Domingo X del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 7,
11-17) – 5 de junio de 2016
Alguna
vez recibí la siguiente historia que me vino a la memoria al leer el texto que
nos presenta hoy el evangelio de san Lucas: “Un grupo de vendedores fue a una
convención de ventas. Todos le habían prometido a sus esposas que llegarían a
tiempo para cenar el viernes por la noche. Sin embargo, la convención terminó
un poco tarde, y llegaron retrasados al aeropuerto. Entraron todos con sus
boletos y portafolios, corriendo por los pasillos. De repente, y sin quererlo,
uno de los vendedores tropezó con una mesa que tenía una canasta de manzanas.
Las manzanas salieron volando por todas partes. Sin detenerse, ni voltear para
atrás, los vendedores siguieron corriendo, y apenas alcanzaron a subirse al
avión. Todos menos uno. Este se detuvo, respiró hondo, y experimentó un
sentimiento de compasión por la dueña del puesto de manzanas. Le dijo a sus
amigos que siguieran sin él y le pidió a uno de ellos que al llegar, llamara a
su esposa y le explicara que iba a llegar en un vuelo más tarde.
Luego
se regresó a la terminal y se encontró con todas las manzanas tiradas por el
suelo. Su sorpresa fue enorme, al darse cuenta de que la dueña del puesto era
una niña ciega. La encontró llorando, con enormes lágrimas corriendo por sus
mejillas. Tanteaba el piso, tratando, en vano, de recoger las manzanas,
mientras la multitud pasaba, vertiginosa, sin detenerse; sin importarle su
desdicha. El hombre se arrodilló con ella, juntó las manzanas, las metió a la
canasta y le ayudó a montar el puesto nuevamente. Mientras lo hacía, se dio
cuenta de que muchas se habían golpeado y estaban magulladas. Las tomó y las
puso en otra canasta. Cuando terminó, sacó su cartera y le dijo a la niña:
"Toma, por favor, estos diez mil pesos por el daño que hicimos. ¿Estás
bien?" Ella, llorando, asintió con la cabeza. El continuó, diciéndole,
"Espero no haber arruinado tu día". Conforme el vendedor empezó a
alejarse, la niña le gritó: "Señor..." Él se detuvo y volteó a mirar
esos ojos ciegos. Ella continuó: ¿Es usted Jesús...? Él se paró en seco y dio varias
vueltas, antes de dirigirse a abordar otro vuelo, con esa pregunta quemándole
el corazón y vibrando en su alma: ¿Es usted Jesús?"
Cuando
Jesús llega a Naím, acompañado de sus discípulos, fue testigo de una escena
conmovedora: una viuda que iba a enterrar a su único hijo, en compañía de la
gente de su pueblo. “Al verla, el Señor tuvo compasión de ella y le dijo: –No
llores. En seguida se acercó y tocó la camilla, y los que la llevaban se
detuvieron. Jesús le dijo al muerto: –Joven, a ti te digo: ¡Levántate! Entonces
el que estaba muerto se sentó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entregó a la
madre”.
La
cuestión está en que Jesús no podía pasar al lado de un necesitado, ni de nadie
que estuviera sufriendo, por cualquier causa, sin sentir ‘dolor de estómago’,
que es propiamente la traducción de la expresión: ‘compasión’. Se le
conmovieron las entrañas, se le revolvieron las tripas, le dolió como si fuera
a él… Jesús no pasó, ni ha pasado nunca junto a nuestros dolores, sin hacer
nada. Aunque muchas veces pensemos que nos deja solos, no nos responde
precisamente cuando lo necesitamos. Jesús es la respuesta de Dios a todos
nuestros dolores y sufrimientos. Por eso, los testigos de esta señal de Jesús
decían: “Un gran profeta ha aparecido entre nosotros. También decían: Dios ha
venido a ayudar a su pueblo”.
La
próxima vez que nos crucemos con alguien que sufre, detengámonos un momento,
como lo hizo Jesús, o como hizo el vendedor de la historia, para acercarnos a
la persona que necesita de nuestra solidaridad y dejemos que ese dolor de
estómago que nos da, no nos deje pasar de largo.
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
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