Bautismo
del Señor – Ciclo C (Lucas 3, 15-16.21-22) 13 de enero de 2019
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
Cuentan la historia de un hombre que reflejaba la derrota en su forma de
vestir.
Ocurrió en París, en una calle céntrica
aunque secundaria. Este hombre, sucio, maloliente, tocaba un viejo violín.
Frente a él y sobre el suelo estaba su boina, con la esperanza de que los transeúntes
se apiadaran de su condición y le arrojaran algunas monedas para llevar a
casa..
El pobre hombre trataba de sacar una
melodía, pero era imposible identificarla por lo desafinado del instrumento, y
por la forma displicente y aburrida con que lo tocaba. Un famoso concertista, que
junto con su esposa y unos amigos salía de un teatro cercano, pasó frente al
mendigo.
Todos arrugaron la cara al oír aquellos
sonidos tan discordantes, y no pudieron menos que reír de buena gana. La esposa
le pidió al concertista que tocara algo. El hombre echó una mirada a las pocas
monedas en el interior de la boina del mendigo, y decidió hacer algo. Le
solicitó el violín y el mendigo musical se lo prestó con cierto resquemor.
Lo primero que hizo el concertista fue afinar las cuerdas del
instrumento que tenía en sus manos.
Luego, vigorosamente y con gran maestría arrancó una melodía fascinante
del viejo violín.
Los amigos comenzaron a aplaudir y los transeúntes comenzaron a
arremolinarse para ver el improvisado espectáculo. Al escuchar la música, la
gente de la cercana calle principal acudió también y pronto había una pequeña
multitud escuchando arrobada el extraño concierto.
La boina se llenó no solamente de monedas, sino de muchos billetes.
Mientras el maestro sacaba una melodía tras otra, con tanta alegría. El mendigo
musical estaba aún más feliz de ver lo que ocurría y no cesaba de dar saltos de
contento y repetir orgulloso a todos: "¡Ese es mi
violín! ¡Ese es mi violín!". Lo cual, por supuesto, era
rigurosamente cierto.
Cuando Jesús fue al Jordán para recibir el bautismo de Juan, nos estaba
diciendo que él también participaba de nuestra condición humana y que sentía en
su interior el llamado a vivir cumpliendo plenamente la voluntad de su Padre,
por la acción del Espíritu Santo:
“mientras oraba, el cielo se abrió y el Espíritu Santo bajó sobre él en
forma visible, como una paloma, y se oyó una voz del cielo, que decía: –Tú eres
mi Hijo amado, a quien he elegido”. Dios eligió a Jesús para hacer en él su
voluntad con toda perfección, para la salvación del género humano. Y Jesús tomó
la decisión de colaborarle con toda generosidad, sabiendo que esta disposición
le podría traer situaciones difíciles y problemas, como de hecho le trajo.
Jesús siempre fue dócil a la voluntad de su Padre, pero su bautismo es como la expresión
consciente y plena de esta opción de vida que se vio respaldada por sus
palabras y acciones a partir de este momento.
Tenemos que
reconocer que también nosotros hemos sido elegidos por Dios en el bautismo.
Hemos sido ungidos por la acción del Espíritu Santo, para que nos dejemos
conducir con ocilidad por la acción salvífica de Dios Padre, cumpliendo su
voluntad de manera consciente, sabiendo, como Jesús, que esta opción implicará
sacrificios y ofrendas muchas veces dolorosas. Dios Padre nos ha regalado a
cada uno de nosotros un violín que tal vez no está muy bien afinado y sobre
todo, que no sabemos interpretar con suficiente maestría. Por tanto, si no
hemos alcanzado la plenitud de Dios con nuestra propia vida, no es por falta de
medios. Todos tenemos un violín muy parecido al que tuvo Jesús entre sus manos
y con el cual nos dio el mejor concierto de toda la historia. Como el mendigo
de la calle parisina, podríamos decir también: ¡Ese es mi violín! ¡Ese es mi
violín! Porque estamos llamados a alcanzar la plenitud que Dios nos ha mostrado
en Jesús de Nazaret y a vivir el bautismo con la misma radicalidad con la que
él lo vivió.
No hay comentarios:
Publicar un comentario