Segundo Domingo
del tiempo ordinario – Ciclo C (Juan 2, 1-11) 20 de enero de 2019
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
La vida de Jesús está llena de
momentos como el que nos relata san Juan en su Evangelio de hoy y que podríamos
caracterizar con dos palabras: Generosidad desproporcionada. Jesús
no podía ver a una persona humana necesitada sin volcar toda su vida hacia esa
creatura sacudida por el dolor o el sufrimiento. Se le removían las entrañas en
presencia de la pasión de su pueblo con rostros e historias muy concretas. Ya
fuera un niño enfermo, una viuda que había perdido a su hijo, una multitud
hambrienta o un hombre enfermo de lepra, siempre su reacción fue devolver la
salud, la vida, el entusiasmo.
Sin embargo, el milagro que
nos presenta hoy san Juan no responde a una necesidad o a un sufrimiento que
uno pudiera decir que era irresistible. Con toda seguridad los invitados a la
boda de Caná de Galilea ya habían bebido lo suficiente como para no quejarse
mucho. No obstante, la Virgen María nota que se ha acabado el vino y toma la
iniciativa de informar a su hijo del problema que tienen los anfitriones de la
fiesta. La reacción de Jesús es sorprendente: “Mujer, ¿por qué me dices esto?
Mi hora no ha llegado todavía”. Jesús, que gozaba también de la fiesta con sus
discípulos, que también habían sido invitados, siente que no es hora de hacer
señales milagrosas y menos en esas circunstancias.
Con todo, María, como buena
madre, le dejó la inquietud a su hijo y, haciendo caso omiso del reclamo de
Jesús, le dijo a los que estaban sirviendo: “c”. El Señor no tuvo otra cosa que
hacer sino mandar a los sirvientes: “–Llenen de agua estas tinajas. Las
llenaron hasta arriba, y Jesús les dijo: –Ahora saquen un poco y llévenselo al
encargado de la fiesta. Así lo hicieron. El encargado de la fiesta probó el
agua convertida en vino, sin saber de dónde había salido; solo los sirvientes
lo sabían, pues ellos habían sacado el agua. Así que el encargado llamó al
novio y le dijo: –Todo el mundo sirve primero el mejor vino, y cuando los
invitados ya han bebido bastante, entonces se sirve el vino corriente. Pero tú
has guardado el mejor vino hasta ahora”. Cuando se da lo necesario es caridad,
pero cuando se da lo que estrictamente no se necesita, se llama generosidad;
esta es la primera característica del milagro de Jesús que nos cuenta hoy san
Juan.
Pero eso no es todo. La
cantidad de vino que el Señor aporta a esta celebración de las bodas de Caná de
Galilea es francamente admirable: “Había allí seis tinajas de piedra, para el
agua que usan los judíos en sus ceremonias de purificación. En cada tinaja
cabían de cincuenta a setenta litros de agua”. Es decir, que fueron entre
trescientos y cuatrocientos veinte litros del mejor vino, lo suficiente como
para emborrachar a toda la población de Caná y sus alrededores. Cuando la ayuda
desborda y supera con creces la necesidad, se habla de desproporción,
la segunda característica de esta señal milagrosa de Jesús.
¿Hace cuánto tiempo no hacemos
nosotros una acción generosa? Y podríamos preguntar más: ¿Hace cuánto tiempo no
hacemos una acción generosamente desproporcionada? Ojalá que nuestra generosidad
no se quede sólo para atender los dolores y sufrimientos de nuestros hermanos y
hermanas. Pidamos para que también nosotros sepamos llevar nuestra generosidad
a los momentos de alegría de nuestra gente y que sea una generosidad
desproporcionada, como la del Señor.
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