Domingo I de Cuaresma – Ciclo A (Mateo 4, 1-11) 1 de febrero 2020
Hermann Rodríguez
Osorio, S.J. - “Luego el Espíritu llevó a Jesús al desierto (...)”
«Si ya has encontrado a Dios, avísame dónde está, porque yo llevo muchos
años buscándolo y no lo encuentro». La tía Lucía me dejó caer hace un tiempo
esas palabras que quedaron retumbando en mi alma como un eco sordo al fondo de
un abismo... «Avísame dónde está...». Evidentemente, la frase condicional
con la que comenzó fue la que más me inquietó: «Si ya has encontrado a
Dios...». Es bien arriesgado decir que he encontrado a Dios, pero lo que sí no
me da miedo decir es que descubro pistas de su presencia en la Palabra que
ilumina la Vida y que invita a construir Comunidad.
Como la tía Lucía, muchas personas que nos rodean nos piden señales, pruebas,
huellas de Dios en su vida cotidiana. No es que no lo quieran ver; es que no lo
ven por ninguna parte y de verdad están buscando el sentido de sus vidas.
El Señor Jesús, Palabra transparente de Dios en nuestra historia,
conducido por el Espíritu, fue probado en el desierto. Lo que lo sostuvo, en
medio de la tentación, fue el apoyo que encontró en la Escritura. Tal como lo
describe el Evangelio de san Mateo, Jesús dijo ante la tentación: «No sólo de
pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que salga de los labios de Dios»
(Mateo 4,4); más adelante añadió: «No pongas a prueba al Señor tu Dios» (Mateo
4,7); y, por último, dijo; «Adora al Señor tu Dios y sírvelo sólo a él» (Mateo
4,10). Tres referencias a la Escritura con las que Jesús supo defenderse de las
tentaciones que lo acosaban de muchas formas: Deseos de lucirse ante los demás
haciendo milagros: “Si de veras eres Hijo de Dios, ordena que estas piedras se
conviertan en panes”. Deseos de tener honores y ser reconocido por los demás:
“Si de veras eres Hijo de Dios, tírate abajo (...)”. Deseos de poder y
dominación: “Yo te daré todo esto, si te arrodillas y me adoras”.
¡Cuántas veces sentimos la tentación de tener el poder de hacer
milagrosamente lo que queremos! Como convertir las piedras en panes... ¡Cuántas
veces sentimos la tentación de probar a Dios exigiéndole lo imposible! Como
lanzarse al vacío desde lo alto del templo, esperando que los ángeles vengan a
rescatarnos... ¡Cuántas veces sentimos la tentación dominar a los demás
arrodillándonos ante dioses falsos! Como cuando colocamos el poder, el tener y
el saber por encima del ser mismo de cada persona...
Hay que notar que en la segunda tentación, el mismo tentador cita la
Escritura para presentar al Señor su tentación: “Si de veras eres Hijo de Díos,
tírate abajo; porque la Escritura dice: ‘Dios mandará que sus ángeles te
cuiden. Te levantarán con sus manos para que no tropieces con piedra alguna”.
La habilidad del mal llega a valerse de la Escritura para poner zancadillas a
gente buena. Por eso la invitación del Señor no es a referirse a la Escritura
como arrancando frases de sus contextos literarios, ni para lanzarlas sin más
sobre nuestros contextos existenciales. De lo que se trata es de saber
apoyarnos en su Palabra para desentrañar el misterio de Dios
en el corazón de nuestra propia historia. ¿Cómo vamos a encontrar a Dios en
medio de nuestras vidas si no nos encontramos cotidianamente con su Palabra?
Confío en que esto le haya servido de pista a la tía Lucía, y a tantas otras
personas que buscan sinceramente el sentido de sus vidas, para que algún día
puedan decirme que se han encontrado cara a cara con Dios.
José Antonio Pagola - LAS
TENTACIONES DE LA IGLESIA DE HOY
La primera tentación acontece en el «desierto»
Después de un largo ayuno, entregado al encuentro con Dios, Jesús siente
hambre. Es entonces cuando el tentador le sugiere actuar pensando en sí mismo y
olvidando el proyecto del Padre: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se
conviertan en pan». Jesús, desfallecido pero lleno del Espíritu de Dios,
reacciona: «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de
Dios». No vivirá buscando su propio interés. No será un Mesías egoísta.
Multiplicará panes cuando vea pasar hambre a los pobres. Él se alimentará de la
Palabra viva de Dios.
Siempre que la Iglesia busca su propio interés, olvidando el proyecto
del reino de Dios, se desvía de Jesús. Siempre que los cristianos anteponemos
nuestro bienestar a las necesidades de los últimos, nos alejamos de Jesús.
La segunda tentación se produce en el «templo»
El tentador propone a Jesús hacer su entrada triunfal en la ciudad
santa, descendiendo de lo alto como Mesías glorioso. La protección de Dios está
asegurada. Sus ángeles «cuidarán» de él. Jesús reacciona rápido: «No tentarás
al Señor, tu Dios». No será un Mesías triunfador. No pondrá a Dios al servicio
de su gloria. No hará «señales del cielo». Solo signos para curar enfermos.
Siempre que la Iglesia pone a Dios al servicio de su propia gloria y
«desciende de lo alto» para mostrar su propia dignidad, se desvía de Jesús.
Cuando los seguidores de Jesús buscamos «quedar bien» más que «hacer el bien»,
nos alejamos de él.
La tercera tentación sucede en una «montaña altísima»
Desde ella se divisan todos los reinos del mundo. Todos están
controlados por el diablo, que hace a Jesús una oferta asombrosa: le dará todo
el poder del mundo. Solo una condición: «Si te postras y me adoras». Jesús
reacciona violentamente: «Vete, Satanás». «Solo al Señor, tu Dios, adorarás».
Dios no lo llama a dominar el mundo como el emperador de Roma, sino a servir a
quienes viven oprimidos por su imperio. No será un Mesías dominador, sino
servidor. El reino de Dios no se impone con poder, se ofrece con amor.
La Iglesia tiene que ahuyentar hoy todas las tentaciones de poder,
gloria o dominación, gritando con Jesús: «Vete, Satanás». El poder mundano es
una oferta diabólica. Cuando los cristianos lo buscamos, nos alejamos de Jesús.
Fuente: http://www.gruposdejesus.com
Fray Marcos - CUIDAR LA BIOLOGÍA NO
ES MALO. LA TRAMPA ESTÁ EN QUEDARSE SOLO EN ESO
Debe cambiar radicalmente nuestra manera de afrontar el tiempo de
cuaresma. Se nos ha insistido hasta la saciedad que la cuaresma era un tiempo
de examen de conciencia para descubrir nuestros fallos, para concienciarnos de
que habíamos ofendido a Dios, para sentirnos pecadores. Una vez que descubrimos
que estábamos enfangados en la mierda, pedir a Dios que nos sacara de ella y si
Dios era reacio a perdonarnos, ahí estaba la muerte de Jesús que nos daba
derecho a ese perdón. Pasada la alegría de sentirnos perdonados, llegaba la
angustia de volver a fallar.
La cuaresma es un tiempo privilegiado para analizar la trayectoria de
nuestra vida y descubrir que, con demasiada frecuencia, nos equivocamos, dando
pasos que nos alejan de la plenitud de humanidad que es nuestra meta. No tiene
mucho sentido que nos paremos a analizar la piedra en la que hemos tropezado.
Tampoco tiene sentido hacer penitencia pensando que es el requisito
indispensable para que Dios nos perdone. Se trata de tomar conciencia de que
alcanzar la meta supone esfuerzo y decisión para no caer en la trampa del
hedonismo.
De lo dicho se desprende, que más importante que mirar hacia atrás
mortificándonos por los pasos mal dados, es descubrir donde está la meta y
comenzar a andar en esa dirección. Lo importante es tomar conciencia clara de
donde está la meta. Pero resulta que no puedo saber donde está porque nunca
estuve allí. Aquí puede venir en nuestro auxilio la experiencia de otros seres
humanos que sí se aproximaron a ella. Para nosotros los cristianos, el hombre
que más cerca estuvo de ella es Jesús, por eso debemos fijarnos en él y tomarlo
como guía en nuestra vida.
Las tentaciones de Jesús, y las nuestras, nos advierten de la necesidad
de esfuerzo para no ser engañados por el placer inmediato que puede
proporcionarnos poner nuestra mente al servicio de los sentidos, las pasiones y
los apetitos. Los animales disponen de un piloto automático que les conduce en
todo momento a su propia meta. Al ser humano se le han entregado los mandos de
la nave y no tiene más remedio que dirigirla él. No podemos conducir un
vehículo manteniendo fijo el volante. Tampoco nadie puede conducirlo por
nosotros, ni siquiera Dios.
La primera tentación pretende convertir a Jesús en oprimido y le ofrece
liberarse a cambio de pan. La segunda le ofrece honor y gloria a cambio de
servidumbre. Tanto oprimir a otro como dejarse oprimir son ofertas satánicas.
La tercera es una oferta de poder desmedido sobre todo y sobre todos los
hombres. La opresión es el único pecado, porque es lo único que nos impide ser
humanos. Vamos a analizar las tentaciones de Jesús en lo que tienen de común
con las trampas que el placer, con apariencia de bien, tiende a todos los
hombres.
A nadie se le ocurrirá hoy tomar el relato del Génesis como un hecho
histórico. El pecado de Adán es un mito ancestral que encontramos en muchas
culturas. Esto no quiere decir que sea simplemente mentira. El mito, en sentido
estricto, es un intento de explicar conflictos vitales del ser humano que no se
puede entender de una manera racional. El relato de Adán y Eva intenta explicar
el problema del mal, y lo hace partiendo de las categorías de aquel tiempo.
Tampoco el relato de las tentaciones es una crónica de sucesos. Jesús se
retiró muchísimas veces al “desierto”. Se trata de resumir todas las pruebas
que tuvo que superar a lo largo de su vida. En Jesús la tentación tiene una
connotación especial, porque se plantea conforme a su situación personal. La
talla de su humanidad tiene que darla en relación con la tarea que se le ha
encomendado: cómo desarrollar su auténtico mesianismo.
Los posibles tropiezos, al recorrer su camino mesiánico, se relatan
condensados en un episodio al comienzo de su vida pública, pero resumen la
lucha que tuvo que mantener durante toda su vida. A Jesús no le tentó ningún
demonio. La tentación es algo inherente a todo ser humano. Por eso es el mejor
argumento a favor de su humanidad. Quien no se haya enterado de que la vida es
lucha, tiene asegurado el más estrepitoso fracaso. A todos se nos dan unas
posibilidades infinitas de plenitud, pero alcanzarlas supone poner toda la
carne en el asador para conseguirlas.
A ver si soy capaz de haceros ver que no se trata de una elección entre
el bien y el mal. El ser humano no es el lugar de lucha de dos fuerzas
contrarias: el Espíritu y el diablo, el Bien y el Mal. Esa alternativa no es
real porque el mal no puede mover la voluntad. Se trata de discernir lo bueno y
lo malo, siendo capaces de ir más allá de las apariencias. La lucha se plantea
entre el bien auténtico y el aparente. El plantear una lucha contra el mal no
tiene ni pies ni cabeza. Una vez que descubro que algo es malo para mí, no
tengo que hacer ningún esfuerzo para vencerlo.
Las tres tentaciones de Jesús no son zancadillas puntuales que el diablo
le pone. Se trata de contrarrestar una inercia que, como todo ser humano, tiene
que superar. Ni el placer sensible, ni la vanagloria, ni el poder, pueden ser
el objetivo último de un ser humano. El poder y las seguridades, como
fundamento de una relación con Dios, quedan excluidos. El poder podía haber
dado eficacia a su mesianismo, pero no llevaría la libertad al hombre. La
salvación tiene que llegar al hombre desde dentro de sí mismo, por lo que tiene
de específicamente humano.
No necesitamos ningún enemigo que nos tiente. Somos lo bastante
complicados para meternos solitos en esos berenjenales. La tentación es
inherente al ser humano, porque en cuanto surge la inteligencia y tiene
capacidad de conocer dos metas a la vez, no tiene más remedio que elegir. Como
el conocimiento es limitado, la posibilidad de equivocarse está siempre ahí. Y
suele suceder que adhiriéndose a lo que creía bueno, se encuentra con lo que es
malo para él. Si esto no lo tenemos claro, pondremos el fallo en la voluntad
que elige el mal, lo cual es imposible.
Si el problema no está en la voluntad, no se podrá resolver con
voluntarismo. Aquí está una de las causas de nuestro fracaso en la lucha contra
el pecado. Nos han insistido en la fuerza de voluntad para superar la tentación
pero todos sabemos que esa estrategia es ineficaz. Si el problema es de
entendimiento, solo se podrá resolver por el conocimiento. Mi tarea será
descubrir lo que es auténticamente bueno o malo para mí. Ese “para mí”, se
refiere a mi verdadero ser, no al yo egoísta e individualista. Ni siquiera
podemos esperar de Dios que me saque del dilema.
Un peligro añadido es que en nuestra sociedad tendemos a considerar como
bueno lo que la mayoría acepta como tal. El esfuerzo por alcanzar una verdadera
humanidad es todavía una actitud de minorías. A través de la historia humana,
han sido muy pocos los que han manifestado con su vida una plenitud humana. La
mejor prueba es que los consideramos seres extraordinarios. La mayoría de los
mortales nos contentamos con vivir cómodamente sin valorar el esfuerzo por
llegar a ser algo más. Aquí el valor de la democracia queda muy relativizado.
El “está escrito”, repetido por tres veces, tiene un profundo
significado. Adán y Eva pretendieron ser ellos los dueños del bien y del mal,
es decir, que sea bueno lo que yo determine como tal y que sea malo lo que yo
quiero que lo sea. Es la constante tentación de todo ser humano. Cuando Jesús
repite por tres veces: “está escrito”, reconoce que no depende de él lo que
está bien o lo que está mal, está determinado, no por una voluntad externa de
Dios, sino por la misma naturaleza del ser. Sin descubrir esa naturaleza nunca
podremos acertar.
Meditación
La verdadera conquista de lo humano se
consigue en el interior.
Solo lejos del bullicio, del ruido y de
la vorágine de los sentidos
te puedes encontrar contigo mismo y
dilucidar tu futuro.
No te dejes engañar por los cantos de
sirena.
Son cada vez más y con más poder de
seducción.
Pero la fuerza del Espíritu, siempre
será mayor.
Fray Marcos
Fuente: http://feadulta.com/
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