domingo, 22 de septiembre de 2019

Domingo XXV del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 16, 1-13) – 22 de septiembre de 2019

Domingo XXV del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 16, 1-13) – 22 de septiembre de 2019



Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
“El que se porta honradamente en lo poco (...)”

Cuando Juan recibió su sueldo, en dinero efectivo, como siempre lo hacía el primer día de cada mes, contó cuidadosamente los billetes, uno a uno, agudizando sus ojos y untando el dedo con saliva para despegar con fuerza los billetes. Se sorprendió al percatarse que le habían dado 50.000 pesos más de lo que correspondía. Miró al contador de reojo para asegurarse que no lo había notado, rápidamente firmó el recibo, se guardó el dinero dentro del bolsillo y salió del sitio con la mayor rapidez y discreción posibles, aguantándose, con esfuerzo, las ganas de saltar de la dicha. Todo quedó así. El primer día del mes siguiente hizo la fila y extendió la mano para recibir el pago. La rutina se repitió y al contar los billetes, notó que faltaban 50.000 pesos. Alzó la cabeza y clavó su mirada en el cajero, y muy serio le dijo: –Señor, disculpe, pero faltan 50.000 pesos. El cajero respondió: –¿Recuerda que el mes pasado le dimos 50.000 pesos más y usted no dijo nada? –Sí, claro –contestó Juan con seguridad–, es que uno perdona un error, pero dos ya son demasiados.

Esta escena, poco común, me vino a la memoria al leer el texto evangélico que hoy nos ofrece la liturgia: “Y es que cuando se trata de sus propios negocios, los que pertenecen al mundo son más listos que los que pertenecen a la luz”. Esta es la conclusión a la que llega el Señor después de haber contado la historia del mayordomo que estaba malgastando los bienes de su señor. Y más adelante dirá: “El que se porta honradamente en lo poco, también se porta honradamente en lo mucho; y el que no tiene honradez en lo poco, tampoco la tiene en lo mucho”. La honradez es una virtud que apreciamos mucho en los demás, pero no siempre sabemos poner en práctica en nuestras propias vidas. Nos damos perfectamente cuenta cuando los demás no se portan como deberían, pero no somos capaces de reconocer nuestras propias inconsistencias. Ya decía el Señor, que tenemos una capacidad infinita de reconocer la pelusa que tiene nuestro vecino en su ojo, pero no somos capaces de ver la viga que tenemos en el nuestro (Cfr. Mateo 7, 3-5 y Lucas 6, 41-42). Así somos, aunque nos cueste reconocerlo.

Pero allí no queda la cosa. Lo que el Señor quería enseñarnos con esta historia, era que tenemos que utilizar adecuadamente los bienes de este mundo, para alcanzar una vida plena: “De manera que, si con las riquezas de este mundo pecador ustedes no se portan honradamente, ¿quién les confiará las verdaderas riquezas? Y si no se portan honradamente con lo ajeno, ¿quién les dará lo que les pertenece?” En este sentido, no debemos olvidar que los bienes de este mundo son solamente un medio para alcanzar la vida verdadera que muestra el sumo y verdadero capitán, de la que habla san Ignacio en una de las meditaciones más conocidas de los Ejercicios Espirituales (Cfr. EE 139).

“Ningún sirviente puede servir a dos amos; porque odiará a uno y querrá al otro, o será fiel a uno y despreciará al otro. No se puede servir a Dios y a las riquezas”, dirá el Señor más adelante. Valdría la pena que nos preguntáramos si tenemos nuestro corazón dividido entre el servicio de Dios y el servicio que prestamos a los bienes. Si nos servimos de las riquezas para ir construyendo esa vida verdadera a la que Dios nos llama, o si somos como el hombre de la historia, que calla o reclama, de acuerdo con lo que más le conviene...


José Antonio Pagola
NO SOLO CRISIS ECONÓMICA

«No podéis servir a Dios y al dinero». Estas palabras de Jesús no pueden ser olvidadas en estos momentos por quienes nos sentimos sus seguidores, pues encierran la advertencia más grave que ha dejado Jesús a la Humanidad. El dinero, convertido en ídolo absoluto, es el gran enemigo para construir ese mundo más justo y fraterno, querido por Dios. Desgraciadamente, la riqueza se ha convertido en nuestro mundo globalizado en un ídolo de inmenso poder que, para subsistir, exige cada vez más víctimas y deshumaniza y empobrece cada vez más la historia humana. En estos momentos nos encontramos atrapados por una crisis generada en gran parte por el ansia de acumular. Prácticamente, todo se organiza, se mueve y dinamiza desde esa lógica: buscar más productividad, más consumo, más bienestar, más energía, más poder sobre los demás. Esta lógica es imperialista. Si no la detenemos, puede poner en peligro al ser humano y al mismo Planeta. Tal vez, lo primero es tomar conciencia de lo que está pasando. Esta no es solo una crisis económica. Es una crisis social y humana. En estos momentos tenemos ya datos suficientes en nuestro entorno y en el horizonte del mundo para percibir el drama humano en el que vivimos inmersos. Cada vez es más patente ver que un sistema que conduce a una minoría de ricos a acumular cada vez más poder, abandonando en el hambre y la miseria a millones de seres humanos, es una insensatez insoportable. Inútil mirar a otra parte. Ya ni las sociedades más progresistas son capaces de asegurar un trabajo digno a millones de ciudadanos. ¿Qué progreso es este que, lanzándonos a todos hacia el bienestar, deja a tantas familias sin recursos para vivir con dignidad? La crisis está arruinando el sistema democrático. Presionados por las exigencias del Dinero, los gobernantes no pueden atender a las verdaderas necesidades de sus pueblos. ¿Qué es la política si ya no está al servicio del bien común? La disminución de los gastos sociales en los diversos campos y la privatización interesada e indigna de servicios públicos como la sanidad seguirán golpeando a los más indefensos generando cada vez más exclusión, desigualdad vergonzosa y fractura social. Los seguidores de Jesús no podemos vivir encerrados en una religión aislada de este drama humano. Las comunidades cristianas deben ser en estos momentos un espacio de concienciación, discernimiento y compromiso. Nos hemos de ayudar a vivir con lucidez y responsabilidad. La crisis nos ha de hacer más humanos y más cristianos.
Fuentes: http://www.gruposdejesus.com  

Fray Marcos
SERVIR A DIOS ES SIEMPRE IDOLATRÍA

Comienza indicando que la parábola va dirigida a los discípulos; pero al final dice: “estaban oyendo esto los fariseos que son amantes del dinero”. Esta frase nos indica la falta de precisión a la hora de determinar los destinatarios de esta parábola y la del rico Epulón, que leeremos el domingo que viene. Debemos tener en cuenta que a las primeras comunidades cristianas solo pertenecieron pobres. Solamente a principios del s. II se empezaron a incorporar personas importantes de la sociedad. Si los evangelios se hubieran escrito en esa época se hubiera matizado más. Jesús hablaba para que le entendiera la gente sencilla. Hay explicaciones demasiado rebuscadas. Por ejemplo: Que el administrador, cambiando los recibos, no defrauda al amo, sino que renuncia a su propia comisión. No parece verosímil que el administrador se embolsara el 50% de los recibos de su señor. Otra explicación demasiado alambicada es que el administrador hizo lo que tenía que hacer, es decir, ceder sus bienes a los que no pueden pagar su deuda. Por eso es alabado el administrador. En este caso perderían sentido las últimas palabras del relato. Seguramente Lc ya modifica el relato original, añadiendo el adjetivo de “injusto”, tanto para el administrador, como para el dinero. Este añadido dificulta la interpretación de la parábola. En primer lugar porque no se entiende que se alabe al administrador injusto. En segundo lugar porque podemos devaluar el mensaje al pensar que se trata de desautorizar solo la riqueza conseguida injustamente. La riqueza injusta se descalifica por sí misma, no es el tema de la parábola. En el relato, se trata de la riqueza que, aunque sea “justa”, puede convertirse en dios. Debemos evitar toda demagogia. Pero no podemos ignorar el mensaje evangélico. En este tema, ni siquiera la teoría está muy clara. Hoy, menos que nunca, podemos responder con recetas a las exigencias del evangelio. Cada uno tiene que encontrar la manera de actuar con sagacidad para conseguir el mayor beneficio, no para su falso yo sino para su verdadero ser. Si somos sinceros, descubriremos que en nuestra vida, confiamos demasiado en las cosas externas, y demasiado poco en lo que realmente somos. Con frecuencia, servimos al dinero y nos servimos de Dios. “Los hijos de este mundo son más sagaces con su gente que los hijos de la luz”. Esta frase explica el sentido de la parábola. No nos invita a imitar la injusticia que el administrador está cometiendo, sino a utilizar la astucia y prontitud con que actúa. Él fue sagaz, porque supo aprovecharse materialmente de la situación. A nosotros se nos pide ser sabios para aprovecharnos en el orden espiritual. Hoy la diferencia no está entre los hijos del mundo y los hijos de la luz sino en la manera que todos los cristianos tenemos de tratar los asuntos mundanos y los asuntos religiosos. No podéis servir a Dios y al dinero. No está bien traducido. El texto griego dice mamwna.  Mammón era un dios cananeo, el dios dinero. No se trata, pues, de la oposición entre Dios y un objeto material, sino de la incompatibilidad entre dos dioses. Servir al dinero significaría que toda mi existencia está orientada a los bienes materiales. Sería tener como objetivo buscar por encima de todo el placer sensorial y las seguridades que proporcionan las riquezas. Significaría que he puesto en el centro de mi vida el falso yo y buscar la potenciación y seguridades de ese yo. Podemos dar un paso más. A Dios no le servimos para nada. Si algo dejó claro Jesús fue que Dios no quiere siervos sino personas libres. No se trata de doblegarse con sumisión externa a lo que mande desde fuera un señor poderoso. Se trata de ser fiel al creador, respondiendo a las exigencias de mi ser. Servir a un dios externo, que puede premiarme o castigarme, es idolatría y, en el fondo, egoísmo. Hoy podemos decir que no debemos servir a ningún “dios”. Al verdadero Dios solo se le puede servir sirviendo al hombre. Aquí está la originalidad del mensaje cristiano. Es curioso que ni siquiera cuestionemos que lo que es legal puede no ser justo. El dinero es injusto, no solo por la manera de conseguirlo, sino por la manera de gastarlo. Las leyes que rigen la economía están hechas por los ricos para defender sus intereses. No pueden ser consideradas justas por parte de aquellos que están excluidos de los beneficios del progreso. Unas leyes económicas que potencian la acumulación de las riquezas en manos de unos pocos, mientras grandes sectores de la población viven en la miseria, no podemos considerarla justa. Lo que nos dice el evangelio es una cosa obvia. Nuestra vida no puede tener dos fines últimos, solo podemos tener un “fin último”. Todos los demás objetivos tienen que ser penúltimos, es decir, orientados al último (haceros amigos con el dinero injusto). No se trata de rechazar esos fines intermedios, sino de orientarlos todos a la última meta. La meta debe ser “Dios”. Entre comillas por lo que decíamos más arriba. La meta es la plenitud, que para el hombre solo puede estar en lo trascendente, en lo divino que hay en él. “Ganaros amigos con el dinero injusto”. Es una invitación a poner todo lo que tenemos al servicio de lo que vale de veras. Utilizamos con sabiduría el dinero injusto cuando compartimos con el que pasa necesidad. Lo empleamos sagazmente, pero en contra nuestra, cuando acumulamos riquezas a costa de los demás. Nunca podremos actuar como dueños absolutos de lo que poseemos. Somos simples administradores. Hace poco tiempo oí a De Lapierre decir: Lo único que se conserva es lo que se da. Lo que no se da, se pierde. El tema de las riquezas, planteado desde la pura renuncia, no tiene solución. La programación lleva siempre a posturas artificiales que no puede cambiar mi actitud fundamental. Si de verdad quieres ser rico no te afanes en aumentar tus bienes sino en disminuir tus necesidades. Con demasiada frecuencia compramos el dinero demasiado caro. Esto quiere decir que no seguimos el consejo del evangelio que nos invita a ser sagaces. Descubre que lo que ya tienes es tu mayor riqueza. 
Meditación-contemplación
 
No podéis servir al Dios de Jesús y al dios dinero
Jesús no dice que no “debéis”, sino que no “podéis”...
Lo que “tenemos” debemos subordinarlo a lo que “somos”.
Si he descubierto el “tesoro” escondido en lo hondo de mi ser,
el resto quedará iluminado por su brillo.
 
Fray Marcos
 
Fuente: http://feadulta.com/
 
 

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