Domingo
XXII del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 14, 1.7-14) – 1 de septiembre
de 2019
Hermann Rodríguez
Osorio, S.J.
“Cuando alguien te invite a un banquete de bodas
(...)”
Le oí a alguien esta historia,
que nos puede servir hoy de contexto: “Caminaba con mi padre cuando él se
detuvo en una curva; después de un pequeño silencio me preguntó: Además del
cantar de los pájaros, ¿escuchas alguna cosa más? Agudicé mis oídos y algunos
segundos después le respondí: Escucho el ruido de una carreta. Eso es –dijo mi
padre–. Es una carreta vacía. Pregunté a mi padre: ¿Cómo sabes que es una
carreta vacía, si aún no la vemos? Entonces mi padre respondió: Es muy fácil
saber cuándo una carreta está vacía, por causa del ruido. Cuanto más vacía la
carreta, mayor es el ruido que hace. Me convertí en adulto y hasta hoy cuando
veo a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de todos,
siendo inoportuna o violenta, presumiendo de lo que tiene, sintiéndose
prepotente y haciendo de menos a la gente, tengo la impresión de oír la voz de
mi padre diciendo: "Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que
hace". La humildad consiste en callar nuestras propias virtudes para
permitir que los demás las descubran por sí mismos.
Jesús fue a comer muchas veces
con gente importante; Él no era un mojigato que se pasaba la vida metido entre
cuatro paredes por miedo a contaminarse con el mundo que lo rodeaba. Vino a
anunciarle a ese mundo una Buena Noticia y no podía hacerlo encerrado en cuatro
paredes. Estando en casa de un jefe fariseo, otros fariseos lo estaban espiando
para tener de qué acusarlo. Jesús, al ver “cómo los invitados escogían los
asientos de honor en la mesa, les dio este consejo: ‘–Cuando alguien te invite
a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, pues puede llegar
otro invitado más importante que tú; y el que los invitó a los dos puede venir
a decirte: ‘Dale tu lugar a este otro’. Entonces tendrás que ir con vergüenza a
ocupar el último asiento. Al contrario, cuando te inviten, siéntate en el
último lugar, para que cuando venga el que te invitó te diga: ‘Amigo, pásate a
un lugar de más honor’. Así recibirás honores delante de los que están sentados
contigo a la mesa. Porque el que a sí mismo se engrandece, será humillado; y el
que se humilla, será engrandecido”.
Además de esta enseñanza tan
útil y concreta para nuestra vida, el Señor añadió otra para el que lo había
invitado ese día: “–Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos,
ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; porque ellos, a
su vez, te invitarán, y así quedarás ya recompensado. Al contrario, cuando tú
des un banquete, invita a los pobres, los inválidos, los cojos y los ciegos; y
serás feliz. Pues ellos no te pueden pagar, pero tú tendrás tu recompensa el
día en que los justos resuciten”.
En un retiro al que asistí con Jean Vanier, en
Oporto, al norte de Portugal, le escuché decir que alguna vez había leído este
texto con un grupo de empresarios del Primer mundo. La reacción que produjo fue
de protesta y descontento. Pero también contó que había leído este texto con un
grupo de menesterosos de un país pobre. La reacción fue de alegría y júbilo.
Los pordioseros saltaban y gritaban de alegría por lo que estaban escuchando.
Para ellos esta era una Buena Noticia, mientras que para los primeros era mala.
¿Qué tal nos caen a nosotros estas palabras de Jesús? ¿Alegran nuestro corazón,
o lo llenan de incertidumbre y molestia? Cada uno puede evaluar la sintonía que
siente con las palabras del Señor, para reconocer la llamada del día de hoy.
Recuerden que existen personas tan pobres que lo único que tienen es dinero.
Nadie está mas vacío que aquel que está lleno de sí mismo. Preguntémonos si
nuestra carreta hace mucho ruido, o si va cargada de valores y buenas obras
para enriquecernos con una riqueza que sólo se podrá apreciar el día en que los
justos resuciten.
José Antonio
Pagola
SIN EXCLUIR
Jesús asiste a un banquete invitado por uno de los
principales fariseos de la región. Es una comida especial de sábado, preparada
desde la víspera con todo esmero. Como es costumbre, los invitados son amigos
del anfitrión, fariseos de gran prestigio, doctores de la ley, modelo de vida
religiosa para todo el pueblo.
Al parecer, Jesús no se siente
cómodo. Echa en falta a sus amigos los pobres. Aquellas gentes que encuentra
mendigando por los caminos. Los que nunca son invitados por nadie. Los que no
cuentan: excluidos de la convivencia, olvidados por la religión, despreciados
por casi todos.
Antes de despedirse, Jesús se
dirige al que lo ha invitado. No es para agradecerle el banquete, sino para
sacudir su conciencia e invitarle a vivir con un estilo de vida menos
convencional y más humano: «No invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a
tus parientes ni a los vecinos ricos porque corresponderán invitándote...
Invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú porque no pueden
pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos».
Una vez más, Jesús se esfuerza
por humanizar la vida rompiendo, si hace falta, esquemas y criterios de
actuación que nos pueden parecer muy respetables, pero que, en el fondo, están
indicando nuestra resistencia a construir ese mundo más humano y fraterno,
querido por Dios.
De ordinario, vivimos
instalados en un círculo de relaciones familiares, sociales, políticas o
religiosas con las que nos ayudamos mutuamente a cuidar de nuestros intereses
dejando fuera a quienes nada nos pueden aportar. Invitamos a los que, a su vez,
nos pueden invitar Eso es todo.
Esclavos de unas relaciones
interesadas, no somos conscientes de que nuestro bienestar solo se sostiene
excluyendo a quienes más necesitan de nuestra solidaridad gratuita para poder
vivir. Hemos de escuchar los gritos evangélicos del papa Francisco en la
pequeña isla de Lampedusa: «La cultura del bienestar nos hace insensibles a los
gritos de los demás». «Hemos caído en la globalización de la indiferencia».
«Hemos perdido el sentido de la responsabilidad».
Los seguidores de Jesús hemos
de recordar que abrir caminos al reino de Dios no consiste en construir una
sociedad más religiosa o en promover un sistema político alternativo a otros
también posibles, sino, ante todo, en generar y desarrollar unas relaciones más
humanas que hagan posible unas condiciones de vida digna para todos empezando
por los últimos.
Fuentes : http://feadulta.com/
Fray Marcos
SER
MÁS, SER MENOS, ATAÑE SOLO AL EGO
Hoy tiene mucha importancia el
contexto. Un fariseo invita a Jesús a comer. Los judíos hacían los sábados una
comida especial a medio día, al terminar la reunión en la sinagoga.
Aprovechaban la ocasión para invitar a alguna persona importante y así presumir
ante los demás invitados. Jesús era ya una persona muy conocida y muy
discutida. Seguramente la intención de esa invitación era comprometerle ante
los demás invitados. Como aperitivo, Jesús cura a un enfermo de hidropesía, con
lo cual ya se está granjeando la oposición general (era sábado).
En el texto encontramos dos
parábolas. Una se refiere al invitado, otra al anfitrión. Se trata de la
relación que inicias tú y la que inicia el otro contigo. En la primera no se
trata de un consejo para tener éxito, pero toma ejemplo de un sentimiento generalizado
para apoyar una visión más profunda de la humildad. Jesús aconseja no buscar
los honores y el prestigio ante los demás como medio de hacerse valer. Condena
toda vanagloria por contraria a su mensaje. El texto conecta con el final del
domingo pasado: Hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos.
La segunda encierra un matiz
diferente. No quiere decir Jesús que hagamos mal cuando invitamos a familiares
o amigos. Quiere decir que esas invitaciones no van más allá del egoísmo
amplificado. Esa actitud no es signo del amor evangélico. El amor que nos pide
Jesús tiene que ir más allá del puro instinto, del interés. La demostración de
que se ha entrado en la dinámica del Reino está en que se busca el bien de los
demás sin esperar nada a cambio. La frase “dichoso tú porque no pueden pagarte,
te pagarán cuando resucites los justos”, puede entenderse como una estrategia
para que te lo paguen más allá. Esta dinámica no tiene nada de cristiana.
En ambos casos, Jesús nos
propone una manera distinta de entender las relaciones humanas. Jesús trastoca
comportamientos que tenemos por normales, para entrar en una dinámica nueva,
que nos debe llevar a cambiar la escala de valores del mundo. Ser cristiano es,
sencillamente, ser diferente. No se trata de renunciar a ser el primero. Todo
lo contrario, se trata de asegurar el primer puesto en el Reino, buscando el
bien de la persona y no solo de la parte biológica. “El que quiera ser primero
que sea el último y el servidor de todos”. Jesús no critica el que queramos ser
los primeros, lo que rechaza es la manera de conseguirlo.
Ojo con la falsa humildad.
Dice Lutero: La humildad de los hipócritas es el más altanero de los orgullos.
Existen dos clases de falsa humildad. Una es estratégica. Se da cuando nos
humillamos ante los demás con el fin de arrancar de ellos una alabanza. Otra es
sincera, pero también nefasta. Se da en la persona que se desprecia a sí misma
porque no encuentra nada positivo en ella. No es fácil escapar a esos excesos
que han dado tan mala prensa a la humildad. Ninguno de los grandes filósofos
griegos (Sócrates, Platón, Aristóteles) elogiaron la humildad como virtud; y
Nieztsche la consideró la mayor aberración del cristianismo.
No hay que hacer nada para ser
humilde. Es reconocer que eres lo que eres, sin más. Ni siquiera tendríamos que
hablar de ella, bastaría con rechazar todo orgullo, vanidad, jactancia,
vanagloria, soberbia, altivez, arrogancia, etc. Se suele hacer alusión a Sta.
Teresa; pero la inmensa mayoría demuestran no entenderla cuando dicen:
“humildad es la verdad”. Ella dice: "humildad es andar en verdad". Se
trata de conocer la verdad de los que uno es, y además vivir (andar en) ese
realidad. También se entiende mal la frase de Jesús, “yo soy la verdad”, cuando
se interpreta como obligación de aceptar su doctrina. No, Jesús está diciendo
que es auténtico.
Siempre que se violenta la
verdad, sea por defecto sea por exceso, se aleja uno de la humildad. No se
trata de que nos convenzan de que somos una mierda. Se trata de descubrir
nuestro auténtico ser. Humildad es aceptar que somos criaturas, con limitaciones,
sí; pero también con posibilidades infinitas, que no dependen de nosotros.
Ninguno de los valores verdaderamente humanos debe ser reprimido en nombre de
una falsa humildad. No se trata de creerse ni superiores ni inferiores. Si la
humildad me lleva a la obediencia servil, no tiene nada de cristiana. Muchas
veces se ha apelado a la humildad para someter a los demás a la propia
voluntad.
Un conocimiento cabal de lo
que somos nos alejaría de toda vanagloria. No se trata de un conocimiento
analítico desde fuera, sino interior y vivencial. Para conocerse, hay que tener
en cuenta al ser humano en su totalidad. Eso sería la base de un equilibrio
psíquico. Sin conocimiento no hay libertad. La humildad no presupone
sometimiento o servidumbre a nada ni a nadie. Sin libertad ninguna clase de
humanidad es posible. Tampoco la soberbia es signo de libertad, porque el
hombre orgulloso está más sometido que nadie a la tiranía de su ego.
La mayoría de las enfermedades
depresivas tienen su origen en un desconocimiento de sí mismo o en no aceptarse
como uno es, que viene a ser lo mismo. Ninguna de las limitaciones que nos
afectan puede impedir que alcancemos nuestra plenitud. Las carencias forman
parte de mí. Las accidentales no pueden desviarme de mi trayectoria humana. Una
visión equivocada de sí mismo ha hundido en la miseria a muchos seres humanos.
Caen en una total falta de estima y en la pusilanimidad destructora. Ser
humilde no es tener mala opinión de sí mismo ni subestimarse. Avicena dijo:
"Tú te crees una nada, y sin embargo, el mundo entero reside en ti".
El orgulloso no necesita que
nadie le eche en cara su soberbia ni que le castiguen por su actitud. Él mismo
se deshumaniza al despreciar a los demás. Tampoco es necesario que el humilde
reciba ningún premio. Si no espera nada de su actitud o, mejor aún, si ni
siquiera se da cuenta de su humildad, es que de verdad está en la dinámica del
evangelio. La humildad va de arriba abajo. La humildad ante los superiores, la
mayoría de las veces, es sometimiento y servilismo. No es humilde el que
reconoce la grandeza del superior sino el que reconoce la grandeza del
inferior.
Meditación-contemplación
Tú eres más de lo
que crees ser.
Nada ni nadie te
puede impedir alcanzar esa meta.
No tienes que
hacer nada, ni conseguir nada.
Todo lo que
pretendes alcanzar, ya lo tienes.
Todo lo que
pretendes ser, ya lo eres.
Solamente tienes
que tomar conciencia de ello.
Fray Marcos
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