Padre y
colaborar con él para hacer la vida más justa y fraterna.
Por eso,
según Jesús, no basta cumplir la Ley, que ordena «no matarás». Es necesario,
además, arrancar de nuestra vida la agresividad, el desprecio al otro, los
insultos o las venganzas. Aquel que no mata cumple la Ley, pero, si no se
libera de la violencia, en su corazón no reina todavía ese Dios que busca
construir con nosotros una vida más humana.
Según
algunos observadores, se está extendiendo en la sociedad actual un lenguaje que
refleja el crecimiento de la agresividad. Cada vez son más frecuentes los
insultos ofensivos, proferidos solo para humillar, despreciar y herir. Palabras
nacidas del rechazo, el resentimiento, el odio o la venganza.
Por otra
parte, las conversaciones están a menudo tejidas de palabras injustas que
reparten condenas y siembran sospechas. Palabras dichas sin amor y sin respeto
que envenenan la convivencia y hacen daño. Palabras nacidas casi siempre de la
irritación, la mezquindad o la bajeza.
No es este
un hecho que se dé solo en la convivencia social. Es también un grave problema
en el interior de la Iglesia. El papa Francisco sufre al ver divisiones,
conflictos y enfrentamientos de «cristianos en guerra contra otros cristianos».
Es un estado de cosas tan contrario al Evangelio que ha sentido la necesidad de
dirigirnos una llamada urgente: «No a la guerra entre nosotros».
Así habla
el Papa: «Me duele comprobar cómo en algunas comunidades cristianas, y aun
entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odios, calumnias,
difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de
cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable caza de
brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos?». El Papa quiere
trabajar por una Iglesia en la que «todos puedan admirar cómo os cuidáis unos a
otros, cómo os dais aliento mutuamente y cómo os acompañáis».
Fuente:
http://www.gruposdejesus.com
Fray Marcos - HABÉIS OÍDO QUE SE DIJO… PERO YO OS DIGO
Seguimos en
el sermón del monte de Mt. La lectura de hoy afronta un tema complicado. Cómo
armonizar la predicación y la praxis de Jesús con la Ley, que para ellos era lo
más sagrado y definitivo. Ir más allá de lo conocido es el problema radical que
se plantea en todos los órdenes de la vida. Damos valor absoluto a lo ya
conocido pero nuestro conocimiento será siempre limitado y relativo; por eso
debemos ir siempre más allá.
Tuvo que
ser muy difícil para un judío aceptar que la Ley no era algo absoluto. Jesús
fue contundente en esta materia. Abrió una nueva manera de relacionarnos con
Dios. El Dios todopoderoso que está en los cielos y ordena y manda, deja paso
al Dios “Ágape” que se identifica con cada uno de nosotros y nos invita a
servirlo en los demás. A pesar de ello, muchos años después de morir Jesús, los
cristianos se estaban peleando por circuncidar o no circuncidar, comer o no
comer ciertos alimentos, cumplir o no el sábado, etc.
La palabra,
incluso la de la Biblia, nunca podrá ser definitiva. Esto bien entendido, es el
punto de partida para comprender las Escrituras. El hombre siempre tiene que
estar diciendo: habéis oído que se dijo, pero yo os digo, porque conocemos cada
vez mejor la naturaleza y al ser humano. Si Jesús y los primeros cristianos
hubieran tenido la misma idea de la Biblia que muchos cristianos tienen hoy, no
se hubieran atrevido a rectificarla.
Cuando
hablamos de “Ley de Dios”, no queremos decir que, en un momento determinado,
Dios haya comunicado a un ser humano su voluntad en forma de preceptos, ni por
medio de unas tablas de piedra, ni por medio de palabras. Dios no se comunica a
través de signos externos, sino a través del ser. La voluntad de Dios no es
algo distinto de su esencia. La voluntad de Dios está en la esencia de cada
criatura.
Si fuésemos
capaces de bajar hasta lo hondo del ser, descubriríamos allí esa voluntad de
Dios; ahí me está diciendo lo que espera de mí. La voluntad de Dios no es nada
añadido a mi propio ser, no me viene de fuera. Está siempre ahí pero no somos
capaces de verla. Esta es la razón por la que tenemos que echar mano de lo que
nos han dicho algunos hombres, que sí fueron capaces de bajar hasta el fondo de
su ser y descubrir lo que Dios espera de nosotros. Lo que otros nos dicen nos
debe ayudar a descubrirlo en nosotros.
Moisés supo
descubrir lo que era bueno para el pueblo que estaba tratando de aglutinar, y
por tanto lo que era bueno para cada uno de sus miembros. No es que Dios se le
haya manifestado de una manera especial, es que él supo aprovechar las
circunstancias especiales para profundizar en su propio ser. La expresión de
esta experiencia es voluntad de Dios, porque lo único que Él quiere de cada uno
de nosotros es que seamos nosotros mismos, es decir, que lleguemos al máximo de
nuestras posibilidades de ser humanos.
¿Qué
significaría entonces cumplir la ley? Algo muy distinto de lo que acostumbramos
a pensar. Una ley de tráfico, se puede cumplir perfectamente solo externamente,
aunque estés convencido de que el "stop" está mal colocado, yo lo
cumplo y consigo el objetivo de la ley, que no me la pegue con el que viene por
otro lado y además, evitar una multa. En lo que llamamos Ley de Dios, las cosas
no funcionan así.
Si no
descubro que lo que la Ley me ordena es lo que exige mi verdadero ser; si no
interiorizo ese precepto hasta que deje de ser precepto y se convierta en
convencimiento total de que eso es lo mejor para mí, el cumplimiento de la ley
me deja como estaba, no me enriquece ni me hace mejor. Fijaos en lo que dice
Jesús en el evangelio, "si no sois mejores que los letrados y fariseos, no
entraréis en el reino de los cielos”. Ellos cumplían la ley escrupulosamente,
pero externamente. Eso no les hacía mejores sino mezquinos.
Desde esta
perspectiva, podemos entender lo que Jesús hizo en su tiempo con la Ley de
Moisés. Si dijo que no venía a abolir la ley, sino a darle plenitud, es porque
muchos le acusaron de saltársela a la torera. Jesús no fue contra la Ley, sino
más allá de la Ley. Quiso decirnos que toda ley se queda siempre corta, que
siempre tenemos que ir más allá de la letra, de la pura formulación, hasta
descubrir el espíritu. La voluntad de Dios está más allá de cualquier formulación,
por eso tenemos que seguir perfeccionándolas.
Jesús pasó,
de un cumplimiento externo de leyes a un descubrimiento de las exigencias de su
propio ser. Esa revolución, que intentó Jesús, está aún sin hacer. No solo no
hemos avanzado nada en los dos mil años de cristianismo, sino que en cuanto
pasó la primera generación de cristianos hemos ido en la dirección contraria.
Todas las indicaciones del evangelio, en el sentido de vivir en el espíritu y
no en la letra, han sido ignoradas.
“Habéis
oído que se dijo a nuestros antepasados: no matarás, pero yo os digo: todo el
que está enfadado con su hermano será procesado”. No son alternativas, es decir
o una o la otra. No queda abolido el mandamiento antiguo sino elevado a niveles
increíblemente más profundos. Nos enseña que una actitud interna negativa es ya
un fallo contra tu propio ser, aunque no se manifieste en una acción concreta
contra el hermano.
“Si cuando
vas a presentar tu ofrenda, te acuerdas de que tu hermano tiene queja contra
ti, deja allí tu ofrenda y vete a reconciliarte con tu hermano…” Se nos ha
dicho por activa y por pasiva que lo importante era nuestra relación con Dios.
Toda nuestra religiosidad, tal como se nos ha enseñado, está orientada desde
esta perspectiva equivocada. El evangelio nos dice que más importante que
nuestra relación con Dios es nuestra relación efectiva con los demás. Si
ignoramos a los demás, nunca nos encontraremos con Dios.
No dice el
texto: si tú tienes queja contra tu hermano, sino “si tu hermano tiene queja
contra ti”. ¡Que difícil es que yo me detenga a examinar si mi actitud pudo
defraudar al hermano! Es impresionante, si no fuera tan falseado: “deja allí tu
ofrenda y vete antes a reconciliarte con tu hermano”. Las ofrendas, los
sacrificios, las limosnas, las oraciones no sirven de nada si otro ser humano
tiene pendiente la más mínima cuenta contigo.
Nos hemos
olvidado que eliminar las leyes no puede funcionar si no suplimos esa ausencia
de normas por un compromiso de vivencia interior que las supere. Las leyes solo
se pueden tirar por la borda cuando la persona ha llegado a un conocimiento
profundo de su propio ser. Ya no necesita apoyaturas externas para caminar
hacia su verdadera meta. Recuerda: “ama y haz lo que quieras” o “el que ama ha
cumplido el resto de la Ley”
Jesús
descubre que la Ley no es el fin, sino un medio para llegar al fin. Hoy hemos
descubierto que ni siquiera el “Dios” imaginado es el fin. El fin es el hombre
concreto. Si nos hemos liberado ya de la Ley (externa), aún nos falta
liberarnos de “Dios”, es decir, del Dios Señor poderoso que exige sumisión y,
desde fuera, nos controla y manipula.
Meditación
Cumplir la Ley solo evita el castigo. Eso no es buena noticia.
El amor te hace humano y esa es su verdadera recompensa.
La voluntad de Dios eres tú mismo.
Si la buscas en otra parte, trabajaras en vano.
Todos los mandamientos son corsés que te impiden crecer,
porque pondrán limites a tu desarrollo interior.
Fray Marcos
Fuente: http://feadulta.com/
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